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El breve e imprescindible diccionario de nombres y lugares para entender el Clásico
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EL MEJOR PARTIDO

El breve e imprescindible diccionario de nombres y lugares para entender el Clásico

Aquí se repasarán los protagonistas y las historias que han rodeado a este histórico encuentro. El que gane en esta ocasión se colocará como líder de Primera División

Foto: Imagen del último Clásico celebrado en el Bernabéu. (EFE/Juanjo Martín)
Imagen del último Clásico celebrado en el Bernabéu. (EFE/Juanjo Martín)

El Clásico es un partido que siempre deja algo diferente. Un encuentro que paraliza el mundo, porque es seguido en todos los rincones del planeta. En el Santiago Bernabéu, aún no se han olvidado de la derrota de este año (0-4). Y tienen ganas de revancha. El que gane, se llevará el liderato.

El partido tiene su origen en 1943. En torno a él, hay muchísimos protagonistas y muchas historias. Por eso es fundamental consultar este diccionario sobre el encuentro, en el que entenderás mejor qué significa este partido.

placeholder Xavi Hernández, con mala cara después del partido ante el Inter. (EFE/Alejandro García)
Xavi Hernández, con mala cara después del partido ante el Inter. (EFE/Alejandro García)

Xavi Hernández

Fue un hombre pegado a una pelota. Futbolista-símbolo de un estilo, irritaba sobremanera a los blancos en sus declaraciones y en su devenir sobre el césped. No era posible quitarle la pelota ni la razón. Su superioridad futbolística se convertía en superioridad moral cuando hablaba ante los periodistas. Volvió como entrenador y su discurso, antaño firme y claro, es ahora un balbuceo. El catalán presumía de la idea y que esa idea necesitaba haber sido madurada en la cantera barcelonista para funcionar. Ese fundamentalismo, o quizás nacionalismo futbolero, le servía a su Barça para competir, para llegar hasta el final y, a ratos, para levitar sobre el campo. En el equipo actual no queda apenas rastro de aquello. Una leve huella en los extremos tan abiertos y un medio campo móvil y fluido. Su equipo persigue una idea para la que no está preparado. No es un conjunto realista. Pretende un juego alegre, pero no hay alegría en sus jugadores. Intenta presionar y el físico y el ritmo no acuden. Sus mejores momentos son seguidos de derrumbes instantáneos porque el sistema central del equipo es de otro siglo. No ha logrado el equilibrio y la única idea es ya sobrevivir. En la sala de prensa y sobre el campo.

placeholder Lewandowski, Alaba y Raphinha, en el Clásico disputado en verano en Las Vegas. (Reuters/Christian Hartmann)
Lewandowski, Alaba y Raphinha, en el Clásico disputado en verano en Las Vegas. (Reuters/Christian Hartmann)

Origen

Fue en 1943. Un mal año. La posguerra, según casi todos, peor que la guerra. Hambre desatada y odios contenidos. España era un páramo donde la angustia y el recelo habían sustituido al trigo y al sol. Hay una semifinal de Copa del Generalísimo entre el Real Madrid y el Fútbol Club Barcelona. En tierras catalanas pierde el Madrid 3-0. La actitud del público es decididamente agresiva contra el equipo de la capital. El régimen hace continuamente propaganda sobre la fraternidad de los pueblos de España y ese recibimiento poco cariñoso desmiente la historia oficial. Una semana después, la prensa madrileña calienta los ánimos de la afición. Hay algo de rivalidad entre ciudades y un mar de fondo que es la cuestión nacionalista. Se venden pitos a los aficionados del Madrid. Comienza el partido y el ambiente es de calamidad pública. El presidente del Barça es escupido e insultado en el palco. Llueven objetos contra los jugadores azulgranas, que están intimidados. La primera parte acaba con un 8-0 a favor de los merengues. Los jugadores del Barcelona se niegan a salir al campo y son visitados por un militar que les deja un siniestro recado. El partido acaba con 11-1 y el presidente del Barcelona dimite a continuación. El del Madrid es obligado a dimitir. El régimen no tolera salidas de tono. La rivalidad entre dos clubs de dos grandes ciudades se había convertido en algo más. Una mitología —el victimismo blaugrana— que se renueva cada generación.

