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¿Tu matrimonio se parece al cruel de Dickens o al amoroso de George Elliot (que no se casó nunca)?
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¿Tu matrimonio se parece al cruel de Dickens o al amoroso de George Elliot (que no se casó nunca)?

Se publica 40 años después en español 'Vidas paralelas', un libro donde Phyllis Rose analiza los matrimonios de cinco escritores victorianos. Y no son tan distintos del tuyo

Foto: Típico salón de la época victoriana, con el color verde adornando las paredes. (iStock)
Típico salón de la época victoriana, con el color verde adornando las paredes. (iStock)

Charles Dickens fue tan gran escritor… como cruel y mezquino como marido. Cuando tras 22 años de matrimonio y diez hijos en común decidió separarse de su mujer, Catherine Hogart, no sólo consiguió que toda su prole (excepto el hijo mayor) siguiera viviendo con él y apenas mantuviera contacto con su madre. Aunque ya mantenía una relación sentimental con la actriz Ellen Ternan, Dickens hizo de todo para tratar de pasar por víctima y por presentar a Catherine como un monstruo. Obsesionado con que sus lectores no pensaran mal de él, incluso llegó a publicar una declaración en la que aseguraba que su mujer padecía “un desorden mental”.

Sí, vale, Dickens vivió en plena época victoriana, en un mundo en el que no existía el divorcio ni la anticoncepción, en el que la mujer estaba completamente subordinada al marido en todo, desde lo económico a lo sexual; en el que los hijos se consideraba que eran propiedad del padre. Afortunadamente, las cosas han cambiado mucho. Pero las relaciones de pareja en general y el matrimonio en particular siguen teniendo hoy la misma dimensión política que tenían en tiempos de Dickens.

placeholder Retrato del escritor Charles Dickens, realizado por Margaret Gilles.
Retrato del escritor Charles Dickens, realizado por Margaret Gilles.

Todos los matrimonios y uniones se basan en algún tipo de acuerdo, explícito o no, entre sus miembros. Cada pareja es un microcosmos en el que se gestiona el poder. “Es la principal experiencia política que la mayoría de nosotros emprendemos como adultos”, sentencia la académica, crítica literaria y ensayista estadounidense Phyllis Rose. “Los matrimonios fracasan no cuando el amor se desvanece, sino cuando ese acuerdo sobre el equilibrio de poder se quiebra, cuando el miembro más débil se siente explotado o el más fuerte no se siente suficientemente recompensado”.

Rose -que durante más de 30 años fue profesora de Literatura Inglesa en la Universidad de Wesleyan- explora cuáles fueron las relaciones de poder en los matrimonios de cinco escritores victorianos, analizando los dos relatos, las dos versiones superpuestas (y a veces coincidentes) de esa relación. Lo hace en un libro delicioso, Vidas paralelas, que se ha convertido en un clásico de culto. La periodista y cineasta estadounidense Nora Ephron se jactaba por ejemplo de leerlo cada cuatro años.

Vidas paralelas se publicó en Estados Unidos en 1983, donde tuvo un fuerte impacto político, e inmediatamente fue traducido al francés, al alemán, al italiano, al portugués... Pero nunca al español. Ahora, justo 40 años después de que viera por primera vez la luz, el libro se edita por fin en castellano de la mano de la editorial Gatopardo. Y sigue siendo un libro tan fascinante como actual.

“No se imagina la de personas que se me han acercado a lo largo de los años para decirme que lo que había hecho Dickens con su mujer era exactamente lo mismo que su su marido o mujer le había hecho a él o ella.. Los matrimonios victorianos no eran tan distintos de los nuestros”, nos cuenta por videoconferencia.

placeholder Portada de 'Vidas paralelas. Cinco matrimonios victorianos', de Phyllis Rose.
Portada de 'Vidas paralelas. Cinco matrimonios victorianos', de Phyllis Rose.

Por las páginas de Vidas paralelas desfila el catastrófico matrimonio de Charles Dickens y Catherine Hogard, pero también la feliz relación entre George Elliot y George Henry Lewis, consagrados ambos al trabajo y al amor; el matrimonio perfecto, aunque no se casaron nunca. Rose también escruta el gigantesco desastre que fue el matrimonio de John Ruskin y Effie Gray: al escritor le repelía el cuerpo de su mujer y jamás mantuvo relaciones sexuales con ella, motivo por el cual Effie acabó logrando la nulidad matrimonial y casándose con el pintor John Everett Millais.

