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Este catedrático de Yale te explica cómo ser un genio
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Este catedrático de Yale te explica cómo ser un genio

Craig Wright imparte desde hace 20 años clases sobre genialidad en esa universidad. Publicamos un extracto de su nuevo libro

Foto: El astrofísico Stephen Hawking en 1979. (Getty/Santi Visalli)
El astrofísico Stephen Hawking en 1979. (Getty/Santi Visalli)

Stephen Hawking fue alguien a quien le quitaron las cosas tanto relevantes como intrascendentes. A Hawking lo han llamado el "mayor genio desde Einstein", así como "el genio de la silla de ruedas". Hawking mismo sostenía que estas designaciones eran ruido mediático, impulsado por la sed de héroes que tiene el público. Y es cierto que el público siempre ha sentido cierta debilidad por el genio atrapado en un cuerpo maltrecho. Piensa en el jorobado de Notre Dame de París, el Fantasma de la Ópera y Alastor Ojoloco Moody en Harry Potter, todos ellos genios ocultos tras una apariencia deforme.

Hawking solo empezó a concentrarse en serio a los veintiún años (y solo porque tuvo que hacerlo, debido a la aparición de la ELA, también conocida como la enfermedad de Lou Gehrig). Antes de ese año parecía un fracasado dedicado a disfrutar de la vida. Como él mismo admitió, no leyó hasta los ocho años de edad; en la escuela era un alumno medio, y ya en la universidad pasaba el tiempo socializando, trabajando solo una hora al día. Pero en 1963, a la edad de veintiún años, de pronto tuvo que enfrentarse a una fecha límite literalmente: recibió el diagnóstico de ELA acompañado de una expectativa de vida de dos a tres años. Confinado en una silla de ruedas, tenía pocas distracciones. En 1985 había perdido la capacidad de hablar y de comunicarse, excepto con su ordenador. Así que por necesidad tuvo que enfocarse en un campo, y eligió la astrofísica. Cuando pregunté a Kitty Ferguson, su amiga y biógrafa principal, si el aislamiento de Hawking había potenciado su habilidad para concentrarse, ella ofreció esta importante perspectiva: "Yo diría que es probable que su discapacidad no aumentara su capacidad de concentración, pero aumentó su inclinación a concentrarse, a desarrollarse al fin, a enfocarse y dejar de perder el tiempo. Como me dijo una vez: '¿Y qué otra cosa me quedaba?".

Para inicios de 1970, Hawking había perdido el uso de sus manos. Eso supuso un problema, porque todos los físicos, cuando trabajan, piensan con ecuaciones y las escriben sin descanso ya sea en papel, pizarras, paredes, puertas o cualquier otra superficie plana (alternando la concentración analítica con la ejecución). Para continuar su trabajo, Hawking desarrolló un camino alternativo: él veía el problema en su mente y lo mantenía ahí, concentrándose de una forma parecida a como lo hacía Newton. Kip Thorne, ganador del premio Nobel, dijo: "Él aprendió a hacer [matemáticas y física] enteramente en su cabeza, sin escribir las cosas. Lo hizo manipulando imágenes de las formas de los objetos, las formas de las curvas, las formas de las superficies, no solo en un espacio tridimensional, sino en uno de cuatro dimensiones, incorporando el tiempo. Lo que lo hace único entre todos los físicos es su capacidad para realizar cálculos complejos de una manera mucho mejor que como los haría si no hubiera tenido ELA". Hawking confesó que él, como Einstein, se metía en su zona de pensamiento enfocado para evitar las distracciones: "Dar vueltas a los problemas en mi mente ha sido mi método de descubrimiento durante casi la mitad de mi vida. Mientras las personas a mi alrededor están profundamente concentradas en sus conversaciones, yo muchas veces me transporto muy lejos, perdido en mis propios pensamientos, intentando comprender cómo funciona el universo". Kitty Ferguson resumió así la capacidad de Hawking para concentrarse: "Pocos tienen la capacidad de concentración y autocontrol de Hawking. Pocos tienen su genio". El maestro de los agujeros negros logró prosperar gracias a sí mismo.

El 1 de julio de 2014 tuve un accidente cerebrovascular isquémico y mi esposa me llevó al hospital en Sarasota, Florida, donde vivimos ahora. Las exploraciones mostraron que tenía (y todavía tengo) la arteria carótida interna izquierda completamente obstruida; no tenía sentido intentar abrirla por medio de una endarterectomía. Durante tres días estuve conectado a cables en una cama de hospital en mi propio agujero negro. Podía pensar, pero no podía hablar. Era, virtualmente, un prisionero dentro de mi cuerpo, así que me dije seriamente: "Craig, esto es serio. Vas a tener que trabajar para salir de esto. Piensa, concéntrate y pon en orden tu vida". Empecé a hacer algunos ejercicios mentales que inventé en un esfuerzo por reunir mi memoria a corto plazo y mi habla, y los hice aumentando poco a poco el grado de dificultad: 1) di "perro, toro, azul" y recuerda la primera palabra después de que hayas dicho la tercera; 2) identifica a dos compositores que vivieron entre Bach y Brahms; 3) nombra tres restaurantes de Longboat Key de sur a norte; 4) di las cuatro sílabas del nombre de la carretera que va de Tampa a Miami (Tamiami).

placeholder Portada de 'Los hábitos secretos de los genios', de Craig White.
Portada de 'Los hábitos secretos de los genios', de Craig White.

