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"Qué depravación el discurso que vuelve a las mujeres inocentes por naturaleza"
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"Qué depravación el discurso que vuelve a las mujeres inocentes por naturaleza"

Publicamos algunos fragmentos de 'El ruido de una época' (Gatopardo), ensayo en el que la escritora Ariana Harwicz se posiciona sobre varios debates candentes, desde la cancelación hasta la prohibición de odiar

Foto: Ariana Harwicz, en una imagen de marzo pasado. EFE / David Borrat
Ariana Harwicz, en una imagen de marzo pasado. EFE / David Borrat

Un editor de una gran editorial española, pasado de copas, me confesó que aprovechan para vender rápido las escrituras "femeninas" y las autoras "con carácter" antes de que pierdan interés a ojos del mercado.

Quizás me dijo eso ayudado por el alcohol, no sé. Después agregó que nos queda un tiempo largo, aún, para que disfrutemos. Para una nueva traducción de mi libro, la editora me anunció que buscaría a la traductora ideal. Le pregunté a qué se refería con "la traductora ideal". Respondió: "Una mujer audaz como el personaje y la autora". Le comenté que no soy solo mujer mientras escribo, así como tampoco lo es el personaje, y, mucho menos, audaz. Que justamente solo al escribir se puede dejar de ser lo que se es. O desconocer lo que se es. En ese caso le propuse que buscara a una traductora mujer pero con trastorno de la personalidad.

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Existe una edificación cultural a partir de lemas: se pasó del "Prohibido prohibir" del Mayo francés al "Prohibido odiar" actual. En Francia lo comprobamos después de los atentados de 2015 y los posteriores; los lemas eran "No tendrás mi odio" y "París es una fiesta", mientras París se regaba de sangre, de cuerpos mutilados por terroristas que masacraban los cuerpos con técnicas de guerra, los testículos en la boca, etc. "La fiesta debe seguir" es una consigna patológica, negadora, impugnadora y bruta. Vivimos la época de la negación: un torrente que va directo, como una transfusión, desde la vena política hacia la del arte. El mandato es crear obras en las que estén cancelados el odio, la discriminación y la ofensa.

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Festival: pasan de a uno los escritores al frente, se prende la cámara, toman posición política. En Serbia, en contra de Milošević y por la paz en Ucrania. Si les preguntan, condenan el Premio Nobel a Peter Handke. Si les preguntan, o aunque no les pregunten (porque hay muchos voluntarios que quieren hacer de informantes aun sin pago), dicen que Annie Ernaux es humanista.

Después se bajan, y detrás de escena, en la cenita entre escritores, son mucho más interesantes.

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Qué depravación el discurso que vuelve a las mujeres inocentes por naturaleza, ovejitas sin maldad, seres sin fanatismo, ni odio, incapaces de actos macabros. Así no se las defiende ni respeta, no se hace justicia, no se consigue la igualdad y la emancipación. Pero, sobre todo, se las niega. Las mujeres que torturan niños son mujeres también. Ilse Koch era mujer, nacida de una mujer, y creaba objetos con la piel de los prisioneros en Buchenwald y Majdanek. Marie Curie era mujer y salvaba a los soldados de amputaciones con las radiografías en el campo de batalla.

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placeholder Portada de 'El ruido de una época', el nuevo libro de Ariana Harwicz.
Portada de 'El ruido de una época', el nuevo libro de Ariana Harwicz.

Me han llamado al orden por no adecuar mi habla al uso actual. Me han dicho que lo que digo es violento, ofensivo, por el modo en que lo digo, es decir, que la lengua que hablo es la culpable de la ofensa. Me pregunto cómo hacer para señalar la violencia de quienes sí adaptaron su diccionario y su lengua a este tiempo, de quienes impugnan los usos de la lengua que no se adaptan a su ideología. Cuando escribo acepto todo lo que es, veo todo, estoy dispuesta a todo. No evito ciertos adjetivos, no censuro ciertas torsiones, básicamente porque no soy juez, no estoy en un tribunal correccional. Una novela no es una audiencia judicial. No es una sentencia. Pensar moralmente a los personajes es como si Beethoven hubiera censurado una nota de su sonata por exceso de sensualidad.

