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La fiebre por ir a un festival: "¿Qué más les da si subo fotos o no? Es mi manera de pasarlo bien"
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hubo unos 900 en 2022 en España

La fiebre por ir a un festival: "¿Qué más les da si subo fotos o no? Es mi manera de pasarlo bien"

Estas son las razones para destinar las vacaciones y el equivalente al alquiler a pasar tres días sudando, bebiendo cerveza aguada y meando en los peores baños del mundo mientras ves 50 conciertos simultáneos

Foto: La cantautora St. Vincent en junio pasado en el Primavera Sound de Madrid. (EFE/Kiko Huesca)
La cantautora St. Vincent en junio pasado en el Primavera Sound de Madrid. (EFE/Kiko Huesca)

¿Os sabéis esa de que antiguamente una ardilla podía cruzar España, de norte a sur, saltando de árbol en árbol sin tocar el suelo? Pues resulta que en 2023 eso ya no es imposible, porque, aunque la península ibérica ya no es un paraíso forestal, si lo quisiera hacer, habría maneras. Por ejemplo: cruzar el país saltando de festival en festival de música.

Se calcula que el pasado 2022 se celebraron en España alrededor de 900 festivales, de toda clase de géneros y enfocados a todo tipo de públicos. Su facturación total fue de más 459 millones, y se estima que para 2025 la música en vivo podría llegar a facturar en España 508 millones. Vivimos una nueva fiebre del oro. Pero si eso es posible es porque todo dios y su madre se han sumado a este delirio colectivo.

El pasado 2022 se celebraron en España alrededor de 900 festivales y la facturación fue de 459 millones de euros

Hay para todos los gustos: ¿Eres fan de Indiescabreados, pero te gusta llenarte la boca con el concepto urbano? Te vas al Primavera Sound en Barcelona. ¿Quieres algo de aire fresco y artistas tan emergentes que hasta tu primo duda de que sean reales? Subes a Balboa para el Observatorio. ¿Fan del reggae y los submarinos? Al Rototom en Benicasim. ¿Te apetece deshidratarte viendo rock y grupos sacados de Tumblr? Valdefuentes (Madrid) es tu lugar y el Mad Cool tu hogar. ¿Te gustan los disfraces casi más que las guitarritas? Haz las maletas para el Canela Party en Málaga. Y si aún te quedan fuerzas, después de un verano itinerante, bajas al Cala Mijas y repites. ¿Qué quieres? Lo tenemos.

placeholder Un concierto durante la pasada edición del Mad Cool en Madrid. (EFE/Kiko Huesca)
Un concierto durante la pasada edición del Mad Cool en Madrid. (EFE/Kiko Huesca)

El panorama está sobresaturado. Los festivales se han convertido en el nuevo viajar. Y mientras Nando Cruz publica su libro Macrofestivales. El agujero negro de la música, la gente se desvive por llenar el carrete de su móvil con un montón de experiencias, conciertos y momentos únicos que acaban por ser todos iguales. Pero ¿por qué la gente se está enganchando a este modo de consumir cultura? Y no me refiero a datos estadísticos ni reflexiones sesudas. ¿Qué lleva a alguien a destinar sus pocos días de vacaciones y el equivalente al coste abusivo de su alquiler a pasar tres días yendo de un lado a otro para ver 50 conciertos simultáneos, sudando, bebiendo cerveza aguada a precio de vino gran reserva, con empujones de guiris, meando en los peores baños que uno pueda imaginar, poniéndose microplásticos brillibrilli en la cara, sufriendo resaca y terminando más reventado que cuando ansiabas que acabara su tortura laboral, para rematar diciendo con sonrisa de bobo: "El año que viene repetimos, eh, familia?".

