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Esa gente que hace limpieza de amigos cuando se cansa de ellos
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Héctor G. Barnés

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Esa gente que hace limpieza de amigos cuando se cansa de ellos

Si un amigo empieza a cansarnos, a deprimirnos o a exigirnos más de lo que nos aporta, no solo es legítimo que cortemos todos los lazos, sino positivo para ambos

Foto: "Ya no me caes bien" en "Almas en pena en Inisherin". (EFE/Searchlight Pictures)
"Ya no me caes bien" en "Almas en pena en Inisherin". (EFE/Searchlight Pictures)
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El otro día conocí en una fiesta a una estadounidense de Michigan. Como suele ocurrir en cualquier conversación con un extranjero en Madrid, pronto terminamos donde siempre: en la pregunta ¿cómo somos los españoles? Pues amistosos, era su típica respuesta, que iba acompañada de un pequeño reproche: es difícil hacer amigos en España. Le resultaba fácil encajar entre desconocidos, porque nos mostrábamos accesibles y abiertos, pero en todo el tiempo que llevaba aquí, ninguna de esas personas tan simpáticas le había escrito al día siguiente para decirle: "Qué bueno conocerte ayer, ¿quedamos otro día?".

No, la respuesta clásica de los españoles es: "Ya nos veremos por ahí otro día".

La red está llena de guías sobre cómo mandar a freír espárragos a nuestros amigos

"Qué pena —bromeé—, mañana te escribo sin falta". Pues normal, pensé para mis adentros. A la mayoría nos cuesta incorporar gente a nuestras vidas, especialmente si no hemos compartido un entorno cotidiano (trabajo, estudios) y un cierto tiempo con ellos. Qué pesadez, qué carga, otro más para cuadrar planes. Es mucho más eficiente esquivar compromisos y dejar a esos extraños que aparecen en nuestras vidas en la zona gris de los conocidos.

Hay un momento en la vida en que empezamos a quejarnos en voz alta de lo difícil que resulta hacer nuevos amigos, al mismo tiempo que pensamos para nosotros mismos que no querríamos tener más. Incluso que nos sobra alguno, pero esto nunca lo admitimos.

En los últimos años, parece haber cierta obsesión por el final de la amistad y cómo librarnos de esas personas que ya no nos aportan nada. El otro día se viralizó un vídeo de TikTok en el que la psicóloga Adriana Brandolini ofrecía un ejemplo de cómo cortar por lo sano tu relación de amistad. "Ya no tengo la capacidad de invertir más en nuestra relación", era la frase adecuada. Hay que ser psicópata. Internet, o al menos el internet anglosajón, ha empezado a llenarse de recomendaciones para mandar a tus amigos a freír espárragos.

Almas en pena de Inisherin puede leerse como una metáfora de muchas cosas, pero literalmente es un relato sobre el final de la amistad entre dos hombres, cuando Colm decide que ya no quiere ver más a Pádraic. "Ya no me gustas", le dice. "Pero ayer te gustaba", es la respuesta de Pádraic. Colm se encoge de hombros. La película presenta dos dilemas. El del que, como la novia abandonada, ve cómo rompen unilateralmente una relación que en apariencia funcionaba, y el del que siente que esa otra persona ya no le aporta nada y que tiene que librarse de ella, aunque sea doloroso para ambos.

La obsesión actual por el final de las amistades se refleja en esas palabras importadas de la psicología facilona y el lenguaje empresarial: "eficiencia", "aportar", "invertir". O términos como "personas vitamina", que describen a aquellas que te llenan de energía positiva y que presuponen la existencia de otras "personas vampiro" que nos agotan, nos estresan y nos intoxican. Son la traducción a las relaciones personales de la mentalidad de la eficiencia y la productividad. Si algo empieza a aburrirnos, a cansarnos, a exigirnos más de lo que nos aporta, no solo es legítimo que cortemos todos los lazos, sino positivo para ambos.

Es terrible ver la amistad como una cuenta en la que debes recibir más de lo que das

Sin embargo, algo que descubrimos cuando nos relacionamos con otras personas es que todos podemos convertirnos en las personas vampiro de nuestros amigos o parejas. De hecho, en eso se basan las amistades: las personas deprimidas, tristes, cansadas o estresadas tienden a chupar la energía de los demás y a dejar de "aportar" y empezar a "restar". Pero para eso tenemos amigos. Cualquiera puede dejar de ser un amigo vitamina para ser un amigo vampiro, y en caso de que eso ocurriese, no nos gustaría que nos diesen de lado.

Es terrible entender la amistad como una cuenta de resultados en la que tienes que recibir lo mismo que das para que no sea injusta (en este sentido, soy de lo que cantaba Paul McCartney: "Al final, el amor que das es igual al amor que recibes"). Es una manifestación más de esa optimización de recursos tan propia del turbocapitalismo. A la mayoría de nosotros, sentarse con un amigo para decirle que no queremos verlo es impensable. Es muy mediterráneo dejar que las cosas fluyan, y si eso quiere decir no tomarse nunca más un café con ese amigo, es que tal vez no lo era tanto y no pasa nada.

placeholder Kyle Chayka, autor de 'Desear menos. Vivir con el minimalismo'.
Kyle Chayka, autor de 'Desear menos. Vivir con el minimalismo'.

La idea de que de vez en cuando hay que hacer limpieza de amigos y cortar lazos con todos aquellos que ya no nos aportan nada está también relacionada con el boom del minimalismo. Como me explicaba Kyle Chayka, autor de Desear menos. Vivir con el minimalismo (Gatopardo Ediciones), "el movimiento minimalista parte de que la gente tiene la sensación de que ha perdido el control de su entorno, bombardeados continuamente por los medios de comunicación, y su respuesta es simplificar todo lo posible, y eso puede ser de manera física, política o socialmente".

