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El hombre que más sabe de los festivales de música en España no tiene buenas noticias
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Riesgo de una burbuja festivalera

El hombre que más sabe de los festivales de música en España no tiene buenas noticias

El ensayo 'Aquí vivía yo', de Joan Vich, que cuenta 25 años del Festival Internacional de Benicàssim (FIB), es también una muestra de cómo hemos cambiado en un cuarto de siglo

Foto: Los Kings of Leon en el Festival Internacional de Benicàssim celebrado en 2019, el último antes de la pandemia. (EFE)
Los Kings of Leon en el Festival Internacional de Benicàssim celebrado en 2019, el último antes de la pandemia. (EFE)

El Festival Internacional de Benicàssim, el FIB, tuvo 25 años de borrachera con alguna resaca (sobre todo la de 2013 que sufrió todo el país). De ser un festival pequeñito que había empezado en 1995 de la mano de José y Miguel Morán, Joako Ezpeleta y Luis Calvo con un presupuesto de 70 millones de pesetas (unos 420.000 euros) a alcanzar los doce millones de euros en 2009 —según publicó 'El Periódico del Mediterráneo' ese año— cuando sus fundadores se lo vendieron al empresario británico Vince Power (que casi lo mata). De contar con 7.000 asistentes en su primera edición a sobrepasar los 45.000 diarios en las últimas ediciones antes de la pandemia. De ser solo la idea de unos amantes de la música indie noventera —nada que ver con lo indie de ahora—, aquella que sonaba totalmente anglosajona, a que por este pueblo de Castellón pasaran Blur, Oasis, Morrisey, Sonic Youth, Jesus and Mary Chain, PJ Harvey, Spiritualized, Björk, Teenage Funclub, Mogway, pero también Lou Reed, Brian Wilson y Kraftwerk, entre otros muchos. Y, por supuesto, hasta el presidente del Gobierno Pedro Sánchez en 2018 y la reina Letizia en 2013. En retrospectiva, la afirmación no suena exagerada: el FIB es la historia de un país.

placeholder 'Aquí vivía yo', la crónica de 25 años de FIB de Joan Vich. (Cedido)
'Aquí vivía yo', la crónica de 25 años de FIB de Joan Vich. (Cedido)

"Éramos y seguimos siendo todos unos chavales que no sabemos muy bien qué estamos haciendo. El festival creció y alrededor creció toda una cultura y una escena musical. Ha sido un reflejo de cómo ha evolucionado el país y también ha influido en esa evolución del país", cuenta por teléfono a este periódico Joan Vich, que conoce muy bien las entrañas de este festival. Empezó a trabajar a los 23 años de camarero en la última barra del festival en 1995 y acabó en 2019, con casi 50, como codirector "básicamente, porque dos décadas y media después era ya casi el último mohicano; porque llevar toda la vida en la casa me confería cierta autoridad; porque Ernesto, que era la autoridad personificada, ya no estaba; porque hablo inglés y ponía cara de haber entendido todo cuando Melvin [quien fuera el dueño desde 2013] nos decía algo; y también, que no todo van a ser casualidades, porque había demostrado solvencia, decisión y capacidad de liderazgo en mis puestos anteriores". Todo ello lo cuenta ahora en 'Aquí vivía yo' (Libros del KO), un libro que, como él mismo dice, es un compendio de anécdotas del festival, pero también una crónica sentimental que vale para los que pasaron por allí alguna vez y para los que no hayan puesto ni una vez en su vida un pie en aquel famoso camping y recinto.

El desmadre de los 2000

Porque más allá del anecdotario (jugoso para los que adoren el salseo musical), su lectura ofrece una panorámica filosófica en clave de grandes festivales acerca de dónde venimos, cómo hemos cambiado y hacia dónde vamos. "Si me quiero poner estupendo, es verdad que es una crónica muy objetiva de la historia del festival y como tal de la historia de la música en España en estos 25 años y también una ventana a las interioridades del negocio y cómo funciona un festival por dentro", afirma Vich. Y ahí está el quid de la cuestión sobre cómo poco o nada tiene que ver este negocio con cómo se hacía hace un cuarto de siglo.