Hora tras hora me concentraba (¿qué otra cosa podía hacer?). Si este ejercicio voluntario contribuyó o no a un giro repentino de mi mente, no puedo decirlo, pero al tercer día la obstrucción de mi flujo sanguíneo se revirtió y, tras un periodo de meses, recuperé gradualmente la función cognitiva normal. Tuve suerte. Por supuesto, mi experiencia, aunque fue seria en el momento, fue trivial en comparación con la ELA de Hawking. Pero me dio un atisbo de cómo podría haber sido estar encerrado en su silo mental. "Mantener activa la mente fue clave en mi supervivencia", dijo alguna vez, y vivió más de cincuenta años más de lo que los médicos habían pronosticado en un inicio. Algunas veces en la vida es imperativo relajarse, desconectar y dejar que la mente nos lleve lejos hasta lograr una comprensión original. Pero en otros momentos, si eres un genio como Hawking, o alguien que trabaja lentamente pero con diligencia, como yo, hay problemas prácticos que resolver. En esos momentos, tienes que encontrar la disciplina para concentrarte.

Hábito, rutina o ritual

Todo genio tiene un tiempo, un lugar y un ambiente para hacer y terminar su trabajo. Puedes llamar a esto hábito (como yo hago con este libro, y como también lo hicieron Vladimir Nabokov y Shel Silverstein), rutina (Lev Tolstói y John Updike), horario (Isaac Asimov, Yayoi Kusama y Stephen King), rutina (Andy Warhol) o ritual (Confucio y Twyla Tharp). Los hábitos de estas grandes mentes no son ni glamurosos ni exaltados. «La inspiración es para aficionados — dice el pintor Chuck Close—. El resto de nosotros solo llegamos y nos ponemos a trabajar.»

Así como cada genio es diferente, también cada uno tiene su propia y única manera de concentrarse. El autor Thomas Wolfe, con una estatura de 1,98 metros, escribía de pie sobre una nevera de cocina empezando alrededor de la media noche. Ernest Hemingway comenzaba a escribir por la mañana en su máquina portátil Underwood colocada en una estantería en el anexo de su casa de Cayo Hueso.

John Cheever todas las mañanas se ponía su único traje, como si se preparara para ir al trabajo como hacen otros profesionales. Después bajaba en ascensor al sótano de su edificio en Nueva York, se quitaba el abrigo y se ponía a escribir apoyado en cajas de almacenamiento hasta mediodía. Entonces se volvía a poner el abrigo y subía a casa para comer.

En algunos casos, la concentración intensa requiere una interrupción que implique ejercicio físico. Victor Hugo tomaba un descanso de dos horas, se dirigía al mar y hacía ejercicios vigorosos en la playa. Igor Stravinski, si la energía y la concentración disminuían, hacía el pino durante un lapso corto de tiempo. Lo mismo hacía el premio Nobel Saul Bellow (tal vez para aumentar el flujo sanguíneo hacia el cerebro). La coreógrafa Twyla Tharp, para quien la condición física era parte de su proceso creativo, iba a diario al gimnasio Pumping Iron a las cinco y media de la mañana. Pero como dijo en su libro The Creative Habit: Learn It and Use It for Life [El hábito creativo: apréndelo y úsalo de por vida]: "El ritual no consiste en el estiramiento y el entrenamiento con pesas al que someto mi cuerpo cada mañana en el gimnasio; el ritual consiste en tomar el taxi. En el momento en que le digo al conductor adónde voy, completo el ritual". Tener un ritual disciplinado hace que la vida sea más simple y aumenta la productividad. "Es profundamente antisocial — dijo Tharp—. Pero, por otro lado, favorece la creatividad".

Ya sea en un faro o en la seguridad de una casa, todas las grandes mentes tienen un espacio en el que entran "en la zona"

La mayoría de los genios crean en sus oficinas, laboratorios o estudios aislados del mundo exterior. Una vez que estaba en su estudio, el pintor N. C. Wyeth pegaba con cinta adhesiva "anteojeras" de cartón a los lados de sus gafas para no ver más allá del lienzo. Tolstói cerraba su puerta con llave. Dickens hizo construir una puerta adicional en su estudio para impedir el ruido. Cuando escribía Lolita, Nabokov trabajaba todas las noches en el asiento trasero de su coche aparcado, "es el único lugar en el país — contaba— que no tiene ruido ni corrientes de aire". Marcel Proust tenía las paredes de su casa cubiertas de corcho. La conclusión de todo esto es que los genios necesitan concentrarse. Más de una vez, Einstein alentaba a los científicos noveles a conseguir un trabajo como fareros para «dedicarse sin distracciones» a pensar.

