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El Tinder del siglo XIX: así eran las reglas de cortejo de la era victoriana
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El Tinder del siglo XIX: así eran las reglas de cortejo de la era victoriana

¿Cómo ligar en una época de puritanismo y excesiva moralidad? Pues era posible, aunque había que innovar con técnicas bastante curiosas

Foto: Fuente: iStock.
Fuente: iStock.

Hoy en día, ligar parece la cosa más sencilla del mundo. Sin necesidad de despegar las alas como un pavo real, coges tu teléfono inteligente y eliges entre alguna de las aplicaciones concebidas justamente para encontrar pareja. Mandas unos fueguitos, abres DM a alguien, escribes una indirecta esperando que esa persona la pille o, directamente, le das a me gusta a todo lo que se mueve en Tinder. Entre alguna de esas esperas encontrar a la persona de tus sueños o, por lo menos, una que te haga compañía el viernes por la noche.

Si los animales tienen estrategias para aparearse y no desaparecer de este planeta (al final todo se reduce a eso), nosotros no íbamos a ser menos. Antes de las aplicaciones estaba el calor de los bares, los cursos de italiano o los amigos de nuestros amigos. ¿Y antes de eso? Pues las cosas eran un poco más complicadas, por supuesto, si tenemos en cuenta que Bécquer habría sido considerado un poco pagafantas en la actualidad o que Dante suspiró por Beatriz toda su vida pese a que probablemente jamás llegó a intercambiar una palabra con ella y, además, estaba casada. (Y la conoció cuando ella tenía ocho años, pero esa es otra cuestión).

Fue una época con rígidos prejuicios, exacerbado puritanismo y moralidad, por lo que 'ligar' parecía bastante complicado

La era victoriana, favorita de muchos productores y guionistas televisivos, supuso multitud de cambios sociales, especialmente para la mujer. Durante el periodo medio, ellas ganaron el derecho a la propiedad, así como a divorciarse, e incluso a luchar por la custodia de los hijos tras separarse de los maridos. Pero también fue una época con rígidos prejuicios, exacerbado puritanismo y moralidad, por lo que ligar parecía bastante complicado. Por poner un ejemplo: el cuadro de abajo, Primera clase: la reunión, de Abraham Salomon, tuvo que ser modificado porque en la primera versión se observaba al hombre mayor dormitando, y no se ajustaba a la moral victoriana.

placeholder En la primera versión, el hombre mayor aparecía dormitando, lo que generó mucha polémica.
En la primera versión, el hombre mayor aparecía dormitando, lo que generó mucha polémica.

¿Cómo ligar en un mundo así? Pues igual que con los fueguitos o el esperar un rato para contestar a alguien y no parecer demasiado desesperado, los victorianos tenían sus propias reglas para conquistar.

Las cartas, algo necesario

No son muy diferentes de los mensajes de WhatsApp, pero requieren más esfuerzo. Una carta era la manera perfecta de acercarse al objeto de nuestros deseos, pero la moralidad victoriana podía ser muy estricta a la hora de encontrar el enfoque correcto. No es raro, por tanto, que se publicasen numerosos manuales que daban plantillas de cartas. Ellos tenían su plantilla para poder acercarse a la mujer de sus sueños, y ellas a su vez también contaban con una respuesta a la altura o una negativa, en caso de que no sintieran interés.

Al final, la norma dictó que los sellos debían colocarse en la esquina superior derecha del sobre, lo que fastidió un poco este lenguaje

Y no solo eso: la manera de colocar el sello también era un arte. Según algún manual de la época: al revés, colocado en diagonal en el lado izquierdo del sobre, venía a decir: "Tu amor me deleita". De lado en medio del sobre: ​​“¿Cuándo te veré?”. Al revés, en el lado derecho del sobre: ​​“No estoy soltera”. Derecha hacia arriba, en el lado izquierdo: "Te amo". Al final, la norma dictó que debían colocarse en la esquina superior derecha del sobre, lo que fastidió un poco este curioso lenguaje.

