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¿Se imaginan un mundo en el que su perro pueda demandarle e incluso votar?
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Paula Corroto

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¿Se imaginan un mundo en el que su perro pueda demandarle e incluso votar?

El animal ya no es una mascota, no es una propiedad, sino un compañero. Ya no es el perrito que "compramos" como quien compra una tele nueva. Y eso sí que lo cambia todo

Foto: Este perrito podría demandarle... en un futuro. (iStock)
Este perrito podría demandarle... en un futuro. (iStock)
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Este verano en la Biblioteca pública de Nueva York me topé con la famosa frase de Dickens: "What greater gift than the love of a cat" (qué regalo hay más grande que el amor de un gato). Al autor de Historia de dos ciudades es obvio que le gustaban los felinos. Ocurre con muchos escritores. Edgar Allan Poe, Patricia Highsmith, Jorge Luis Borges, Pablo Neruda, Doris Lessing… Hasta una de las últimas fotos de Fernando Sánchez Dragó fue con uno en la cabeza. Yo les entiendo porque enseguida pensé en mi gato negro (Bogart): deambula por la casa mientras trabajas sin hacer ruido, es independiente, no te da la tabarra y cuando descansas se acurruca a tu lado dándote todo el calor del mundo. No sé si hay muchas personas que hacen lo mismo.

Recordé todo esto porque últimamente han aparecido artículos sobre la natalidad y las mascotas en las ciudades, mayoritariamente para criticar, con el trazo grueso, que en muchos barrios ya hay más perros y gatos que niños. Que cuántas chicas con gato (esto me llama la atención porque del señor que pasea al perrazo se habla poco). Que al parecer son el gato y el perro los causantes de que no nos queramos reproducir. La otra razón sería pagar la cuota de Netflix, según tengo leído por ahí.

No voy a entrar en causas de baja/alta natalidad porque eso llevaría mucho más que una columna y para eso ya tienen los libros de Eva Illouz como Por qué duele el amor en el que señala cuestiones de desigualdad de clases sociales, educativas, económicas y de sexo (ella dice que a la hora de emparejarse con un igual a nivel educativo las mujeres lo tenemos mucho más difícil y se lo compro) como mucho más determinantes que tener perros y gatos. Que a lo mejor a veces es preferible tener un felino que a un ser humano adulto por la casa, pues eso ya les digo que puede ser verdad.

Ahora, precisamente, donde sí me voy a detener es en el cambio de mentalidad que sí que hay con respecto a nuestros animales domésticos. Una transformación que, por otra parte, se parece mucho más a cómo convivían los escritores antes citados con sus animales que a lo que ha habido habitualmente en las viviendas. Me explico rápidamente: el animal ya no es una mascota, no es una propiedad, sino un compañero. Ya no es el perrito que "compramos" como quien compra una tele nueva. Y eso sí que lo cambia todo.

placeholder 'Justicia para los animales', de Martha Nussbaum.
'Justicia para los animales', de Martha Nussbaum.

Y esto también viene porque ha caído en mis manos estos días uno de los ensayos que yo creo que es de los más provocadores de este 2023: Justicia para los animales, de la filósofa estadounidense Martha Nussbaum. No es una cualquiera. Doctora en Harvard, en 2012 fue galardonada con el Princesa de Asturias de las Ciencias Sociales y el año pasado se llevó el premio de Filosofía Moral de la Fundación Balzán, uno de los más prestigiosos del mundo en competencia con el Nobel. Su teoría se centra en las capacidades del ser humano que son claves para el desarrollo y la justicia social, entre ellas, la de ser capaces de vivir una vida digna, gozar de una buena salud, ser capaces de imaginar, de jugar, de tener una razón práctica, de mostrar interés por otros seres humanos y por los animales.

La mascota se convierte en un conciudadano. ¿Y qué tiene un ciudadano? Efectivamente, sus derechos y obligaciones

Este ensayo partió de un duelo, el que sufrió cuando su hija Rachel murió en 2017 tras haberse sometido a un trasplante a los 47 años. Era abogada en ONG que luchaban por la defensa jurídica y legal de los animales y le transmitió esa pasión a su madre, que desde su muerte se ha dedicado a apoyar las causas que ella amaba.

Por eso surgió este Justicia para los animales que aúna la teoría de las capacidades con el trabajo de Rachel en el terreno jurídico con respecto a nuestros compañeros en este planeta Tierra. En él, Nussbaum habla de los animales salvajes, los que viven (o muchas veces malviven) en libertad, pero también se detiene en los caseros, es decir, en nuestros perros y gatos (o conejos para los que los tengan) sobre los que ofrece algunos datos de EEUU como, por ejemplo, que los hay hasta en un 67% de los hogares (así que no será solo la chica con el gato) y que el 99% de las personas los consideran un miembro más de la familia.

