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Cuando la política se instala en el conflicto y no puede ofrecer un futuro
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Cuando la política se instala en el conflicto y no puede ofrecer un futuro

El editor Jorge Lago y el actual ministro Pablo Bustinduy publican 'Política y ficción' (Península), un ensayo sobre las ideologías en un mundo sin futuro. Publicamos la introducción

Foto: Asamblea del Movimiento 15-M. (EFE/Sergio Barrenechea)
Asamblea del Movimiento 15-M. (EFE/Sergio Barrenechea)

La idea de este libro nació hace ya más de una década, en los días posteriores a los levantamientos populares de 2011. Entonces nos pareció que había algo nuevo en los movimientos políticos antagonistas que se estaban multiplicando por España y por el mundo entero; algo, concretamente, que tenía que ver con su relación con la ficción. Estos movimientos rechazaban de plano las ideologías dominantes, denunciadas espontáneamente como relatos que resultaban inverosímiles, aunque estuvieran todavía operativos.

En la Puerta del Sol se gritaba entonces: "Lo llaman democracia y no lo es"; en Occupy Wall Street, "This is what democracy looks like". Pero había algo que iba un paso más allá del rechazo de aquellas construcciones ideológicas: un esfuerzo de abrirlas y desmantelarlas, sin que pareciera haber ninguna prisa por sustituirlas con otras del mismo tipo. En las movilizaciones se anunciaba que el poder estaba al desnudo, que las viejas convicciones habían perdido su capacidad de dar un significado estable a las cosas, como si de pronto faltara el relato con que ordenarlas, como si no hubiera, o se resistiera a aparecer, una nueva perspectiva capaz de ubicar aquellos lugares vacíos. En ausencia de ese horizonte, se dio una mezcla inusitada de creatividad y de ansiedad, una urgencia empapada de política.

El rechazo de la representación política que figuró de forma tan prominente en aquellos días de 2011 se expresó de manera nítida, casi ritual, en el grito que servía de cierre y colofón a toda intervención pública: "¡No nos representan!". Sin duda, la función de este grito era evidenciar la distancia gigantesca que separaba entonces a los gobernados de los gobernantes: era tal el abismo entre la experiencia vivida de la gran crisis financiera y los discursos institucionales sobre ella que, para quienes estaban ocupando las plazas del país, el mero hecho de hacer aquella separación visible suponía impugnar el funcionamiento entero del sistema. Lo interesante, sin embargo, es que no parecía haber ninguna prisa por colmar aquella enorme distancia representativa. De hecho, las elecciones municipales y autonómicas que se celebraron precisamente en aquellos días no suscitaron una especial contestación en el movimiento social, sino más bien una sensación general de indiferencia. Para explicar aquella desconexión, los medios de comunicación enviaron corresponsales a las movilizaciones como quien los envía a un país extranjero.

Buscaban portavoces, preguntaban quiénes sois y qué queréis, dónde está vuestro programa, cuáles son vuestras reivindicaciones. En la mayor parte de los casos, les fue imposible encontrar otra respuesta que aquel "¡No nos representan!", repetido una y otra vez. Si había una certeza compartida, esa era la voluntad de impedir la reconducción de lo que estaba sucediendo, una resistencia feroz a cualquier intento de acortar las distancias y cerrar en un discurso, en cualquier discurso, sus enormes posibilidades políticas.

placeholder Portada de 'Política y ficción. Las ideologías en un mundo sin futuro'.
Portada de 'Política y ficción. Las ideologías en un mundo sin futuro'.

Esa resistencia llegó a desesperar a todo aquel que tuviera una idea, por vaga que fuera, de los esquemas que unen medios y fines en política. En las discusiones del momento no había una idea de utilidad, ni de proyección, ni de priorización de los tiempos y los objetivos: quizá venga de ahí la fascinación por la táctica y la estrategia que marcó el siguiente ciclo político, centrado obsesivamente en las elecciones, el poder interno y la dinámica de los partidos.

Pero, al mismo tiempo, ese empeño obligaba también a reconocer algo que resultaba profundamente incómodo para quienes venían de experiencias militantes previas en los partidos de izquierdas y los movimientos sociales: la incapacidad de sus propios discursos políticos no ya para apuntar soluciones, sino para expresar con precisión la lógica y la potencia mismas de aquel levantamiento. Los relatos que habían conducido hasta aquel punto no bastaban para dar cuenta de lo que estaba sucediendo. Las identidades construidas sobre ellos también se vieron desbordadas por el estallido de un conflicto político que, lejos de inscribirse o resolverse en explicaciones preestablecidas, se asumía como el punto cero de un recorrido aún por definir. Paradójicamente, aquella pérdida no parecía vivirse con preocupación o con nostalgia, sino con creatividad y ligereza; uno diría que casi con euforia.

