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Lo siento, leer sí te hace mejor
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Héctor G. Barnés

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Lo siento, leer sí te hace mejor

Soy de esas personas que creen que leer te hace mejor. No mejor que nadie, sino mejor que tú mismo, que tampoco está nada mal

Foto: Pedro Sánchez, en la presentación del libro de Leopoldo López. (EFE/Lerena)
Pedro Sánchez, en la presentación del libro de Leopoldo López. (EFE/Lerena)
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Hace un par de veranos publiqué un reportaje sobre las personas capaces de leer más de cien libros al año. Los periodistas solemos anticipar algunas de las reacciones que van a generar nuestros artículos, pero en aquel caso, no esperaba encontrarme con la observación que más se repetía por parte de los lectores: leer mucho no te hace mejor y que, por lo tanto, da igual leer ochocientos libros al año que ninguno.

Lo llamativo es que ninguno de los superlectores que entrevisté en el artículo se vanagloriaba de leer tantos libros ni, por supuesto, se consideraban mejores que nadie por hacerlo. Se trataba más bien de una afición privada que les proporcionaba felicidad y enriquecimiento. Sin embargo, algunos lectores daban por hecho que contar que uno lee mucho es una forma de exhibir superioridad intelectual.

Se mira toda actividad intelectual con sospecha, como algo propio de snobs

Desde entonces, he leído en multitud de ocasiones esa misma observación que señala que la lectura no nos hace mejores. La última, hace unos días, en el enésimo debate sobre cuánto lee la sociedad española. Sin embargo, no he visto el mismo comentario hablando de otras aficiones, como el deporte, la cocina o el crochet. El deporte no te hace mejor. Cocinar no te hace mejor. El crochet no te hace mejor. Esto no se ha escrito nunca, pero sí se ha escrito "leer no te hace mejor".

Lo siento, pero yo sí soy de esas personas que creen que leer te hace mejor. No mejor que nadie, sino mejor que tú mismo, que tampoco está nada mal. De todas las cosas con las que he perdido el tiempo en mi vida, la lectura es una de las que recomendaría sin ninguna duda. Tiene muchas ventajas, pero dejemos a un lado lo utilitario: los libros han ampliado mis horizontes como ninguna otra actividad, salvo tal vez el cine. Como me ocurre con las películas, si paso demasiado tiempo sin leer una buena novela, siento que me falta algo. Me empiezo a poner nervioso, y entonces, cuando por fin me cruzo con un buen libro, digo: vale, esto era lo que me faltaba.

La lógica que suelen seguir estas intervenciones es que hay que dejar a la gente que haga lo que le dé la gana y que cualquier intento de influencia en sus aficiones, como por ejemplo, los programas de fomento de la lectura, son paternalistas. A mí, sin embargo, me gusta que me animen a hacer lo que nunca me había planteado hacer y que tal vez descubra algo de mí que no conocía o que recomienden libros que me pueden gustar: nada más bonito que alguien te descubra una novela que te cambiará la vida.

Debajo de esta lógica hay varios razonamientos que describen bien cierta mentalidad moderna. El principal, esa lógica que considera toda actividad intelectual relativamente exigente (uf, como si leer fuese dificilísimo) como algo elitista, tan solo al alcance de unos pocos. Una afición propia de privilegiados a la que la mayoría no puede acceder por diversos motivos: formación, tiempo libre o qué caros están los libros que no bajan de 19,90 euros.

Leer te hace mejor, no mejor que nadie, sino mejor que tú mismo, que tampoco está mal

Es otra manifestación de ese elitismo a la inversa que observa con sospecha todas las actividades mínimamente intelectuales. Una derivada tétrica de la era del poptimismo, en la que el éxito de cualquier producto lo legitima automáticamente, en la que se confunde cultura de masas con cultura popular y en la que, ya que toda obra cultural merece la misma atención, preocuparse por bucear en las profundidades del underground es algo propio de esnobs.

