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La crítica blandita a la que le gusta todo: "Hablar mal de algo te supone problemas"
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LA ERA DEL POPTIMISMO

La crítica blandita a la que le gusta todo: "Hablar mal de algo te supone problemas"

El perfil del crítico duro, mordaz y despiadado ha dado paso a una nueva era del periodismo cultural en la que el lenguaje está más cerca del 'marketing' que del análisis. ¿Por qué?

Foto: Imagen de archivo del Cine Callao. (EFE/Kiko Huesca)
Imagen de archivo del Cine Callao. (EFE/Kiko Huesca)
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La semana pasada, Carlos Boyero sorprendió a los oyentes de la SER reconociendo que tal vez sus problemas con Barbie no eran de la película, sino suyos, citando el The Times They Are A-Changin’ de Bob Dylan: "No critiques lo que no puedes entender". El vídeo, claro, se viralizó: "Ni un insulto a la película, ni a la directora, ni a los actores, ni al público. Solo aceptación de su propia incapacidad para comprender qué estaba sucediendo delante de él".

Una aparente traición de lo que se espera de Boyero que puede leerse también como el síntoma de una tendencia mayor en el mundo de la crítica cultural. Basta con ojear los suplementos de cualquier dominical o las reseñas de cada fin de semana para comprobar cómo no solo las críticas negativas parecen haber desaparecido por completo en un momento en el que nadie defendería que todo lo que se hace es bueno, sino que el lenguaje periodístico ha adoptado una retórica cercana a la del lenguaje publicitario. Todo es bueno y raramente baja de las tres estrellas.

"Soplan nuevos vientos a nivel social, ya no está bien vista la agresividad, siquiera dialéctica. La honestidad crítica ha pasado a ser intolerable"

El documental El crítico, dirigido por Juan Zavala y Javier Morales Pérez, retrata bien ese cambio de tendencia. En él, Mirito Torreiro define a Boyero como columnista antes que crítico, un periodista que no está tan preocupado por el lenguaje cinematográfico como por analizar la realidad a través de la película que juzga. La desaparición de los viejos críticos (por lo general, varones de cierta edad, de larga carrera y prestigio), cuyos nombres eran conocidos por los lectores, ha dado paso a una generación precaria que no ha podido consolidar su firma.

Como decía un reciente artículo de The Economist, eso es bueno para los artistas (en este caso, escritores) y malo para el público. Las críticas se han llenado de términos comodín, señala el artículo, que encajan a la perfección en los carteles publicitarios, como "lírico", "brillante" o "inteligente". Ya casi nada es "aburrido".

"Sin duda, la crítica se ha reblandecido en los últimos años", coinciden Elisa McCausland y Diego Salgado, críticos culturales y autores de libros como Supernovas. Una historia feminista de la ciencia ficción audiovisual (Errata Naturae). "Soplan nuevos vientos a nivel social, ya no está bien vista la agresividad, siquiera dialéctica, en la esfera pública. La honestidad crítica ha pasado a ser intolerable. La transparencia absoluta y la constante hiperexposición se han cobrado el precio de un miedo generalizado a salirse de determinados modos comunicativos y desatar la ira de quienes juegan a ser justos".

El marketing se comió a la crítica

Un pequeño acontecimiento francés resulta elocuente: Warner organizó pases de Barbie para influencers pero no para prensa, por lo que medios como Cahiers du Cinéma, So Film o el periódico Libération se quedaron fuera. Solo se invitó a personalidades "colaborativas", como se quejaba un crítico. La distribuidora no necesita críticas, ni buenas ni malas.

"Las distribuidoras han creado un sistema que no quieren que contaminen las críticas"

Fernando Ganzo es redactor jefe adjunto de Cahiers du Cinéma y recuerda que no es el primer caso: "Con ciertas películas y distribuidoras, toca acostumbrarse". A la desconfianza hacia la crítica, se unen "las estrategias de comunicación que las distribuidoras pueden manejar, basadas en redes sociales e influencers, que no quieren que ese círculo se vea contaminado por agentes disruptivos como la crítica mensual, que no responde a lo que quieren que se diga de sus películas". Por ejemplo, concediendo determinadas entrevistas solo a los periodistas que vayan a poner bien la película.

El crítico explica que Boyero terminó fuera de La Guía del Ocio a causa de que sus críticas negativas provocaban que muchas distribuidoras no quisieran anunciarse en sus páginas. Tras la gran crisis del periodismo, muchos medios han terminado dependiendo tanto de la publicidad que no pueden permitirse perder ni un anunciante. Eso ha supuesto que, en la mayoría de casos, la crítica se haya convertido en una prolongación del marketing.

