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Proust o la literatura de peluquería: un delirio hiperestésico donde tal vez te aguarde algo
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Proust o la literatura de peluquería: un delirio hiperestésico donde tal vez te aguarde algo

Reconocemos la gran aventura de la prosa, pero su contenido se nos revela casi siempre frívolo

Foto: Marcel Proust.
Marcel Proust.

Uno de los momentos más estimulantes de la lectura de A la busca del tiempo perdido (1913-1927), la obra maestra de Marcel Proust, es cuando aparece Murcia. Ya en el topónimo Murcia resuenan muchas cosas contrarias a Proust, faulknerianas mayormente, de pueblo llano. Quizá no haya nada menos proustiano que Murcia. Por ello, ver a Murcia entreverada en la prosa de Proust, en Por la parte de Swann, el primer volumen de la serie, nos recuerda que somos más de Murcia que de Guermantes, más de Faulkner y la madre muerta que de Proust y el beso de mamá. Lo más espantoso que le sucede al protagonista de Proust en Por la parte de Swann es que su madre no va a llegar a tiempo de darle el beso de buenas noches. Se dedican muchas páginas a esta eventualidad insoportable: que mamá no te dé ese beso nocturnal y balsámico.

Murcia se cita por la Riada de Santa Teresa, inundación que dejó mil muertos entre la ciudad de Murcia y Orihuela el 15 de octubre de 1879, y que provocó en París una fiesta para recaudar fondos. Es un poco lo más cerca que está la vida vulgar y el barro de entrar en la obra de Marcel Proust: que se convoque un cóctel a beneficio de los desgraciados murcianos. Leemos: “(...) el día de la fiesta París-Murcia, a beneficio de los damnificados por las inundaciones de Murcia”. Dicha fiesta, en rigor, solo aparece en la novela como punto de referencia histórico, para que sepamos por qué parte del siglo XIX nos movemos, ni siquiera como breve desvío piadoso hacia la sección de sucesos del periódico.

placeholder 'A la busca del tiempo perdido', en la nueva edición de Mauro Armiño.
'A la busca del tiempo perdido', en la nueva edición de Mauro Armiño.

Esta semana se cumplen cien años de la muerte de Marcel Proust, uno de los cuatro o cinco iconos literarios del siglo XX. Con Kafka, Joyce y pocos más, Proust conforma el álbum de cromos más exquisito de la cultura, al que conocemos como canon.

Como saben, una vez que entras en el canon, es muy difícil sacarte de ahí. Con el canon literario pasa además otra cosa: es muy difícil que la gente te lea.

Foto: El traductor Mauro Armiño posa para esta entrevista en su estudio en Madrid. (Ana Beltrán)

La condición canónica de Marcel Proust se debe al reconocimiento de sus pares, otros escritores, y al latido que en su escritura hay de la escritura de Proust. También se debe a que los críticos, profesores y gentes cultas señalan la obra de Proust como cimera. Proust, en realidad, empezó desde lo más bajo: autoeditando el primer volumen de A la busca del tiempo perdido y recibiendo rechazos editoriales (es conocido el que le asestó André Gide, nada menos). Murió sin ver publicado el ciclo completo de su Recherche, así como numerosas obras más o menos accidentales (novelas encontradas “en cajas”, notas, “folios”, cartas, relatos), que aparecieron póstumamente.

¿Por qué es famoso Proust? Por inventar una sintaxis de la evocación

¿Por qué es famoso Proust? Por inventar una sintaxis de la evocación. Dado que el tiempo es un continuo confuso, y el pasado siempre supone pérdida, Proust se lanzó a escribir en busca justamente de ese maleado del idioma que le permitiera recuperar la vida. Lo que creó fue un estilo singular, muy imitado e imitable, de frase larga, confusa como el propio tiempo, que va arrastrando evocaciones, recuerdos, sentires presentes y pasados en decenas de palabras que el lector transita sin la piedad de un punto hasta pasada media página, o cinco. Ahí radica la dificultad y el mérito de Proust: en la propuesta de una arquitectura gramatical.

En este punto, en efecto, estamos a favor de Proust, como estamos a favor de Robert Musil ( El hombre sin atributos) o de Thomas Bernhard (Extinción). Que leer algo sea difícil solo te evita ganar el premio Planeta, y unos dos millones de lectores, pero un arte sin dificultad sería un arte que nadie se ha tomado en serio. Diversos autores y autoras a lo largo de la historia tratan de llevar la escritura más allá, y solo eso da cuenta de la vitalidad de la literatura.

