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'Chicas malas': ¿cuándo nos volvimos tan cursis y tan pacatas?
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'Chicas malas': ¿cuándo nos volvimos tan cursis y tan pacatas?

Veinte años después del estreno de la película original, convertida en clásico pop, llega a los cines el 'remake' musical de 'Chicas malas'

Foto: Avantika, Renée Rapp y Bebe Wood son las 'Chicas malas' de 2024. (Paramount)
Avantika, Renée Rapp y Bebe Wood son las 'Chicas malas' de 2024. (Paramount)

Vuelven Las Plásticas y vuelven más plásticas que nunca. En el año 2002, Rosalind Wiseman, autora de libros de autoayuda enfocada en los jóvenes, publicó Queen Bees and Wannabees —algo así como Abejas reinas y quiero-y-no-puedos—, un ensayo sobre las jerarquías de los patios de colegio, el cotilleo, el acoso y las dinámicas de poder entre las adolescentes. Dos años después, la cómica Tina Fey —como guionista— y el director de comedia adultescente Mark Waters la adaptaron en lo que se convirtió en la sagrada biblia de las películas de instituto para la generación milénica: Chicas malas (2004). La trama, sencilla: una adolescente que ha vivido en Kenia al margen de la competición popular escolar se traslada de pronto a Los Ángeles, la ciudad más competitiva del mundo, y debe encontrar su lugar en la pirámide trófica de un instituto. Allí se da de bruces con Regina George, la abeja reina, y sus secuaces, que manejan con puño de hierro y lengua viperina el orden social de los alumnos... y hasta de los profesores.

Una película controladamente punki, llena de ironía, descarada y rápida, y con un reparto encabezado por una Lindsay Lohan ídolo infantil que empezaba a ser musa también de los recién nacidos portales de cotilleo de internet —al estilo TMZ, Perez Hilton o D-Listed— por sus triángulos amorosos con Hillary Duff y Aaron Carter o sus continuos DIU —driving under the influence, conducir borracho en castellano clásico—. Los primeros dos mil, aquellos de los pantalones anchos de tiro bajo, los tirantes de sujetadores de plástico a la vista, roñosos por el sudor y el sol, y del reinado de los Alcatel One Touch en telefonía móvil, vivieron el punto álgido de la carrera de Lohan, entre títulos más o menos recordados, que no recordables, como Ponte en mi lugar (2003) o Herbie. A tope (2005), y un intento de carrera musical en solitario con más empeño que resultados.

Pero el gran éxito de Lohan fue el de llevar Chicas malas al mundo real. Ella, Britney Spears y Paris Hilton —y la que entonces le sujetaba el bolso, Kim Kardashian— salían todas las noches a quemar el Chateau Marmont de Los Ángeles y a beberse la vida. De vez en cuando aparecía también Dina Lohan, su momager —el híbrido entre madre y mánager—, cuyos desbarres también llegaban a titulares. De vez en cuando las amigas se lanzaban puñales vía blog: así supimos que Hilton, la Regina George de los nepobabies de Los Ángeles, llamaba "firecrotch" a Lohan. "Entrepierna de fuego", un mote que, más allá del pelirrojo de su vello púbico, hacía chanza de su fogosidad y supuesta promiscuidad. La prensa amarilla empezó a referirse a Lohan como firecrotch, Paris Hilton le robó el novio a Lindsay Lohan o a Kim Kardashian o viceversa, Britney Spears sufrió un brote psicótico y se rapó el pelo y el grupo de abejas reinas se acabó escindiendo.

Paris Hilton llamaba a Lohan "entrepierna de fuego", un mote que, más allá del pelirrojo de su vello púbico, hacía chanza de su fogosidad

Lohan empezó a dar tumbos por producciones cada vez más casposas y su reputación como chica difícil llegó al cenit en el rodaje de The Canyons, el thriller en el que Paul Schrader quiso enfrentar en la pantalla a la actriz más díscola de Hollywood y James Deen, el actor porno más famoso del momento, acusado y cancelado años más tarde por malos tratos y violaciones. La producción, como cabía esperar, fue desastrosa y llevó a Schrader al borde de la enajenación. Pero también nos regaló uno de los intraartículos más hilarantes de la historia de los rodajes, de Stephen Rodrick para The New York Times, titulado "Esto es lo que pasa cuando contratas a Lindsay Lohan para tu película". Un año después, Lohan dejó el cine, se retiró a Dubái y dicen los rumores se convirtió al islam. De vez en cuando reaparece en algún capítulo de serie o en una película navideña de Netflix, pero no parece que tenga mucha intención de reflotar su carreta.

