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Enseñar Filosofía a los adolescentes no tiene ninguna lógica
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EL ERIZO Y EL ZORRO

Enseñar Filosofía a los adolescentes no tiene ninguna lógica

Quien no tiene plena conciencia de la muerte o no ha sufrido las frustraciones del amor, el sexo y la amistad no puede ni remotamente comprender esta disciplina

Foto: 'El pensador', de Rodin, en el New Museum Barberini de Potsdam el pasado enero. (Michele Tantussi/Getty Images)
'El pensador', de Rodin, en el New Museum Barberini de Potsdam el pasado enero. (Michele Tantussi/Getty Images)

La semana pasada, el Gobierno aprobó un nuevo currículo escolar para la Educación Secundaria que, aunque no eliminaba la asignatura de Filosofía, sí modificaba su presencia en el plan de estudios (aquí mi colega Héctor García Barnés explicó exactamente cómo). Desde entonces, cosa extraña, hemos discutido con insistencia sobre el valor de la filosofía y la necesidad de enseñarla a los adolescentes. Y me ha sorprendido encontrarme a la defensiva: pese a ser lector de filosofía y estar convencido del inmenso valor que tienen las humanidades para intentar entender el mundo y llevar una buena vida, no tengo nada clara la importancia de que a los 14 o 15 años reciban clases sobre Platón o el imperativo categórico.

Uno de los principales argumentos en favor de enseñar filosofía a los jóvenes es que esta nos ayuda a ser “ciudadanos críticos”. Conocer la historia del pensamiento nos daría herramientas para criticar ideas ampliamente compartidas, nos permitiría escoger con libertad lo que pensamos y cómo lo pensamos y nos convertiría en seres autónomos. Son cosas que suenan muy bien, pero es dudoso que una asignatura de Filosofía sirva para eso.

placeholder Platón ante la Academia de Atenas. (Milos Bicanski/Getty Images)
Platón ante la Academia de Atenas. (Milos Bicanski/Getty Images)

En realidad, muchos de quienes sostienen estos argumentos ven en la filosofía un medio para transmitir sus posiciones a sus discípulos, no para invitarlos a abandonarlas (aunque, sin duda, hay innumerables buenos maestros que no se ajustan a esta descripción). Un filósofo cristiano puede ser un profesor brillante y ecuánime, aunque difícilmente pretenderá transmitir a sus alumnos las razones para abandonar el cristianismo. El llamado “pensamiento crítico” —vinculado a la izquierda universitaria y a la filosofía de las últimas décadas que pone en cuestión los lugares comunes de la sociedad occidental— es muy crítico con todo lo que le parece de derechas, neoconservador o capitalista, pero no parece tener una particular capacidad para criticarse a sí mismo o poner en duda sus postulados. Es hasta divertido ver cómo ahora una parte de la derecha política defiende la enseñanza de la filosofía como forma de justificar el mundo en el que vivimos y sus injusticias. Y recordemos que, en todo caso, una parte muy importante de la tradición filosófica occidental la han conformado defensores de la dictadura, no del pluralismo. Con todas las singularidades propias del momento histórico en el que vivieron, Platón, Nietzsche, Heidegger o Sartre fueron, en buena medida, teóricos del autoritarismo o de la tiranía.

Una parte muy importante de la tradición filosófica occidental la han conformado defensores de la dictadura, no del pluralismo

¿Acaso la filosofía no sirve para saber criticar el mundo y escoger nuestras ideas y forma de vida, encontrarle un sentido a la existencia y la convivencia en sociedad? Por supuesto que sí. Pero no a los 14 o los 15 años. A esa edad, quizá pueda transmitir a los jóvenes la curiosidad o las ganas de saber, y eso ya sería algo maravilloso. Pero quien no tiene plena conciencia de la muerte, quien no se ha enfrentado a importantes dilemas morales en su vida personal o profesional, quien no entiende el carácter con frecuencia trágico de la política o no ha sufrido las frustraciones del amor, el sexo y la amistad no puede ni remotamente comprender la filosofía. La filosofía es la disciplina de las humanidades más intrínsecamente adulta. A pesar de los esfuerzos de sus meritorios profesores, me temo que, en plena adolescencia, las grandes construcciones filosóficas de Aristóteles o Hegel tienen el mismo atractivo que los cuentos de Borges: el de unas fascinantes elaboraciones fantásticas con poco o ningún contacto con el mundo real.