"Vimos en el componente asambleario del 15M una voluntad de instalarse en el conflicto, de hacerlo productivo sin tener que darle solución"

Desde entonces se ha ido tejiendo un relato que explica el supuesto fracaso del 15M o de Occupy Wall Street, precisamente a partir de su debilidad ideológica, de su inocencia estratégica o de su incapacidad organizativa: la voluntad de hablar hasta resolverlo todo, el asamblearismo obsesivo, una patología por el consenso que acabó haciendo imposible la definición de grandes objetivos, la toma efectiva de decisiones y su consistencia en el tiempo. Nosotros vimos en el componente asambleario del 15M precisamente todo lo contrario: una voluntad de instalarse en el conflicto, de convivir con él, de hacerlo productivo sin necesidad de darle una solución. Lo que nos interesó no fueron solo las respuestas que se aportaron a la pregunta clásica sobre el qué hacer, sino aquella formidable obsesión colectiva con el qué decir y con el cómo decirlo. Nos pareció que en la resistencia a aceptar cualquier interpretación prefabricada, cualquier relato que dotara de un sentido fijo a lo que estaba sucediendo, había algo que merecía la pena ser pensado, algo que expresaba una coyuntura histórica singular, un momento de incertidumbre y reconfiguración de marcos y discursos en el que estaba en juego la imaginación política de nuestro tiempo y la viabilidad misma de aquello que desde hacía ya mucho tiempo veníamos llamando "izquierda".

En realidad, no se trataba solo de estas o de aquellas convicciones. En la resaca de la gran crisis financiera bastaba atender a la retórica de los gobernantes europeos, a los editoriales de los grandes medios de comunicación, a los informes del FMI o a los discursos del Foro de Davos: había pasado el tiempo de las florituras ideológicas, de las fórmulas rimbombantes sobre la globalización feliz y el mundo pacificado, de los eslóganes de época. De la mano de una incesante agitación social, hacía aguas la arquitectura narrativa de la posguerra fría: vivíamos tiempos de crisis no solo económica sino también discursiva, un colapso de la credibilidad de los relatos que se expresaba tanto en lo grande como en lo pequeño, que hacía que todo lo que se había hecho pasar por indudable de pronto pareciera inverosímil. En mitad de la desorientación, quisimos preguntarnos por las condiciones de posibilidad (históricas, ideológicas, subjetivas) de aquella quiebra general del sentido político de las cosas. No nos preguntábamos solo por la crisis de tal o cual representación política, de tal o cual ideología, sino por algo más profundo y complejo: la crisis de una cierta manera de abordar el presente político y de imaginar los futuros posibles, de una cierta lógica para pensar la política y operar en ella. En las plazas insurrectas de medio mundo, aquella quiebra ideológica y narrativa se había hecho tan material y tangible como la de Lehman Brothers.

"La ficción y la política están siempre mezcladas, todo discurso político se articula necesariamente como una forma de ficción"

¿Qué era exactamente lo que se había roto, lo que había dejado de funcionar? Nuestra hipótesis tenía que ver con la idea de ficción, o mejor, con una cierta forma de articular la ficción y la política en los discursos ideológicos contemporáneos. Por ficción no entendíamos algo que se opusiera a la realidad o a la verdad. De hecho, la premisa sobre la que se apoya este libro es precisamente que la ficción y la política están siempre mezcladas, que todo discurso político se articula necesariamente como una forma de ficción. Lo que queríamos era identificar una forma de representar la política, de darle un orden, una dirección y un sentido, que consiste esencialmente en eludir el conflicto social, en diluirlo o desplazarlo en el tiempo y en el espacio. Eso es lo que llamamos una ficción resolutiva: el intento de resolver narrativamente algo que, de otra forma, experimentaríamos como una contradicción social presente e insostenible. Y eso es precisamente lo que intuimos en los días de mayo de 2011: en la resaca del colapso financiero de la globalización, aquellas soluciones narrativas habían dejado de funcionar.

A lo largo de este libro vamos a presentar esta idea de las ficciones resolutivas como una lógica del discurso que es común a las principales ideologías de la modernidad capitalista. La idea parece compleja, pero no lo es tanto: una ficción resolutiva es una manera de representar el conflicto social como algo que ya ha sido resuelto o que está en vías de resolución. En el capítulo inicial de este libro detallaremos por medio de algunos ejemplos cómo funciona esa estructura y por qué creemos que se trata de algo especialmente relevante para entender la política en la modernidad europea y capitalista. En los capítulos siguientes analizaremos cómo opera esa estructura en el seno de los principales discursos políticos que han llegado hasta nuestros días, con un énfasis particular en aquellos que han conformado la tradición ideológica de las izquierdas en el sentido más amplio posible del término: el contractualismo, el liberalismo, la socialdemocracia y el comunismo.

A través de esta crítica ficcional de la ideología, nuestro propósito no será solo identificar las ficciones resolutivas que operan en cada uno de esos discursos, sino reflexionar sobre la persistencia del mecanismo y sobre las razones de su quiebra reciente. ¿Por qué esta huida permanente del conflicto parece estructurar la política moderna? ¿Qué relación guarda esa huida con las contradicciones sociales del capitalismo, y con las dificultades prácticas e ideológicas de los movimientos políticos que han aspirado a su superación? ¿Qué espacio político y discursivo se abre cuando, como nos pareció ver en las postrimerías de la crisis financiera de 2008, esas ficciones políticas pierden su solidez o su efectividad? ¿Es necesario o deseable prescindir de ellas para pensar en adelante la democratización de nuestra vida económica, política y social?

