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Juan José Moral, el primer vencedor español en el 'Tour comunista'
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un viaje y un triunfo para la historia

Juan José Moral, el primer vencedor español en el 'Tour comunista'

El Tour de Francia de los Comunistas, dijeron algunos. Course de la Paix, la Carrera de la Paz. Allí destacó Juan José Moral en el mes de mayo de 1975

Foto: Juan José Moral, entrando en el estadio de Gera.
Juan José Moral, entrando en el estadio de Gera.

“Veías muchas pintadas. En paredes y muros. A mí me llamaba la atención, porque aquí no había de eso. Claro, piensa que era 1975”. Juan José Moral fue una rara avis en su tiempo. Al menos, sobre la bici. España era tierra de escaladores pequeñitos, famélicos, hijos del hambre y la guerra. Algunos de forma literal, como Berrendero o Bahamontes. Otros, antes y después, continuando tópicos. Trueba, primero, Julio Jiménez, Tarangu. ¿Llega una cuesta? Para allá que se van, trepadores diminutos y cetrinos. ¿Tocan planicies? No busquen ustedes más que muy lejos de cabeza. Fuegos de artificio, hundimientos memorables. Pero Juan José supuso, dijimos, una excepción. “Yo es que destacaba rodando. Me defendía bien para arriba, sobre todo en la media montaña, sí, pero los abanicos, por ejemplo, los llevaba de maravilla. Arrastraba desarrollos por el llano, luego en puertos intentaba tirar de ligereza, buscando no ahogarme. Supongo que por eso aquella prueba me venía tan bien”.

La prueba de la que me habla Juan José no es cualquier cosa. Ni por participación (estelar, dentro de su contexto) ni por particularidades. No todas deportivas, ni siquiera las más trascendentes. El Tour de Francia de los Comunistas, dijeron algunos. Course de la Paix, la Carrera de la Paz. Allí destacó Moral en el año 1975. Mayo de 1975, concretamente.

Foto: Imágenes del campeonato de España de ciclocross (RFEC)

Echen sus cuentas, jóvenes 'millennials'. De aquellas, todavía andaba Franco vivito y coleando (es un decir), aunque ya chocheaba bastante y había traspasado poderes al siguiente en la sucesión dinástica, Juan Carlos de Borbón por nombre, no se lo pierdan. Pero, en fin... que ir a un país comunista era algo serio. Muy serio. Y la Carrera de la Paz discurría nada menos que por tres. La República Democrática Alemana, Checoslovaquia, Polonia. Cosa fina. Si tienen en cuenta que por allí pululaban también soviéticos, húngaros o cubanos, pues entenderán la magnitud del hecho. Vale que España había reconocido a la RDA como nación soberana, año 1973, y que en la época ya andaba Ramón Mendoza poniéndole morritos a los 'tovarich' para llenar la Plaza Roja de frutas y verduras, a cada cual más fresca, huela, huela, puros melones de Villaconejos... Pero eran excepciones. Solo eso. Y entonces, para allá que llegan ellos. Política con maillot y 'coulottes'. No se me extrañen, siempre fue así. El deporte ha servido para tender puentes (y dinamitar otros) desde el primer tipo que se puso calzones cortos y empezó a hacer el indio delante de otros chiflados...

Un corredor de raza

Pero todo esto no lo sabían los ciclistas. O, al menos, no les importaba demasiado. Seis corredores formando selección nacional. Martínez Heredia, Francisco Fernández, Ángel López, Jesús López Carril, Félix Suárez Colomo y Juan José Moral. Dirigiendo, o lo que se pudiese, Ramón Mendiburu. “Fue él quien nos dijo cosas sobre nuestros rivales. Del recorrido, no sabíamos absolutamente nada. Que era más o menos llano, pero poca cosa más. Piensa que no había tanta información como ahora”, continúa Juan José. Junto a ellos, iban a competir las selecciones de los tres países que ponían sendas, además de soviéticos, noruegos, daneses, belgas, búlgaros, rumanos, británicos, italianos (andaba por allí Giuseppe Martinelli, igual les suena), cubanos, neerlandeses, yugoslavos y hasta alemanes de allende el Muro, por aquello de la fraternidad de los pueblos. La Carrera de la Paz siempre estuvo abierta a los occidentales...