Foto: La ministra de Educación, Pilar Alegría. (EFE/Ballesteros)

Una disciplina para adultos

Lo que me lleva al siguiente argumento: la filosofía occidental es difícil. En primer lugar, está la distancia temporal: es complicado entender a alguien que pensaba o escribía según las convenciones de hace 2.500, 1.000 o 200 años, e incluso los escritores “claros” del pasado nos resultan arduos en el presente. Por si eso fuera poco, parece que los filósofos han buscado a propósito el uso de un lenguaje, unos conceptos y unos argumentos que dificulten la comprensión. Esto no es privativo de esa disciplina: otras, como la teología, el derecho o la economía, han creado retóricas cuyo fin es dejar fuera de la conversación a quien no las domina. Sea como sea, es absurdo pensar que un estudiante pueda entender a Wittgenstein o a Kant, que es lo que mi buen profesor de Filosofía intentaba con nosotros en tiempos de BUP y COU. Lógicamente, no lo consiguió. Y déjenme decirles que sigo sin entender el 'Tratado lógico-filosófico' y que no tengo energía para enfrentarme a la ' Crítica de la razón pura'. Una de las mejores defensas que conozco de la filosofía y de su enseñanza a los jóvenes es el ensayo 'Filosofía para legos', de Bertrand Russell, uno de los filósofos más claros y transparentes del siglo XX. Solo tiene un problema: ningún lego se molestaría en leerlo o, si lo hiciera, no estoy seguro de que entendiera las explicaciones de Russell sobre la relación de esta disciplina con la ciencia y la religión, y su fina distinción entre la “comprensión teórica de la estructura del mundo” y “el descubrimiento y la transmisión de la mejor forma de vida posible”.

Una de las mejores defensas que conozco de la filosofía y de su enseñanza a los jóvenes es el ensayo 'Filosofía para legos', de Bertrand Russell

Es posible que mis argumentos parezcan una crítica a la filosofía (de eso trata la filosofía en todo caso, ¿no?). Sin embargo, son más bien una defensa de su postergación, del mismo modo que pienso que no pasa nada por retrasar la lectura de ciertos clásicos de la literatura hasta el momento en que uno pueda entenderlos. O, dicho de otro modo, lo que defiendo es el placer de comprender: la alegría que sientes cuando entiendes algo complejo que antes desconocías, o cuando encuentras a otra persona que se hace las mismas preguntas que tú y, además, tiene respuestas que entiendes. Sin eso, créanme, no hay conocimiento, ni mucho menos filosofía. Y, me temo, que eso es algo que solo puedes hacer y sentir cuando eres adulto. Ojalá encontremos la manera de incentivarlo desde la adolescencia. Pero me parece una aspiración un tanto ilusoria, fruto de que nos gusta considerar la filosofía más como un bien absoluto que como una tradición que estemos dispuestos a conocer y estudiar y cuestionar de verdad. Ahora bien, si es usted un adulto, no me venga con excusas: lea los filósofos que entienda —¿Montaigne, Camus, Voltaire, Arendt, Berlin, Shklar?—, tómese muy en serio sus enseñanzas y, a menos que ese sea su trabajo, o tenga una vocación admirable, pase completamente de los demás sin remordimientos.

La semana pasada, el Gobierno aprobó un nuevo currículo escolar para la Educación Secundaria que, aunque no eliminaba la asignatura de Filosofía, sí modificaba su presencia en el plan de estudios (aquí mi colega Héctor García Barnés explicó exactamente cómo). Desde entonces, cosa extraña, hemos discutido con insistencia sobre el valor de la filosofía y la necesidad de enseñarla a los adolescentes. Y me ha sorprendido encontrarme a la defensiva: pese a ser lector de filosofía y estar convencido del inmenso valor que tienen las humanidades para intentar entender el mundo y llevar una buena vida, no tengo nada clara la importancia de que a los 14 o 15 años reciban clases sobre Platón o el imperativo categórico.

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