El festival dio con el 'zeitgeist' de una década: diez años después, los cachés de grupos como Depeche Mode alcanzaban los 400.000 euros

Todo comenzó como suelen empezar estas cosas: con una llamada a la persona adecuada. Si el FIB se montó en Benicássim fue "porque un amigo de uno de los cuatro fundadores tenía un contacto en el ayuntamiento. Fue Benicássim como podía haber sido cualquier otra ciudad de costa", reconoce Vich. A partir de ahí, a fajarse con una programación que desde el inicio dio con la tecla, con el 'zeitgeist' de aquella década. Los tres primeros años ya dieron cuenta de que aquello funcionaba: el camping se llenaba, los grupos estaban encantados (sobre todo con la piscina que había detrás del backstage: hasta Belle & Sebastian, que nunca habían tocado en festivales, lo hicieron allí por primera vez) y el festival crecía. Una década después, los cachés de grupos como Depeche Mode alcanzaban los 400.000 euros.

Precisamente para aquellos primeros años de los 2000 fue cuando todo empezó a desmadrarse. Al unísono de España, según han contado todas las crónicas y análisis hechos a toro pasado. Vich, no obstante, tampoco le quiere llamar desmadre porque fue algo que todos compramos. "El error viene desde el momento en el que aceptamos las reglas del mercado. A partir de ahí entras en una competencia que lo único que te permite es, o dar un paso al lado y convertirte en un 'festival boutique', con el espacio más controlado a nivel de cantidad de público y de presupuesto y selección artística, o si entras en el mercado de ser un gran festival estás en una carrera contra los demás y tienes que competir", manifiesta. Y esa competencia no dio muy buenos resultados (para todos).

placeholder El ambiente del FIB en 2019. (EFE)
El ambiente del FIB en 2019. (EFE)

Si los 400.000 euros de Depeche Mode a Vich le habían parecido "inmorales", lo que vino después fue desorbitado. Casi se podría hacer una analogía con los fichajes futbolísticos. "Hubo un momento en el que los artistas se dieron cuenta de que eran ellos los que estaban moviendo ese negocio y decidieron hacerse valer mucho más", comenta. Los cachés, sencillamente, se triplicaron. Y a la vez llegaron los "pulsos suicidas", dice Vich, entre festivales. Todavía se recuerda el que hubo entre el FIB y el Summercase que mató a uno de ellos y dejó muy tocado al otro.

Aquella fue la primera burbuja de festivales (aunque a Vich no le gusta nada que le llamen burbuja) en España. La crisis económica casi hizo estallar todo aquello. El FIB estuvo a punto de no celebrarse en 2013 cuando su propietario era el británico Vince Power, un multimillonario que poseía varios festivales y que nunca encajó con la plantilla del FIB. Algunas de las palabras más duras del libro de Vich son contra este empresario que trataba la música como si se tratara de cualquier producto. Por ejemplo, impuso la contratación del DJ David Guetta, que poco o nada pegaba con el festival.

placeholder El cantante de la banda británica 'Kaiser Chiefs', Ricky Wilson, durante su actuación en el Summercase de 2008. (EFE)
El cantante de la banda británica 'Kaiser Chiefs', Ricky Wilson, durante su actuación en el Summercase de 2008. (EFE)

"Las cuentas empezaron a flaquear cuando llegó Vince Power. El festival era solvente, había tenido el pulso con el Summercase, pero al año siguiente tuvimos 'sold out' con un ingreso muy fuerte, es decir, se podía haber sostenido muy bien económicamente y haber competido con sus competidores que iban creciendo a la vez, pero Vince tenía otros negocios que no iban tan bien y el FIB fue el sostén económico de otros negocios. Eso acabó resintiendo mucho las cuentas del festival", afirma Vich. De hecho, Power acabó vendiendo sus acciones y dando la espantada.

Y al indie le adelantó la música urbana

El festival se recuperó —su siguiente propietario fue el también británico Melvin Benn— y, aunque tuvo fuertes recortes económicos, pronto volvió a alcanzar las cifras de asistencia precedentes con ajustes en la programación que, de alguna manera, eran necesarios. Sobre todo para seguir atrayendo a un público joven y que no se convirtiera en un festival de cuarentones que eran veinteañeros en los noventa. "En los últimos años en el FIB teníamos una media de edad de entre 20 y 25 años. Conseguimos renovar mucho al público. Sí que es verdad que luego hay festivales que han ido adaptándose a la edad de su público y han ido creciendo con ellos para que el público no deje de ir. Pero en el FIB era más complicado porque es prácticamente obligatorio acampar y necesitábamos que la gente fuera joven. La gente a partir de cierta edad no quiere acampar en esas condiciones y es normal", manifiesta Vich, que cuenta cómo también entró la música urbana con C. Tangana y otros. "De hecho, si Rosalía no ha venido es porque no ha querido", apostilla el exdirector.

