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¿Qué miran los hombres en las mujeres?
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¿Qué miran los hombres en las mujeres?

El escritor y columunista de El Confidencial publica 'Tía buena', un ensayo sobre la utilización capitalista del cuerpo femenino y su exposición publicitaria

Foto: La actriz Salma Hayek, en una escena del famoso baile que protagoniza en la película 'Abierto hasta el amanecer'. (Miramax Films)
La actriz Salma Hayek, en una escena del famoso baile que protagoniza en la película 'Abierto hasta el amanecer'. (Miramax Films)

A pesar de vivir en la servidumbre de la mirada, lo cierto es que los hombres no saben lo que miran. Es la mirada de las mujeres sobre otras mujeres la que no resulta narcotizada ni engañada, y distingue con claridad lo que está viendo. Mi memoria no deja de enviarme recuerdos ligeros relativos a estos asuntos. Así, me acuerdo ahora de una nimiedad de mis años universitarios: una alumna llegó tarde a clase. Iba espectacularmente vestida, muy sexy, y se sentó en la primera fila. Yo, desde una fila hacia la mitad del aula, le pregunté a mi compañera habitual, una amiga de entonces, quién era esa chica tan atractiva. "María", me dijo; o "Sara". En todo caso, una alumna que siempre se sentaba en la misma silla en primera fila y a la que yo conocía perfectamente. Incluso habría hablado con ella alguna vez. Ese día, sin embargo, había sido incapaz de identificarla.

Sara o María iba a clase cada mañana con ropa sencilla y sin maquillar. Pero aquella jornada decidió ponerse un vestido ajustado, corto, y pintarse los labios y los ojos, y soltarse el pelo largo y ondulado. Si Sara o María hubiera ido siempre de esta guisa, y un solo día hubiera asistido en vaqueros y camiseta, y con la cara lavada, yo tampoco la habría reconocido.

placeholder Portada de 'Tía buena', el nuevo libro de Alberto Olmos.
Portada de 'Tía buena', el nuevo libro de Alberto Olmos.

¿Qué miramos los hombres en las mujeres, en aquellas que no resultan muy atractivas y sensuales? Miramos una propuesta, una ficción. Y consideramos que el cuerpo de esa mujer coincide de hecho con la reinterpretación del cuerpo que en realidad tenemos delante; no tenemos delante el cuerpo, sino un juego combinatorio.

Es más importante el envoltorio del cuerpo que el propio cuerpo, y la mirada del hombre es incapaz de disociar ambas armaduras. Se funden en su percepción, en la embriaguez inmediata que provoca un avistamiento. Cuanto más sexy resulta una mujer, más extraño parece su cuerpo a aquellos que lo miran. Parece nuevo, nunca antes visto, cuando en rigor es un cuerpo de mujer como cualquier otro. Es el decorado, el añadido, el trazado de veladuras y destapes el que genera esa ilusión.

Cuando en Abierto hasta el amanecer Salma Hayek protagoniza la típica escena sexy destinada a impactar al público y a ser muy comentada, y a convertirla en un símbolo sexual (su baile con una serpiente colgada del cuello), es la serpiente la que vuelve distinto ese cuerpo ligero de ropa, exuberante como muchos otros, porque la pitón se mueve y retuerce, cubre un pecho y lo destapa, introduce la cola entre los muslos de la actriz y luego los libera. Las asociaciones freudianas entre el reptil grande y alargado y húmedo y el falo son inevitables, y recuerdan a las que en los comics manga y las series de anime se producen con los tentáculos que atacan igualmente cuerpos de chicas jóvenes. El espectador masculino cree que Salma Hayek es la mujer más sexy que ha visto en años en una pantalla; no piensa que lo es por cómo va vestida, por los movimientos hace, por la serpiente, la música y el maquillaje, sino, diríamos, al peso, innegablemente, al punto de pensar que reconocería su belleza igualmente si se la encontrara una mañana comprando el pan en chándal. No es así.

placeholder Marylin Monroe en 'La tentación vive arriba'.
Marylin Monroe en 'La tentación vive arriba'.

No era así tampoco con Marilyn Monroe y su falda alzada, ni con Sharon Stone y su cruce de piernas. Ni con Jessica Alba, Jennifer Lawrence o Ana de Armas en sus respectivas escenas trabajadas para convertirlas en mitos eróticos. Casi lo menos importante para su atractivo físico es, de hecho, su cuerpo. Cuando se difunden fotos de estas actrices tomadas justamente mientras se dirigen a comprar el pan, nos sorprende lo cerca que están de ser chicas completamente normales.

Dentro de esta ficción de sensualidad, participan numerosos elementos, pero uno en particular destaca y resulta accesible tanto a la actriz de Hollywood como a la chica del barrio. Es la ropa.

placeholder Una mujer, ante el escaparate de una céntrica tienda de ropa en Madrid. (EFE)
Una mujer, ante el escaparate de una céntrica tienda de ropa en Madrid. (EFE)

Me fascina la ropa, el gran negocio de la ropa, la enorme obsesión por la ropa. Uno diría, a veces, cuando camina por las zonas comerciales de la ciudad, que no hay otra cosa por todas partes que tiendas de ropa.

