Es noticia
Hombre malo, mujer buena
  1. Cultura
Galo Abrain

Por

Hombre malo, mujer buena

Es una pena que el 50,5% de la población sea imbécil, garrula y sectaria con su género, mientras el otro 49,5 % es una víctima luminosa e intachable. Sería más lógico si hubiese un poco de todo en ambos grupos, ¿no?

Foto: Unas personas disfrutan del buen tiempo en la playa de la Malagueta en Málaga. (EFE/Jorge Zapata)
Unas personas disfrutan del buen tiempo en la playa de la Malagueta en Málaga. (EFE/Jorge Zapata)
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

Voy a abrir el melón en contra de mis consejeros personales. Las voces que habitualmente me orientan en este desierto venenoso de lanzar mi opinión, me han recomendado que deje el asunto en paz. Que ¿pa qué te vas a meter en movidas? Tienen toda la razón. Pero es que me va un poco lo de ser masoca. Apostar, aunque tenga solo una pareja de doses. Jugármela. En la guerra, pienso, me pegarían el primer tiro.

Así que, buf, allá voy… ¡Los hombres no son todos malos! Dios, ya lo he soltado. Vaya, tampoco ha sido tan difícil. Pensaba que me iba a costar más. Uhm… Reformularé… A lo mejor así consigo que me flojee la próstata. ¡Las mujeres no son todas buenas! ¡Ay, mamacita! Ahora sí que me ha dado un tembleque. Es como si tuviera un bicho bola entre las piernas y sintiera decenas de dedos apuntándome hacia el ano. Índices ambiciosos por practicarme un examen rectal libre de lubricante. Ni unas gotitas de saliva…

No todas las mujeres son seres de luz divina; víctimas puras de una opresión que la toma con la doble X en su conjunto

A pesar de la invasión anal fantasma que me pica, debo admitir que no me retracto. Los hombres, así es, no tienen por qué ser todos malos. Ya puestos, no tienen por qué ser unos cazurros, ni unos Torrentes potenciales, ni unos sexistas, ni unos Rubiales, ni tan siquiera unos sectarios que solo se relacionan con otros hombres. ¿Los hay más bien mandriles? ¿Herederos directos de la involución del primate que se dan cabezazos en las estaciones de metro, beben chupitos con fuego encima sin apagarlo o ríen a lo unga-unga? ¡Ni que decirlo tiene! Pero eso no es una condición exclusiva de lo masculino, que es lo que se deduce de muchas de las palabricas colgadas por ahí.

Porque no, lo siento mucho. No todas las mujeres son seres de luz divina; víctimas puras de una opresión que la toma con la doble X en su conjunto. Las mujeres también pueden ser unas lerdas y/o unas geniales hijas de puta. Y está muy bien que así sea, porque los hombres pueden ser unos lerdos y/o unos geniales hijos de puta. El feminismo debería consistir en reivindicar la igualdad entre ambos géneros, tanto en lo positivo como en lo peyorativo, no en convertir a uno en una criatura indefensa blindada a toda crítica y al otro en un verdugo natural bestializado con cerebro de liendre.

Revisando la historia, habría que ser muy cretino para no darse cuenta de que la mujer ha sido, tradicionalmente, minusvalorada. Degradada a una condición alejada del poder y el uso respetado de su intelecto. Camille Paglia diría que en beneficio de las mujeres. Porque quedarse en casa y ocuparse de la crianza es menos doloroso y mortal que cargar sobre los hombros la responsabilidad de las guerras y los trabajos más chungos, así como pasar a la edad adulta con el tránsito fisiológico de la menstruación en vez de con peligrosos y crueles ritos hacía la masculinidad. Pero dejemos a la autora de Sexual Personae (que por muy conservadora que la tachen aprueba con mayor apremio la homosexualidad, la pornografía y el rock’n’roll que muchas puriprogres).

Foto: La ministra de Igualdad Irene Montero durante un acto electoral celebrado en Madrid. (EFE/Fernando Villar)

A lo que voy es a que la degradación de lo femenino en el pasado no justifica hoy un atrincheramiento en la revancha vengativa contra lo masculino. Criticar el machismo debería alejarse de una ofensa automática hasta la ridiculización de cualquier actividad llevada a cabo por un hombre, y de la reducción a la condición de perfecta sumisa estructural de cualquier mujer. De poco sirve echar raticida y esputo ciegamente a lo que tenga la etiqueta varonil, si lo que se pretende es concienciar a dicho género de la importancia de su aspiración al feminismo. Vamos, digo yo…

No quiero hacerle la cama a quienes no reconocen la igualdad de la mujer o se la toman por el pito del sereno. El feminismo es, inequívocamente, necesario. Quizás no el feminismo de un Ministerio que pone como punta de lanza un app valorada en 200 mil euros (por cierto, ya existente) y que no vale ni para joder a alguien como es (Pam) —jeje—. Tampoco el que se enroca en una bolsa de caprichos tuitivos que defiende una sola forma de interpretación de la realidad, según la cual; o participas de la ventajosa colectivización de los traumas de sus élites o eres un misógino, un traidor al bien superior (el suyo); un hereje sin derecho a la palabra a quien habría que colgar, bien del clítoris bien de los testículos, en mitad de la glorieta para que te escupan los de la orilla buena de la tribu.

Sí creo imprescindible, en cambio, uno que abogue por pelear contra la infantilización de la mujer, por darle su justo y merecido lugar en la historia, así como dispuesto a denunciar las desigualdades bárbaras que se comenten a lo largo y ancho del mundo (no hay relativismo cultural que valga en el pañuelo, la ablación, el matrimonio forzado o el burka). Un feminismo que defienda la libertad de la mujer de conjurarse a sí misma, lejos de quienes pretenden hacer casquería con su voz mediante dogmas presuntamente irrebatibles, destinados a callar su voluntad si esta los contradice.

Prefiero, sin embargo, conservar la mente fría. Insistir en que no todos los hombres son malos, ni las mujeres buenas

Luego, mierda, me asaltan imágenes de perfectos impresentables, llamativos desgraciados, infraseres, no solo sin sentido común, sino bulímicos de todo atisbo de elegancia o cortesía, tocándoles el culo a reporteras en mitad de la calle. Y ahí es cuando me tienta dudar de lo antes expuesto. Casi hasta aceptar que los hombres somos unos mamarrachos sin remedio dignos de un cilicio en los huevos.

Prefiero, sin embargo, conservar la mente fría. Insistir en que no todos los hombres son malos, ni las mujeres buenas, aunque en los corrales varoniles abunden los tarados. Una rémora que el género masculino, por cierto, haría bien en abuchear a voz en grito por su propio bien. Para evitar en la medida de lo posible, más allá de la proliferación de comportamientos tan vomitivos, que se condene a justos por pecadores.

Y luego, ya si tal, vivir la fantasía de la heroicidad y hacer garruladas divertidas. Que no por lerdas dejan de ser descacharrantes, bajo un coro de sanos y relajantes ¡unga-unga!

Voy a abrir el melón en contra de mis consejeros personales. Las voces que habitualmente me orientan en este desierto venenoso de lanzar mi opinión, me han recomendado que deje el asunto en paz. Que ¿pa qué te vas a meter en movidas? Tienen toda la razón. Pero es que me va un poco lo de ser masoca. Apostar, aunque tenga solo una pareja de doses. Jugármela. En la guerra, pienso, me pegarían el primer tiro.

Trinchera Cultural
El redactor recomienda