Pero en 2004 Chicas malas no supuso solo el lanzamiento de Lohan a la estratosfera de la industria: la guionista Tina Fey, que hasta entonces casi se había circunscrito a Saturday Night Live, demostró a muchos que "las mujeres también son graciosas" y multiplicó su caché más allá de Orión, y Rachel McAdams y Amanda Seyfried, hasta entonces secundarias, pasaron a ser protagonistas. Ahora se estrena un remake que busca un público que conoce y admira la película de 2004 como si fuese un western de John Ford, pero que quiere sentirse protagonista y apelado directamente con sus propios códigos, sus maneras y sus chistes sobre iCarly (N del T: una serie juvenil de Nickelodeon muy popular alrededor de los años diez, de la que después se descubrieron prácticas comprometidas entre bambalinas).

placeholder Jaquel Spivey, Angourie Rice y Auli'i Cravalho son los 'pringados' de esta nueva versión musical. (Paramount)
Jaquel Spivey, Angourie Rice y Auli'i Cravalho son los 'pringados' de esta nueva versión musical. (Paramount)

Pero Chicas malas (2024), más allá del sesgo generacional que una pueda tener, es una versión descafeinada y precocinada de su predecesora. Toda la frescura, la naturalidad, la picardía ha quedado sepultada en un remake nada original de todo lo original que se pueda esperar de un remake— que apenas aporta una idea a la trama y cuya gran apuesta para diferenciarse es convertirse en ¡un musical! Es decir, las Chicas malas de 2024 son una adaptación de un musical de Broadway de 2017 que a su vez está basado en la película de 2004 que, primigeniamente, proviene del libro de Rosalind Wiseman de 2002. La túrmix posmoderna a velocidad turbo. La música de Jeff Richmond y las letras de Neil Benjamin ganaron el Tony a la mejor banda sonora, pero en la película no acaban de funcionar. Todo lo aparentemente espontáneo se ha perdido en pos de números musicales perezosos y encorsetados y la búsqueda de un reparto con garra ha quedado mermada por dar prioridad a las capacidades vocales del casting.

Porque Chicas malas es cursi y azucarada y el casting parece salido de High School Musical, no de una película de instituto con mordiente. Una visión meliflua y bobalicona de las relaciones entre adolescentes, de las relaciones humanas. Quizá sea eso en lo que nos hemos convertido, en espectadores de un cine heredado de Disney Channel y Nickelodeon, con sus chistes blancos y su moraleja y su complacencia y su didacticismo, en el que todo lo feo se erradica, un cine de consenso de industria y público en el que nada puede fallar, y en el que los actores llevan preparándose para este papel desde el primer anuncio de potitos que hicieron cuando eran bebés, en el que todos saben ir a la marca y memorizar el texto y hacer gorgoritos y parece que solo beben agua con gas con una rajita de lima. Imagino un estreno repleto de momagers emocionadas porque "lo hemos conseguido, hija".

placeholder Las chicas 'plásticas' controlan el instituto. (Paramount)
Las chicas 'plásticas' controlan el instituto. (Paramount)

En el arranque de Chicas malas (2024), dirigida Samantha Jane y Arturo Pérez Jr., los personajes de Damian (Jaquel Spivey) y Janis (Auli'i Cravalho), "los raritos de la clase", graban un vídeo para redes tocando una canción que avisa de que "estamos en una fábula de la que todos vamos a aprender algo", o similar. Cantan de **ta madre y son muy cool y no existe un universo alternativo en el que Damian y Janis no serían cool. Dawn Wiener de Bienvenidos a la casa de muñecas no es cool. Aquí las jerarquías de instituto se han aplanado y homogeneizado: no se entiende por qué las chicas populares lo son ni tampoco el porqué de los marginados. Hay una suerte de estandarización estética mucho más democrática que en los años dos mil, pero que resulta extraña cuando de lo que se está hablando es del poder, la subordinación, las categorías.