Moral era corredor de raza, una auténtica promesa para el ciclismo hispano de aquellas. Hablo con su hijo, mismo nombre y devoción absoluta para atesorar récords y recuerdos del progenitor. Si digo que es el tipo que más sabe sobre la Carrera de la Paz al sur de los Pirineos, no creo equivocarme. Y eso que resulta complicado encontrar documentación de primera mano, porque, me explica, tras la caída del Muro muchos papeles desaparecieron. De todo tipo. Oficiales, políticos, también deportivos. A veces de forma deliberada, en otras arrastrados por la misma historia. Yo pregunto y aprendo. Que su padre nació en 1951, en Villamayor de los Montes, junto a la N-1. El menor de cinco hermanos. Siendo un chavalín, uno de los mayores se lo lleva hasta Legazpi a trabajar. Medio en secreto, parece, porque luego lo reclama su padre y debe volver al pueblo. Cuando muere el patriarca, retorna al País Vasco. Labor puliendo martillos en una acería. Ya ven, no es la cantera del Real Madrid, pero es que los tiempos eran como eran. Quizá por eso echó Juanjo esas espaldas que tenía, esas manos grandes para agarrar el manillar.

placeholder Un jarrón de trofeo.
Un jarrón de trofeo.

Empezó tarde con la bici, porque había cosas más importantes. Llevarse algo a la boca y dejar minucias en casa, vaya. Pero muy pronto destaca. Equipo Educación y Descanso, luego DG, hasta el mítico BIC (camisola blanca y naranja, muñequito cabezón en el pecho). Corriendo con el Muebles Xey gana el Campeonato de España de Aficionados. Dicho de otra forma... ciclista en ciernes. Empieza a pedalear también con la selección. Carreras aquí y allá. Preseleccionado para las Olimpiadas del 72, otra vez en el 76. Juegos del Mediterráneo. Dos añitos con Olsa, bajo la dirección (a lo mejor retumba el nombre en sus oídos) de Miguel Madariaga. Y, al final, cumplir sueños. El profesionalismo. Con Super Ser, nada menos, uno de los grandes conjuntos de la época. Tamames, Pedro Torres, José Luis Viejo, Santiago Lazcano. También Eddy Peelman o Roland Berland. Y, sobre todo, él. La gran figura, el hombre ya veterano que estaba lleno de clase y rabia. Quien explotaba intentando ser como antes solo porque no podía ser como antes. Luis Ocaña. Honor y gloria. También desdicha.

“Mi padre no fue profesional porque se acabó el Super Ser. Iba a debutar con el equipo después de los Juegos Olímpicos de Montreal, a finales de verano [hizo el 33º]. Pero en julio, en el Tour, Ocaña la lio. Algunos dijeron que se había vendido a Van Impe, y el patrón acabó creyéndolo, así que decidió deshacer la escuadra, decepcionado. Y Juan José Moral tuvo que buscarse las habichuelas conduciendo un camión”. En realidad, Luis siempre negó aquello. Lo de aceptar dinero. No es mi estilo, jamás lo haría. Pero sí pasaron cosas raras. Camino de Pla d´Adet, etapa decisiva de la Grande Boucle. Aquel día, Ocaña tiró de Van Impe como si le fuese la vida en ello, como si estuviera poseído. Por detrás, perdía la carrera Joop Zoetemelk. El mismo que embistió a Ocaña mientras este se levantaba tras caerse bajando el Col de Menté. Jamás le perdonó aquello Luis, tampoco su carácter conservador sobre la bici (conservador para la época, ojo, hoy sería el espectáculo definitivo). Así que si podía hacer algo para fastidiarle... en fin, por su parte, no iba a quedar. Lucien Van Impe ganó etapa y general, Ocaña hizo el 14 en París, y el precioso maillot de Super Ser pasó a convertirse en reliquia. “Yo aquel año andaba como nunca... Me supo mal no haber probado con los pros”, me dice Juan José.

