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Javier Gomá: "Somos los menos imperfectos, pero vivimos en la era de mayor descontento"
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ENTREVISTA

Javier Gomá: "Somos los menos imperfectos, pero vivimos en la era de mayor descontento"

El filósofo ha publicado recientemente 'Universal concreto', un breve y conceptual ensayo que sintetiza sus ideas filosóficas y que es tan útil como una caja de herramientas

Foto: El filósofo Javier Gomá. (EFE)
El filósofo Javier Gomá. (EFE)

Javier Gomá (Bilbao, 1965) dice que su filosofía es una forma de literatura, no de pensamiento científico. A diferencia de la mayoría de los pensadores actuales, además, no está interesado en participar en todas las polémicas políticas. De hecho, ahora que el pesimismo tiene un enorme prestigio intelectual, él parece moderadamente satisfecho con la democracia liberal. Aun así, es seguramente el filósofo español más conocido de su generación, y el éxito de su Tetralogía de la Ejemplaridad, una serie de cuatro ensayos que abarca sus muchas ideas filosóficas, ha sido extraordinario.

Recientemente, ha publicado Universal concreto (en la editorial Taurus, como los anteriores), un volumen musculoso —breve, sin notas, sin apenas citas— que, dice, le habría gustado que fuera su único libro, porque “después de tanto rodar por el mundo de las ideas, expongo [en él] la mía de manera directa, breve, unitaria y sistemática”. El resultado es un ensayo muy filosófico y conceptual, pero tan útil como una caja de herramientas.

PREGUNTA. Su filosofía parte de la idea de que vivimos tiempos democráticos, igualitarios, en los que todo el mundo goza de la misma dignidad. Tiene una percepción de la democracia mucho más optimista que lo que podría hacernos pensar la situación política actual. Dice que se puede reformar y mejorar, pero que no encontraremos un sistema mejor.

RESPUESTA. La democracia liberal es el menos imperfecto de los sistemas. Pero exige pasiones frías. Exige que en la conversación pública rijan las verdades penúltimas, no las verdades últimas, que tienen que confinarse en el interior del corazón. Yo, por ejemplo, tengo creencias religiosas, pero las hago residenciar en lo íntimo de mi corazón y sobre todo las interpreto como autoexigencia, no las convierto en el fundamento de un ideal político basado en un supuesto perfeccionismo. Lo que sucede es que muchas veces a la gente no le gusta vivir en la imperfección y prefiere las pasiones calientes. Normalmente, las propuestas ideales no pretenden mejorar el sistema y suelen proceder de los enemigos de la democracia liberal.

"La condición moderna es descontenta. El progreso moral produce descontento porque multiplica los casos de atropello de la moralidad"

P. Pero el descontento, como cuenta en el libro, es real. No es imaginario.

R. Somos los menos imperfectos de la historia y, al mismo tiempo, vivimos en la época de mayor descontento de la historia. Una de las causas de esto es la condición moderna, que es esencialmente descontenta. Otra es que, paradójicamente, el progreso moral produce mayor descontento porque multiplica los casos de atropello de la moralidad. Si yo digo que las mujeres no tienen dignidad, violarlas es un hecho neutro. Si yo atribuyo a las mujeres la misma dignidad que a los hombres, violarlas se convierte en un atropello y las fuentes de insatisfacción y de protesta, de rabia y de asco se multiplican.

P. Un número menor de indignidades produce una mayor indignación.

R. Exactamente. Luego, sucede que, hasta la caída del muro de Berlín, el malestar inherente a la condición moderna podía canalizarse demonizando al otro bloque. Uno podía sentir que el bienestar y el progreso moral eran mayores que nunca, y atribuir sus males a que los soviéticos y el comunismo nos acechaban. Pero cuando el muro cae ya no hay un estilo de vida alternativo al occidental. Los chinos pueden llegar a ser la primera potencia mundial, pero nadie pretende que su estilo de vida sea alternativo al occidental. Entonces se produce una interiorización del descontento. Lo único que te queda es decir que alguien dentro de la democracia liberal es tu enemigo. Antes eran los comunistas, los socialistas, los conspiradores o los espías, ahora se ha interiorizado el malestar, está en el seno de la democracia liberal. Y se demoniza al otro.

placeholder Portada de 'Universal concreto', el nuevo libro del filósofo Javier Gomá.
Portada de 'Universal concreto', el nuevo libro del filósofo Javier Gomá.

P. La otra causa de descontento cree que es la manera en que entendemos la cultura.

R. Desde el origen de los tiempos la cultura había sido un instrumento de socialización. Un proceso por el que una criatura que nace desnudita y berreando, veinticinco años después es un ciudadano de pleno derecho y con plenas obligaciones. Luego, lo que Paul Ricoeur llamó la “filosofía de la sospecha” y la posmodernidad dijeron que la cultura no es un instrumento de socialización, sino un instrumento de dominación y de opresión mediante el cual unos pocos poderosos generan un universo simbólico en virtud del cual los explotados se enamoran de sus propias cadenas.

P. Dice que ante la filosofía que se dedica obsesivamente a denunciar la cultura y el poder, y dado que vivimos en democracia, usted adopta un punto de vista ingenuo. Pero no ingenuo por naturaleza, sino deliberado, aprendido.