placeholder Ancelotti da instrucciones a sus jugadores en el último partido de Champions. (Reuters/Vincent West)
Ancelotti da instrucciones a sus jugadores en el último partido de Champions. (Reuters/Vincent West)

Ancelotti

No es un demiurgo ni un profeta. No hay una idea, una filosofía, que sustente su trabajo. Sus gestos no crean escuela. Solo levanta una ceja, mira y extiende su manto sobre el equipo. Y todo funciona. Así como Xavi ha dejado a Busquets solo antes su decadencia, Carletto, construye alrededor de Modric y de Kroos un sistema flexible de ayudas y extensiones quirúrgicas que les alarga la edad y les guarda la magia. Trabaja con lo que le dan, como los viejos maestros artesanos. El protagonismo es de los futbolistas, como siempre debió ser. Es el último de esa estirpe y nadie se lo reconoce. Por eso, sabe que, como al Madrid, solo le cabe ganar.

placeholder Pep, en su etapa como entrenador del Barça. (EFE/Enric Fontcuberta)
Pep, en su etapa como entrenador del Barça. (EFE/Enric Fontcuberta)

'La Manita'

Resultado fetiche del Clásico desde que Johan Cruyff se lo endosó al Madrid y comenzó la Transición. Hay una cláusula secreta en la Constitución; si el Barcelona gana por más de cinco goles de diferencia, Cataluña se independizará inmediatamente. Jorge Valdano le dibujó a los azulgranas una manita en la cara y Raúl finiquitó al Barcelona de Frank Rijkaard con un 4-1. Pero las goleadas que más han resonado son las catalanas. En los años de Guardiola ni siquiera se podía encender la televisión. Era un cinco-cero continuado. Todo, desde la política hasta el estilo de los clubs, remitía a esa victoria abrasadora del Barça de Pep que buscaba no solo someter, sino destruir. Acabar de una vez con el mal tal que si se estuviera viviendo una película fantástica. El Madrid nunca ha buscado eso, consecuencia de tomarse el clásico con una cierta distancia política e histórica. Incluso el año pasado, con un Barcelona fresco, pero tierno y un Madrid que se perfilaba para la historia, el resultado fue de un 0-4 para los azulgranas, tan absurdo que nadie se acuerda ya. Pareció incluso que comenzaba otra era donde ese partido carecía para los merengues de importancia. Quizá sea Madrid la que se ha independizado del relato español y busque otros horizontes, políticos y deportivos.

placeholder Ronaldinho, en su etapa en Barcelona. (EFE/Javier Lizón)
Ronaldinho, en su etapa en Barcelona. (EFE/Javier Lizón)

Brasil

En aquellos días los brasileños eran cosa del Barcelona. Primero fue Romario y su cola de vaca al pobre Alkorta. Luego llegó Ronaldo Nazario, la poética de la favela alimentada con energía atómica. Rivaldo fue el siguiente, siempre llovía cuando el Madrid lo enfrentaba. Imposible de atrapar, sinuoso y con una pierna izquierda con una potencia irracional. Ronaldinho llegó con Rijkaard y bailó al Madrid provocando un aplauso espontáneo en el Bernabéu que todavía duele. Brasil se fue agotando y se especializó en extremos, en cañoneros o en laterales. Hasta que Neymar surgió con todos los hados de su parte. A las órdenes de Messi, el estadio no caía en ningún embrujo cuando cogía la pelota. Era un buen jugador más. No daba miedo. Y la fuente se secó.

