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El "subidón" de Naiara, la atleta sin brazos ni pierna: "No cambiaría mi vida por la de nadie"
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FUERON 20 KILÓMETROS

El "subidón" de Naiara, la atleta sin brazos ni pierna: "No cambiaría mi vida por la de nadie"

Esta mujer de 39 años nació con una amputación congénita que le privó de sus brazos y de su pierna derecha. Sin embargo, no le impidió realizar esta carrera con ayuda de un amigo argentino

Foto: Naiara, en plena competición, con el silbato. (Cedida)
Naiara, en plena competición, con el silbato. (Cedida)

Naiara Arteaga salió el pasado domingo con el dorsal 24.055 para disputar la Behobia-San Sebastián, una carrera centenaria que se celebró por primera vez el 30 de marzo de 1919. Estaba nerviosa y emocionada. A sus 39 años era la primera vez que iba a recorrer los 20 kilómetros que separan el barrio irundarra de la Avenida Boulevard de la capital guipuzcoana. No lo hizo a pie como la mayoría de los atletas. Nació con una amputación congénita que le privó de sus brazos y de su pierna derecha. Así que necesitó algo de ayuda. Allí estaba para echarle una mano su amigo Sergio, un argentino al que conoció a través de las redes sociales. Él fue el encargado de empujar una silla de tres ruedas por el asfalto de la carretera durante la hora, 52 minutos y 45 segundos que para ellos duró la competición. "Cruzar la meta fue un subidón de adrenalina tremendo. A día de hoy todavía no tengo palabras para expresar lo que siento", relata para El Confidencial.

Antes tuvieron que superar varios obstáculos. Transcurrido un tercio de la carrera, se dieron de bruces con el alto de Gaintxurizketa, "que son casi dos kilómetros de una subida durísima". Al llegar a la cima empezaron una bajada bastante pronunciada, y ya en el kilómetro 12 entraron en una parte bastante llana que atraviesa el centro de Rentería. "Pasar por mi pueblo fue superemocionante porque allí me conoce mucha gente entre familiares y amigos que nos animaron mucho para darnos la energía que nos hacía falta para seguir adelante". Antes de cruzar la meta, situada a escasos metros de la playa de La Concha, tuvieron que hacer frente a dos nuevas dificultades en forma de empinadas cuestas: la subida a Capuchinos y la del alto de Miracruz que las hicieron a buen ritmo "a pesar de que las fuerzas ya empezaban a fallar un poco".

Cuesta abajo todo parece más fácil para un corredor, pero, claro, no es lo mismo para alguien que va en silla de ruedas y mucho menos para el que la empuja. A Naiara, una de las 8.604 mujeres inscritas en la carrera, la bajada hacia el paseo de Gros se le hizo interminable. Muchos recuerdos pasaban por su cabeza mientras el público no le dejaba de animar al grito de txapelduna (campeona) desde las aceras de las calles abarrotadas de gente como todos los años. Que solo lloviera unas pocas gotas de agua ayudó a que hubiera tanta afluencia de público. "Por mi cabeza solo pasaban recuerdos de mi ama [madre], a la que debo tanto por la energía con la que me crio", espeta. Lourdes Zubillaga fue durante dos décadas voluntaria en la Behobia-San Sebastián para las personas con discapacidad. "Era la que organizaba para ellos los viajes en autobús del hotel a la meta, y viceversa". Ahora ha tomado el relevo en ese tipo de tareas su hermana Leire.

Al pasar a la altura del Palacio de Congresos del Kursaal, y antes de entrar en la Avenida del Boulevard, las emociones se hicieron más fuertes con la playa de Zurriola de fondo como testigo mudo de su hazaña. La brisa marina y la cercanía a la meta hicieron que resurgiera otra vez la figura de la madre a la que perdió hace ocho años. Su silla de tres ruedas adaptada para la carrera llevaba impreso el nombre de Lourdes. "Quería que mi ama estuviera presente". No se olvidó del resto de la familia. Como muestra, lucía una camiseta con la foto de los cuatro: el aita, la ama, la hermana y ella misma. Todos juntos. La guinda al pastel la puso Leire cuando salió de entre el público para acompañarle en sus últimos metros junto a Sergio. "Todo fue superemocionante y cruzar la meta con ellos, ¿qué quieres que diga? Algo superespecial".

