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"La Regenta' es una porquería": los mayores desatinos de la crítica literaria
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"La Regenta' es una porquería": los mayores desatinos de la crítica literaria

El crítico es una figura del todo arrabalera que pretenden que la gente trague, según su criterio, un fin de raza que mantienen cabeceras y editoriales por su incalculable 'sapiencia'

Foto: Imagen de dos libros de la primera edición de 'La Regenta' (EFE/Alberto Morante)
Imagen de dos libros de la primera edición de 'La Regenta' (EFE/Alberto Morante)

Los críticos son ese paradigma, un fin de raza que mantienen cabeceras y editoriales por su incalculable sapiencia sobre los libros que manosean y su aportación a la cultura. Es una figura del todo arrabalera puesto que pretenden que la gente trague según el criterio que les parió, haciendo que la cosa sea del todo subjetiva, o por decirlo de otra manera, petulante. No se apuren, la historia no les guarda en ningún cajón, ahora que está tan de moda pasar por algo. Este segundo golpe que les regala la vida —el primero fue no poder escribir un libro por ellos mismos—, les hace menospreciar, ajustar cuentas, o incluso creerse capaces de escribir el libro que reseñan, brillantemente mejor que el propio autor.

Así, La Regenta, de Clarín, era “ese disforme relato que rebosa porquerías, vulgaridades y cinismos. Una premiosidad violenta y cansada, digna de cualquier principiante cerril”, para la autoridad literaria P. Blanco García, o cuando el más ávido de los críticos españoles, Pablo Ladrón de Guevara, se refirió a Baroja y su árbol de la ciencia como “inmoral, de malas ideas, desesperante y el remedio es el suicidio”. Este fenómeno también se refirió sobre Los Pazos de Ulloa, de Pardo Bazán, diciendo que era “muy mala. Hay pecado deshonesto de gravedad específica singularmente opuesta a la naturaleza, con descripciones y fraseología que no toleran ni los ojos ni los oídos de personas bien educadas”.

El New York Herald Tribune dijo de 'El gran Gatsby': "simplemente un libro de temporada"

En otras ocasiones las propias cabeceras ojo avizor, como el New York Herald Tribune, cuando publicó sobre El Gran Gatsby de Fitzgerald que “lo que nunca ha estado vivo difícilmente puede seguir viviendo. Simplemente un libro de temporada”, al que se sumó la prestigiosa Satuday Review of Literature “es una obra absurda, tanto si se la considera como un melodrama o como un simple documento de la alta sociedad neoyorquina”. El mismísimo New York Times sobre Fiesta, de Hemingway, “nos deja con la sensación de que la gente que describe, en realidad, carece de importancia; uno queda al final sin nada que digerir”, o Kirkus Reviews, la prestigiosa revista americana sobre Lolita, de Nabokov “que un libro como este se haya podido escribir, publicar y vender —seguramente sobre el mostrador— hace que nos cuestionemos nuestros estándares morales y éticos; cualquier vendedor debería saber que está vendiendo pornografía muy poco literaria”. De aquellos lodos estos fangos.

"Una mente enferma"

También participaban algunos escritores, generalmente los que vendían ediciones enteras, alzándose en voceros autorizados para decir si algo merecía o no la pena. Émile Zola sobre Las flores del mal, de Baudelaire, “dentro de cien años, los libros de historia de la literatura francesa sólo mencionaran esta obra como una curiosidad” o el poeta Nuñez de Arce, que en su evolución del romanticismo al realismo se permitió calificar el libro de Rimas de Bécquer, como unos “suspirillos germánicos”; seguro que reconocerán tamaña obra del académico y ex gobernador de Barcelona. John Dunlop, el poeta, no el neumático, llegó incluso a definir al autor de Los viajes de Gulliver, Jonathan Swift, como “una evidencia de una mente enferma y un corazón lacerado”

La cosa no va sólo de literatura, en teatro, “La obra más insípida y ridícula que he visto en mi vida”, fue la que vio Samuel Pepys. Se trataba de El sueño de una noche de verano, de Shakespeare. Ni siquiera se libró la reina del thriller, Agatha Christie, de quién Barrie Stacey exclamó “¿no va siendo ya tiempo de cambiar el trozo de queso?”, tras estrenar La Ratonera. Nada más lejos que el pasote del Archiduque Fernando, que calificó Las bodas de Fígaro, de Mozart, como algo “demasiado ruidoso, mi querido Mozart, demasiadas notas” o el Music Trade Review, que dedicó esta simpática recomendación sobre una obra de Georges Bizet: “Si fuera posible imaginar a su Satánica Majestad escribiendo una ópera, Carmen sería el tipo de obra que se debería esperar que hiciese”.

"Si fuera posible imaginar a su Satánica Majestad escribiendo una ópera, sería 'Carmen'"

Fue el temido cardenal Richelieu, ese Rasputín gabacho quién dijo “dadme seis líneas manuscritas por el hombre más honrado, y hallaré en ellas motivos para hacerle ahorcar”, palabras suficientes para entender que cualquier persona con un poco de mala leche puede estropearles la mejor novela que les hubiera gustado leer. Bien cierto que sus intenciones eran más tenebrosas, pero así son las de muchos críticos literarios, quienes aguardan ansiosos sujetando el cuchillo y el tenedor sobre la mesa de las novedades editoriales.

Mi mejor recomendación es que se hagan más caso a ustedes mismos a menudo, por mucho reparo que tengan a primera vista de algunas de las cosas que les interesan. Un leve gesto, una mueca, una sonrisa, una vergüenza; no importa su manera de pronunciarse, es el instinto y deben darle bola, no sólo sirve para sobrevivir, también para que sigamos creciendo un poco. No hace falta darle tanta coba a los críticos, utilícenles como hago yo, pues son un colectivo especialmente útil para enterarte de las cosas que no te interesan ni una micra.

Los críticos son ese paradigma, un fin de raza que mantienen cabeceras y editoriales por su incalculable sapiencia sobre los libros que manosean y su aportación a la cultura. Es una figura del todo arrabalera puesto que pretenden que la gente trague según el criterio que les parió, haciendo que la cosa sea del todo subjetiva, o por decirlo de otra manera, petulante. No se apuren, la historia no les guarda en ningún cajón, ahora que está tan de moda pasar por algo. Este segundo golpe que les regala la vida —el primero fue no poder escribir un libro por ellos mismos—, les hace menospreciar, ajustar cuentas, o incluso creerse capaces de escribir el libro que reseñan, brillantemente mejor que el propio autor.

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