R. Cuando la filosofía se convierte en ideología, o en crítica de la ideología, ¿dónde queda una aproximación directa a la cosa misma o al ideal? ¿Dónde queda esa sencillez, ese sentimiento de entusiasmo, sin sospechas, sin recelos, sin críticas, constructivo o movilizador hacia un ideal pragmático? En ese sentido, me declaro ingenuo. No me dedico a sospechar del poder, aunque entiendo que algunas veces lo merece, sino que entiendo que la gran filosofía responde a dos preguntas: ¿qué hay en el mundo? Y ¿qué hacer con el mundo? Y contrariamente a lo que dicen, no creo que lo importante sean las preguntas, sino las respuestas. Las preguntas son siempre esas dos y lo importante, y lo que distingue a Aristóteles de Nietzsche, son las respuestas. Y mi libro aspira a dar también respuestas distintas.

P. Ahí entra su noción de “ejemplaridad”. Tradicionalmente, se ha interpretado como que debíamos seguir el ejemplo de los mejores: los aristócratas, los sabios, las celebridades. Lo que usted dice es que, en el mundo actual, podemos seguir el ejemplo de quien queramos. Que esa es una elección racional, y que podemos y muchas veces debemos seguir el ejemplo de una persona común que simplemente hace su trabajo en una fábrica o una tienda, y luego se cansa. Todos damos ejemplo a los demás y podemos seguir el ejemplo de quien queramos.

R. Yo me declaro intensamente igualitarista, y pienso que lo primero que ocurrió en la historia, cuando un hombre se encontró con otro en lo más profundo de la selva, fue que uno mandó y el otro obedeció, y que el primero creó un universo simbólico para que el que obedecía lo hiciera con amor. Y que toda la historia de la humanidad, desde los orígenes, ha sido la historia de una minoría selecta y una masa dócil. Hoy día, sin embargo, nadie discute la absoluta igualdad del hombre y la mujer, de todas las personas independientemente de su raza, de que tengan o no educación, de que sean o no virtuosas. Todos estamos dotados de la misma dignidad. En una época de la igualdad extrema, ya no se identifican con tanta claridad los modelos susceptibles de imitación, que normalmente pertenecían a una minoría educada, rica, supuestamente virtuosa, con poder político, poder económico, con genealogía. Hoy las fuentes de moralidad son dispersas y fragmentarias, y tienes que hacer un esfuerzo especial por identificarlas.

P. En ese sentido, dice que no somos moralmente autónomos. Ya no puede existir un héroe romántico completamente ajeno al resto de la sociedad. Somos ejemplos para nuestros conciudadanos, y ellos lo son para nosotros. Nuestro comportamiento depende del de los demás.

R. Si tú ves un comportamiento de una persona solidaria, quieras o no eso te abre un juicio ante ti mismo y ante los demás. “¿Por qué yo no tengo ese comportamiento?”, te preguntas. Si ves un comportamiento incívico, también te abre un juicio. Dices: “Yo podría hacerlo, pero no lo hago”. Estás envuelto en una red de comportamientos que, en lo moral, son siempre invitaciones a la reiteración. Mi tesis es que de facto no somos Robinson, que está solo en su isla y es autónomo, sino que todos tenemos un comportamiento que produce una invitación a lo cívico o a lo bárbaro. No somos libres de elegir estar en una red de influencias mutuas, pero somos autónomos para elegir aquella influencia que nos parece positiva.

"La vulgaridad es una grandísima conquista cultural colectiva. Pero está pendiente de reforma en dirección a la ejemplaridad"

P. Afirma que vivimos en una democracia imperfecta, pero que es mejor que cualquier otro sistema de la historia. Nos hace iguales y libres. Sin embargo, en el libro dice que de esos dos padres hermosos, la igualdad y la libertad, nace una hija fea, la vulgaridad que domina nuestra cultura. Pero no la desprecia, la abraza. La propone como una especie de camino hacia la ejemplaridad.

R. Quizás soy el único autor que pone la vulgaridad en el centro de su análisis sobre la actualidad y encima pido para ella un respeto. Antes había personas, situaciones, comportamientos vulgares, pero no la vulgaridad. La vulgaridad es un fenómeno exclusivo de nuestro tiempo. Y ante ella suelen darse tres reacciones. Una es: “Fijaos a dónde ha llegado la democracia y la libertad. Esto es insoportable. Volvamos al orden anterior”. A eso lo llamaría reaccionarismo. La segunda respuesta es asumir que la vulgaridad es el precio que debemos pagar por ser libres e iguales. A eso lo llamaría resignación. Mi propuesta, en cambio, no es ni el reaccionarismo ni la resignación, sino la reforma. La vulgaridad ha sido una grandísima conquista cultural colectiva. Pero está pendiente de reforma en dirección a la ejemplaridad.

P. Una ejemplaridad que está al alcance de todos.

R. Yo insisto mucho en el anónimo, en el corriente, en el del montón, en el insignificante. En el que está en un atasco y tiene que hacer sus obligaciones domésticas. Ese tiene la misma gloria que el que más.

Javier Gomá (Bilbao, 1965) dice que su filosofía es una forma de literatura, no de pensamiento científico. A diferencia de la mayoría de los pensadores actuales, además, no está interesado en participar en todas las polémicas políticas. De hecho, ahora que el pesimismo tiene un enorme prestigio intelectual, él parece moderadamente satisfecho con la democracia liberal. Aun así, es seguramente el filósofo español más conocido de su generación, y el éxito de su Tetralogía de la Ejemplaridad, una serie de cuatro ensayos que abarca sus muchas ideas filosóficas, ha sido extraordinario.

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