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Cómo me saqué 142 euros por una caja de libros viejos que iba a acabar en la basura
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UNA CAJA DE CARTÓN Y CUATRO 'APPS'

Cómo me saqué 142 euros por una caja de libros viejos que iba a acabar en la basura

Vender libros al peso es una ordinariez, negociar por Wallapop, un fastidio. Pero hay una forma sencilla y efectiva. Así me convertí en bróker de mis libros viejos y gané algo de pasta

Foto: Libros de Vargas Llosa, Carlos Fuentes o García Márquez, en una librería de segunda mano de Lima. (Reuters/Mariana Bazo)
Libros de Vargas Llosa, Carlos Fuentes o García Márquez, en una librería de segunda mano de Lima. (Reuters/Mariana Bazo)
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Hay libros a los que uno vuelve continuamente, pero no es el caso de Mil cretinos, de Quim Monzó. Fue en una época en la que me obsesionaba Paul Auster y escuché a alguien decir que Monzó era como el Auster catalán, ahí es nada. El caso es que me hice con este libro de relatos, descrito como su mejor obra, y lo desprecié nada más terminarlo. De hecho, fue solo al hacer limpieza recientemente cuando descubrí que seguía de polizón en la estantería, tantos años después.

No iba a volver a leerlo ni tiene ningún apego, por tanto, fue de los primeros en ir a la caja de cartón. Ahora, tantos años más tarde, me sorprendió que una desconocida app francesa me ofreciera 9,39 euros por él.

Este libro de Monzó, como tantos otros, pertenece a un pasado lector en el que ya no me reconozco. En algún momento me había parecido también buena idea comprar La Biblia de los zumos o un tocho de Jacques Derrida titulado Cada vez única, el fin del mundo. Fue hace más de 15 años, cuando yo era un hombre soltero con un exprimidor, ¿pero a quién estaba tratando de impresionar?

El caso es que hoy, esa caja de descartes de mi estantería iba a ir directa a alguna institución caritativa o, ya puestos, a un contenedor. En su lugar, he logrado ingresar 142,57 euros con ellos y, por supuesto, les voy a explicar cómo.

Cómo decir adiós a los libros

La idea de poner cada uno de los libros en Wallapop y tener que negociar céntimo a céntimo con indeseables admiradores del post-estructuralismo francés o de Quim Monzó se me antojaba deprimente, pero por suerte descubrí la existencia de varias apps que te ofrecen al momento una valoración del libro de segunda mano. Basta con leer con el teléfono móvil el código que barras de la contraportada y esperar unos segundos para saber cuánto ofrecen por él.

Sabía de gente que había usado alguna de estas aplicaciones, pero no conocía a nadie que hubiese empleado la estrategia de descargarse varias para subastar entre ellas los sobrantes de su estantería. Me convertí en bróker de mis propios libros viejos.

Me bajé cuatro. Hay algunas más, pero creo que estas cubren bien el espectro. En general, las que mejor pagan son la alemana Momox y la francesa BAL (siglas de La Bourse aux Livres, la bolsa de los libros), y luego están Reciclibros, franquicia de la francesa Recyclivre, o Hamelyn, la única 100% española. Si bien estas dos no suelen ofrecer tanto dinero por ejemplar, admiten cosas que las otras suelen rechazar. ¿Por qué? Según explican desde Reciclibros, el rechazo "puede deberse a varios factores: ya tenemos este artículo en grandes cantidades, el valor del libro es demasiado bajo o es probable que tengamos dificultades para revenderlo".

placeholder Una de las 'apps' empleadas para tasar libros viejos. (Momox)
Una de las 'apps' empleadas para tasar libros viejos. (Momox)

Comencé a probar con El bigote del biógrafo, de Kingsley Amis. Hace años leí Koba el Temible, de su hijo Martin Amis, y me entusiasmó. En el libro se citaba continuamente al padre, así que cuando vi este ejemplar en algún sitio lo compré. En general, suele ser mala idea introducirse en la literatura de alguien tomando el último libro que publicó, semanas antes de morir, y este fue claramente el caso. Así que lo escaneé.

BAL me lo rechazó directamente. En Momox me ofrecían 15 céntimos por él. En Hamelyn, 24 céntimos, y, finalmente, en Reciclibros me daban 1,06 euros. Interesante.

En otros casos, las diferencias fueron mucho más notables. Tenía un ejemplar de Bambilandia, de Elfriede Jelinek, que debí comprar después de que ganara el Nobel de Literatura —antes seguro que no— y confieso que no logré terminarlo. Las perspectivas no eran nada halagüeñas: apenas 15 céntimos en Momox. Sin embargo, BAL me ofreció por el mismo libro 11,38 euros. ¡Menuda bicoca! Ahí fue cuando me enganché a este juego. Bajé al bazar chino y compré cuatro cajas de cartón.

Qué vender y qué no

Sé que la gente suele ponerse muy trascendental con el asunto de eliminar libros de tu vida. Sin duda hay algunos que tendrían que arrancarme de las manos con un arma de fuego, por ejemplo, una edición de El lobo estepario que tengo de mi madre, tan desvencijado que lo tengo sujeto con una pinza. Pero, sinceramente, no me costó nada deshacerme de estos 30 o 40 libros que no significaban nada para mí. Al menos en mi caso, hubo un periodo entre los 20 y los 30 años en que logré alcanzar un clímax óptimo para la lectura: un nivel adecuado de ingresos, de criterio y de tiempo libre para poder leer mucho. Cuando avancé hacia la mediana edad, estos valores empezaron a descompensarse y la ecuación del lector voraz se malogró. Por el camino, llené mi estantería de errores.