Foto: Jiménez y Heras, durante la primera subida al Angliru. (EFE)

Pero hablábamos de los rojos. Con cuerno y rabos, seguro que sí, palabrita del Generalísimo. Y para allá que se iba la selección española. ¿Algo acojonados? “Miedo no, hombre, miedo ninguno. Yo tenía mucha ilusión, porque quería ver cómo estaban en esos países, ver los contrastes, vivirlo todo en primera persona. Pero miedo no”. Viaje de locos, claro, que en 1975 no había aerolíneas de bajo coste, ustedes me entienden. Avión desde Madrid, luego una avioneta inolvidable. “Había gente que iba de pie, como si fuera un autobús, agarrados en cinchas que colgaban del techo. Allí dentro hacía un frío infernal, entraba viento por todos lados, los motores metían tanto ruido que no escuchabas si alguien te hablaba. Mira, allí sí que pasé algo de inquietud”.

Carreteras descarnadas

Primer contacto, pues. Impactante. Pero luego tuvieron estatus privilegiado. “Los hoteles eran muy buenos, incluso para lo que estábamos acostumbrados aquí. Mucho mejores que en cualquier otra carrera ciclista. Algunos estaban recién inaugurados y tenían ascensores lujosos, que no los he visto por España parecidos hasta hace bien poco. Y nos trataban genial, como si fuésemos reyes. Hasta teníamos una persona que nos servía a la vez de traductor, guía y chico de los recados. Mucha educación, siempre. Las autoridades, pero también el público. Gritaban poco, seguían la carrera, les interesaba, pero a los ciclistas les tenían mucho respeto”.

Curiosidad inmensa, se me atropellan las preguntas para Juan José. Las carreteras, por ejemplo. “En general, eran malas, muy descarnadas, podías meter la rueda entera en un bache. Como además hacíamos muchos abanicos, siempre tenías el peligro de pinchazo o reventón. Y caída, claro. En las ciudades, había muchas zonas con adoquín, y también multitud de raíles para tranvía, que eran muy peligrosos para nosotros. Sí, tenías que tener cuidado”. ¿Mejores o peores que las de aquí? Y él recuerda. “Pues muy parecidas, la verdad. Es que de aquella había unas carreteras...”. Y los rivales, Juan José, ¿cómo eran los rivales? Reflexiona, piensa, responde. “Con los rivales... respeto. Eran muy, muy fuertes, selecciones potentísimas, auténticos equipazos. Curiosamente, en la Carrera de la Paz fue la primera vez que vi correr como se hace ahora, por bloques. Yo estaba acostumbrado a otra cosa... Más ataques individuales, más anarquía. Allí no. Andaban mucho más que nosotros”.

placeholder Periódico en el que destacan las cualidades de Juan José.
Periódico en el que destacan las cualidades de Juan José.

Disfruta recordando. Por cada vivencia que le pregunto, él entreteje dos o tres remembranzas más. Es una delicia. “Avituallamiento no había, tú salías con la comida que necesitases en el maillot. Pero vamos, que tampoco era muy raro para la época, no te creas. Y luego en los hoteles siempre te dejaban en la habitación una cantimplora enorme, de color verde, unos 10 litros tendría. Llena de té, té caliente, no se me olvidarán en la vida esas cantimploras. Es que el frío era lo más complicado. Sin duda. En las llegadas, teníamos una persona encargada de encontrar a cada ciclista y cubrirle con una manta, porque te podías quedar helado, con el sudor y todo eso. Un gran detalle, importante. Buscaban tu número y venían a ayudar. Eran chicos y chicas, eso también me llamó la atención, por contraste con lo que había aquí”. ¿Y después? “Bueno, ya luego las cenas en los hoteles sí que se quedaban algo escasas. Piensa que éramos deportistas compitiendo, así que debíamos comer mucho. Y los platos eran ricos, de gran calidad, pero un poco justitos. Vamos, que un día Morata, el masajista de la selección española, se fue a por chucherías a una tienda, para acompañar. Y no sé cómo lo haría, porque nosotros no podíamos comprar nada. A ver, en cada país nos daban algo de su moneda oficial, para regalos, postales... todo lo que había en las tiendas del hotel. Pero no teníamos permiso para ir a supermercados. No me preguntes cómo, él trajo mermeladas, quesos, algunas cosas, sí...”.

