España cierra los JJOO lastrada por la falta de estrellas, con promesas e ilustres despedidas
La delegación española, con ausencias estelares y algunos fracasos sonados, remonta un inicio gris hasta igualar las medallas de 2016 (pero con la mitad de oros). Sorpresas, despedidas y derrotas marcan un cambio generacional
"Más alto, más rápido, más fuerte, juntos". El lema clásico de los Juegos Olímpicos sufrió un cambio, por primera vez, para Tokio 2020. El Comité Olímpico Internacional permitió añadir una palabra a la máxima –traducida de la expresión latina ‘Citius, Altius, Fortius’– para representar el ejercicio de unidad que iba a suponer la celebración de la fiesta olímpica en plena pandemia. Un año después, habiendo sufrido la constante amenaza de una nueva suspensión, los Juegos llegan a su fin: 17 días de competición apasionante, repartidos entre 33 deportes, con más de 11.700 atletas llegados de todo el planeta.
Como en otras ediciones, la delegación española ha tardado en coger ritmo de medallas, provocando las clásicas críticas prematuras tras cuatro o cinco días de la competición. Finalmente el número de medallas es el mismo que en Río de Janeiro 2016 (17), si bien su valor es menor: sólo tres de oro, por siete en Río. (Por lo que en el medallero final baja de la decimocuarta a la vigésimosegunda posición).
Dos rasgos destacan en la participación española: la aparición de sorpresas que compensan el pobre rendimiento de algunas estrellas en declive o lesionadas y la incapacidad de nuestras selecciones para alcanzar el oro, un patrón que se repite desde hace un cuarto de siglo (el waterpolo masculino en Atlanta 1996).
El récord de Barcelona 92 estaba a tiro
22 medallas. Jamás una delegación española ha superado la marca que lograron nuestros deportistas en los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992. Como anfitriona, España pasó de conquistar cuatro metales en Seúl 1988 a un festival de triunfos. Tokio 2020 ha dejado nuestro medallero en el nivel general de las últimas décadas, confirmando el suelo del deporte nacional en un país que invierte en él significativamente menos que otras potencias europeas.
Hay motivos para el optimismo: España llegaba al país nipón con bajas muy significativas, que tenían prácticamente asegurada la consecución de trofeos. Carolina Marín sufrió una grave lesión de rodilla a escasos meses de la cita, dejando al país sin opciones de título en bádminton. Rafa Nadal, con dos medallas olímpicas en su palmarés, tomó la decisión de no acudir a Tokio por problemas físicos y fatiga, como decenas de tenistas.
A estas ausencias se sumaron nuevos percances con los Juegos Olímpicos ya en marcha. Quizás el más doloroso fue el caso de Jon Rahm. El español llegaba a Japón como el número 1 del mundo y máximo candidato al oro en la competición de golf, pero dio positivo por coronavirus antes del inicio del torneo. El golfista vasco había superado dos meses antes una infección asintomática y se encontraba con la pauta de vacunación completa, pero los protocolos sanitarios de Tokio han sido inflexibles: con una PCR positiva no se podía participar. También traumática fue la lesión de Orlando Ortega (medallista de plata en Río) dos días antes de comenzar sus series en los 110 metros vallas por un pinchazo muscular en los entrenamientos previos a su estreno.
Otros nombres de medalla 'segura' para la delegación patria llegaron a Tokio sin estar en las mejores condiciones. Mireia Belmonte se quedó a décimas de arrancar una medalla de bronce por sorpresa, pero la nadadora tenía claro que en estos Juegos la opción de morder metal era poco más que un “milagro”. Un caso similar al de Lydia Valentín, medalla en Río, quien compitió en una categoría de halterofilia que no era la suya –polémica federativa incluida– y se marchó igualmente sin premio (aunque con la advertencia de que regresaría para París 2024). Entre las dos atletas sumaban siete medallas antes de viajar al país nipón. Tampoco se consiguió presea en ninguno de los equipos de baloncesto, un clásico de nuestro deporte en recientes ediciones olímpicas.
Cuesta creer que el nivel de las medallas hubiese podido igualar al de Barcelona (de las 22 celebradas en la ciudad condal, 13 fueron oros), pero con una delegación completa habría habido opciones de alcanzar ese número de metales. El inicio en Japón fue dubitativo, con solo tres celebraciones en la primera semana. No era una novedad: los precedentes ya confirmaban que España gana más medallas en el segundo tramo de los Juegos Olímpicos. Y así sucedió. El casillero final en Tokio es de tres oros, ocho platas y seis bronces, que puede calificarse de aceptable en vista de las ausencias y el contexto pandémico.