Sentarte, hacer una lista de amigos, tachar los que ya no te interesan y quedar con cada uno de ellos para darles boleto es otra forma de ese minimalismo a lo Marie Kondo de "líbrate de todo aquello que no te haga feliz". Tira la ropa que no usas, los libros que no vas a leer, los objetos que lo único que hacen es coger polvo y los amigos que son una carga. Hay tantas cosas que hacer y tan poco tiempo como para aguantar las penas de nadie. Pero quizá la amistad no solo deba hacernos felices, porque a veces puede ser dura, aburrida, frustrante o deprimente. Todas esas cosas por las que a veces hay que pasar para llegar a ser feliz.

Creemos que podemos cambiar a un amigo por otro como si comprásemos un teléfono

Hemos leído en multitud de artículos que es preferible tener pocos amigos, pero buenos, que muchos y superficiales, que son las relaciones profundas las que mejoran nuestra vida, nuestra salud y nos hacen felices. De hecho, hoy todo el mundo arruga el morro ante los miles de "amigos" que ofrecía una plataforma tan pasada de moda como Facebook. Mola tener pocos y exclusivos amigos, alguien que tiene muchos resulta sospechoso.

Sustituir al amigo que no funciona por otro mejor

El minimalismo no deja de ser otra expresión del privilegio percibido. Famosos como Kim Kardashian pueden permitirse vivir en casas vacías, sin demasiados bienes materiales, porque pueden acceder a ellos cuando quieran, mientras que la gente más pobre hace acopio de objetos porque nunca saben cuándo los van a necesitar. De igual manera, librarse de amigos significa que uno confía en su capacidad de encontrar otros que los sustituyan sin demasiado esfuerzo (ni sentimiento de culpa).

placeholder ¡A tomar viento ese jersey, esa figurita de Lladró y ese amigo plasta! (Reuters)
¡A tomar viento ese jersey, esa figurita de Lladró y ese amigo plasta! (Reuters)

La ironía de Almas en pena de Inisherin es que sus protagonistas viven en un pueblo pequeñísimo donde es patente que las posibilidades de hacer nuevos amigos son reducidas, al contrario del mundo moderno donde tenemos la capacidad de acceder casi inmediatamente a cualquier persona. En realidad, es probable que siga siendo igual de difícil hacer nuevos amigos, pero como tenemos la sensación de que no es así, podemos cambiar uno por otro, de igual manera que si se rompe una copa podemos bajar al bazar a comprar otra.

La actualización (a veces, simple y llana sustitución) está convirtiéndose en el signo de nuestra época. Sustituimos un objeto tecnológico por otro porque tiene nuevas funcionalidades, pero también un trabajo por otro porque se supone que nos llena más o un lugar de residencia por otro porque nos hace evolucionar personalmente. En ese marco mental, hay quien puede verse tentado de sustituir a un amigo por otro, ya que los del pasado dejan de darnos lo que necesitábamos y conocemos a gente que encaja mejor con nuestro estilo de vida actual, que nos atrae más que nuestros viejos amigos, entre otras cosas, porque no hemos empezado a verles las costuras.

Hemos empezado a exigir a la amistad cosas que antes solo le pedíamos al amor

Un artículo de The Stylist afirmaba que "el minimalismo se trata de poseer solo aquello que añade valor y significado a nuestras vidas y eliminar el resto, lo que significa deshacerse de los objetos que nos sobran, las relaciones irrelevantes y la contaminación emocional que consume tu tiempo y energía". "Poseer", "valor" o "contaminación" son términos que pueden aplicarse a un coche, a un teléfono o, ahora, a tus amigos.

Hemos empezado a exigir a la amistad cosas que antes solo le pedíamos al amor. Lo bueno que tenía ser amigo de alguien es que no tenías que convivir con esa persona, o verla con una frecuencia determinada, no tenías que compartir tu vida con ella ni planear un futuro (aunque fuesen unas simples vacaciones). Por eso era fácil dejar que una amistad cayese en el olvido mutuo si no había motivos para mantenerla: bastaba con dejarlo estar, no hacía falta verbalizar ni escenificar la ruptura.

placeholder La Reina Sofía conversa con un amigo en la calle.
La Reina Sofía conversa con un amigo en la calle.

Que alguien tenga que sentarse con otro para poner fin a una amistad significa que le damos a esta más importancia que antes, o al menos que le exigimos más, tal vez demasiado, hasta el punto de que podemos encontrarnos con una vida perfectamente optimizada, con mucho tiempo libre, pero sin nadie con quien perderlo.

A la mayoría de nosotros, estas lógicas procedentes del mundo anglosajón nos parecen incomprensibles, porque lo que tenemos los españoles, como diría la americana, es que dejamos que las cosas tomen su curso natural sin necesidad de explicitar todo. Así que cuando me despedí de ella en la fiesta, le dije que ya nos veríamos por ahí otro día, si tal. No necesito más amigos, bastante tengo con los míos. Y si eres uno de ellos, ten cuidado. A lo mejor te escribo un día y te digo que tenemos que hablar.

El otro día conocí en una fiesta a una estadounidense de Michigan. Como suele ocurrir en cualquier conversación con un extranjero en Madrid, pronto terminamos donde siempre: en la pregunta ¿cómo somos los españoles? Pues amistosos, era su típica respuesta, que iba acompañada de un pequeño reproche: es difícil hacer amigos en España. Le resultaba fácil encajar entre desconocidos, porque nos mostrábamos accesibles y abiertos, pero en todo el tiempo que llevaba aquí, ninguna de esas personas tan simpáticas le había escrito al día siguiente para decirle: "Qué bueno conocerte ayer, ¿quedamos otro día?".

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