La inflación y los bajos salarios hacen una escabechina en el ahorro
El consumo, por la inflación, crece el triple que la renta disponible. La consecuencia es una caída del ahorro. Los hogares han tenido que utilizar parte de su dinero para financiar sus necesidades de gasto
Un dato lo dice todo. En 2021, las familias tuvieron una capacidad de financiación equivalente a 57.636 millones de euros, un año más tarde, sin embargo, los hogares se enfrentaron a unas necesidades de financiación de 1.753 millones de euros. Es decir, en apenas un año el abultado superávit —por encima de la media histórica— se ha transformado en un déficit.
Habría que remontarse a 2008 —el año en que estalló la burbuja inmobiliaria y de crédito— para encontrar unas necesidades de recursos financieros tan elevadas. ¿La causa? La situación económica por la que atraviesan las familias, cuya renta disponible está siendo horadada por dos fenómenos complementarios: la elevada inflación y, como consecuencia de ello, la pérdida de poder adquisitivo de los salarios, lo que obliga a los hogares a tirar de los ahorros.
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O lo que es lo mismo, a contraer unas necesidades de financiación crecientes. El salario, hay que tener en cuenta, es la principal fuente de ingresos de las familias, y en menor medida sus inversiones financieras. Una simple comparación refleja mejor que ninguna otra cosa lo que ha sucedido, mientras que la renta disponible bruta creció el año pasado un 3,6%, el gasto en consumo de los hogares (por la inflación) se ha incrementado un 11,5%, tres veces más.
Como consecuencia de ello, la tasa de ahorro se hundió el año pasado hasta el 7,2% de la renta disponible, frente al 13,8% de un año antes. Ya es, incluso, inferior a la registrada en 2019, un 8,2%, es decir, antes de la pandemia. Alcanzó un histórico 17,7% en 2020, pero fue debido a unas circunstancias extraordinarias como fueron las restricciones a la movilidad, lo limitó el gasto de las familias.
Salarios y puestos de trabajo
Lo que está sucediendo ahora es que las familias se ven cada vez más obligadas a tirar de los ahorros para sostener el consumo. La parte positiva es que la creación de empleo ha podido compensar en parte el alza de la inflación y la consiguiente pérdida de poder de compra de los salarios, lo que explica que remuneración de los asalariados, básicamente por la generación de nuevos puestos de trabajo. Desde luego no por un incremento de los salarios, que han aumentado un 6,3% entre el cuarto trimestre de 2022 y el mismo periodo del año anterior, según los datos de las Cuentas no financieras de los agentes económicos que elabora el Instituto Nacional de Estadística (INE).
El gasto en consumo final de los hogares avanzó el año pasado, como se ha señalado, un 11,5%, lo que da idea de la elevada inflación, mientras que el ahorro generado por los hogares y las instituciones sin fines de lucro alcanzó los 58.457 millones de euros. Es decir, incluso en este contexto tan inflacionista, los hogares, al contrario de lo que sucede con el sector público, continúan ahorrando, aunque menos.
El gasto en consumo final de los hogares avanzó el año pasado un 11,5%
Ahora bien, para evaluar cómo está afectando la inflación sobre el bolsillo de las familias hay que tener en cuenta la heterogeneidad del ahorro, que es muy distinta en función del nivel de renta. Hay evidencias de que una proporción muy significativa de la bolsa de ahorro acumulada de forma extraordinaria durante los trimestres de la pandemia se concentró en las rentas más altas, cuya propensión marginal a consumir es menor, ya que los bienes considerados esenciales, como la alimentación, pesan menos en sus decisiones de gasto, al contrario que sucede en las rentas bajas.
Esto significa, como ha llegado a asegurar en alguna ocasión el Banco de España, que es probable que, a futuro, "una parte importante de este ahorro no se destine al consumo, sino que se mantenga en los activos en los que se materializó". Y aquí habría que incluir a los pensionistas y otros colectivos, que han mantenido su poder de compra y por razones generacionales tienen más propensión al ahorro al contar con buena parte de sus necesidades de bienes y servicios satisfechas.
Poder adquisitivo
Aunque la información sobre lo que sucederá en el primer trimestre de este año es todavía parcial, todo apunta que el PIB se acelerará respecto del 0,2% de avance registrado en el cuarto trimestre de 2022, lo que se debe a la resistencia de la demanda interna en un contexto inflacionista. En particular, debido a la evolución del consumo de las familias debido a factores como el hecho de que nueve millones de jubilados hayan podido mantener el poder adquisitivo, la percepción del ingreso mínimo vital por parte de 1,5 millones de beneficiarios o el aumento del salario mínimo. Sin olvidar que el alza de los tipos de interés tarda algunos trimestres en llegar a los hogares, ya que su impacto no es inmediato.
Hay otro factor a tener en cuenta. En concreto, la existencia de mayores dificultades de acceso a una vivienda en propiedad que en el pasado ha hecho que el número de hipotecados sea menor. Según Funcas, aunque el tamaño medio de una nueva hipoteca se sitúa cerca de los 145.000 euros, el saldo medio de las hipotecas pendientes es inferior, 82.700 euros. Es decir, el esfuerzo para pagar la hipoteca es mucho menor que el nivel que existía durante la crisis financiera, lo que explica en parte que el consumo se mantenga sostenido.
Esto no significa, sin embargo, que el endurecimiento de la política monetaria no esté teniendo un efecto significativo sobre la renta de las familias. Los datos de Estadística muestran que si el último trimestre de 2021 las familias destinaron al pago de intereses 1.164 millones de euros, un año después, en el mismo periodo, esa cifra ha subido hasta los 3.578 millones, lo que supone que se ha triplicado el dinero destinado a esa partida. Más de 2.400 millones que se han evaporado.
Un dato lo dice todo. En 2021, las familias tuvieron una capacidad de financiación equivalente a 57.636 millones de euros, un año más tarde, sin embargo, los hogares se enfrentaron a unas necesidades de financiación de 1.753 millones de euros. Es decir, en apenas un año el abultado superávit —por encima de la media histórica— se ha transformado en un déficit.
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