La idea original

En nuestra idea original, creímos que estas preguntas terminarían por llevarnos de vuelta al punto de partida, al gesto antirrepresentativo de los levantamientos de 2011. Queríamos plantearnos qué relación sabrían inventar con la ficción aquellos movimientos que se negaban a proyectarse en una imagen pacificada de sí mismos, que reivindicaban la política como una vivencia no resolutiva del conflicto, que se construían en torno a algo que, desde una perspectiva ideológica, resultaba en aquel momento poco menos que impensable. Queríamos investigar qué tipo de discurso, de programa político, de identidad colectiva podría surgir de aquellas coordenadas ideológicas y narrativas. Claro que aquellos planes no salieron exactamente como imaginábamos. En vez de terminar este libro, ambos nos lanzamos de la mejor forma que supimos al intento de articular en la práctica aquel ciclo político que empezaba. Política de partidos, de elecciones e instituciones. Política de articulación discursiva. El desafío era considerable, y el libro quedó aparcado durante años.

Somos conscientes de que la política en primera persona suele nublar el juicio de quien la ejerce. Demasiado a menudo, la voluntad de justificar las decisiones tomadas se impone sobre la lucidez del análisis. Pero la idea de este libro ya nació de una experiencia política inmediata, que nos fue llevando de un lugar a otro; su razón de ser siempre fue militante. Por eso, al terminar ese ciclo (el ciclo que se vino a llamar el momento populista de la política europea) nos dijimos que sería interesante recuperar la hipótesis con que habíamos leído sus inicios y sus condiciones, volver a pensarla a la luz de lo que vino después. En apariencia, de hecho, el gran momento populista que se apoderó de Europa a partir de 2014 parecía todo lo contrario de lo que se había visto en las plazas en 2011: de aquella indiferencia representativa se pasó a la lógica del asalto institucional; del espontaneísmo a los hiperliderazgos; del horizontalismo a las maquinarias de la guerra electoral. El recorrido político e ideológico de este ciclo ha dado lugar a una montaña de análisis e interpretaciones aceleradas, y también a una sensación general de agotamiento que, con el auge global de la extrema derecha y el segundo cataclismo que han traído la pandemia, la crisis climática, la guerra de Ucrania y la invasión y genocidio de Gaza, amenaza con teñir de pesimismo cualquier proyección política hacia el futuro.

"Tanto la potencialidad como los límites del populismo consisten en su necesidad de hacer del conflicto algo quizás demasiado visible"

Desde una perspectiva ideológica, sin embargo, hay una línea de continuidad entre la quiebra de las grandes ficciones resolutivas y la suerte del momento populista que merece ser pensada. Contra lo que se esgrime a menudo, de hecho, el populismo no trajo consigo una forma nueva de ideología resolutiva. En todo caso, no son esos elementos —el mesianismo, la simplificación, la venta de soluciones fáciles a problemas complejos, todos ellos tan banales como efectivos para caricaturizar los movimientos populistas, aunque sean fácilmente identificables en casi cualquier otra construcción política— lo que explica el éxito del populismo en la última década. Tampoco su aparente agotamiento político e ideológico.

De hecho, creemos que tanto la potencialidad como los límites del populismo consisten precisamente en su necesidad de hacer del conflicto algo quizás demasiado visible: eje y motor de una acción política poderosa, pero incapaz de sostener su fuerza en el tiempo. El populismo articuló un espacio narrativo quebrado entre dos crisis, pero esa articulación ha encontrado enormes dificultades para persistir, para arraigar, para convertirse en horizonte o sentido común. Hoy, cuando las ficciones resolutivas retornan con fuerza bajo formas complotistas, catastrofistas y etnicistas, cuando cuesta pensar nuevas formas de emancipación que sean distintas de la defensa desesperada de una idea mínima de bienestar o de la mera supervivencia del planeta, tal vez merezca la pena detenerse sobre las razones de esa dificultad y sobre sus vías posibles de superación.

Jorge Lago formó parte de la dirección de Podemos, partido que abandonó en 2018. Es profesor de Teoría Política Contemporánea en la Universidad Carlos III de Madrid. Pablo Bustinduy fue diputado de Podemos y en la actualidad es ministro de Derechos Sociales, Consumo y Agenda 2030.

La idea de este libro nació hace ya más de una década, en los días posteriores a los levantamientos populares de 2011. Entonces nos pareció que había algo nuevo en los movimientos políticos antagonistas que se estaban multiplicando por España y por el mundo entero; algo, concretamente, que tenía que ver con su relación con la ficción. Estos movimientos rechazaban de plano las ideologías dominantes, denunciadas espontáneamente como relatos que resultaban inverosímiles, aunque estuvieran todavía operativos.

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