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El Giro en los Apeninos: cuando la leyenda de Fausto Coppi nació en Abetone
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Historias de la 'maglia' rosa

El Giro en los Apeninos: cuando la leyenda de Fausto Coppi nació en Abetone

Leyendas, lo que se dice leyendas, habrá ocho o 10 en toda la historia de este bendito deporte. Una de ellas se llamaba Fausto Coppi, icono del ciclismo italiano

Foto: Fausto Coppi, leyenda del ciclismo italiano. (Archivo)
Fausto Coppi, leyenda del ciclismo italiano. (Archivo)

Anda estos días el Giro dando vueltas de un lado a otro por los Apeninos, como si fuera Marco buscando a la madre. Hemos tenido lo de Campo Felice, lo de Castel di Sangro, también Foligno, Ascoli Piceno o Guardia Sanframondi. Que merece la pena decirlos todos, porque los nombres italianos suenan así, como a ganas de vivir la vida y tomarse cafés riquísimos de un trago.

Anda el Giro, decía, por los Apeninos. Cercanías de Florencia, además. Y allí de ciclismo saben un rato. Tienen historias, a montones. De Médicis, y Savonarolas (ay, Savonarola, qué inmenso payaso... y sus émulos peor), de catedrales que son alucinantes... pero también sobre bicis. La más grande de todas, quizá. Y mira que llevamos siglo y pico con esto de la Corsa, pero... Nada menos que el nacimiento de una leyenda. Una de verdad, que ahora hay leyendas tras cada etapa con final en alto. No, no... leyendas, lo que se dice leyendas... ocho o diez en toda la historia de este bendito deporte.

Y Fausto Coppi aparece en esa lista, claro.

Foto: Bernal, celebrando su liderato. (Reuters)

Aquel 29 de mayo, año 1940 (miércoles, por si quieren el dato) Fausto Coppi observa la arquitectura de Florencia. Es ciclista. Jovencillo, cuerpo delgado y zancudo como una cigüeña de mal pulso. Es, también, un conscripto con permiso especial para poder correr esa carrera, porque anda Italia preparándose para lo que nadie quiere prepararse, y está el reclutamiento forzoso de un forzoso grandísimo. Pero bueno, que a él lo han dejado que haga sus cosas, porque tiene futuro, y además lleva el maillot más prestigioso de toda la Bota. Ese verde botella con mangas rojas, palabra 'Legnano' en el pecho. Joder, no hay nada tan viril y patriótico como eso (salvo, quizá, el mentón fantochesco de Mussolini), con su Federico Barbarroja huyendo con el rabo entre las patas, sus ciudades pasándole la mano por el morruco a los Hohenstaufen y sus 'Canto degli italiani' (demasiado optimista en lo cronológico, añadimos). Pero vamos, que mola y ennoblece, el color Legnano.

Encima lo está haciendo bastante bien. Fausto Coppi, decimos. Nada menos que tercero en la general cuando va ya media prueba. Sí, sí. Primero Enrico Mollo, segundo Severino Cavanesi, tercero Fausto Coppi, por debajo de los tres minutos. No está nada mal, que su labor era otra. Gregario puro y duro. El chico apunta alto, pero es que, claro... Por delante tiene al mejor ciclista que hay. Quizá el mejor que haya habido. Así, sin paños calientes, seamos serios. En aquel tiempo Gino Bartali era Dios (solo que a él eso le hubiese parecido muy sacrílego, así que lo retiramos).

Foto: La increíble historia de Dieter Wiedemann en la Carrera de la Paz.

Un aparte. Gino Bartali es otra de esas ocho o 10 leyendas de siempre. Ya ven, cosa seria lo que contamos hoy.

¿Invencible? Bueno, a veces lo pareció. Para entonces lleva ya Bartali un par de victorias en el Giro, también Tour de Francia. Más cositas. Dos San Remo. Tres Lombardías (seis podios consecutivos). País Vasco. Otro triplete en el Campeonato de Italia, qué bonita la 'tricolore'. Ya ven, fruslerías. Sumen el Tour de 1937, que lo tenía encaminado antes de despeñarse torrente abajo allá en el Couleau. Vamos, que dominaba de lo lindo. Tenía buenas piernas, mala hostia y suerte divina, que para eso rezaba a diario (claro que el muy truhan también salía a entrenar un montón, así que tanta confianza no tendría en la ayuda de suso). Pero, a veces, el destino se te cruza.

placeholder Fausto Coppi, durante un ataque. (Archivo)
Fausto Coppi, durante un ataque. (Archivo)

El destino o un perro, vaya. Fue bajando el Passo della Scoffera, camino de Génova. Gino cae, nadie sabe qué ocurre, cómo está. El fémur roto, dicen aquellos, un hombro fuera de sitio, responden los de más allá. Se lo ha colocado él mismo, fíjate qué duro es. En fin, leyenda y realidad. Debió ser serio, porque los médicos dicen que abandone inmediatamente la carrera. Bartali, toscano sardónico de sonrisa tosca, escupe. Yo no me marcho. Sube a la bici, insulta al puto perro (a esas alturas estaría ya por Niza, más o menos) y reemprende la marcha. Pierde una minutada en meta. Día aciago para el equipo Legnano, porque ni siquiera pudieron ganar la etapa. Pavesi, el director, animó a un joven gregario de Bartali que anda filtrado en escapada. Tira, tira, a ver si al menos arreglamos la tarde. Pero nada, segundo. A Fausto Coppi lo adelanta Pierino Favalli, esprint poderoso. Mismo tiempo que el primero en la general, pero tercero por puestos. Tampoco 'maglia'. 'Cazzo'.