Foto: Marcel Proust. (EFE)

Sin embargo, amigos, este que escribe no es nada fan de Marcel Proust, fuera del atractivo y fascinación que le produce la frase larga y virtuosa, especie de plano-secuencia del arte literario.

Frívolo y aromático

El motivo puede deducirse de esta larga cita de Por la parte de Swann: "Para estas, chic es una emanación de unas cuantas personas que lo proyectan en un radio bastante amplio —y con mayor o menor fuerza, según lo que se diste de su intimidad— sobre el grupo de sus amigos o de los amigos de sus amigos, cuyos nombres forman una especie de repertorio. Este repertorio lo guardan en la memoria las gentes del gran mundo, y tienen respecto a estas materias una erudición de la que sacan un modo de gusto o de tacto especiales; así que Swann, sin necesidad de apelar a su ciencia del mundo, al leer en un periódico los nombres de los invitados a una comida, podía decir inmediatamente hasta qué punto había sido chic, lo mismo que un hombre culto aprecia por la simple lectura de una frase la calidad literaria de su autor".

Foto: Marcel Proust

Es decir, reconocemos la gran aventura de la prosa, pero su contenido se nos revela casi siempre frívolo, aromático, de cositas de salones y vidrieras, de olores en el jardín y couché filosófico. Miren esto: "—Hay en las nubes de esta tarde violetas y azules muy hermosos, ¿verdad, compañero? —dijo a mi padre—; un azul, sobre todo, más floreal que aéreo, el azul de la cineraria, que choca mucho, visto en el cielo". Y así un millón doscientas mil palabras, amigos. Imaginen que Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez, tuviera siete volúmenes, todos de algodón.

O miren esto, de El tiempo recobrado, último volumen de la obra: “Siempre nos equivocamos sobre el número de personas con las que tiene relaciones [un hombre], porque interpretamos erróneamente como tales las amistades, lo que constituye un error por añadidura, pero también porque creemos que una relación demostrada excluye otra, lo que constituye otra clase de error”. A la busca del tiempo perdido está lleno de estos comentarios de peluquería, aunque de una peluquería donde la gente habla admirablemente, lo cual no obsta para que lo que se diga sea lo propio de una peluquería.

'A la busca del tiempo perdido' está lleno de comentarios de peluquería, una peluquería donde la gente habla admirablemente

La prosa dura de Bernhard, como se sabe, trata de los “procesos mentales”; la prosa empinada de Musil se caracteriza por la sobre-intelectualización. Proust, por su parte, es una sobre-sentimentalización, un delirio hiperestésico, y quizás hay que tener, como lector, un temperamento concreto para poder disfrutar realmente de las tres mil páginas de su búsqueda.

Con todo, la mejor crítica a la obra de Marcel Proust se la debemos a Roland Barthes. El semiólogo francés dijo que de A la busca del tiempo perdido siempre se saltaba páginas, pero que tenía la impresión de que no siempre se saltaba las mismas. Es muy sutil el comentario. Nos avisa de que leerlo entero, una página después de la otra, no es muy recomendable. Pero también nos avisa de que hay algo ahí para nosotros, esperándonos, y que es probable que, si le damos una oportunidad, lo encontremos.

Uno de los momentos más estimulantes de la lectura de A la busca del tiempo perdido (1913-1927), la obra maestra de Marcel Proust, es cuando aparece Murcia. Ya en el topónimo Murcia resuenan muchas cosas contrarias a Proust, faulknerianas mayormente, de pueblo llano. Quizá no haya nada menos proustiano que Murcia. Por ello, ver a Murcia entreverada en la prosa de Proust, en Por la parte de Swann, el primer volumen de la serie, nos recuerda que somos más de Murcia que de Guermantes, más de Faulkner y la madre muerta que de Proust y el beso de mamá. Lo más espantoso que le sucede al protagonista de Proust en Por la parte de Swann es que su madre no va a llegar a tiempo de darle el beso de buenas noches. Se dedican muchas páginas a esta eventualidad insoportable: que mamá no te dé ese beso nocturnal y balsámico.

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