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Madrid y Manchester City reinventaron el fútbol en la ida y lo harán de nuevo en la vuelta
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Ángel del Riego

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Madrid y Manchester City reinventaron el fútbol en la ida y lo harán de nuevo en la vuelta

Todo acabó y todo está por empezar. Las lecciones del partido están claras. Los límites del City, también. Dos equipos que se pueden hacer tanto daño como dos enamorados

Foto: Ancelotti y Guardiola se saludan. (Europa Press)
Ancelotti y Guardiola se saludan. (Europa Press)

Todo lo imaginado en la previa no valía absolutamente para nada. El minuto de silencio limpió las conciencias y los televisores; ahí estaba el Bernabéu, cerrado, sellado como la cámara secreta de la Pirámide de Guiza. No había cielo sobre nuestras cabezas quizás porque Florentino ha decidido que el único cielo esté en el campo. Un campo engalanado para la novia oscura del madridismo: Pep Guardiola, ligeramente sobreactuado en su saludo a Carlo Ancelotti, como un modelo que saliera a recoger un premio por su belleza y se lo dedicase a la lucha contra la extinción de las ballenas.

Eran Pep y Carlo. Los dos mejores entrenadores del siglo XXI, tan diferentes que ni siquiera son opuestos. El uno ha fundado un culto mistérico que intenta controlar hasta la última gota de la sed natural del hombre por el azar. El otro se hace fuerte en el caos, lo bendice desde su conocimiento minucioso del ser humano y deja a sus jugadores gran libertad mientras se atengan a unos principios éticos y a ciertas líneas generales que aguardan en el interior del jugador.

Comenzó el partido no como una suave conversación que va cogiendo tono, sino como una agria disputa por la posesión del balón. La pelota fue rápida y volvió rápida. Tchouaméni hizo una falta y se llevó una tarjeta amarilla. Bernardo Silva soltó entonces un zarpazo que le dio al madridismo de lleno entre los ojos. No hubo advertencia previa en absoluto. Fue ese gol absurdo que sólo Guardiola sabe que el Madrid lleva dentro. Porque contra Pep siempre hay una calamidad esperando.

Lunin como un portero mediocre y Tchouaméni como el señor que llegará tarde a su propio funeral, quedaron señalados. Dio igual. Inmediatamente comenzó una fortísima balacera como si dentro del Bernabéu hubiera una acelerador de las cosas, una máquina cuántica en el subsuelo geométrico del estadio.

placeholder Camavinga, durante la semifinal. (Europa Press)
Camavinga, durante la semifinal. (Europa Press)

Camavinga

El chico francés no cambia nunca el rictus. Es joven pero su efigie es imperturbable. Ya ha sido castigado y ha logrado la gloria. Quizás no tenga edad, como Modric, como Casemiro, como algunos jugadores que parecen desgajados de los muros de piedra del antiguo Bernabéu.

Se sabía que el City nada podía hacer contra sus estampidas y así fue. Cogió el balón, se echó a correr y soltó un latigazo entre un bosque de piernas. Fue gol, el empate, todo el estadio levitó unos segundos y el partido comenzó de nuevo.

placeholder Rodrygo fue titular en la ida. (Europa Press)
Rodrygo fue titular en la ida. (Europa Press)

Rodrygo

Había alguien por la izquierda que no era Vinícius. Era el otro brasileño, el que no levanta pasiones ni odios y siempre parece recién fichado. Era Rodrygo Goes, al que Vinícius mandó al espacio con una pelota venenosa donde se vio muy bien la perla y la espina de Rodrygo. Su velocidad no es tanta como parece, porque su escaso cuerpo no resiste los empujones de la bestia. Pero sus pies hablan un lenguaje superior, y así fue esta vez, donde un defensa enorme le alcanzó y Rodrygo tuvo que frenar y esperarlo y allí en lo íntimo del área hizo una miniatura digna de un poeta simbolista. Fue un gol tocado y entre las piernas, que entró lento como si fuera parte de un ensueño, que era el sitio donde el partido estaba plenamente instalado.

Rodrygo de repente pasó de joven promesa a veterano. Se cargó de memoria. La Copa de Europa ganada en parte con sus goles, se hizo visible en su seriedad y en su mirada. Y anduvo todo el partido por una ciudad metafísica paralela al partido, que es la de muchos grandes jugadores blancos.

placeholder Bellingham dialoga con Haaland. (Europa Press)
Bellingham dialoga con Haaland. (Europa Press)

Bellingham y Vinícius

Habían sucedido tantas cosas desde el principio del partido que no había más recuerdo que ese césped, esos jugadores y una pelota a vida o muerte. El Bernabéu y su cierre hermético cumplía su función. Aislar el rito del flujo contemporáneo, desplazarlo de la vida cotidiana para así convertirlo en memoria. Se podría decir que el Madrid engendra más historia de la que puede asimilar. Y todo el encuentro fue un brindis a esa expresión.