Y aquí viene el quid de la cuestión porque, se pregunta Nussbaum, ¿qué ocurre cuando ese animal deja de ser un apéndice de la casa? Pues que se convierte en un conciudadano. ¿Y qué tiene un ciudadano? Efectivamente, derechos y obligaciones.

Si alguien se ha llevado ya las manos a la cabeza, la filósofa recuerda que hasta no hace tanto los niños también fueron considerados propiedades. Trabajaban mil horas y los padres podían maltratarlos sin que ocurriera nada (porque eran suyos). Y otra tanto sucedía con las personas con discapacidad, las cuales tenían muchos derechos cercenados.

Foto: La planea acabar con el maltrato. (iStock).

Nussbaum parte de Zoopolis, de Sue Donaldson y Will Kymlicka, quienes defienden llevar todo el recorrido legislativo que se ha hecho con las personas con discapacidad al de los animales domésticos. Sí, si una persona necesita un tutor legal para hacer defender sus derechos, ¿por qué no iba a tenerlo un perro que merece vivir una vida digna y, como ella enfatiza, floreciente? Es más, la filósofa manifiesta que, como todo ciudadano, "esto implicaría que los animales de compañía tuvieran voz y voto decisorios en aquellas políticas que afecten a sus vidas". Y que, llegado el caso, "un perro debería tener la capacidad legal de interponer demandas judiciales". Para que quede claro, Nussbaum insiste: "Lo digo muy en serio".

Ella misma sabe que la crítica rápida es "mira esta, que quiere que el perro vaya al juzgado y firme con la huella de la patita". Lo rebate afirmando que todo este tipo de cuestiones "se harían a través de un colaborador humano, como ya se hace cuando las personas con discapacidades graves son representadas por una figura análoga ante los tribunales de justicia". Y que negar este derecho sería como negarle a un anciano que demande a la residencia que le maltrata cuando no puede hacerlo por sí mismo.

Asimismo, con respecto al voto, Nussbaum insiste en que no se trataría de que votaran por representantes políticos o por leyes como la amnistía —vamos a dejar las ridiculeces de lado— sino que sus demandas, conforme a sus capacidades (vida digna, capacidad de juego, comida etc), se tradujeran en políticas públicas. En realidad, algo así como lo que se intentó con la reciente Ley de Bienestar animal española (aquí volvió a haber lío por los animales de caza y los de trabajo, además de las cuestiones relativas a las competencias: lo de siempre) y como mucha normativa que hay en comunidades como la madrileña gracias a la cual, por ejemplo, mi gato tiene paradójicamente más papeles de registro que muchas personas que llegan aquí sin nada desde países lejanos (y yo, como dueña, tengo una serie de obligaciones).

placeholder La filósofa Martha Nussbaum en 2012. (EFE/Robin Holland)
La filósofa Martha Nussbaum en 2012. (EFE/Robin Holland)

Al final de este capítulo, la filósofa abre otro melón importante y es el de la cobertura sanitaria para los animales de compañía. Es verdad que su postura queda algo más lejos porque habla de seguros —en su país hay incluso personas que no están cubiertas sanitariamente— y aquí tendríamos que hablar de seguridad social. A algún lector se le ha puesto ya el pelo verde, pero lo cierto es que si hablamos de amor hacia nuestro querido perro, ¿no querríamos que estuviera bien atendido médicamente?

En un país, España, en el que, pese a todo, no hay cobertura pública bucal ni fisioterapéutica ni psicológica adecuada (por poner tres ejemplos) esta cuestión es una provocación para la que aún creo que queda un tiempo. Sin embargo, que mi gato (o su perro) pueda tener una vida juguetona mejor que la que tenía un gato hace 200 años en ciudades sin alcantarillado, con cóleras y más enfermedades, creo que dice algo bueno de todos nosotros.

Ya les dije que era un ensayo que no dejaba indiferente.

Este verano en la Biblioteca pública de Nueva York me topé con la famosa frase de Dickens: "What greater gift than the love of a cat" (qué regalo hay más grande que el amor de un gato). Al autor de Historia de dos ciudades es obvio que le gustaban los felinos. Ocurre con muchos escritores. Edgar Allan Poe, Patricia Highsmith, Jorge Luis Borges, Pablo Neruda, Doris Lessing… Hasta una de las últimas fotos de Fernando Sánchez Dragó fue con uno en la cabeza. Yo les entiendo porque enseguida pensé en mi gato negro (Bogart): deambula por la casa mientras trabajas sin hacer ruido, es independiente, no te da la tabarra y cuando descansas se acurruca a tu lado dándote todo el calor del mundo. No sé si hay muchas personas que hacen lo mismo.

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