Ahora la Ciudad de Dios está de parte del Madrid. Vinícius y Rodrygo. Vinícius es un cristo alegre, negro e imperfecto que llega a la verdad por caminos insondables. Nadie puede pararlo porque es él el que se para, rodea la jugada y comienza por el otro lado. Rodrygo juega muy serio, como los niños cuando se ponen. Qué bien, qué fácil lo hace Rodrygo, uno de los exquisitos con mayor economía de gestos que se han dado. Su huella siempre es levísima y profunda. Una nueva forma de ser brasileña. Más horizonte que playa.

placeholder Lewandowski habla con sus compañeros después de empatar ante el Inter. (Reuters/Albert Gea)
Lewandowski habla con sus compañeros después de empatar ante el Inter. (Reuters/Albert Gea)

Gol

Lewandowski. Quizá el jugador que llega más en forma al Clásico. El Barcelona tiene por una vez una bestia muy propia del Madrid: alguien capaz de convertir los desiertos en goles y de marcar en pleno delirio agónico. Podremos contestar a una pregunta: si Lewandowski choca con un edificio, ¿quién cae? Porque lo veremos chocar con Tchouameni. Ni Alaba ni Militao tienen la coraza suficiente para aguantar al polaco. Benzema —en el lado blanco— ha pasado por un mes pedregoso. Lesionado o con la cabeza puesta en el balón de oro, anda algo desacompasado con el equipo y con el gol. Pero es Benzema y es suficiente con que despliegue sus alas durante un instante para convertir en cenizas la defensa contraria.

placeholder Pepe hizo una buena pareja junto a Ramos en el Madrid. (Reuters/Vincent West)
Pepe hizo una buena pareja junto a Ramos en el Madrid. (Reuters/Vincent West)

Centrales

Un central del Real Madrid tiene un componente político-social para un blaugrana que acaba expresándose en el clásico. Aquel Fernando Hierro con una severidad y unos modales autoritarios que infundían pavor en los rivales. Luego fue Pepe y su vena psicótica, que se aceleraba cuando los pequeños genios de la masía tergiversaban a su lado con el balón. Ramos siempre ha entrado a caballo en los Clásicos. A veces fue toreado y otras se impuso sin ninguna delicadeza. Militao es de esa estirpe que provoca miedo y rencor en los rivales, pero todavía no tiene una estatua en Barcelona de esas que se construyen solo para ser derribada y bailar sobre los cascotes. De entre los blaugranas queda Piqué como fetiche de una época gloriosa. Es un jugador que se convirtió en una leyenda instantánea y poco a poco él mismo se ha encargado de sabotearla. Está lento, muy lento y hace cosas absurdas sin conexión con el partido, como si lo enfocara una cámara con el que rueda un documental sobre sus últimos años.

placeholder Oriol Junqueras y Carles Puigdemont, juntos en un acto de la Generalitat. (EFE/Alejandro García)
Oriol Junqueras y Carles Puigdemont, juntos en un acto de la Generalitat. (EFE/Alejandro García)

Política

Después de la sobredosis del 'procés', la nación parece haber abandonado al Barcelona. Se vislumbró el Nirvana con Guardiola y ahí quedó, como un confín de victoria y maravilla que iba a ser la música militar de una nueva nación. Todo eso está ahí resguardado en la memoria de una generación, quizá latente, pero la realidad es otra. El Barça ya no defiende ninguna idea noble ni su estilo enamora al mundo. Messi es el soldado mejor pagado del petróleo y Guardiola piropea al Real desde su castillo en las tierras altas de Inglaterra. Detrás de los blancos cuesta encontrar a España. No hay excitación nacionalista ni visiones enfrentadas. Al parecer, y por una vez, será solo fútbol. La pelota, el césped (que esperemos sea del agrado de Xavi) y un montón de hierros apilados al que siguen llamando el Santiago Bernabéu.

Eso es todo.

El Clásico es un partido que siempre deja algo diferente. Un encuentro que paraliza el mundo, porque es seguido en todos los rincones del planeta. En el Santiago Bernabéu, aún no se han olvidado de la derrota de este año (0-4). Y tienen ganas de revancha. El que gane, se llevará el liderato.

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