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Los enemigos del progreso
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Fernando Caballero Mendizabal

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Los enemigos del progreso

Ocurre muchas veces que en las ciudades sus gobiernos practican políticas contrarias a la caricatura que todos hacemos de sus idearios, y aun así, los que más se van a beneficiar se quejan con la torpeza del que no ve más allá de las consignas

Foto: Vista del barrio de Eixample en Barcelona.
Vista del barrio de Eixample en Barcelona.
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Uno de los proyectos estrella en la Barcelona de Colau fueron las "superillas" del Eixample. Su función, teorizada hace ya varios años, consistía en dar jerarquía al ensanche proyectado por Cerdá, cuyo diseño se había pervertido a lo largo del último siglo. Originalmente, el ensanche preveía que cada manzana tuviese aproximadamente un cincuenta por ciento de zona verde que, a la larga, hubiese creado una segunda red vial de parques y paseos por todo el centro de la ciudad, paralela a las calles por las que transitaban los coches.

Sin embargo, la presión inmobiliaria y la especulación dieron al traste con la segunda gran transformación urbana que pretendía ese diseño. De haberse mantenido, el Eixample sería hoy el doble de interesante de lo que es. A diferencia de Madrid, donde se intercalan avenidas con calles estrechas y agradables, la homogeneidad del plan urbanístico barcelonés hace que casi todas las calles tengan un tamaño parecido y mucho tráfico. Por eso, si no eres de Barcelona, es fácil perderse en ese damero igualitario.

Además, las manzanas, al haber agotado su capacidad de edificación, dan lugar a que la mayoría de sus habitantes no tengan parques cerca de casa.

La última superilla que se inauguró antes de las elecciones municipales consistía en la peatonalización de un sector de la calle Consell del Cent, con la idea de sacar de allí a buena parte de los coches y crear espacios abiertos para los vecinos.

Foto: Ada Colau en una imagen de archivo. (EFE/Toni Albir)

Sin embargo, la oposición a la medida fue tan absurda como exitosa. Se dijo que el proyecto destruía la cuadrícula de Cerdá y que las obras harían quebrar los negocios. Con apoyo de los partidos de la oposición, las asociaciones de comerciantes interpusieron una demanda cuyo fallo llega una vez que la obra ha sido completada. El juez exige ahora devolver la calle a su estado previo, eliminando las plazas y zonas de paseo y recuperando el asfalto y el tráfico rodado. Un delirio absurdo llevado a cabo por políticos cortoplacistas, vecinos y asociaciones de comerciantes sectarios, dispuestos a tirarse piedras sobre su propio tejado con tal de fastidiar a un gobierno que no les gusta.

Lo irónico es que a quienes más benefician las superillas son precisamente a los comerciantes y propietarios afectados. Una vez más, la izquierda abandera políticas que revalorizan sus propiedades y atrae a más clientes a sus tiendas y cafés. Una buena dosis de gentrificación que, ahora que el juez ordena desmontar por pieza, son los demandantes los primeros en llevarse nuevamente las manos a la cabeza.

Los que más se van a beneficiar se quejan con la torpeza del que no ven más allá de las consignas y el día a día

Ocurre muchas veces que en las ciudades sus gobiernos practican políticas contrarias a la caricatura que todos hacemos de sus idearios, y aun así, los que más se van a beneficiar se quejan con la torpeza del que no ven más allá de las consignas y el día a día.

No es la primera vez que ocurre. En Madrid pasa también muy a menudo. Además, suele suceder que, como en el caso de las superillas, tienen relación con la movilidad. Hay un caso histórico (el soterramiento de la M-30) y uno actual (la prolongación de la línea 11 de metro) que ilustran muy bien esto de hacer oposición gratuita e hiperbólica. Dejaremos de lado el caso de Madrid Central, demasiado complejo y que desde luego da para un artículo por sí solo.