El equipo de Ancelotti había cogido el partido por los bordes, como si fuera un mantel y lo estuviera sacudiendo. Se situaba en tres cuartos y era inamovible de allí. Las pocas veces que presionó la salida del city, fueron en las que el el City —el mejor equipo del mundo sacando el balón— consiguió hacer algo parecido a una ocasión. Pero era Kroos quien marcaba los vientos del partido con la alianza de Camavinga y Fede, dos jugadores como dos punzadas de dolor para el adversario que los sufra, contra los que el City no tiene antídoto.

A Vinícius, sin embargo, no parecía que el partido le hubiera alcanzado. No es fácil saber por qué. Quizás su posición —más centrada— le hacía sentirse incómodo. Quizás le llegaron un par de pelotas demasiado fáciles y el brasileño está hecho para lo imposible. Ya le hemos visto en esas. Balones botando en el área que para los delanteros sin alma del resto de los equipos son un caramelo que nunca desaprovechan, para Vinícius están fuera de su radar y las suele mandar al tercer anfiteatro.

Foto: Arda Güler, siempre en el banquillo. (AFP7)

También pasaba que en el partido que Ancelotti había ideado, Vinícius y Bellingham se entendían en la media punta para matar en todas direcciones. Pero nunca se encontraron. El partido de Bellingham fue opaco, casi inexistente en lo futbolístico aunque desesperado en su desgaste físico. Corrió más que nadie e hizo menos que ninguno. Siempre fuera de posición, sobrepasado por la emoción del encuentro, tuvo una pelota en la segunda parte donde por un instante no había portero y no tiró. No estaba dentro del flujo, no tenía confianza. No tiró y se fue hacia el área, hizo dos recortes y un tiro sin maldad, hecho para cubrir el expediente.

Hizo demasiados gestos, señal de que su energía no estaba en el partido. Corrió demasiado, señal de miedo, porque se corre para huir de uno mismo y acallar los remordimientos. Bellingham debe ser estoico y guardarse su rabia para lo concreto. Fede y Camavinga no mueven una ceja y luego tienen explosiones que rompen el partido por la mitad.

Jude es demasiado joven para ser el elegido. Todos esos ojos encima, ojos que están vivos y murmuran. Eso modifica cauces y quiebra el metal por la mitad. Será la incógnita de la vuelta. La ecuación que debe ser despejada. Casi todos los planes del Madrid, pasarán por él.

placeholder Guardiola da instrucciones en la banda. (Europa Press)
Guardiola da instrucciones en la banda. (Europa Press)

Guardiola

Tras el descanso, Guardiola hizo su magia. De repente no había espacio ni tiempo, la pelota hería en los pies de los jugadores blancos y el partido era una avalancha sin respiro. En realidad el Madrid seguía teniendo los ases de su parte. Sus salidas eran quirúrgicas y de un peligro muy real. Pero cada vez estaba más replegado y Vinícius falló un balón demasiado claro. Mala señal en Champions, una de sus leyes es que el exceso de piedad, se castiga inmediatamente.

El equipo español parecía cansado. ¿Lo estaba o era otro truco del catalán?

Pep lleva siempre al límite a los rivales. Es lo que se ve y es lo que se imagina. Es muy bueno entre otras cosas porque te hace creer lo que no es. Que su equipo es invencible o que no puede jugar peor que el adversario. Castiga tu mente antes de tu cuerpo. Y eso le pasó al Madrid. Se fue abotargando y convirtiéndose en un ejército pequeño alrededor de su portero. Y ahí es donde pesa Haaland, todo el partido vencido por Rüdiger, en un duelo sísmico, pero que hace que los centrales se hundan demasiado en el área. Centrales hundidos y la ausencia de Casemiro.

Foden recibió en su salón del trono, la media corona del área, y ejecutó con un tiro deudor de aquellos trallazos de Rivaldo.

Al City le falta talento individual. Prima el control, nadie desborda. Grealish lleva la pelota al pie y Bernardo es un diablillo, pero ninguno se va de verdad. Son todo movimiento, maniobras orquestadas y tras la Champions del año pasado, al sistema le han añadido la tranquilidad de quien tiene ya su sitio en la historia pero quiere mucho más.

placeholder Foden fue protagonista en la ida. (Reuters/Vincent West)
Foden fue protagonista en la ida. (Reuters/Vincent West)

Como al City no les sobra velocidad ni desborde individual, Guardiola lo cambia por tiro desde la frontal. Halland hunde al equipo y ellos matan desde la línea de tres.

Al poco marcó Guardiol en una jugada muy parecida, algo más escorado, algo más milagroso, pero un madrid demasiado replegado y unos jugadores celestes que creen que cualquier cosa pueda ser posible. Grealish y su media sonrisa fueron la máscara del City. Lo que los hace más peligrosos. Tranquilidad y autoconfianza. Sistema y ritmo del partido. Mientras, el Madrid se reconcomía por dentro.

También hay truco aquí puesto que la mayoría del partido se jugó con los blancos dictando las normas. Por eso Guardiola apareció tan resplandeciente en la sala de prensa. Estaba aliviado y la narrativa del encuentro que iba a venderles a sus jugadores era que ellos tuvieron el dominio y el ritmo, con momentáneos arreones madridistas que son imposibles de preveer.