Las tres medallas de oro ganadas en Tokio han llegado en dos deportes nuevos en el programa olímpico, el kárate y la escalada, y en el tiro, una disciplina que no pisaba el podio desde 2004. "La covid no ha sido la misma en todos los países. Mantener el nivel de medallas y aumentar el de clasificados es un éxito sin precedentes", dijo este domingo el presidente del Comité Olímpico Español (COE), Alejandro Blanco.
Las despedidas: baloncesto y balonmano
Mención especial hay que darle al baloncesto y al balonmano, que despiden a las dos generaciones más exitosas de estos deportes en nuestra historia. La canasta había acostumbrado al aficionado español a celebrar medallas olímpicas con pasmosa facilidad. Tanto el equipo masculino como el femenino completaban una espectacular racha en los Juegos: hay que remontarse hasta Atenas 2004 para recordar la última vez que una de estas selecciones se ausentó del podio. En Tokio, tanto los pupilos de Sergio Scariolo como las guerreras de Lucas Mondelo se fueron de vacío, cayendo ambas selecciones en cuartos de final. (Mondelo ha concluido su vinculación con el equipo esta msma semana).
La selección española de baloncesto masculino sufrió una aparatosa derrota contra Estados Unidos (81-95), que ni siquiera una actuación estelar e histórica de Ricky Rubio pudo maquillar. Pero en realidad había perdido la medalla contra la Eslovenia de Doncic en fase de grupos, un partido que acabaría por determinar el lado malo de los cuartos de final (en el que el conjunto de Scariolo no logró rentabilizar una ventaja superior a 10 puntos en el último cuarto). Cualquier decepción, sin embargo, se borró de un plumazo cuando Pau Gasol confirmó su retirada de la selección. No era momento para ajustar cuentas a un equipo (y un jugador) que cambiaron el baloncesto español para siempre. Su hermano Marc también ha decidido dar un paso al costado después de estos Juegos.
Más sólida se mostró la selección femenina, completando una fase de grupos impoluta que no tuvo premio. Tocó en cuartos Francia, una de las candidatas al oro y subcampeona del Eurobasket. Mucho castigo para lo bien que había rendido España en el torneo. El partido se decidió por estrecho margen y con fallos decisivos en los últimos minutos. Laia Palau, otra leyenda de nuestro baloncesto, acudió a Tokio a punto de cumplir 42 años y dijo adiós a la selección con la eliminación.
Un instante memorable de los Juegos será sin duda la despedida de Raúl Entrerríos, que anotó el último gol en el partido por el bronce contra Egipto. Los 'Hispanos' se llevaron la medalla y pusieron fin a la 'generación de oro' con otro momento de gloria. Junto a Raúl dicen adiós otros nombres fundamentales durante la última década, como son Julen Aguinagalde, Dani Sarmiento, Gedeón Guardiola o Viran Morros, en una tesitura muy complicada para el balonmano.
Las estrellas que nacieron en Tokio
Una joven madrileña de 17 años encandiló a toda España en la mañana del primer domingo de competición. Se llama Adriana Cerezo y compitió en la categoría de -49kg de taekwondo. Un mes antes de volar a Japón había sacado un 13 sobre 14 en selectividad. De viaje de fin de curso, unos Juegos Olímpicos. Cerezo se presentó en la disciplina sin partir como una de las favoritas, pero ese domingo fue eliminando a rivales hasta asegurarse el pase a la final. Daba igual que el espectador español no hubiera visto un combate de taekwondo en su vida: había millones frente al televisor, cruzando los dedos para que Adriana consiguiera conectar otra patada al rostro de su rival. Olimpismo en estado puro.
Cerezo se tuvo que conformar con la plata. Un golpe de la tailandesa Panipak Wongpattanakit, número 1 del mundo, le arrebató el oro a falta de cuatro segundos para el final del combate. Las lágrimas de la joven conmovieron a un país hambriento de triunfos. Con el paso de los minutos, el disgusto se evaporó y Adriana recogía la medalla de plata con una sonrisa que ni la mascarilla era capaz de ocultar. Era el primer metal que España celebró en Tokio.
