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¿Un 'Macbeth' sin sangre, brujas ni italianos?
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¿Un 'Macbeth' sin sangre, brujas ni italianos?

Krzysztof Warlikovski y Philippe Jordan alumbran un extraordinario y estremecedor montaje de la ópera de Verdi, encomendándose a la idolatría de la soprano lituana Asmik Grigorian y a un reparto de la 'ONU'

Foto: El estreno triunfal de 'Macbeth' en el Festival de Salzburgo.
El estreno triunfal de 'Macbeth' en el Festival de Salzburgo.

Un maestro suizo en el foso, Philippe Jordan. Un director de escena polaco, Krzysztof Warlikovski. Un barítono bielorruso, Vladislav Sulimsky. Una soprano lituana, Asmik Grigorian. Un bajo alemán de origen kuwaití, Tareq Nazmi. Un tenor estadounidense nacido en Chile, Jonathan Tetelman. Y una orquesta austriaca, la Filarmónica de Viena.

El estreno triunfal de Macbeth en el Festival de Salzburgo tanto parecía una cumbre de las Naciones Unidas como contradecía la importancia del idiomatismo musical. No había un solo protagonista italiano en la ópera de Verdi, ni puede decirse que se echara de menos el calor mediterráneo, aunque la versión de Warlikovski aludiera explícitamente al cine de Pasolini.

placeholder El estreno triunfal de 'Macbeth' en el Festival de Salzburgo.
El estreno triunfal de 'Macbeth' en el Festival de Salzburgo.

El escenario gigantesco del Grosses Festipielhaus proyectaba escenas de Edipo rey y de La pasión según San Mateo. No por despreocuparse de la tragedia escocesa de Shakespeare, sino para involucrar al espectador entre el psicoanálisis, la cultura judeocristiana y la matanza infantil que ordenó Herodes, previniéndose de un aspirante al trono de Judea.

La analogía adquiere relevancia en la escena inaugural que Warlikovski introduce en su propia versión de la ópera verdiana. Observamos que Lady Macbeth se somete a una visita ginecológica —nada explícito— y que la noticia de la infertilidad la deprime hasta encontrar escapatoria en la venganza.

No pudiendo tener hijos ni ofrecer un heredero, la futura reina extermina a la prole de los rivales. Y generaliza un infanticidio que el montaje de Warilkowski expone sin derramar una gota de sangre.

Una década después, la ópera de Verdi se traslada a un dictatorial reinado contemporáneo y se reviste de una gélida estética del telón de acero

Tiene mérito que el dramaturgo polaco haya eludido la tentación de las hemorragias tarantinanas. Y que la reposición de Macbeth en Salzburgo se distancie del montaje gore y sanguinario que Peter Stein propuso en 2011 en la italianísima versión musical del maestro Riccardo Muti.

Una década después, la ópera de Verdi se traslada a un dictatorial reinado contemporáneo y se reviste de una gélida estética del telón de acero, hasta el extremo de que el final justiciero de Macbeth y su reina evocan el destino de los Ceaucescu, cuando el matrimonio letal fue ejecutado en Bucarest después de haber practicado tantas purgas sanguinarias.

El brillante y sofisticado montaje de Warlikovski es despiadado y siniestro. Transcurre en un espacio abierto, desolado. Confronta a los reyes a su espejo. Y concibe las alucinaciones y los delirios entre la congoja de unos niños con cara de adulto, cuyo sarcasmo recuerda a Macbeth las razones de su insomnio: no puedes dormir porque mataste al sueño.

placeholder El estreno triunfal de 'Macbeth' en el Festival de Salzburgo.
El estreno triunfal de 'Macbeth' en el Festival de Salzburgo.

Corresponde al barítono bielorruso Vladislav Sulimsky el papel protagonista. E italiano no es, ni forma parte del linaje tricolore, pero se desempeña con altura musical y profundidad psicológica. El cantante es tan bueno como el actor, exactamente como le sucede al ídolo local de Asmik Grigorian.

Se ha convertido la soprano lituana en la musa de Salzburgo, no ya suplantando la hegemonía de Anna Netrebko, sino redundando en una versatilidad que le ha permitido compaginar estos años el repertorio de Alban Berg (Wozzeck), Richard Strauss (Salomé, Elektra) y ahora Verdi.

E italiana no es, pero la belleza y la homogeneidad de su timbre, el pathos teatral que alcanza y su carisma escénico justifican los clamores que la abrumaron en el trance de los saludos. Se los mereció con creces el bajo germano Tariq Nazmi y más todavía Jonathan Tetelman, quizá porque escasean los tenores líricos que aportan fraseo, calor y valentía.

Foto: Montaje de la ópera 'Macbeth' en el Liceu de Barcelona.

Hay que seguir los progresos de este magnífico cantante. Y deben reconocerse los méritos que ya ha alcanzado el maestro Philippe Jordan (Zúrich, 1974), artífice de un Macbeth delicado y corpulento a la vez, claro y oscuro, de enorme impacto teatral y de intensidad progresiva.

Es la ventaja que supone disponer de la Filarmónica de Viena y del coro de la Ópera austriaca. Representan la sala de máquinas del Festival. Y explican la diferencia cualitativa de Salzburgo respecto a cualquier otro rival veraniego, sobre todo cuando un maestro acierta a estimularlos y cuando los filarmónicos vieneses se proponen descarrilar cualquier competencia.

Sucedió el jueves con Raphaël Pichon y Las bodas de Fígaro; ocurrió el viernes con Christian Thielemann y un antológico Réquiem alemán de Brahms, y se repitió la proeza en la ceremonia verdiana del sábado, cuando los wiener convirtieron el foso del teatro en un cráter incandescente.

Un maestro suizo en el foso, Philippe Jordan. Un director de escena polaco, Krzysztof Warlikovski. Un barítono bielorruso, Vladislav Sulimsky. Una soprano lituana, Asmik Grigorian. Un bajo alemán de origen kuwaití, Tareq Nazmi. Un tenor estadounidense nacido en Chile, Jonathan Tetelman. Y una orquesta austriaca, la Filarmónica de Viena.

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