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En el momento en que un intelectual cede al pensamiento único, se niega histéricamente a tratar de entender el punto de vista del otro (aún enemigo, sobre todo enemigo); en ese rechazo a querer saber, deja de ser un intelectual. Creo que hoy se imponen dos estilos irreconciliables: los que asumen la independencia de la literatura y los que escriben apuntando con el arma de la ideología. Pero sobre todo hay dos formas de leer, irreconciliables también. La traductora de La débil mental me pide poner comillas cuando el personaje se dice a sí misma retrasada mental. Dice que en su idioma es ofensivo. "En el mío también", le respondo. "Por eso mismo propongo cubrirnos con comillas", me dice. Eso equivaldría a usar prótesis morales o comillas policíacas.

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El síndrome Sally Rooney se ve mucho en los pasillos y bambalinas de la literatura. Para vender más, para estar del lado del Bien (aunque haya que apoyar a criminales, sobre todo con las mujeres, y acentuar la judeofobia), se adhiere a las causas políticas con buena prensa. Esta búsqueda de la pureza ideológica ya era la del nazismo, es propia de cualquier sistema totalitario. Lo especial es que ahora es en nombre de la democracia. De la democracia radicalizada, es decir, totalitaria.

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De nada vale un concurso que ofrece dinero como "estímulo económico" si las obras tienen que cumplir con requisitos como "no contenido agresivo, no atentar a la moral, no ofender, no palabras obscenas, etc.". Ellos les piden que acepten, en las cláusulas del concurso, la muerte de la escritura de los aspirantes a escritores. Estuve bastante sola en el reclamo, se ve que a mucha gente, igual, le pareció fantástico.

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¿De dónde sale la belleza? Del horror. ¿Qué es el ser humano? Es el austríaco que encerraba y embarazaba a su hija en el sótano de la casa familiar; el médico francés que violaba a chicos anestesiados en la sala de operaciones. Tortura y autodestrucción, entre otras cosas; bondad y piedad, también. Si eso no puede ser sublimado a través de la escritura, nos salteamos el siglo XX entero, nos salteamos a los epistemólogos, a los psicoanalistas, a los filósofos, a los lingüistas. Evadimos la única salida: la sublimación. Cancelar obras con el pretexto de que son homofóbicas o por apropiación cultural, es un viaje de ida. Después los canceladores son a su vez cancelados, y todo vuelve a empezar.

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Falsos sobrevivientes del atentado en Bataclan. Falsas víctimas de agresión policial. Falsos religiosos. Falsas identidades sexuales. Falsos excombatientes en Ucrania. Falsos sobrevivientes de los campos soviéticos. Falsos enfermos terminales y falsos muertos enterrados. Más que nunca, ahora, en tiempos de identidad patológicamente única y atornillada al hombre, más que nunca ahora, la falsedad.

placeholder La escritora argentina afincada en París Ariana Harwicz, en 2022 en Barcelona. EFE
La escritora argentina afincada en París Ariana Harwicz, en 2022 en Barcelona. EFE

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La descripción de la realidad misma, vivir, se ve como incitación al odio. El arte que no responde a las consignas ideológicas es judicializado y acusado de xenófobo, islamofóbico, transfóbico. Toda la larga semántica de la "fobia" está puesta al servicio de que se renuncie a pensar. Suponer que uno lee desde la identificación primaria es un error. Cuando uno lee no siente identificación por lo idéntico a uno. Para sentirme identificada yo no busco un personaje que sea una mujer blanca de cuarenta y tres años, con dos hijos, que viva en Europa y cuyos antepasados hayan estado en los pogromos de Europa del Este. Ese no es el modo en que uno lee. Si no, uno nunca podría identificarse con un personaje del siglo XV, con un alien o con un superhéroe, con Drácula, o con la invocación del superhombre de Nietzsche. Uno lee para olvidarse de sí, para borrarse, para des/hacerse, para des/identificarse, para romper con la mentira del Yo, para des/individualizarse.

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Klemperer cuenta que terminada la guerra, al final del verano de 1945, observó cómo los opositores al nazismo hablaban la lengua del nazismo, apestaban a nazismo en su retórica. El combate político de un escritor es ese, no escribir con la lengua del poder.