"La gente me dice que si el FIB ha cambiado y yo les digo, y tú también has cambiado"

Este giro musical de los últimos años antes de la pandemia era, para Vich, imprescindible. "La gente me dice que si el FIB ha cambiado y yo les digo, y tú también has cambiado", dice entre risas. "Es que no era normal estar viendo en 2012 o 2015 a gente veinte años menor escuchando la misma música que escuchaba yo cuando tenía su edad. A mí me gusta mucho ahora esa confrontación generacional de la gente joven que rechaza lo que escuchan sus padres. Lo que no era normal es esa generación de indies conservadores que escuchaban lo mismo que las generaciones anteriores", manifiesta.

Se avecina burbuja

En 2019 el FIB volvió a cambiar de manos y ahí fue cuando finalmente Vich salió de la empresa. Con alivio sin saberlo, ya que después llegarían los años en blanco de 2020 y 2021. Lo compraron los hermanos Antonio y David Sánchez teniendo también como socios a Juan Carlos Gutiérrez Barrero y Antonio Romero, según contaba 'Castellón Plaza' en septiembre de 2019. Empresarios del negocio musical y ya con otros festivales en sus manos como el Arenal Sound. La prensa de Castellón ha hablado de ellos en muy distintos términos, desde empresarios que mantendrán el festival a los que creen que lo desvirtuarán convirtiéndolo en un modelo 'low cost' donde importa más la bebida que la música.

Lo que sí parece cierto es que la pandemia no ha traído ningún tipo de moderación. Según Vich, estamos entrando en una espiral muy parecida a la de los 2000. "Seguimos en las mismas cifras de 2019. De haber dos o tres festivales grandes en España pasamos a cinco o seis. El año que viene habrá ocho… Así que está creciendo más todavía. Además también han entrado los fondos de inversión cuya preocupación no es tanto hacer rentable el evento sino mover cuota de mercado. Y así es como suben los cachés: por la escasez. No hay muchísimos grupos que puedan ser cabeza de cartel de un festival grande", relata.

placeholder Bob Dylan en el FIB de 2012. (EFE)
Bob Dylan en el FIB de 2012. (EFE)

Ahí están los hechos. El Primavera Sound, que se está celebrando estos días y que el año que viene tendrá lugar también en Madrid, fue comprado en parte en 2018 por el fondo de inversión estadounidense The Yucaipa Companies, propiedad del multimillonario Ronald Burkle (el año pasado compró el rancho Neverland de Michael Jackson). Otro festival señero de Cataluña, el Sónar, es propiedad del fondo de inversión Providence también desde hace cuatro años.

Y con esta carrera han llegado otra vez los pulsos entre festivales. Si antes había cuatro festivales compitiendo —BBK, Primavera Sound, FIB y Summercase— ahora se han sumado el MadCool de Madrid, que a sus vez posee el Andalucía Big, que celebrará su primera edición en Málaga este septiembre, y el Cala Mijas, que pertenece al BBK y que también se celebrará en septiembre. Y otros como el Mallorca Live también se han hecho grandes…

"La mayor parte de las ayudas públicas a los festivales vienen de Turismo no de Cultura y son negocios muy enfocados al turismo extranjero"

¿Hay público para tanto festival? Hay que mirar al extranjero. Los festivales se han convertido en otra herramienta de nuestra principal fuente de ingresos desde hace décadas: el turismo. Y eso lo saben en todos los ayuntamientos, consejerías y diputaciones. Al final, la cosa no tiene tanto que ver con la música. "La mayor parte de las ayudas públicas a los festivales vienen de Turismo no de Cultura y son negocios muy enfocados al turismo extranjero. En el FIB ese turismo era de Gran Bretaña. En otros como el Primavera y el BBK venían de otros países. Pero es imprescindible que venga público extranjero. Si no, no se sostienen", comenta Vich que cree que todo esto finalmente, y como sucede casi siempre, lo acabará regulando el mercado "y habrá gente que pierda bastante y que deje de hacer los festivales, pero luego habrá otros empresarios que vean ahí un hueco y lo intenten. Creo que hay una posibilidad de ganar mucho dinero y eso atrae a mucha gente".