Pavesi, a quien llaman 'el Abogado', mastica futuros. Sabe lo que lleva entre manos, sabe lo que va a pasar más tarde. Que espere. Ya vendrá todo. Todo.

Foto: Jiménez y Heras, durante la primera subida al Angliru. (EFE)

Eberardo Pavesi es una de esas historias que el tiempo parece haberse llegado. Ciclista profesional a principios del siglo XX, si es que eso significaba alguna cosa entonces. Dos veces segundo en el Giro, ganador en 1912, aquella edición tan raruna donde se corrió por escuadras. Vestía colores de Atala junto a Luigi Ganna, Giovanni Micheletto y Carlo Galetti. Luego se retiró (la Primera Guerra Mundial ayudó bastante) y empezó a dirigir. Legnano. Aguantó allí un ratuco bastante largo. A ver, cómo decirlo... se pone tras el volante para seguir a 'maglias ramarri' en 1921 y la jubilación le llega... en 1966. Ya ven, 45 añitos. Ochenta y tres suma durante su última temporada en activo. Enciclopedia ciclista que vive y respira. ¿Victorias? Pues bastantes. Tantas como para ser considerado el director más exitoso de todos los tiempos. Veamos. Catorce Giros de Italia (trece de sus primeras veinte participaciones como mánager), dos Tour de Francia, ocho San Remo, doce Lombardías. Ciento veintitrés etapas vencidas en la Corsa Rosa. Vamos, no me digan que no es alucinante...

Bueno, pues este Pavesi confía, confía ciegamente en aquel chavalín que parece hecho para cualquier cosa que no sea el deporte. Sabe de su potencial. Se lo ha dicho Cavanna, se lo ha confirmado más gente. Y espera.

Sucede camino de Módena. Etapa once. Saliendo desde el mismísimo hogar de Gino Bartali. Que ha perdido aún más tiempo, que ya no cuenta. No se llevan demasiado bien el joven y el líder. Demasiado distintos. Gino vocifera, hace aspavientos, impone de hecho y palabra. Coppi, rostro de melancolía trémula, asiente en silencio. Sí, Gino. Claro, Gino. Haré lo que dices, Gino. Más que aconsejar, el toscano parece marcar un camino recto. Pero lleva tantas curvas la bici...

Foto:

Sendas clásicas. Desde varios puntos de vista, claro. Terreno sacro para el Giro, espacios donde el Renacimiento te salta a los ojos, hop, tras cada curva. Y lo otro. Por allí se hizo la primera carrera de velocípedos que jamás vio Italia. Al menos en ruta. Fue la Firenze-Pistoia, año 1870, nada menos. Dos de febrero, por aprovechar el fresco. Ganó Rynier van Nest, un yanqui, que ya es mala suerte. Su media apenas superó los trece kilómetros por hora.

(Si quieren verlo de otra forma, la primera carrera italiana de ciclismo en ruta se celebró antes de que Italia fuese Italia, porque aún quedaba Roma por conquistar. No me dirán que no es sintomático).

La etapa tenía su miga, no vayan a creerse. Primero llaneaba hasta Pistoia, luego subía el Passo Prunetta, después Opio. Descenso, La Lima, trepar hasta el Abetone, el puerto más duro de la jornada. De allí hasta Módena... más de cien kilómetros, Barigazzo, Monfestino asomando ya hacia la llanura. Dos mil y pico metros de desnivel. Aún hoy, terrenuco para jugar a ciclistas. Y aquel día jugaron. Vaya si jugaron.

Coppi, sobre todo.

Foto: Miquel Poblet, el primer español en enfundarse el maillot amarillo del Tour. (EFE)

Un milagro, quizás. Atravesando la niebla, celliscas que traen copitos blancos, rostro tranquilo, marrón. Pavesi piensa, apuesta. Libertad. Coppi, como han hecho siempre los grandes, aprovecha la primera oportunidad que tiene. Un demarraje, otro, otro más. En Abetone. Cada vez más fuerte, cada vez más violento. Hasta que se va solo. Restan ciento y pico kilómetros a meta. En Módena logra su primera victoria como profesional, su primera 'maglia' rosa. Es el comienzo de algo, de algo grande. Bartali lo felicita entre sombras de rencor, porque Bartali es listo y sabe que aquello representa más amenaza que alegría en su hogar. Coppi ha sacado casi cuatro minutos a todos sus perseguidores. En ese grupo entra Gino. No relevó ni una vez, porque Pavesi manda. Pero yo soy más fuerte, piensa. Pero yo pude, piensa.