Tras el segundo gol, el estadio se quedó helado. Ese silencio hecho a conciencia donde la vida no parece posible. Muchos aficionados deseaban estar en casa abriéndose la cabeza con un destornillador o ayudando a sus hijos en los deberes, tanto da. La sensación de muerte era inminente. No había oxígeno ni piedad, y las guerras que salen en las noticias parecían lugares saludables al lado de lo que iba a pasar en el césped.

placeholder Rüdiger aplaude la intervención del equipo. (EFE/Rodrigo Jiménez)
Rüdiger aplaude la intervención del equipo. (EFE/Rodrigo Jiménez)

Jerarquía

Al Madrid le falta jerarquía y la necesita porque ellos tienen el sistema.

El Madrid se ha impuesto siempre por media docena de hombres superiores. Raúl, Roberto Carlos, Redondo, Hierro, Ramos, Cristiano, Marcelo, Modric, Casemiro, Karim. Es un club de hombres con un destino. Son jugadores que a partir de un momento logran mirarle al sol a los ojos. Es jerarquía y los campeones de Europa la han tenido por toneladas. A este Madrid le falta eso (todavía). Son jóvenes, ganaron la Champions demasiado pronto y con un hombre-sistema, Karim Benzema que comprimió la historia a su favor.

Fede y Camavinga están muy cerca de la línea escarchada. Rodrygo quizás ya la traspasó. Vinícius entra y sale, porque su personalidad, como la del primer Cristiano es refractaria a todas las leyes del madridismo.

Hay un ausencia que es la de Casemiro. Son ya dos años pero se le sigue echando de menos. No hay por tanto, un centro de mesa que sea origen y razón. Y el Madrid, tan propenso a los momentos de relax, a las pequeñas catástrofes, al caos y al desorden, necesita de un jugador que clave la bandera justo en el círculo central y que ordene al resto a su alrededor.

Por lo menos hasta que esta generación se acabe de decantar. Quizás surjan entonces otras formas de dominio.

placeholder Modric charla con el colegiado. (EFE/Rodrigo Jiménez)
Modric charla con el colegiado. (EFE/Rodrigo Jiménez)

Modric y los cuerpos celestes

El City comenzó a jugar a la comba con el Madrid mirando sin aparente energía. Habían pasado demasiadas cosas y muchas de ellas perversas. Malo, malo, que diría un niño chico.

Entonces apareció Modric y pareció un enviado de los cielos. Los blancos se ordenaron alrededor de su mirada y comenzaron a avasallar el área de los ingleses. Es tal la dimensión de Luka, que el partido cambió radicalmente de registro cuando él cogió la pelota. Ya no era el ritmo del City ni el de los interiores furiosos del Madrid. Era su propio ritmo. Ese lenguaje que le sale de dentro y no tiene parangón en la historia del fútbol.

Por fin el Madrid descansaba con la pelota, tomaba aire y se disponía a un último esfuerzo. El resto del campo se había oscurecido. Luka iba de aquí para allá, atareado e inmune, jugando con esa mezcla de desgarro y humildad que parece sacada de una fábula infantil.

El City ya andaba arrejuntado en su área, sitio donde es muy vulnerable y Vinícius oteó por el otro lado del campo la cabalgada de Valverde. Allá le puso un balón desde los cielos y Fede la rompió con el ansia de los hambrientos. Fue ese gol gritado con la boca tan abierta que sana, que limpia, que pone todo en su sitio de nuevo. Fue el 3-3, puro Mindfulness. Vivir el momento como sólo lo viven los volcanes cuando les da por escupir lava ardiendo.

Foto: Los brasileños dinamitaron al Manchester City. (EFE/Kiko Huesca)

Todo acabó y todo está por empezar. Las lecciones del partido están claras. Los límites del City, también. Dos equipos que se pueden hacer tanto daño como dos enamorados, quizás más el Madrid al City que viceversa. Pero uno de ellos, el City, está totalmente decantado, y el otro -el madrid- está reordenándose alrededor de una nueva idea que sólo se vislumbra.

Carlo no va a cambiar nada. Donde Tchouaméni pondrá a Nacho y el resto seguirán en sus posiciones. Ellos tendrán al público de su parte pero nosotros tenemos al Luka del minuto 70. Esté como esté el partido, eso será como si James Stewart entrara a saludar en un western contemporáneo.

El único hombre que queda capaz de parar el tiempo y dialogar con la eternidad. Y sigue vistiendo de blanco.

Todo lo imaginado en la previa no valía absolutamente para nada. El minuto de silencio limpió las conciencias y los televisores; ahí estaba el Bernabéu, cerrado, sellado como la cámara secreta de la Pirámide de Guiza. No había cielo sobre nuestras cabezas quizás porque Florentino ha decidido que el único cielo esté en el campo. Un campo engalanado para la novia oscura del madridismo: Pep Guardiola, ligeramente sobreactuado en su saludo a Carlo Ancelotti, como un modelo que saliera a recoger un premio por su belleza y se lo dedicase a la lucha contra la extinción de las ballenas.

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