Un año más tiene Alberto Ginés, quien abandona Japón con su nombre escrito en la historia del olimpismo. Es la primera vez que la escalada era una categoría en los Juegos y un español fue el encargado de llevarse el oro. A sus 18 años, este cacereño dio una de las campanadas de la competición al imponerse a todos sus rivales en las disciplinas de velocidad, búlder (escalada en bloque) y lead (dificultad). El rostro del atleta tras haber ganado el oro, confundido, impresionando y alegre a partes iguales, circuló por todo el país ese jueves.
El atletismo español da la cara
Todavía queda mucho por recorrer para situar el atletismo español en la élite mundial, pero si algo ha demostrado Tokio 2020 es que hay cantera para los próximos años. La medalla de bronce de Ana Peleteiro en triple salto, cuatro cuartos puestos, tres quintos, tres sextos y un octavo, 10 diplomas en total y 11 finalistas (ocho primeros) resumen una gran actuación del atletismo español, plasmada en el undécimo puesto en la clasificación por puntos. Por número de finalistas, es la segunda mejor cosecha española de la historia, sólo por detrás de los 12 de Pekín 2008.
Ana Peleteiro dio un paso al frente en el triple salto femenino y demostró ser un animal competitivo: superó sus marcas personales de la temporada, batió en dos ocasiones el récord de España establecido por ella misma y, finalmente, se llevó la medalla de bronce.
Al éxito de Peleteiro hay que sumarle diplomas olímpicos con gran valor. Asier Martínez, con tan solo 21 años, logró “vengar” la ausencia de su compañero de disciplina, Orlando Ortega, para conseguir ser el sexto mejor vallista en 110 metros. Adrián Ben fue otro de los destacados en el atletismo español; el gallego logró ser quinto (acabó a 57 centésimas de la medalla de bronce) en la final de los 800 metros el mismo día que cumplía 23 años. Cabe destacar también las ilusiones despertadas por Mohamed Katir en 5.000 metros, el quinto puesto de Meechal en 1.500 o el de Ayad Lamdassem en maratón. Y por supuesto a los cuatro atletas que se quedaron a las puertas del podio, cuartos: Eusebio Cáceres (longitud), Marc Tur (50 km marcha), Álvaro Martín y María Pérez (20 km marcha).
Párrafo exclusivo debería merecer en cualquier crónica o análisis la participación de Jesús García Bragado, puesto 35º en los 50 km marcha, que batió el récord mundial de participaciones olímpicas en atletismo, con ocho, y terminó la prueba en condiciones ambientales extremas a los 51 años, requiriendo asistencia médica en la meta.
Honor eterno para el atleta madrileño en sus últimos Juegos.
Las medallas esperadas… Y las sorpresas
Hubo que esperar al segundo domingo de competición para que España celebrase su primer oro olímpico en Japón. Lo consiguió la pareja formada por Fátima Gálvez y Alberto Fernández, el equipo mixto de foso de tiro. A ambos se les habían escapado las pruebas individuales, pero por parejas remataron una de las opciones más claras para la delegación española.
Si había una medalla clara para las filas de España era la de Sandra Sánchez. La número 1 del karate mundial se presentó por primera vez en unos Juegos, ya que la kata solo será disciplina olímpica en Japón como respeto a este arte tradicional nipón. Solo le bastó esta ocasión a la veterana deportista de 39 años para llevarse el oro. Similar fue el caso de su compañero de profesión, Damián Quintero, aunque el también número 1 mundial se tuvo que conformar con la medalla de plata.
Entre los deportistas de la vieja guardia, los piragüistas fueron los que se mostraron más inaccesibles al paso del tiempo. Maialen Chourraut fue medallista en aguas bravas por tercera vez consecutiva, esta vez con la plata, el mismo metal que el K-4 500 de Saúl Craviotto y sus compañeros Marcus Cooper Walz, Carlos Arévalo y Rodrigo Germade. Fue la quinta medalla de la carrera de Craviotto, que iguala en lo alto del escalafón español a David Cal.
Teresa Portela rompió su ‘maldición’ y se hizo con el metal al sprint de la piragua. Después de años de esfuerzo, Ray Zapata se desquitó en el suelo artístico, rozando el oro con un empate técnico. Fue finalmente plata por el criterio del jurado al evaluar por una décima más la dificultad del ejercicio de su rival. La vela fue, una vez más, clave en el casillero español con dos medallas: las conseguidas por Joan Cardena en la categoría finn y por la pareja Jordi Xammar y Nico Rodríguez en 470.