Ya sea en un faro o en la seguridad de una casa, todas las grandes mentes tienen un espacio en el que entran "en la zona". A la escritora de misterio Agatha Christie muchas veces la acosaban las interrupciones sociales y profesionales, pero, como recordaba: "Sin embargo, una vez que podía alejarme, cerrar la puerta y lograr que la gente no me interrumpiera, era capaz de avanzar a toda velocidad, completamente inmersa en lo que estaba haciendo".

Sigue su ejemplo, pero ve un paso más allá: no te interrumpas con búsquedas distractoras ni correos electrónicos. Pero date confianza y aliento colocando símbolos de tus logros previos (diplomas, certificados, premios...) a la vista, así como retratos de tus héroes y heroínas. Brahms tenía una litografía de Beethoven sobre su piano. Einstein tenía retratos de Newton, Faraday y Maxwell en su estudio; y Darwin tenía retratos de sus ídolos en el suyo: Hooker, Lyell y Wedgewood. El proceso creativo mismo es temible (muchas veces, un "gran trabajo" parece depronto no tener valor) y trucos simples como estos te pueden ayudar. Con un ritual en el que apoyarte, puedes levantarte e intentarlo otra vez mañana. "Una rutina sólida — según John Updike— evita que te des por vencido".

Así, la lección final para el resto de nosotros por parte de los genios de este libro es esta: para ser más eficiente y productivo, crea una rutina diaria que incluya una zona de seguridad de cuatro paredes que favorezca la concentración constructiva. Ve a la oficina, a tu estudio o a tu taller, y asegúrate de tener algo de espacio y de tiempo para la reflexión interior. Por supuesto, procura el acceso a una amplia variedad de opiniones y de información, pero recuerda que al final del día, el único responsable de sintetizar esa información y producir algo eres tú. Necesitamos gente exitosa para que el mundo funcione mejor hoy. Y genios que se aseguren de que funcione aún mejor mañana.

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Enseñamos a nuestros hijos a "comportarse" y a respetarlas reglas. Muchos de ellos ingresarán en la universidad, donde harán cursos con profesores, como yo mismo, que se centran en aquellas grandes mentes que resulta que no se comportaron y rompieron las reglas: los genios transformadores de la cultura occidental. Este es solo uno de los múltiples resultados inesperados que han surgido durante los doce años que he pasado impartiendo mi "curso de genios" en Yale y en el proceso de escribir este libro. Aquí hay algunos otros sin ningún orden en particular.

placeholder Albert Einstein.
Albert Einstein.

Al inicio de este proyecto, tenía en mente una imagen del genio: alguien con un CI muy alto que, incluso siendo joven, tiene "momentos eureka" repentinos, pero que es excéntrico e impredecible. Cada rasgo de su imagen estereotípica, según he aprendido después, está equivocado o es impreciso en la mayoría de los casos. Tomemos como ejemplo la noción de que el genio es un ser de inteligencia superior que saca dieces en todas las pruebas estandarizadas de la vida. En realidad, mi estudio de los genios revela un buen número de ejemplos de alumnos de mediocres a malos, así como otros que fueron miembros de sociedades de honor académico como Phi Beta Kappa. Hawking no leyó hasta que tuvo ocho años, y recuerda que Picasso y Beethoven no podían con las matemáticas básicas. Jack Ma, John Lennon, Thomas Edison, Winston Churchill, Walt Disney, Charles Darwin, William Faulkner y Steve Jobs también tuvieron bajo rendimiento académico. Estas grandes mentes eran "listas", pero de maneras muy poco estandarizadas e impredecibles. Así, mi cohorte de genios me ha enseñado que es imposible predecir quién se convertirá en genio; nunca más cometeré el error de juzgar el potencial de un joven basándome en pruebas estandarizadas y calificaciones, ni siquiera en sus actos prodigiosos. De hecho, yo advertiría a todos los padres que no presionaran a sus hijos para seguir el carril de los niños prodigio. Comprobemos si dentro de veinte años ese prodigio ha empezado a cambiar el mundo (pocos lo hacen).