Así que hice lo mejor que podía hacer para averiguarlo: pasar mes y medio yendo cada fin de semana de festival. Porque claro, me quejaré cada año de todo esto, pero desde que a los 17 convencí a mis padres de que ir al BBKLive (Bilbao) acompañada por un par de colegas no mucho más mayores, era buena idea, cada año, incluso en pandemia, he hecho todo eso y he vuelto a reincidir. Y como hay muchas maneras de acabar, como si te hubiera pasado un camión por encima después de ver a tus bandas favoritas —recordemos que esto técnicamente va de música—, mejor preguntar a la gente que pasa por el mismo viacrucis que yo que seguir divagando.

"A mí todo este rollo tampoco me interesa mucho. Venimos porque son tres días de fiesta"

Empezemos por el principio. Llegar al festival. En este caso subámonos a uno de esos buses que trepan Kobetamendi en el que viajas rodeado de gente calimocho luciendo Hawaianas. Gorka (31 años), que forma parte de uno de estos clubs de camisas divertidas adquiridas junto a sus diez colegas, me cuenta que estas son sus vacaciones con los amigos. Él no tiene ni idea de los grupos que van, se ha escuchado algunos las semanas anteriores "Que están muy bien, eh. Pero a mí todo este rollo tampoco me interesa mucho. Venimos aquí porque son tres días de fiesta, de hacer el tonto, de pasar un buen rato". Sus amigos se ríen un poco de él, lo cual me hace presuponer que alguno sabrá quién toca. Cuando le pregunto si solo eso le vale la inversión —en este caso el precio va de 150 a los 200 euros aprox., sin dietas ni bebida— me dice que al final haciendo un viaje se gastarían más, estarían menos juntos y sería más aburrido. Como él hay muchísimos. Más o menos cada grupo con fedoras o uniforme de estampado como poco curioso acaba respondiendo algo similar, a excepción, siempre, de los eruditos que se han encargado de liar a los amigos para ver conciertos.

Precios de puñalada

El otro gran tema de los festivales es comer. Si tienes suerte, el festival de tu elección te dejará entrar un bocadillo o sucedáneo. Si no, tocará colarlo o pagar los precios puñalada del recinto. En la cola de los bocadillos aguados —literalmente, nos pilló la lluvia sin ningún tipo de resguardo— conocí a Magda (21) y Paula (19), defendiendo a la perfección looks Z que parecen salidos de un street style de fashion week. "Nosotras venimos a tomárnoslo con calma. Ahora que no vivimos en la misma ciudad, Paula está en Valencia y yo en Madrid, mola encontrarnos en eventos así, entre nosotras y con nuestros amigos. La verdad es que venimos sobre todo por los grupos nacionales más pequeñitos. Algunos de nuestros colegas tocan en ellos, así que es la excusa perfecta".

"Obviamente, acabas cansadísima, pero el tema es no ir a tope. Si bebes como un desgraciado, pues seguramente no aguantarás. Pero también es lo que hay". Se ríe Magda mientras me dice que esa era su cuarta cerveza y solo lleva hora y media en el recinto. En esa misma cola, también hablo con Nuria (29), que es de la ciudad y viene con su novio, el cual no es un entusiasta del evento, pero ya sabéis, el amor. "Lo he convencido para que me acompañe, porque mis amigos han dejado de venir. Antes estaba tirado de precio y la música tenía sentido. Rock era de la que a mí me gustaba. Pero ahora ponen cualquier cosa con tal de que venga más público. Ves a la gente disfrazada como si esto fuera el Coachella y a mí lo que me gusta es venir cómoda. La verdad es que no sé por qué sigo viniendo".

placeholder Imagen de la edición de 2022 del festival 'O Son do Camiño' en Santiago de Compostela. (EFE)
Imagen de la edición de 2022 del festival 'O Son do Camiño' en Santiago de Compostela. (EFE)