Diálogos con abanicos y pañuelos

En la época victoriana también había tiempo para divertirse, y los bailes eran lugares y momentos perfectos. En el siglo XIX los abanicos crearon un lenguaje propio, o por lo menos eso intentaron hacer creer los propios vendedores. Probablemente, fue más una estrategia de marketing que algo real, pero desde luego se lo curraron. Por ejemplo, el fabricante de abanicos de lujo parisino, Jean-Pierre Duvelleroy, describió los siguientes significados: "Si se lleva en la mano izquierda, abierto, quiere decir: 'Ven y háblame'. Cuando se abanica lentamente: 'Estoy casada'. Si se abanica rápidamente: 'Estoy comprometida'. Si se abre y cierra: 'Eres cruel".

Si se lleva en la mano izquierda, abierto, quiere decir: "Ven y háblame". Cuando se abanica lentamente: "Estoy casada..."

Con los pañuelos pasó algo parecido. Henry J. Wehman también creó un supuesto lenguaje lleno de mensajes indirectos: "Si se gira con ambas manos significa indiferencia. Si se deja caer, simple amistad", contaba en su interesante tomo El misterio del amor, el cortejo y el matrimonio explicado (1890).

Díselo con flores

Pero quizá el método de coqueteo más famoso fue el lenguaje de las flores, llegándose incluso a publicar varias guías que detallaban sus complejidades. Presuntamente, cada flor tenía un significado, aunque incluso el color de la cinta a la que iba atada podía significar algo. Por ejemplo, según La etiqueta de las flores, publicado en 1852, una rosa roja significaba "belleza", un clavel "rechazo" o incluso regalar una piña venía a advertir que mantuvieses tu promesa. De todas formas, hay pocas evidencias de que se usaran realmente, y parece que estos libros servían más para entretener en las tardes de aburrimiento.

Intercambiar fotos y tarjetas

Hace unos años, una librera de Connecticut encontró dos tiras de tarjetas de presentación que databan de finales del siglo XIX. Cuando las estudió bien, se dio cuenta de que eran formas de coquetear con el sexo opuesto codificadas. A medida que avanzaba el siglo y las normas morales se hacían más estrictas, fue normal intercambiar estas tarjetas que contenían algún texto divertido o procaz. Incluso encontró una en la que se explicaba detalladamente cómo ligar con un libro en las manos: "¿El libro está apoyado en la mejilla izquierda? ¡Cuidado! Alguien nos está mirando. ¿Libro en la rodilla? Hablemos".

Se trataba de burlar las leyes del decoro, con bromas internas y mensajes sugerentes escondidos dentro de imágenes inocentes

Y como indica la BBC, también se pusieron de moda unas increíbles tarjetas con (no se podría explicar de otra manera) collages, que trataba de burlar las leyes del decoro, con bromas internas y mensajes sugerentes escondidos dentro de imágenes aparentemente inocentes. Todavía era un arte joven cuando esto se puso de moda, y contenían juegos de palabras, chistes internos o mensajes codificados que servían para coquetear. Por supuesto, no todo el mundo podía hacer estos collages si tenemos en cuenta que la fotografía aún no se había democratizado, por lo que estaba pensado para una parte reducida de la población británica. Por ejemplo: un aparentemente inocente collage en el que aparece Lady Filmer, esposa del parlamentario sir Edmund Filmer, así como sus hermanas y el príncipe de Gales. En realidad, el Príncipe de Gales era un mujeriego conocido, y él y Lady Filmer habían entablado una correspondencia bastante sugerente, enviándose constantemente fotografías, por lo que podría significar algo más.

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Enviando una carta. (iStock)

Sea como fuere, si querías ligar pese al excesivo puritanismo, podías hacerlo, aunque requiriese mayor esfuerzo que ahora. Pero si eres un romántico empedernido, quizá prefieras una carta de amor personalizada a un simple mensaje tipo enviado en alguna aplicación pensada para ligar. Y con razón.

Hoy en día, ligar parece la cosa más sencilla del mundo. Sin necesidad de despegar las alas como un pavo real, coges tu teléfono inteligente y eliges entre alguna de las aplicaciones concebidas justamente para encontrar pareja. Mandas unos fueguitos, abres DM a alguien, escribes una indirecta esperando que esa persona la pille o, directamente, le das a me gusta a todo lo que se mueve en Tinder. Entre alguna de esas esperas encontrar a la persona de tus sueños o, por lo menos, una que te haga compañía el viernes por la noche.

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