Otras revelaciones inesperadas. La gente con éxito puede tener descendencia con éxito, pero resulta que los genios no producen dinastías de pequeños genios (la genialidad no es una característica hereditaria, sino un fenómeno "único"). La gente exitosa necesita mentores (todos lo sabemos), pero aparentemente los genios pueden vivir bien sin ellos. Los genios, por lo general, absorben información con rapidez, intuyen más y se mueven con rapidez más allá de cualquier mentor. Es cierto que, por definición, la genialidad presupone una desigualdad en los resultados (los pensamientos excepcionales de Einstein o la extraordinaria música de Bach) y genera una desigualdad concomitante en la recompensa (la fama eterna de Bach o la extraordinaria riqueza de Bezos); así es como funciona el mundo. De manera similar, los actos geniales, por lo general, se acompañan de actos de destrucción; a eso es a lo que llamamos, en general, progreso.

Obsesivos y egocéntricos

La genialidad tampoco es repentina. Ese "momento eureka" es, en realidad, la culminación de un largo periodo de gestación cerebral. Recuerda: Albert Einstein luchó con la teoría de la relatividad general durante dos años antes de tener su "pensamiento más feliz"; Nikola Tesla tardó siete años en visualizar el motor de inducción; y Otto Loewi necesitó casi veinte años para tener su epifanía nocturna sobre la acetilcolina. ¿Por qué, entonces, en las películas de Hollywood todos los genios tienen un "momento eureka" repentino? Porque el público no puede pasarse veinte años sentado viendo la película, ni siquiera dos. "Todos los genios mueren jóvenes", dijo el comediante Groucho Marx. Pero estadísticamente resulta que no es cierto; la obsesión obstinada los impulsa. Los genios cambian el mundo, sí, pero resulta que muchos lo hacen de manera accidental; algunas veces la sociedad ha mejorado como consecuencia de la necesidad del creador de lograr su propia salvación, pero no porque él haya tenido la intención de mejorar el mundo. ¿Cuántas obras maestras se crean para el beneficio de la psique del pintor? ¿Cuántos grandes libros se escriben más para el autor que para el lector?

placeholder Craig Wright, autor de 'Los hábitos secretos de los genios'. (Cedida)
Craig Wright, autor de 'Los hábitos secretos de los genios'. (Cedida)

Finalmente, mis alumnos de Yale y yo hemos tenido una revelación perdurable que tal vez debimos haber anticipado: muchas grandes mentes resultan no ser unos seres humanos maravillosos. Al inicio del curso siempre pregunto a mis alumnos, solo para reírnos y provocar la discusión:

"¿Quién de los que estamos aquí es un genio? Todos los genios, por favor, levantad la mano". Unas pocas almas lo hacen con timidez; los payasos de la clase se levantan de modo enfático para que todos los vean. Después pregunto: "Y si no sois todavía genios, ¿cuántos de vosotros querríais serlo?". Unas tres cuartas partes de la clase responde de forma afirmativa. En la última clase del curso pregunto: "Después de haber estudiado a todos estos genios, ¿cuántos de vosotros todavía queréis serlo?". Entonces, solo alrededor de una cuarta parte del grupo dice "yo". Como comentó un alumno sobre este tema: "Al principio del curso pensé que quería, pero ahora no estoy tan seguro. Son tantos los genios que parecen cretinos obsesivos egocéntricos. No es la clase de persona que quiero como amigo o como compañero de piso". Queda claro: obsesivos y egocéntricos. Así como nos podemos beneficiar de los hábitos del genio, debemos tener cuidado si hay alguno cerca de nosotros. Si trabajas para un genio, te puede traicionar o maltratar, o puedes perder tu trabajo. Si alguien junto a ti es un genio, puedes descubrir que lo más importante para él es su trabajo o su pasión. A quienes son maltratados por los genios, a aquellos a los que les roban su trabajo, o que son explotados o ignorados por ellos, les ofrecemos un agradecimiento sincero por "sacrificarse por el equipo", pues el equipo somos todos los que después nos beneficiamos del bien cultural mayor que ese genio ha realizado. Parafraseando al escritor Edmond de Goncourt, "casi nadie ama a un genio hasta después de que haya muerto". Pero después lo hacemos, porque logró que la vida fuera mejor.

*Craig White es catedrático en Musicología en Yale, donde imparte la clase 'Exploring the Nature of Genius' (Explorando la naturaleza de la genialidad). Es autor del libro ' Los hábitos secretos de los genios' (Península).

Stephen Hawking fue alguien a quien le quitaron las cosas tanto relevantes como intrascendentes. A Hawking lo han llamado el "mayor genio desde Einstein", así como "el genio de la silla de ruedas". Hawking mismo sostenía que estas designaciones eran ruido mediático, impulsado por la sed de héroes que tiene el público. Y es cierto que el público siempre ha sentido cierta debilidad por el genio atrapado en un cuerpo maltrecho. Piensa en el jorobado de Notre Dame de París, el Fantasma de la Ópera y Alastor Ojoloco Moody en Harry Potter, todos ellos genios ocultos tras una apariencia deforme.

Albert Einstein