"Todo le parece bueno a quien vive de que todo sea bueno"

"Mi objeción principal a la crítica cultural, a las secciones de Cultura de los periódicos, es que vayan detrás del departamento de marketing de la industria", explica Alberto Olmos, columnista y crítico literario de este periódico, que no obstante, no considera que ahora la crítica sea más blanda que en los 90. "O sea, si la industria quiere que se vea Barbie, si quieres que se venda tal premio literario o que se hable de tal disco, el periodismo suele comparecer obedientemente para que esto suceda exitosamente".

La precariedad de la industria cultural ha terminado favoreciendo un pacto de silencio en el que nadie quiere sonar como el amargado de la fiesta. "La proliferación en los últimos años de agentes culturales y, en paralelo, la precariedad desde la Gran Recesión de la misma industria cultural, han generado una dinámica de intercambios de gracias y favores entre una y otros que crea una presión inevitable sobre quien aspira a practicar una crítica y un análisis que no se casa con nadie", señalan McCausland y Salgado. Perro no come perro, lo que sirve para que las ruedas de la maquinaria autopromocional sigan girando: "Todo le parece bueno a quien vive de que todo sea bueno".

placeholder La actitud del crítico moderno.
La actitud del crítico moderno.

Para ambos críticos, no es que la crítica cultural haya muerto, es que interesa "matarla y enterrarla" para ser sustituida por ese "mercadeo de influencias entre productores y receptores culturales sustanciado en el periodismo de tendencias". O el poptimismo, ese término utilizado para reivindicar el valor de la música pop comercial (frente al esnobismo rockista) que para sus críticos ha terminado generando un estado emocional que "demanda devoción hacia las estrellas pop".

El poptimismo, trasladado a otros campos culturales, ha supuesto que la crítica dedique la mayor parte de tiempo y esfuerzo ya no a encontrar y explicar al lector esas obras minoritarias pero valiosas que de otra manera habrían pasado desapercibidas, sino a desentrañar las cualidades por las que el último blockbuster o best seller ha arrasado. El éxito lo justifica todo, y si no entiendes por qué, tal vez es problema tuyo.

Miedo a que me tengas miedo

Cuando Fernando Neira, crítico musical de El País, publicó un tuit en el que calificaba de "karaoke" el concierto sin músicos de Rosalía, recibió un aluvión de insultos y de palmaditas en la espalda. Algo semejante ocurrió en junio cuando Pablo Gil escribió una reseña tibia, ni siquiera negativa, del pase de la cantante en Primavera Sound Barcelona.

"¿Cómo vas a contradecir a miles de espectadores que pagaron caras sus entradas?"

"Rosalía sería el ejemplo reciente de una polarización que, en realidad, la ha beneficiado", explica Ignacio Julià, crítico musical desde los años 70 en medios como Vibraciones y fundador de Ruta 66. "Me parece lamentable la falta de opinión de cierta crítica musical de la prensa diaria con los grandes conciertos. Este verano se han vivido en Barcelona multitudinarios conciertos de Springsteen, Coldplay y Beyoncé, que para los periódicos han sido todos apoteósicos, imperiales, apabullantes… Titulares interesados, porque ¿cómo vas a contradecir a cientos de miles de espectadores lo lectores que pagaron caras sus entradas y quedaron anestesiados por el gran espectáculo?"

¿Hay miedo? "Miedo no, terror", valora Olmos. "Hablar mal de algo te supone problemas". Aquí entra el crítico como agente doble, crítico y aspirante a creador. "El crítico normalmente tiene una vinculación con un sector que va más allá de su condición de periodista; es o quiere ser guionista o director, es o quiere ser escritor, es o quiere ser músico. Así es difícil combinar la crítica y los sueños profesionales: ¿escribir mal sobre una novela de Anagrama y luego enviarles tu propio manuscrito? No parece una gran idea comparada con: escribir bien de una novela de Anagrama y luego enviarles tu manuscrito".

placeholder ¿Cómo puede haber unanimidad con Coldplay? (EFE/Marta Pérez)
¿Cómo puede haber unanimidad con Coldplay? (EFE/Marta Pérez)

Esta situación favorece a los productos más populares, analizados por lo general de forma benévola. Todo el mundo quiere opinar sobre el fenómeno de la semana, lo que deja cada vez menos espacio para esos productos minoritarios que no generan ningún debate. "La primera providencia de la crítica es elegir qué criticar, y un periodismo que no busca, no prueba, no da oportunidades a fenómenos culturales minoritarios no es periodismo crítico, sino publicidad gratuita", añade Olmos.

Ganzo está de acuerdo en que este sistema beneficia al mainstream. "Si todo se uniformiza y parece bueno, el público desconfía de una cierta visión intelectual de la cultura, parece que si se defienden obras minoritarias es por amiguismo o cierto paternalismo", reflexiona. "Inconscientemente, la gente piensa que si el cine de autor se defiende es porque hay que hacerlo, como un mínimo sindical, y que si el cine mainstream se defiende es porque es bueno de verdad".