Más allá de la opción por el musical, Chicas malas falla en el tono dulce y algodonoso, que contradice su fondo. El guion y los diálogos hablan de una selva salvaje en la que prevalece la ley del más capullo. Pero en la película se ha priorizado el tono romántico a la sátira, desde la decisión de casting de elegir a Angourie Rice como protagonista. Angelical, perfecta, dulce, incluso cuando el guion le pide ser mezquina. Demasiado reina del baile de fin de curso, demasiado llevar la hucha del Domund, demasiado Disney Channel. La poca vida de esta película de diseño y consenso la insuflan Jaquel Spivey en su papel de "casi demasiado gay para ser funcional" y Reneé Rapp, con el personaje de Regina George hasta arriba de pastillas en los momentos finales de la película. Ni siquiera Busy Phillips, que hereda el papel de Amy Poehler, de la madre florero de Regina, logra subirle los bits de comedia a este remake plasticoso.

placeholder Angourie Rice es la nueva Cady Heron, uno de los papeles más recordados de Lindsay Lohan. (Paramount)
Angourie Rice es la nueva Cady Heron, uno de los papeles más recordados de Lindsay Lohan. (Paramount)

El rosa fucsia de Chicas malas (2004) era irónico, era chillón. El rosa chicle de Chicas malas (2024) no. Es eso, rosa chicle. También hay un poco de nostalgia de lo no vivido, un poco como cuando los seguidores de ahora de Operación Triunfo "estaban living" con el reencuentro de Bisbal y Chenoa: su historia de amor era la piedra fundacional, el mito sobre el que se ha construido su iconografía.

Tampoco han sabido explotar el elemento que más ha influido en el valor social en los últimos 20 años, que es la aparición de las redes sociales. La popularidad, el acoso, la formación de lo que antes eran tribus urbanas y ahora seguidores de internet, se encuentran hoy totalmente atravesados por las redes, pero en la película apenas las utilizan dentro de la trama, como exacerbación de las dinámicas de patio de colegio. Solo en un par de momentos y como recursos pseudocómicos, después del momento musical más representativo de la película, en la actuación de Navidad, que ha sido descargado de todo componente irónico en torno a la sexualización de las adolescentes.

Empalagosa y chiclosa, en resumen. ¿Cuándo nos volvimos tan cursis y tan pacatas? Chicas malas son hoy chicas mñé, chicas melifluas, chicas Disney Channel. Que Lohan salió de la factoría Disney, pero se rebeló contra su propia imagen. Aquí, todos están muy contentos. Si Video Killed the Radio Star —la televisión mató a la estrella de la radio—, Disney Channel Killed Us AllDisney Channel nos ha matado a todos—.

Vuelven Las Plásticas y vuelven más plásticas que nunca. En el año 2002, Rosalind Wiseman, autora de libros de autoayuda enfocada en los jóvenes, publicó Queen Bees and Wannabees —algo así como Abejas reinas y quiero-y-no-puedos—, un ensayo sobre las jerarquías de los patios de colegio, el cotilleo, el acoso y las dinámicas de poder entre las adolescentes. Dos años después, la cómica Tina Fey —como guionista— y el director de comedia adultescente Mark Waters la adaptaron en lo que se convirtió en la sagrada biblia de las películas de instituto para la generación milénica: Chicas malas (2004). La trama, sencilla: una adolescente que ha vivido en Kenia al margen de la competición popular escolar se traslada de pronto a Los Ángeles, la ciudad más competitiva del mundo, y debe encontrar su lugar en la pirámide trófica de un instituto. Allí se da de bruces con Regina George, la abeja reina, y sus secuaces, que manejan con puño de hierro y lengua viperina el orden social de los alumnos... y hasta de los profesores.

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