A menudo, estos comentarios surgen como una reacción frente a los nostálgicos intelectuales, que piensan desde su superioridad moral (y generacional) que ellos sí que eran cultos, no como los jóvenes de ahora, que se pasan el día con el móvil en la mano y no saben ni juntar dos palabras. Como suele ocurrir con todos los círculos viciosos de acción y reacción, son dos caras de la misma moneda que se necesitan mutuamente para retroalimentarse. Ni los chavales son tan estúpidos como a los nostálgicos intelectuales les gusta creer ni leer es tan banal como defienden los elitistas inversos.

placeholder Bibliotecas, qué lugares. (EFE/Alejandro García)
Bibliotecas, qué lugares. (EFE/Alejandro García)

A mí, esa idea de que leer es inaccesible me parece una soberana tontería, porque si algo le debemos a la escolarización universal y a las bibliotecas públicas es que todos los españoles hemos tenido la oportunidad de conocer la importancia de la lectura y acceder a un amplio catálogo de obras de toda la historia de la literatura de manera gratuita. Sí, las bibliotecas existen. No es solo que no me parezca paternalista animar a la gente a leer, es que me parece muy positivo recordar que tenemos un tesoro repartido por todo el país en forma de la a menudo infrautilizada red de bibliotecas públicas.

Me resulta llamativa la gente que defiende que leer es caro frente a otras actividades como el deporte, cuando uno puede dejarse una auténtica fortuna en gimnasios, entrenadores y equipamiento, que son cada vez más caros. En realidad, hoy en día y gracias a la oferta disponible en internet, pocas cosas hay más económicas que la lectura. Sin embargo, hacerse un Ironman es visto hoy como un heroico logro personal, mientras que leer cien libros al año, algo propio de un flipado. ¿La diferencia? Una capa de barniz ideológico que desprecia lo intelectual y favorece esa idea del crecimiento personal a través de lo físico. Mens pocha in corpore cachas.

Para qué quieres leer tú, a ver

Todo esto para decir que, si tuviese hijos, los animaría a leer, de igual manera que agradezco a mis padres que me transmitiesen desde muy pequeño la importancia de la lectura. Siempre me he considerado un privilegiado frente a esos otros compañeros cuyos padres nunca les pusieron un libro entre las manos y que, por ello, jamás han conseguido disfrutar el que considero uno de los mayores placeres posibles.

Charlar con los amigos, pasear, jugar, bailar y leer son cosas que nos hacen mejores

Creo, sinceramente, que hay actividades que nos hacen mejores y otras que no tanto. Charlar con los amigos, pasear, jugar, bailar, tocar un instrumento y, sí, leer, son algunas de ellas. De igual forma que nadie duda que hay alimentos más saludables que otros, también creo que hay actividades más enriquecedoras que otras, y que leer es una de ellas. Quizá no te haga mejor persona, pero sí te hace mejor, en un sentido más amplio.

No siempre estoy de acuerdo con el profesor David Cerdá, uno de los superlectores que entrevisté en aquella ocasión, pero sí firmo letra por letra el mensaje que publicó en Twitter: “No te hace mejor persona. Te hace más libre (más crítico), más capaz, mejora tus opciones profesionales y te abre mundos de imaginación, de sensibilidad. Ah, y mejora tu concentración y atención. Y amplía tu rasgo sentimental. Eso nada más”. Yo lo resumiría aún más: si la vida humana es un proceso infinito de ampliación de posibilidades, conocimientos y emociones, pocas cosas abren tantas puertas como la lectura.

placeholder El famoso meme 'deja que la gente disfrute de las cosas'.
El famoso meme 'deja que la gente disfrute de las cosas'.

Nada más terrible que ese elitismo invertido que no deja de ser la peor forma de elitismo, al hacer aquello que recrimina: establecer una jerarquía de lo que debemos hacer y lo que no. Frente a elitistas invertidos e intelectuales nostálgicos, yo me quedo con ese grupo de profesoras que están desarrollando nuevos currículos de lectura con el objetivo de que los estudiantes descubran las posibilidades que ofrece la literatura, integrando autoras desconocidas y escritores olvidados y estableciendo genealogías más allá de la aburrida cronología de los libros de texto. En definitiva, abrir el mundo. No hay nada peor que ser conformista.

Hace un par de veranos publiqué un reportaje sobre las personas capaces de leer más de cien libros al año. Los periodistas solemos anticipar algunas de las reacciones que van a generar nuestros artículos, pero en aquel caso, no esperaba encontrarme con la observación que más se repetía por parte de los lectores: leer mucho no te hace mejor y que, por lo tanto, da igual leer ochocientos libros al año que ninguno.

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