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En 1991 se abren los archivos de la Stasi. Muchos quisieron saber quiénes fueron sus espías y delatores. Eran sus hermanos, amigos y padres. Hubo madres que espiaban a su hija, sin saber que su hija las espiaba. Nadie conoce a nadie, y nadie se conoce, hasta que no tuvo miedo.

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Esta época nos regala un nuevo modelo de artista consagrado y amado. Es el artista con muchos seguidores que llenan los estadios, le hacen batir récords, ven todo lo que hace, pero no les gusta su música, no se emocionan con sus canciones. ¿Y qué celebran entonces? Lo que celebran es la persona. Son como un club de fans de la persona. Son los artistas que trabajan en su imagen política, trabajan para caer bien. En definitiva, este siglo nos regala a escritores que odian escribir, y a cantantes que odian cantar, con fans que odian sus libros y sus canciones.

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Joseph Roth era alcohólico, caótico; Stefan Zweig era metódico, riguroso, a lo Thomas Mann. Pero era Roth el que le corregía el exceso en el estilo a Zweig. Y era Zweig el que intentaba frenar el alcoholismo de Roth para evitar que se matara. Pero fue Zweig el que se mató.

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En el siglo XXI se rehabilitó un debate que parecía saldado en favor de separar al autor de su obra. El revisionismo empezó en Estados Unidos y fue replicándose, de un modo acrítico, sumiso y colonizado, en América Latina y Europa. No separar la obra de la vida de su autor es una catástrofe para cualquier creador. Se examina su vida conyugal, su currículum, su prontuario, su casa, si fue infiel, si paga los impuestos de alumbrado, barrido y limpieza, como si fuera parte del texto ficcional. En este contexto, yo anunciaría el fin del arte. Si Dios murió, también puede morir el arte, tranquilamente.

placeholder Agatha Christie, autora cuyas obras han sido reescritas.
Agatha Christie, autora cuyas obras han sido reescritas.

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En el mundo editorial se aprovechan las reediciones (busqué en el diccionario y encontré: "presión política") de clásicos, y más aún, de clásicos infantiles para corregir tiempos verbales, títulos, visiones colonialistas. Los Cinco, de Enid Blyton, una serie de novelas de aventuras, fue "reescrita" para eliminar el pasado simple y llevarla a tiempo verbal presente, para llevarla al presente a secas. La vieja frase de Godard ("Un travelling es una cuestión moral") quedó obsoleta por la puesta en marcha de reescrituras y reediciones, el trabajo sucio del editor. Es como si un profesor de piano enseñara sonatas de Mozart suprimiendo notas para facilitar el uso del instrumento, o como si se colocaran cabezas humanas en las mujeres con cabeza de gallina de Chagall.

El argumento fue que lo modificaron para que "los chicos entendieran".

James Prichard, heredero de Agatha Christie, dijo que al cambiar el título Diez negritos por Eran diez y las palabras "negrito" por "soldado", "no tocamos la obra, solo la adaptamos a la época".

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La universidad siempre fue centro de tensiones religiosas, revolucionarias, lucha entre viejos y nuevos regímenes, entre marxistas y antimarxistas. Pero ahora, en el nuevo combate político por reformar los planes de estudios y adaptar los programas, hubo en Francia varias peticiones para que los alumnos puedan salir de clase y no tengan que leer algún programa que podría ofenderlos. Los profesores que discrepan con el Nuevo Orden, que consiste en igualar la moral, la ideología, la ciencia y la reflexión intelectual, son amenazados.

El problema del furor de la deconstrucción, en alianza con las universidades norteamericanas (deconstrucción y sumisión), es que viene ligada al financiamiento. Al entrar en la lógica del management, la presión ideológica es mayor para obtener el dinero. Tengo la impresión de vivir en blanco y negro, otra vez, leer y enseñar como un acto peligroso.

Un editor de una gran editorial española, pasado de copas, me confesó que aprovechan para vender rápido las escrituras "femeninas" y las autoras "con carácter" antes de que pierdan interés a ojos del mercado.

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