La parte romántica

Pese a todo, Vich, que se pasó 25 años de su vida trabajando casi los doce meses para un festival, también cree que sigue existiendo una parte romántica. "Un festival es también una exaltación del sentimiento de comunidad, amistad y pertenencia a un grupo y a una tribu como un equipo de fútbol o las fiestas de tu pueblo. Son un campo de pruebas de herramientas de ingeniería financiera, pero hay gente a la que le gusta mucho la música que está empezando con un proyecto pequeño y puede acabar creciendo muchísimo", sostiene.

placeholder 'Foals' en el MadCool de 2017. (EFE)
'Foals' en el MadCool de 2017. (EFE)

Él mismo, como mánager de artistas que es a lo que se dedica ahora, desea que a los festivales les vaya bien para que contraten a sus grupos. Pero más que en los megafestivales cree en lo que se llaman "festivales boutique", festivales de entre 500 y 7000 personas en los que los cabezas de cartel no son grandes cabezas de cartel, pero sí suficientes para vender ese número de entradas. "Tienen una programación artísticas mucho más cuidada porque hacen un presupuesto cerrado para cubrir sus gastos vendiendo todas las entradas", señala. Pone como ejemplos el VIDA de Vilanova i la Geltrú, que es para 10.000 personas, pero muy cómodo incluso para ir con niños. O el AtlanticFest, de Vilagarcía de Arousa, para poca gente en un entorno privilegiado.

Lo que no cree es que los carteles que llegó a haber en los noventa en festivales como el FIB que acababan de empezar sean ahora posibles. La liga en la que se juega es muy distinta. Para empezar porque, como dice Vich, hoy hay muchos más festivales no solo en España, sino en todo el mundo. Internet ha hecho que los éxitos sean verdaderamente globales con lo que ya no se compite solo con festivales en tu país, sino en otros continentes. "Y si un artista se va a Asia en las fechas de tu festival no va a poder venir a tocar a Europa porque hay 30 horas de viaje. Hay que conseguir que vengan a tu territorio, y cuando están en tu territorio, que vengan a tu festival. Eso se consigue con antelación y con dinero", apunta el hoy mánager.

Foto:  Se añadirán otros tres cabezas de cartel. (EFE)

Por otro lado, entonces "la entrada costaba 6.000 pesetas que con la inflación serían 60 euros. Con 60 euros y 7000 personas no llegas. Necesitas el doble o el triple. Todo ha subido muchísimo y los precios de las entradas no han subido tanto excepto en algunos festivales con público extranjero que se lo pueden permitir. Yo lo miro ahora y el cartel de 1998 es un sueño y al precio de entonces es imposible de replicar", manifiesta. Ese año se subió al escenario Björk con Raimundo Amador a la guitarra. El público estalló en el que se recuerda como el mejor concierto de la historia del FIB. La España de los noventa.

El Festival Internacional de Benicàssim, el FIB, tuvo 25 años de borrachera con alguna resaca (sobre todo la de 2013 que sufrió todo el país). De ser un festival pequeñito que había empezado en 1995 de la mano de José y Miguel Morán, Joako Ezpeleta y Luis Calvo con un presupuesto de 70 millones de pesetas (unos 420.000 euros) a alcanzar los doce millones de euros en 2009 —según publicó 'El Periódico del Mediterráneo' ese año— cuando sus fundadores se lo vendieron al empresario británico Vince Power (que casi lo mata). De contar con 7.000 asistentes en su primera edición a sobrepasar los 45.000 diarios en las últimas ediciones antes de la pandemia. De ser solo la idea de unos amantes de la música indie noventera —nada que ver con lo indie de ahora—, aquella que sonaba totalmente anglosajona, a que por este pueblo de Castellón pasaran Blur, Oasis, Morrisey, Sonic Youth, Jesus and Mary Chain, PJ Harvey, Spiritualized, Björk, Teenage Funclub, Mogway, pero también Lou Reed, Brian Wilson y Kraftwerk, entre otros muchos. Y, por supuesto, hasta el presidente del Gobierno Pedro Sánchez en 2018 y la reina Letizia en 2013. En retrospectiva, la afirmación no suena exagerada: el FIB es la historia de un país.

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