Podría haber preguntado a alguien durante los conciertos, pero, aunque la gente a veces sea incapaz de callarse, hay cosas que aún siento la necesidad de respetar: la música, el motivo, o ahora más bien la excusa, por la que se celebran estos festivales. Aunque entiendo que a ciertas horas, y estados, se nos haga a todos más difícil. Pero al acabar el concierto de Arctic Monkeys, hablo con Carmen (27), que tiene los ojos vidriosos y un destello de ilusión en la mirada como el de los niños cuando acaba la cabalgata de reyes, "Yo lo tengo claro, vengo aquí por los conciertos. Para mí es muy importante la música, en toda mi vida en general. Escuchar en tu habitación un disco y luego poder verlo en directo es increíble. Lo que pasa cuando ves a tu artista favorito en el escenario es algo que me cuesta explicar y mucha gente no entiende. Por eso me molesta que la gente hable, porque este momento es importante para mí. No me importa ir a un concierto sola si es lo que quiero escuchar en ese momento".

Después de amarrarme todo el día a la cerveza, me toca ir a los lavabos, toitois, poliklins, el infierno en la tierra. En esas colas puedes conocer a tu nuevo mejor amigo durante los próximos 10 minutos, o a tu peor archienemigo. Todo depende de la habilidad, o necesidad, de colarse de cada uno. Así que mientras echábamos a unas británicas en bikinis plateados, estreché lazos con María (28) y Juan (27), que se conocieron de Erasmus y ya llevaban unos cuantos festivales juntos a la espalda. "Hicimos muy buen grupito en el Erasmus, así que decidimos seguir viéndonos cada año. Como cada uno es de un sitio diferente, por ejemplo él es de Cádiz y yo de Valladolid, vamos a un festival distinto cada año. Ya hemos ido al FIB y al Arenal, pero hacía demasiado calor". "Obviamente, siempre hay algún grupo que te gusta, pero lo hacemos más por pasarlo bien juntos".

Los festivales de música se han convertido en un acto social más que cultural. Felicidad, conciertos, DJ, fiesta y anécdotas que contar

En cuando me abandonan para liberar la presión de sus vejigas, Ignacio (24) me dice que él sí que viene por la música. "Además, si calculas cuántas bandas vas a ver y divides el coste total, te sale muy bien de precio. El problema son todos estos grupitos que les da igual quién esté encima del escenario, y parece que la música no les importe. Podrían estar borrachos aquí o en las fiestas de su pueblo y estarían igual de contentos. Pero esto queda mejor en Instagram". El tema del postureo —término que apareció con los hipsters allá por 2012 y el inicio de la fiebre festivalera— es un tema recurrente. Pero como me comentó Garbiñe (23), quien ha estado currando unas horitas en la barra para poder venir al festival: "¿Qué más les da si subo fotos o no? Es mi manera de pasarlo bien, son recuerdos. Hay mucha gente repartiendo carnets de quien lo hace bien y quien mal en el festival, cuando todos tenemos el mismo derecho de estar aquí. Quizás no sé todas las canciones de todos los grupos, pero también las puedo descubrir aquí y disfrutarlas".

Los festivales de música se han convertido en un acto social más que cultural. Felicidad, conciertos, DJ, fiesta y anécdotas que contar a velocidad de crucero. Un mecanismo para hacernos creer que pertenecemos al colectivo correcto, que estamos exprimiendo bien nuestra juventud, en el lado bueno de la historia. ¡Que no nos pille el FOMO (Fear Of Missing Out o miedo de perdernos algo)! La música ha pasado a un segundo plano en pro de la (destellito) E-X-P-E-R-I-E-N-C-I-A (destellito), pero a la gran mayoría no les parece importar. ¿Se pasará esta fiebre cómo se pasó en su día decir YOLO o el entusiasmo por viajar al sudeste asiático a encontrarse a uno mismo y los festivales quedarán como algo pasado de moda? Quién sabe, quizás la creciente burbuja pete antes de que nosotros nos cansemos.

¿Os sabéis esa de que antiguamente una ardilla podía cruzar España, de norte a sur, saltando de árbol en árbol sin tocar el suelo? Pues resulta que en 2023 eso ya no es imposible, porque, aunque la península ibérica ya no es un paraíso forestal, si lo quisiera hacer, habría maneras. Por ejemplo: cruzar el país saltando de festival en festival de música.

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