Cuando creces, ya no te equivocas tanto, porque no tienes tiempo ni espacio para ello, pero también dejas de descubrir. Probablemente, esto último sea peor que comprar y leer libros fallidos, pero es inevitable. Son muchas décadas acumulando sesgos.

Tras observar el mercado de valores para cada libro, fui colocando cuatro montones sobre la encimera. Era difícil saber de antemano cuál aplicación iba a ser la que más dinero ofreciera, no había patrones claros ni por temática, ni por longevidad del libro, ni por idioma o editorial. Lo único quizás es que los libros de cocina son los que peor salida tienen. Es normal. ¿Quién puede querer pagar hoy en día por un ejemplar de 1080 recetas de cocina? Los libros que siguen modas también se ven perjudicados. En mi caso, durante la pandemia adquirí o me enviaron libros especializados en virus o epidemiología. Buena suerte logrando sacar más de 20 céntimos por ellos ahora.

placeholder Libros de segunda mano en una librería callejera. (Reuters/Jorge Cabrera)
Libros de segunda mano en una librería callejera. (Reuters/Jorge Cabrera)

Cualquiera que tenga hijos sabe que los libros infantiles tienen una vida media bastante breve, a veces caducan el mismo día en que los compras y al niño no le gustan. Si le gustan, el adiós llega unos meses después, pero llega. Sin embargo, como todo lo que tiene que ver con las criaturas, tienen un mercado de segunda mano bastante decente.

En resumen, apenas tuve que descartar cuatro o cinco libros, despreciados por todas las aplicaciones. Con el resto logré sumar esos 142,57 euros, aunque repartidos de forma muy desigual. La mayor parte venía de Momox y BAL, que me soltaron 75 y 54 euros respectivamente por una docena de libros. Hay que subrayar una cosa: mientras Momox ingresa directamente el precio, lo que hace BAL es colocarlos a la venta en su plataforma, por lo que es posible que al cabo de seis meses devuelvan aquellos libros que no hayan logrado vender. En el caso de las otras aplicaciones, el precio por una cantidad similar no llegaba a 10 euros. Aunque ya es un dinero que no tenía la semana pasada y unas baldas menos arqueadas por el peso.

Algunos usuarios han comunicado también que, con Hamelyn, "al cabo de cinco días aparecían en mi cuenta de cliente de la web mis libros como recibidos, pero vi que había libros no aceptados y que, por tanto, no me los iban a pagar; he pedido que me los devuelvan todos pero no he recibido noticia alguna".

Mientras disponía cada lote en sus respectivas cajas, me paré a pensar en lo geológico del proceso: cómo los libros se habían ido acumulando como capas de sedimento en la estantería y cómo estas eras lectoras se correlacionaban con mi propia vida. En la capa más superficial estaban ¿Dónde estás, gallinita? y otros libros infantiles, también ensayos a cuyos autores había tenido que entrevistar en los últimos años o libros dedicados, escritos por amigos o compañeros, más abajo encontraba la no ficción característica de la treintena y, poco a poco, cuanto más escarbaba, las novelas, algunas de ellas en inglés, de mi juventud, aquella etapa que con cierto vértigo ya empieza a resultarme lejana. Podía ver en retrospectiva los aciertos y los errores de cada momento; también los interrogantes, que un día me prometí leer y ahí siguen, con la faja impecable.

Foto: Imagen de la librería de segunda mano La Casquería.
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Paola Emanuet

Una vez hice los respectivos paquetes, llegó el momento de despacharlos. Momox o BAL obligan a depositarlo en algún punto de recogida, como hacen otras aplicaciones de compraventa entre particulares. Sin embargo, Reciclibros y Hamelyn mandan a alguien a recoger el paquete a casa. Unas te piden un mínimo de 10 euros para realizar la venta y otras no. Seguramente todos acabarán en el mismo sitio: el marketplace de libros usados de Amazon. Aun así, tengo la impresión de que este truco de hacer de intermediarios y sacar dinero por tus libros viejos no puede durar demasiado tiempo; en algún momento todas estas apps serán absorbidas por un solo ente o crearán algún tipo de cártel para controlar los precios.

Pensándolo fríamente, quizá podía haber sacado un poco más de dinero empleando otra estrategia con aquellos libros valorados en menos de un euro. Hay sitios en los que puedes venderlos al peso o que compran libros a euro. Pero tampoco habría supuesto una gran diferencia. Al final, mi único objetivo era sanear un poco las baldas, más que mis finanzas.

Antes de cerrar la última caja, vi la portada del libro de Quim Monzó y lo saqué. ¿Quizás había pillado aquel libro en un mal momento, quizá se merecía otra oportunidad? Mi familia se había acostado, casi toda la casa estaba a oscuras y me quedé de pie en el pasillo, tenuemente iluminado por la bombilla de la cocina. Estuve unos minutos leyéndolo en silencio. Bah. Cerré el libro y lo dejé de nuevo dentro de la caja.

Hay libros a los que uno vuelve continuamente, pero no es el caso de Mil cretinos, de Quim Monzó. Fue en una época en la que me obsesionaba Paul Auster y escuché a alguien decir que Monzó era como el Auster catalán, ahí es nada. El caso es que me hice con este libro de relatos, descrito como su mejor obra, y lo desprecié nada más terminarlo. De hecho, fue solo al hacer limpieza recientemente cuando descubrí que seguía de polizón en la estantería, tantos años después.

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