Es noticia
Cómo enfocar el año Bruckner en las mejores condiciones
  1. Cultura
Música clásica

Cómo enfocar el año Bruckner en las mejores condiciones

Christian Thielemann y la Filarmónica de Viena interpretan la integral sinfónica del compositor austriaco en el bicentenario de su nacimiento con todo el mérito que supone exhumar los misterios musicológicos

Foto: El maestro Christian Thielemann, al frente de la Filarmónica de Viena durante el pasado Concierto de Año Nuevo. (EFE/Filarmónica de Viena)
El maestro Christian Thielemann, al frente de la Filarmónica de Viena durante el pasado Concierto de Año Nuevo. (EFE/Filarmónica de Viena)

Christian Thielemann carece de sentido del humor para dirigir el Concierto de Año Nuevo. Ni le gustan los valses ni reúne los requisitos de un telepredicador, pero el acontecimiento inaugural de 2024 también alojaba un homenaje al repertorio de Anton Bruckner con motivo de su bicentenario.

Nació el compositor austriaco en 1824. Y puede concluirse sin peligro que el maestro Thielemann es uno de sus mayores exegetas. Lo demuestra la integral sinfónica que el director germano ha concebido con la Filarmónica de Viena. Los mismos músicos —o la misma organización— que compartieron la Marcha Radetzky en la matinal planetaria del 1 de enero.

Acreditan Thielemann y los wiener una relación privilegiada que se identifica en los grandes proyectos discográficos. Han cooperado en el repertorio centroeuropeo de mayor enjundia —Beethoven, Wagner, Richard Strauss— y lo han hecho en el cofre de las once sinfonías brucknerianas.

¿Once sinfonías? ¿Pero no es acaso la Novena la última que escribió el compositor de Ansfelden (1824-1896)? Las cuestiones identifican una de las grandes controversias musicológicas y filológicas del siglo XIX, entre otras razones, porque el propio Bruckner se resistió a homologar dos sinfonías que han terminado catalogándose como la 00 (1863) y como la 0 (1869).

placeholder La recopilación de Sony de todas las sinfonías de Bruckner interpretadas por Thielemann y la Filarmónica de Viena.
La recopilación de Sony de todas las sinfonías de Bruckner interpretadas por Thielemann y la Filarmónica de Viena.

No responden exactamente al orden en que compuso el ciclo, pero sí las protagonistas de un ajetreo numeral que ha desconcertado a los detectives implicados en las ediciones críticas. Cronológicamente hablando, la Primera es la 00, la Segunda es la Primera, la Tercera es la 0 y la Cuarta sería la Segunda. Y no es solo que Bruckner modificara su propio inventario o dejara inconclusa la cima de la Novena. También alteraba y reescribía las sinfonías reconocidas por él mismo, de tal manera que la ambición de reunirlas todas en un cofre definitivo —un tesoro— del sello Sony reviste todos los síntomas de un acontecimiento cultural.

Mérito de Christian Thielemann en sus afinidades al repertorio de Bruckner. Y en la hondura y plasticidad con que obtiene un resultado impresionante de los filarmónicos vieneses. Ellos mismos —sus antepasados— estrenaron varias de las sinfonías —incluidas la Segunda y la Octava, que jalonaron las dudas y la gloria de Bruckner, cuya formación de niño cantor y de organista en el monasterio de San Florián predispuso toda su idiosincrasia—. Y no ya por el catálogo de obras religiosas en la apología del catolicismo, sino porque la orquesta representa para Bruckner una suerte de órgano hiperbólico. Es la misma equivalencia entre Beethoven y el piano. Y la razón que convierte a Thielemann en un organista y en un médium. Bruckner reivindica la tradición, el contrapunto, la forma sonata, el romanticismo, aunque no se explica su ejecutoria sin la influencia de Wagner.

Lo demuestran los recursos conceptuales —el leitmotiv, el cromatismo, la dimensión de la orquesta, el camino hacia el clímax, la opulencia sonora— y las expectativas metafíscas, más como si el compositor austriaco fuera el artífice de una misión litúrgica no exenta de delirios visionarios.

placeholder El compositor Anton Bruckner. (Getty/Hulton Archive)
El compositor Anton Bruckner. (Getty/Hulton Archive)

Corresponde a Thielemann la clarividencia y la megalomanía haber asumido el papel de intermediario. Y de haber expuesto nuevas y buenas razones para considerar necesaria la oportunidad de un viaje que ya habían culminado otros colegas en diferentes periodos o estadios de la historia discográfica. Tiene sentido mencionar la integral de Eugen Jochum con la Staatskapelle de Dresde, el magisterio de Karajan con la Filarmónica de Berlín, la lucidez de Günter Wand con la misma orquesta germana, el criterio de Riccardo Chailly con el Concertgebouw de Ámsterdam y la apabullante visión global de Tennstedt (Sinfónica de Londres), aunque también puede pespuntearse el repertorio de Bruckner sin necesidad de una digestión masiva. Un buen ejemplo es la Cuarta que grabó Barenboim, la Séptima que concibió Colin Davis con la Orquesta de la Radio de Baviera y la versión sublime de la Novena bajo la sugestión de Claudio Abbado en Lucerna.

¿Y la octava? Hay toda suerte de opciones —Haitink, Giulini, Solti— porque Bruckner ha sido un compositor muy bien tratado en las salas de conciertos y en el catálogo discográfico, pero la sinfonía en cuestión es un ejemplo estupendo de las dificultades musicológicas que maltraen a los expertos.

Al autor de la obra le frustraron los reproches que le objetó Hermann Levi cuando le entregó el manuscrito terminado. No quiso estrenársela (1887) con la Filarmónica de Viena hasta que no la sometiera a grandes retoques, aunque la orquesta austriaca terminó promoviendo la première bajo la batuta de Hans Richter tres años más tarde. Después apareció una edición crítica bajo la autorización de Bruckner (1892), pero no hay consenso respecto a cuál es la versión más legítima. Thielemann se decanta por el trabajo musicológico de Robert Haas. Resulta apasionante que el gran detective bruckneriano Leopold Nowak decidiera homologar la primera versión de todas (1887), después de haber considerado que la mejor era la segunda… en el eterno retorno de una controversia que otorga vitalidad a la vigencia de Bruckner 200 años después de su nacimiento.

Christian Thielemann carece de sentido del humor para dirigir el Concierto de Año Nuevo. Ni le gustan los valses ni reúne los requisitos de un telepredicador, pero el acontecimiento inaugural de 2024 también alojaba un homenaje al repertorio de Anton Bruckner con motivo de su bicentenario.

Música Música clásica
El redactor recomienda