Pasaron más cosas en aquel Giro. Cómo no, con esos protagonistas, ¿verdad? Estuvo lo del veneno. Cómo... ¿no lo sabían? Sí, sí, justo antes de la primera jornada dolomítica, la que llevaba ciclistas hasta Pieve di Cadore. Al menos eso decía el de Castellania. Otros, maliciosos, comentaban que oye, no me cuadra, lo que pasa es que se ha hinchado a comer temiendo desfallecimientos y... en fin. Pecadillo de novato. Vomitonas en las cunetas de alta montaña, a tomar por culo el Giro, tendrás más oportunidades en años siguientes. Solo que no. Bartali espera, Bartali consuela. Tranquilo, Fausto, no te pongas nervioso, los pillamos, como me llamo Gino que los pillamos.

Casi. Entraron a un puñado de segundos, nada por lo que lamentarse. Peligro que se fue. Ambos sonríen, satisfechos. El viejo con esa socarronería tan suya, con ese “mira, yo es que me las sé todas” de colmillo afilado. Coppi, tímido, asiente y responde amable. Queda aún la etapa más difícil, pero todos saben lo que está a punto de ocurrir.

placeholder Fausto Coppi, en plena carrera. (Archivo)
Fausto Coppi, en plena carrera. (Archivo)

El primero Pavesi, que por eso tiene el culo pelado de ver ciclistas, campeones y situaciones. Uno no dirige a Binda (con lo que era Binda, y lo complicado que resultaba pillarlo en la cama por las noches) sin firmar un máster en el asunto. Por eso el día de Ortisei Pavesi se adelanta al pelotón. Aquella jornada es corta, solo 110 kilómetros, pero los ciclistas van a afrontar tres dificultades jamás subidas en el Giro. El Falzarego, el Pordoi, Passo Sella. Los mismísimos Dolomitas que asoman, dientes afilados, respirar de depredador al acecho frente a aquellos hombres tan pequeños. Algunos, claro. Otros... gigantes. Pavesi se adelanta, digo, y llega hasta la cima del Falzarego, primer puerto del día. Allí hay un pequeño refugio, uno de esos con techos muy inclinados para cuando carga la nieve. Que carga... no vean ustedes si carga. Bueno, pues Eberardo entra a la casita, pone unas liras sobre la barra que tienen allá. Te dejo dos cafés pagados para mis chicos, dice al dueño. Y el otro, 'bellunese' de pocas palabras y muchos silencios, lo mira. Y cómo sabré que son los suyos. Pavesi carraspea, mastica sonrisillas. Oh, es fácil. Uno lleva la 'maglia' rosa, otro va vestido con la 'tricolore'. Ah, y llegarán aquí los primeros.

Pasó, claro. Escapada desde el principio, todas las curvas, todas las pendientes que sucumben ante aquellos dos hombres. Los dos que serán uno en adelante, de todas esas veces que se dirán seguidos. Cuentan que, si Coppi desfallece subiendo Pordoi, si Bartali lo espera. Cuentan que si Bartali se equivoca en un cruce bajando Sella, si Coppi está tentado para marcharse solo, si es el mismísimo Pavesi quien debe poner orden. Al final... frenos, Gino vuelve, gana en Ortisei con el chavaluco a rueda. El siguiente, dos minutos más tarde. El séptimo por encima de los seis. Seguramente aquel día entendió Eberardo que un mismo equipo era demasiado pequeño para aquellos dos monstruos. Hasta un solo país, claro, se les iba a quedar chico...

Fin. Última etapa, Verona y Milano. Allí Coppi cree que ha logrado el parcial, solo para darse cuenta de que falta una vuelta al velódromo. Hace segundo, tras Adolfo Leoni, Gino Bartali. Gestos, desafíos en la distancia. “Ganó el Giro gracias a mí”, dice el de Toscana. Coppi se limita a sonreír. Ya habrá tiempo de que hablen las piernas. Tienen toda la vida por delante, jamás nadie ganó el Giro a tan corta edad. Es nueve de junio, año 1940.

Foto: La increíble historia de Dieter Wiedemann en la Carrera de la Paz.

Al día siguiente Mussolini sale al balcón del Palazzo Venezia en Roma y empieza a decir gilipolleces con el mentón en alto. Italia entra en la Segunda Guerra Mundial.

El día 11, apenas dos después de ganar el Giro, Fausto Coppi es llamado a filas. Ya no es ciclista de éxito, sino el soldado número 7375 del Cuerpo de Infantería...

Historias.

Anda estos días el Giro dando vueltas de un lado a otro por los Apeninos, como si fuera Marco buscando a la madre. Hemos tenido lo de Campo Felice, lo de Castel di Sangro, también Foligno, Ascoli Piceno o Guardia Sanframondi. Que merece la pena decirlos todos, porque los nombres italianos suenan así, como a ganas de vivir la vida y tomarse cafés riquísimos de un trago.

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