Casi figuras reconocibles. Todas las tardes, eran recibidos por las autoridades de la zona, que agasajaban con discursos y parabienes. Y los días de descanso... aún mejor. Visitas especiales. Algunas festivas, como aquella vez que los montaron en avionetas de acrobacias y para el cielo que subieron todos, a hacer piruetas. “Yo pasé un miedo terrible, terrible... Aquello no era lo mío”. Otras más serias. Trascendentes. Campos de concentración en Polonia, conservados a modo de recuerdo. Imponía. También lo otro. La frontera entre dos mundos. “Estuvimos en Berlín, viendo el Muro. Alambradas, soldados. Impresionaba”. Más aún, una de las etapas los llevó pedaleando por la llamada franja muerta, el espacio de nadie que actuaba como frontera. Bicicletas y sonido de tubulares sobre el asfalto. Garitas, carteles, montañas de arena. En un momento dado, incluso llegaron a cruzar esa cicatriz inmensa, solo para retornar kilómetros más adelante. “La verdad es que casi ni nos enteramos, porque íbamos muy rápido”, me dice Juan José. Es difícil no imaginar las miradas, como mínimo curiosas, que saldrían de aquellos enormes Lada que seguían al pelotón con techos erizados por bicis.

Foto: La increíble historia de Dieter Wiedemann en la Carrera de la Paz.

Porque luego estaba lo mollar. La propia competición. Despiadada, asesina. Medias superiores a los 44 kilómetros por hora resultaban frecuentes. Más que en el mismo Tour de Francia, aunque ayudaba la orografía, claro. Vamos, que iban deprisa, muy deprisa. Perfecto para alguien con las características de Moral. Y acabó llegando. De forma lógica, podríamos decir. La primera victoria española de siempre en la Carrera de la Paz. Ahí es nada. Con anécdota, además. A la República Democrática Alemana viajó Juan José con su propia bici. La hizo especialmente para él José María Marotias Cossío, un montañés afincado en Alegría de Oria que es leyenda en estos menesteres. Lo mejor de lo mejor, todos los grandes campeones de su época (Merckx, Ocaña) pasaron por el taller de Marotias. Pues una de esas joyas tenía Juan José, una que cuidaba y mimaba como si fuese su bien más preciado... Hasta que allí, tras el Telón de Acero, aislado y solo, rompió el manillar y hubo de cambiar la máquina. Cuadro Macario, muy distinto. No le fue mal. Ese mismo día ganó... “Es mi mejor victoria internacional, sin duda. Un recuerdo maravilloso”.

La moral de Juan José

Fue el segundo día, entre Magdeburgo y Gera, en plena Turingia: 160 kilómetros, tres horas y 46 minutos sobre la bici. Se salía de la Neptunenweg magdeburguesa apenas pasadas las 13:00. Luego sitios como Förderstedt, Halle, Merseburg o Zeitz. Juan José atacó a 10 kilómetros del final, intentando sacar partido de su fortaleza, de su capacidad para rodar en solitario. Dorsal 29, acoplado, moviendo grandes desarrollos. La llegada estaba en un estadio enorme, abarrotado de gente, todos aplaudiendo a aquel desconocido de patillas negras y gruesas que no paraba de boquear. Victoria. El checo Vlastimil Moravec termina 52 segundos más tarde, el soviético Waleri Lichatschow tarda por encima del minuto. A Juan José se le ve entrar en meta con maillot gris (bandera española en el pecho) y 'coulotte' negro. Chichonera, que era obligatoria. Levanta solo la mano derecha para celebrar, mientras con la otra dirige su bici. Quizás es miedo a una caída, porque la etapa termina sobre pista de atletismo, ceniza anaranjada y deslizante. Las gradas están repletas, y más allá se pueden ver bosques con árboles oscuros, muy altos. Cuentan que si se han juntado 28.000 personas en aquello que llaman Estadio de la Amistad de Gera (en la República Democrática Alemana, había un montón de 'estadios de la amistad').

placeholder Cartel de la prueba.
Cartel de la prueba.

Ramo de flores, corona enorme alrededor del cuello, banderines colgando como si fuese un Grand Prix de hípica. También un jarrón verde con dibujos de flores blancas a modo de trofeo. Luego, durante la vuelta de honor, Juan José mira directamente a la cámara, mientras alrededor suyo periodistas y fotógrafos pasean camisetas abiertas y pantalones de campana. Eran los setenta, amigos, también allá. La mañana siguiente, un periódico germano encabezaba su crónica con un “No dormir la siesta en el pelotón. La moral de Juan José Moral”... En fin, buen intento.