No es casualidad que las tiendas de ropa sean tan abundantes, casi histéricamente ubicuas, ni que la primera planta de cualquier gran tienda de ropa esté dedicada siempre a la ropa de mujer. Luego, de tres o cuatro plantas que tiene el edificio, por lo menos una o dos más venden también ropa de mujer. En muchos grandes establecimientos de moda generalista, la ropa masculina está habitualmente en el lugar más inaccesible, incómodo o secreto; o en la última planta o en el sótano. Y a veces solo al fondo de esa última planta o de ese sótano.

Las mujeres contemplan el cuerpo vestido de otras mujeres, mientras que los hombres creen que el cuerpo vestido es el cuerpo desnudo

Es la ropa lo que los hombres miran cuando creen que miran un cuerpo, por mucho que crean que están catalogando cuerpos con enorme pericia y con base en una gran experiencia en observar tías-buenas. Los pechos que asoman por un escote son el escote y el culo que se luce con pantalones apretados son los pantalones apretados. Los hombres no lo ven y las mujeres sí. Las mujeres contemplan el cuerpo vestido de otras mujeres, mientras que los hombres creen que el cuerpo vestido es el cuerpo desnudo, un adelanto fidelísimo de la desnudez. Diríamos que los hombres se embriagan en la ficción y las mujeres la desmontan.

La ropa es el detonador erótico principal, por tanto, el bien de consumo básico en el capitalismo escópico. "Hay que comprar los vaqueros que te hagan buen culo, cuesten lo que cuesten", le escuché decir una vez a una amiga. Con la ropa comienza el engaño. Un engaño que sale a cuenta porque la mayoría de los hombres nunca verá el cuerpo desnudo de la mujer cuyo atuendo le lleva a anticipar que su cuerpo es perfecto.

Lo 'sexy' es un ocultamiento, al contrario de lo que pueda pensarse, porque no mostrar mantiene vivo un misterio, por lo demás banal

Que alguien nos resulte erótico o sexy a primera vista guarda relación precisamente con las partes de su cuerpo que quedan ocultas. La desnudez no es erótica, sino lo sexual-en-sí. Nada ha ayudado más al erotismo que la censura, como prueba sin cesar Instagram. Lo sexy es un ocultamiento, al contrario de lo que pueda pensarse, porque no mostrar mantiene vivo un misterio, por lo demás banal: un cuerpo como otro cualquiera, en realidad. Es en el juego de tapar y mostrar donde surge la excitación y, por tanto, el capital erótico.

Vestirse es ponerse en escena, volviendo a Barthes, y la mujer que decide ser mirada como objeto sexual, y capitalizar esa mirada, se pone en escena en primera instancia al elegir una ropa concreta. Sin embargo, la ropa femenina no erotizante resulta incluso difícil de encontrar: el vestuario destinado a la mujer suele ser ceñido, escotado, recortado, y también colorido y lleno de brillos o remates o detalles, al contrario que el destinado a los varones. Cualquier mujer es invitada a mostrarse desde el momento en el que encontrar ropa que no la sexualice supone un gran esfuerzo. Hasta las camisetas de la selección española de fútbol son diferentes para hombres y mujeres. Las de ellas, entalladas, con escote de pico; las de ellos, amplias, con cuello redondo.

placeholder Look con chándal de Paula Echevarría. (Instagram @pau_eche)
Look con chándal de Paula Echevarría. (Instagram @pau_eche)

Que toda la ropa femenina deba ser sexy parece el mandato de la industria textil. A finales del siglo XX, nada había más cutre, despreocupado e igualador que ir en chándal. Ir en chándal era el auténtico off duty, como dicen las actrices de Hollywood cuando, muy habitualmente vistiendo chándal, consideran que no deben someterse por un rato al escrutinio de la prensa o de los fans, que les exigen siempre (duty) un aspecto deslumbrante. Ahora, la ropa deportiva de mujer se sitúa a la vanguardia del erotismo. Salir a correr es salir a exhibirse, y las prendas para ejercitarse son ceñidas, moldeadoras, llenas de colores llamativos y líneas y costuras diseñadas para dibujar siluetas perfectas sobre el cuerpo. Diríamos que no merece la pena salir a correr si no se cuenta antes con un cuerpo perfecto fruto de haber salido mucho a correr.

¿Por qué esto es así? ¿Por qué existen los escotes, las minifaldas y la ropa ceñida? ¿Por qué los hombres no llevan ropa apretada, prendas de colores alegres ni escotes? ¿Qué tienen de natural vestuarios tan diferenciados?

Capítulo 16 de 'Tía buena' (Círculo de Tiza), de Alberto Olmos, pags. 146-150. A la venta el 13 de septiembre.

A pesar de vivir en la servidumbre de la mirada, lo cierto es que los hombres no saben lo que miran. Es la mirada de las mujeres sobre otras mujeres la que no resulta narcotizada ni engañada, y distingue con claridad lo que está viendo. Mi memoria no deja de enviarme recuerdos ligeros relativos a estos asuntos. Así, me acuerdo ahora de una nimiedad de mis años universitarios: una alumna llegó tarde a clase. Iba espectacularmente vestida, muy sexy, y se sentó en la primera fila. Yo, desde una fila hacia la mitad del aula, le pregunté a mi compañera habitual, una amiga de entonces, quién era esa chica tan atractiva. "María", me dijo; o "Sara". En todo caso, una alumna que siempre se sentaba en la misma silla en primera fila y a la que yo conocía perfectamente. Incluso habría hablado con ella alguna vez. Ese día, sin embargo, había sido incapaz de identificarla.

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