"Las películas son buenas porque hay otras que son malas"

Un síntoma de este miedo es que las críticas negativas apenas suelen compartirse en redes sociales, donde otros compañeros, productores, editores o el propio autor de la obra criticada las puede leer, pero sí circulan en privado. "Por supuesto que hay miedo", añaden Salgado y McCausland. "Nosotros hemos notado en multitud de ocasiones que una crítica no ya negativa, simplemente templada, de un cómic o una película que se ha decretado que es una obra maestra crea alrededor del texto un silencio incómodo, por contraste al bullicio que provoca la crítica en cuestión en WhatsApp, mensajes directos, chats o de viva voz".

Es común para ellos ver cómo sus críticas negativas pasan desapercibidas en el momento de su publicación, pero que meses más tarde alguien les comente en privado lo mucho que les gustó, o encontrarse lectores que les preguntan "¿realmente es tan bueno esto que no me cuadra por ningún lado? ¿Estoy tonto o desorientado?" No es así, aseguran: el aficionado sigue teniendo criterio pero "el crítico ha abdicado totalmente de ello". Como resumen, "no es que todo el mundo sea tonto, es que se hacen el tonto por el beneficio del statu quo".

placeholder Hasta ellos tuvieron malas críticas. (Cartel de The Beatles: Get Back)
Hasta ellos tuvieron malas críticas. (Cartel de The Beatles: Get Back)

Al fin y al cabo, la red está llena de artículos que recuerdan los grandes patinazos críticos de la historia. Desde P. Blanco García, que escribió de La Regenta que era "un disforme relato que rebosa porquerías, vulgaridades y cinismos" hasta aquel que calificó El gran Gatsby de Francis Scott Fitzgerald como "un libro de temporada" o el propio Émile Zola, que dijo de Las flores del mal de Baudelaire que se recordaría como "una curiosidad". Ese es otro miedo: el de pasar a la historia como el crítico que dijo que los Beatles no llegarían a ninguna parte.

La autocrítica del crítico

Durante décadas, la implacabilidad del crítico era un factor de diferenciación y prestigio. Los lectores acudían los viernes a la sección de Cultura del periódico con ganas de leer cómo el Carlos Boyero o el Diego Manrique de turno destripaban las novedades de la semana. Hoy, sin embargo, esa generación empieza a hacer autocrítica, como ocurría con Boyero al aceptar que tal vez no había entendido nada de Barbie.

"Me sorprende la causticidad de algunas de mis opiniones de hace décadas"

Una reflexión que el propio Julià también ha hecho después de 40 años dedicado a la crítica musical: "En mi experiencia, seguramente la edad ha hecho que, como crítico, sea más tolerante en general", explica. "Me sorprende la causticidad de algunos de mis textos y opiniones de hace décadas, que intento conservar en lo posible. Más cuando reseño libros o películas que cuando escribo sobre libros, porque ahí gana Quentin Crisp, que decía que ‘hay tanto que explorar entre lo bueno y lo sublime que para qué atender lo mediocre’".

Tal vez simplemente no haya malas críticas porque no hay malas películas, o al menos no hay películas que parezcan malas, y porque hay pocos productos culturales que se presten a la controversia. Como deslizan McCausland y Salgado, no es complicado conseguir que cualquier producto cultural "parezca bueno": "A estas alturas, todos conocemos ya de sobra qué teclas emocionales e ideológicas hay que pulsar (qué momentos feministas ha de tener un cómic o una película) para que nuestras creaciones y nuestros juicios parezcan buenos, constructivos, incluso revolucionarios… pero, sobre todo, analgésicos".

placeholder Pauline Kael, crítica de la vieja escuela.
Pauline Kael, crítica de la vieja escuela.

"Lo que la gente del sector a la que le irritan las crítica negativas tiene que entender es que las películas no existen solas, y que las que son buenas lo son en relación a otras que no lo son, y eso es lo que les da existencia", concluye Ganzo. "Les da existencia que un espectador la escoja porque ha tenido buena crítica o al revés, porque ha tenido malas críticas y quiere saber por qué. Es la idea más básica que se está perdiendo".

O quizá la decadencia no sea de la crítica, sino del espectador. Lo resumía el director de cine Paul Schrader en una entrevista reciente cuando decía que "hubo una época en la que la crítica de cine floreció porque había un público que quería mejores películas". "Carlos Boyero quizá sea hoy un anacronismo, pero dice lo que piensa. Esa era la función del crítico", concluye Julià. "Desgraciadamente, hoy Pauline Kael o Lester Bangs serían imposibles. Es lo que hay".

La semana pasada, Carlos Boyero sorprendió a los oyentes de la SER reconociendo que tal vez sus problemas con Barbie no eran de la película, sino suyos, citando el The Times They Are A-Changin’ de Bob Dylan: "No critiques lo que no puedes entender". El vídeo, claro, se viralizó: "Ni un insulto a la película, ni a la directora, ni a los actores, ni al público. Solo aceptación de su propia incapacidad para comprender qué estaba sucediendo delante de él".

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