El próximo 13 de diciembre, Naiara Arteaga cumple 40 años. La vida no le ha regalado nada. Aun así, rebosa siempre optimismo. Es de las que les gusta añadir la palabra súper a algunos adjetivos que utiliza al hablar para expresar su buen estado de ánimo. Por ejemplo, para ella todo lo que rodeó a Behobia-San Sebastián fue "superespecial", "superbonito" o "superemocionante". Su nick en Instagram (@yoquieroyopuedonai) no puede ser más explícito para ayudar a entender mejor el carácter de esta mujer tan luchadora. Ese carácter comenzó a forjarlo poco a poco desde que era solo una cría hasta llegar a la adolescencia sin experiencias traumáticas. De su etapa en la ikastola Orereta de Rentería guarda muy buenos recuerdos. "Nunca sentí que me hicieran moobing, al contrario, fue una etapa de mi vida donde me sentí muy feliz", asegura. Fue entonces cuando empezó a aficionarse a hacer deporte. Y no lo hacía del todo mal porque llegó a ganar varias medallas en natación para personas con discapacidad.

Su época entre "batas blancas", como ella misma la define, duró hasta los 16 años. Se refiere a que desde muy joven tuvo que desplazarse hasta el hospital Ramón y Cajal de Madrid "entre dos y tres veces al mes". Las visitas al médico eran más frecuentes de lo que ella hubiera deseado, hasta hacerse insoportables. Primero trataron sin éxito de colocarle prótesis en sus brazos y su pierna derecha. "Me hacían mucho daño en los muñones". Más tarde empezaron las intervenciones quirúrgicas para rectificar sus huesos. "Me tuvieron que poner recto el peroné". Nada servía para mejorar su calidad de vida. Al contrario, con tanta prótesis era fácil que perdiera el equilibrio y se cayera. Como no veía avances dijo "basta". No merecía la pena tanto sufrimiento. "A los 16 años me sentía prisionera de mi propio cuerpo y me di cuenta de que así no podía seguir".

Foto: Miles de corredores participan en la última edición de la Behobia-San Sebastián. (EFE)

Al llegar a la pubertad sus problemas le sobrepasaron. "Durante mi infancia siempre me vi como una niña normal solo que tenía que ir al médico con mucha mayor frecuencia que el resto de mis amigas". Sin embargo, a medida que iba cumpliendo años "se me vino el mundo encima". Intentó combatir su decaimiento y su hartazgo por los palos que le había dado la vida desde su nacimiento a base de un tratamiento psicológico "muy duro". Tardó en asimilar y aceptar la realidad de que era "diferente" al resto de las niñas de su edad "y, cuando se es tan joven, hay que haber madurado a gran velocidad para no convertir todo aquello en un trauma". Pasó el mal trago como pudo. Después vinieron otros, todos ellos superados también a base de mucho esfuerzo. "Los límites están en la mente", se repite a sí misma cada vez que encuentra ante una nueva dificultad.

Con 22 años decidió mudarse "por amor" a Lanzarote, "y allí me quedé también por amor". Aunque aquella relación se rompió con el paso del tiempo, todavía frecuenta la isla "porque me quedan muchos amigos por allí". El pequeño pueblo de Uga, que pertenece al municipio de Yaiza a los pies del parque nacional del Timanfaya, le suele servir de refugio. A lo largo de sus 18 años de presencia intermitente en las Islas Canarias rehusó dedicarse a la vida contemplativa y apostó por encontrar un trabajo. Lo consiguió en 2010 como responsable de reservas en el Oasis Park de Fuerteventura durante dos años. A veces, incluso participaba en algún evento haciendo demostraciones de interacción con lobos marinos.

Con cierta amargura explica en un reportaje rodado en vídeo y titulado Naiara. Vivir sin límites que hay quien aún se sorprende de que una mujer como ella pueda estar divorciada. "¡Como si alguien como yo no pudiera tener una pareja"”, protesta. Tampoco se resigna a la "cobardía" de algunos hombres "para tirar hacia adelante" en una relación sentimental. Pese a todo, la idea de ser madre siempre le ha rondado la cabeza. Su discapacidad nunca le ha supuesto un freno. Otra cosa es que a lo largo de su vida le haya surgido la oportunidad. "Hace mucho tiempo tuve alguna crisis porque me obsesionaba el hecho de ser madre", admite. El tiempo, como suele suceder, lo cura todo. De hecho, reconoce que ya ha conseguido no comerse más la cabeza con esa idea. "Es que ahora pienso que si la vida no me concede ese deseo, no pasa absolutamente nada".