Con la M-30, Gallardón acometió la mayor transformación urbana de Madrid en la democracia. La faraónica obra es hoy un parque lineal que cose el centro de la capital con los barrios del sur. Zonas verdes, servicios públicos, espacios culturales y cohesión social. Todo muy acorde con el espíritu de esta derecha especuladora, "tan poco civilizada y poco europea" como es la madrileña. Lo acometido en el Manzanares no fue conceptualmente muy distinto de lo hecho por Colau en Consell del Cent, salvo por un pequeño detalle: en Madrid, los que respiraban tubos de escape y vivían a 5 metros de una autopista eran personas de clase trabajadora, mientras que en Barcelona hablamos de una de las calles más conocidas de la ciudad, con vecinos con los percentiles de renta más elevados de España. Ahora, arreglado su barrio, se vende en las inmobiliarias como "el nuevo Paseo de Gracia".

Las plataformas dominadas por la izquierda y las asociaciones de afectados por las obras de la M-30 (con mucho militante de base) se pasaron una legislatura entera dando la brasa y poniendo demandas. Un juez también sentenció al ayuntamiento a revertir las costosísimas obras y devolver la autopista en su estado original y los mismos que lloraban y protestaban, se llevaron nuevamente las manos a la cabeza. Ahora que tienen un parque maravilloso delante de casa y el precio de su vivienda les ha enriquecido, votan al PP.

Algo parecido le ocurre a la Comunidad de Madrid con las obras de ampliación de la línea 11 del Metro. Es una línea muy importante, porque actúa como un arco que comunicará las periferias del este de la ciudad, creando una alternativa a la deficiente red de Cercanías que gestiona el gobierno central. Alguien que viva en Moratalaz y necesite ir a La Elipa, a Atocha o a Plaza Elíptica, podrá hacerlo de forma rápida y sin transbordos. Sin necesidad de utilizar la línea circular y, por tanto, sin tener que desplazarse hasta el centro (o sea dentro de la M-30) para luego volver a coger otra línea que le lleve nuevamente a la periferia. Hay que buscar alternativas al centro, si no la ciudad se desequilibra. Si la mayoría de los transbordos hay que hacerlos a partir de la línea circular, los precios aumentan en el interior de ese perímetro y con ello las desigualdades centro-periferia. Pero hay un objetivo más loable que hacerle la vida más cómoda a la clase trabajadora y luchar contra las desigualdades que ayudará a corregir esta línea: 676 árboles que deben talarse para poder construirla. En los últimos veinte años, todos los ayuntamientos madrileños han hecho grandes reformas que añaden espacios verdes a la ciudad. Desde Madrid Río, pasando por la lengua verde de Latina, los parques que rodean los PAU, los de Juan Carlos I y Valdebebas y ahora el Bosque Metropolitano que rodeará la ciudad y en el que ya se han plantado más de 1500 árboles.

En Barcelona la izquierda enriquece a los acomodados habitantes del Eixample, en Madrid, la derecha, a vecinos trabajadores

En su ensayo Ma non troppo, Carlo M. Cipolla escribía que "una persona es estúpida si causa daño a otras personas o grupo de personas sin obtener ella ganancia personal alguna, o, incluso peor, provocándose daño a sí misma en el proceso". Y es que esos 676 no son más que una excusa para exaltados. Café para los más cafeteros que, como también ocurrió en el caso de las superillas de Colau, claman al cielo agarrándose a cualquier clavo ardiendo con tal de oponerse. Me opongo aunque me beneficie. Aunque el proyecto cree una ciudad más justa y equitativa. Solo falta que se encadenen a los árboles, como amenazó con hacer la Baronesa Thyssen.

Con sus reformas urbanas, en Barcelona la izquierda enriquece a los acomodados habitantes del Eixample, mientras que en Madrid la derecha transforma la realidad enriqueciendo a vecinos trabajadores que ahora les votan religiosamente. En ambas ciudades sus gobernantes penetran en el espacio sociológico rival. Quizá por eso, aun sabiendo que son medidas positivas, las oposiciones en ambas ciudades se rasgan las vestiduras con tanta vehemencia.

Uno de los proyectos estrella en la Barcelona de Colau fueron las "superillas" del Eixample. Su función, teorizada hace ya varios años, consistía en dar jerarquía al ensanche proyectado por Cerdá, cuyo diseño se había pervertido a lo largo del último siglo. Originalmente, el ensanche preveía que cada manzana tuviese aproximadamente un cincuenta por ciento de zona verde que, a la larga, hubiese creado una segunda red vial de parques y paseos por todo el centro de la ciudad, paralela a las calles por las que transitaban los coches.

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