Las grandes sorpresas de la delegación española fueron dos medallas de bronce. La primera la peleó hasta el final David Valero en ciclismo de montaña, por encima de nombres como Van der Poel. La segunda fue la exhibición que Pablo Carreño realizó en el partido de tenis para decidir el tercer puesto del torneo individual masculino. No es sorprendente si se evalúa el nivel del tenista gijonés, pero enfrente se encontraba Novak Djokovic, número 1 del mundo y candidato a ganar el 'Golden Slam'. El español ganó en dos épicos sets para sumar el único metal de la disciplina.
La 'maldición' de los deportes colectivos
Aunque las diversas selecciones españolas han competido con su calidad y ambiciones habituales, las finales perdidas en fútbol y waterpolo femenino confirman una tendencia preocupante en los deportes de equipo, que no alcanzan un oro desde 1996 a pesar de sus victorias en campeonatos mundiales y europeos. La selección de waterpolo masculino, favorita para el oro, lo dejó escapar en el último cuarto de sus semifinales contra Serbia. El meritorio bronce del balonmano masculino eleva el botín de nuestros equipos; todos ellos, menos el de balonmano femenino, pasaron a cuartos, ronda en la que cayeron los dos de hockey y los dos de baloncesto.
Récords y excepciones
La atleta venezolana Yulimar Rojas, autora de un récord mundial estratosférico en el triple salto (15,67), y el estadounidense Caeleb Dressel, que obtuvo cinco medallas de oro en la piscina, contrajeron méritos más que suficientes para ser considerados los reyes de estos Juegos Olímpicos de Tokio, que han sido excelentes en términos de marcas: durante estas dos semanas largas se han batido tres récords del mundo, 12 récords olímpicos y 151 plusmarcas nacionales.
Han sido los Juegos de las excepciones. Se podía contar con que los equipos de Estados Unidos prolongarían sus rachas victoriosas en baloncesto, o con que Eliud Kipchoge revalidaría el título en maratón. Incluso con que Rojas batiría el récord del mundo de triple salto. La previsibilidad no quita mérito alguno a sus gestas. Pero nadie podía imaginar que un italiano ganase los 100 m, que un tunecino se llevase los 400 m libre, que un indio dominase el concurso de jabalina o que Rusia perdiese en gimnasia rítmica. Mucho menos que Simone Biles, la adorada diosa de la gimnasia, se retirase de la competición para proteger su salud mental. O que dos saltadores de altura pactasen compartir la medalla de oro.
El espíritu olímpico hizo su magia para compensar, tras largos meses de incertidumbre pandémica, a más equipos que nunca: 93 países entraron en el medallero final, siete más que en 2016 y 2012, según informa Efe.
Tokio y la organización
Además de por Yulimar o Dressel, estos Juegos serán recordados por los nuevos campeones olímpicos adolescentes vestidos en pantalón vaquero y subidos a un monopatín. Sin embargo, el tremendo esfuerzo del Comité Olímpico Internacional y sus satélites nacionales es también protagonista principal, junto a los atletas, de un éxito organizativo sin precedentes en un evento que sólo fue cancelado en el pasado por las dos guerras mundiales. Según los primeros datos, ha habido sólo algunos pequeños brotes en el seno de la comunidad olímpica, sin ningún contagio a la población local, que ha vivido de espaldas al evento en una atmósfera generalmente crítica por la persistencia del virus.
A pesar de los peores augurios, los Juegos no han resultado en una pequeña catástrofe sanitaria, gracias a la ‘burbuja’ y al buen comportamiento de los deportistas y el personal de la organización. Y si bien las gradas vacías chocaron a la audiencia mundial los primeros días de competición, miles de millones de espectadores han acabado siendo subyugados por la pasión deportiva y los sentimientos nacionales. Si alguien ha pagado las consecuencias de la pandemia han sido los atletas, que no han podido disfrutar el inigualable ambiente de una villa olímpica, y por supuesto los espectadores locales. Siempre que no se vuelvan a repetir, cabe concluir que los Juegos de la pandemia han sido un relativo éxito.
"Más alto, más rápido, más fuerte, juntos". El lema clásico de los Juegos Olímpicos sufrió un cambio, por primera vez, para Tokio 2020. El Comité Olímpico Internacional permitió añadir una palabra a la máxima –traducida de la expresión latina ‘Citius, Altius, Fortius’– para representar el ejercicio de unidad que iba a suponer la celebración de la fiesta olímpica en plena pandemia. Un año después, habiendo sufrido la constante amenaza de una nueva suspensión, los Juegos llegan a su fin: 17 días de competición apasionante, repartidos entre 33 deportes, con más de 11.700 atletas llegados de todo el planeta.
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