Foto: Foto: EFE.

Ese grado de madurez es más visible cuando Naiara Arteaga echa la vista atrás. A sus casi 40 años ya no le afectan los prejuicios con los que le miraba la gente por la calle cuando solo veían en ella a una adolescente sin brazos y con una sola pierna. "He empezado a quererme y a valorarme, y cuando tú te valoras y te quieres las cosas cambian, porque si antes algo te podía molestar ahora consigues no tomártelo tan a pecho", indica. La atleta guipuzcoana ha llegado incluso a asimilar como algo "normal" que la gente fije su mirada en ella. "Es que soy diferente, eso es así y va a seguir siendo así", agrega. Porque, en su opinión, ese hecho diferencial le hace ser responsable de su propia vida "y ya no permito que me afecten esas cosas".

En el día a día se desenvuelve con una pasmosa facilidad que sorprende a las personas que utilizan los brazos y las manos con asiduidad para un sinfín de cosas que ni siquiera valoran. Ella ha bautizado su pierna izquierda como su "manopie". Resulta curioso verle en un vídeo que tiene colgado en Instagram cómo se maquilla la cara y se pinta los ojos con un lápiz entrelazado a los dedos de su pie izquierdo y que maneja con enorme destreza. A la hora de coger el móvil también tiene su ritual. Lo puede hacer llevándose su manopie a la boca. También puede realizar una llamada con el muñón si el teléfono está sobre una mesa o si lleva camiseta de tirantes o de manga corta. Ahora bien, "mayormente" utiliza el pie. "Todo depende en ese momento de dónde haya dejado el móvil", dice riéndose.

Acabar la Behobia-San Sebastián no ha sido ni su primer ni su último reto. "Ahora mismo a nada digo que no". Ya había corrido una media maratón en Palma de Mallorca con su amigo Sergio y la pasada primavera había hecho el Camino de Santiago partiendo desde León. Rebosa tantas ganas de comerse el mundo que es como si hubiera borrado de su vocabulario la palabra imposible. Todo pasa, según ella, por "sonreír y tirar hacia adelante". Esa idea la tiene grabada a fuego "porque no conseguimos nada encerrándonos en nosotros mismos en una habitación". Tiene tan claro que "solo se vive una vez" que en su mente solo anida la idea de "probar cosas nuevas, no tener miedo y poder así descargar toda la adrenalina que acumulamos día a día".

Foto: Imagen de la 55ª edición de la Behovia. (EFE/Juan Herrero)

Entre carrera y carrera, esta mujer que se considera "una persona muy independiente dentro de mi pequeña dependencia", le da tiempo a estudiar online primero de Psicología en la Universidad Internacional de Valencia. También colabora con la Asociación Pro Quo de Tenerife dando charlas en la que participan estudiantes de secundaria de diversos centros educativos de las islas que junto a un grupo de personas con algún tipo de discapacidad diseñan y fabrican a lo largo del curso escolar productos de apoyo destinados facilitar el día a día de las personas con movilidad reducida. Es evidente que le ha abandonado la tristeza y la resignación que le acompañaron durante su pubertad. Sus temores por el qué dirán son parte del pasado. "Ahora mismo soy superfeliz y no cambiaría mi vida por la de nadie", asegura.

Naiara Arteaga salió el pasado domingo con el dorsal 24.055 para disputar la Behobia-San Sebastián, una carrera centenaria que se celebró por primera vez el 30 de marzo de 1919. Estaba nerviosa y emocionada. A sus 39 años era la primera vez que iba a recorrer los 20 kilómetros que separan el barrio irundarra de la Avenida Boulevard de la capital guipuzcoana. No lo hizo a pie como la mayoría de los atletas. Nació con una amputación congénita que le privó de sus brazos y de su pierna derecha. Así que necesitó algo de ayuda. Allí estaba para echarle una mano su amigo Sergio, un argentino al que conoció a través de las redes sociales. Él fue el encargado de empujar una silla de tres ruedas por el asfalto de la carretera durante la hora, 52 minutos y 45 segundos que para ellos duró la competición. "Cruzar la meta fue un subidón de adrenalina tremendo. A día de hoy todavía no tengo palabras para expresar lo que siento", relata para El Confidencial.

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