(Días más tarde, en Trinee, Enrique Martínez Heredia conseguía otra victoria para los españoles. El resto de parciales se las repartieron entre húngaros, polacos, soviéticos y checoslovacos. También germanos, claro. Orientales y occidentales, añadimos, que Peter Weibel rascó etapita en Hradec Králové).

¿Quieren más pintoresquismos? Los recuerdos que cada corredor (o al menos los españoles) recibía al acabar las etapas. Copas altas de cerveza con paloma picassiana (símbolo de la prueba) y banderas de los tres países organizadores. Banderines de todo tipo, esa mezcla de constructivismo y realismo socialista que tan sofisticada nos parece aún hoy. Lacitos de color negro, rojo y amarillo. Medallas. Algunas preciosas, con sus laureles, su color azul, sus tres aros que se entrelazan. Otras que parecen galones recién sacados de uniforme militar. Pañuelos, pines. Un juego de café completo, tan austero como elegante. Libros de las fábricas más representativas de cada lugar (acerías, coches). Platos de diseño que hoy en día le costarían a usted un ojo de la cara en cualquier tienda de su barrio gentrificado preferido. Postales, también. Puro tipismo.

Foto: Mark Haddon (Salamandra)

Final de carrera. Línea de meta en Varsovia. Victoria definitiva para Ryszard Szurkowski, polaco. Segundo fue el germano Hans-Joachim Hartnick, después, el resto. Albricias y alegría para los anfitriones de ese epílogo. Solo hay un problema... La clasificación por equipos contempla dominio soviético. Y, por decirlo de forma suave, los soviéticos tampoco es que estuvieran muy bien vistos por allá. Vamos, que había cierto peligro de que el público presente jugase al silboteo con los del maillot encarnado. ¿Solución? La vuelta de honor la darán todos juntos. Polacos y rusos. Por aquello de evitar incidentes.

Ah, nuestro protagonista quedó el decimosexto en la general. Además de su victoria, hizo séptimo un par de días más tarde, en Praga. Primer español, a 10 minutos y un segundo del ganador. Tercer occidental, si quieren, detrás del noruego Andresen y del germano occidental Weibel. No está nada mal.

No me resisto. Una última pregunta. Ya sé que es tópico, pero... Qué le vamos a hacer, me arde en la punta de la lengua. Oye, Juan José, ¿alguna vez viste algo? Algo. Un tipo con gafas de sol y gabardina hasta el suelo, alguien que te vigilase, otro tomando notas. Algo. Y él vuelve a reír. “En esos 15 días tuvimos libertad absoluta, pero es que éramos ciclistas compitiendo en una carrera muy dura, tampoco podíamos salir por ahí a hacer grandes cosas. Yo en ningún momento me sentí vigilado, de verdad”.

Y luego añade, reflexivo. “Hombre, igual nuestro traductor podía estar pluriempleado, pero yo no tuve esa sensación...”.

“Veías muchas pintadas. En paredes y muros. A mí me llamaba la atención, porque aquí no había de eso. Claro, piensa que era 1975”. Juan José Moral fue una rara avis en su tiempo. Al menos, sobre la bici. España era tierra de escaladores pequeñitos, famélicos, hijos del hambre y la guerra. Algunos de forma literal, como Berrendero o Bahamontes. Otros, antes y después, continuando tópicos. Trueba, primero, Julio Jiménez, Tarangu. ¿Llega una cuesta? Para allá que se van, trepadores diminutos y cetrinos. ¿Tocan planicies? No busquen ustedes más que muy lejos de cabeza. Fuegos de artificio, hundimientos memorables. Pero Juan José supuso, dijimos, una excepción. “Yo es que destacaba rodando. Me defendía bien para arriba, sobre todo en la media montaña, sí, pero los abanicos, por ejemplo, los llevaba de maravilla. Arrastraba desarrollos por el llano, luego en puertos intentaba tirar de ligereza, buscando no ahogarme. Supongo que por eso aquella prueba me venía tan bien”.

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