Todo apunta a que tampoco hubo sexo entre Thomas Carlyle y Jane Welsh, pero el suyo fue en cambio un matrimonio bastante estable (dentro de sus muchas tensiones, que a punto estuvieron de llevarlo a la la ruptura) y en el que cada uno sacó lo mejor del otro. “Ella le proporcionó la estabilidad que él necesitaba para trabajar, él le dio a ella la frustración y la irritación que necesitaba para florecer”, opina Phyllis Rose. “Juntos, crearon cada uno su propia singularidad”.

placeholder El filósofo John Stuart Mill.
El filósofo John Stuart Mill.


A través de las uniones de esos escritores, Rose hace un agudo análisis del matrimonio como institución social y política. Ya el filósofo utilitarista británico John Stuart Mill decía, en plena era victoriana, que el matrimonio era una “experiencia política”. Por cierto, que el suyo con Harriet Taylor es otro de los que Phyllis Rose analiza en “Vidas Paralelas”.

Harriet Taylor estaba casada con John Taylor, diez años mayor que ella y próspero socio de un negocio de droguería. El suyo era un matrimonio fracasado, sobre todo porque ella era una intelectual y él no, y porque ella, una mujer culta, consideraba aberrante eso de que la esposa tuviera que someterse a los deseos sexuales del marido y tener sexo con él cuando al señor le apeteciese.

Cuando John Stuart Mill irrumpió en su vida, encontró al compañero intelectual que siempre había anhelado. Y el filósofo, a una mujer que consideraba un ser superior a él. Empezaron a tener una relación estrecha, a verse a diario, a leer poesía juntos (en especial a Shelley, porque ambos despreciaban a Byron por considerarlo cínico). El suyo era un amor compuesto solo por espíritu e intelecto y sin sexo, actividad por la cual ambos sentían escasa estima.

El marido de Harriet Taylor apretó los dientes y aceptó no sólo que su esposa dejara de pagarle el peaje sexual que ella tanto detestaba sino que también transigió con que Mill desempeñara el papel de amante plátónico autorizado. Aunque con altibajos, el triángulo funcionó de manera particularmente estable. En 1849 murió el señor Taylor y, tras dejar pasar los convencionales dos años de luto, Mill y Harriet se casaron.

Sobre el amor y el poder

Como ambos detestaban el matrimonio como institución, el filósofo escribió un documento en el que renunciaba a los derechos que le concedía su condición de marido. La mayoría de los estudiosos modernos suponen que el matrimonio de los Mill nunca se consumó sexualmente. El más importante teórico del feminismo del siglo XIX no quería reproducir en su propia vida las infamias de su sexo. Lo que está claro es que el sexo no era el elemento vinculante de su unión, pues ambos consideraban que estaba inevitablemente asociado a un reparto injusto del poder, que proporcionaba placer a los hombres a expensas de las mujeres.

“Eran una pareja feliz, que hablaba de todo, que lo compartía todo. Aún más importante, compartían el trabajo de él, o lo que la posteridad considera su trabajo, a pesar de la insistencia de Mill en que prácticamente todo lo que publicó con su nombre era tanto obra de Harriet como suya”, explica Rose. Quizás a Mill se le fue la mano y, en su defensa de la igualdad, aceptó la subordinación. “Quiso expiar el sometimiento de las mujeres a través del sometimiento voluntario e incluso entusiasta de un hombre, y describió su resultado como un matrimonio modélico entre iguales”.

El ser humano tiende a recurrir al amor siempre que desea camuflar aquellas transacciones que implican poder. “Tal vez el amor sea eso, el negarse momentánea o prolongadamente a pensar en otra persona en términos de poder. Lo que llamamos amor puede de hecho hacernos pensar que el matrimonio no va de poder y crearnos la ilusión de que la igualdad es la característica de los amantes. Se trata de una ilusión falsa”. Palabra de Phyllis Rose.

Charles Dickens fue tan gran escritor… como cruel y mezquino como marido. Cuando tras 22 años de matrimonio y diez hijos en común decidió separarse de su mujer, Catherine Hogart, no sólo consiguió que toda su prole (excepto el hijo mayor) siguiera viviendo con él y apenas mantuviera contacto con su madre. Aunque ya mantenía una relación sentimental con la actriz Ellen Ternan, Dickens hizo de todo para tratar de pasar por víctima y por presentar a Catherine como un monstruo. Obsesionado con que sus lectores no pensaran mal de él, incluso llegó a publicar una declaración en la que aseguraba que su mujer padecía “un desorden mental”.

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