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Salzburgo encuentra a Mozart entre la mafia, la sordidez y el erotismo
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Montaje moderno

Salzburgo encuentra a Mozart entre la mafia, la sordidez y el erotismo

La audacia escénica de Martin Kusej, la orfebrería orquestal de Raphaël Pichon y la cualificación de un excelente reparto disparan el interés de 'Las bodas de Fígaro' en la “casa” del compositor austriaco

Foto: 'Las bodas de Fígaro', de Martin Kusej, en el Festival de Salzburgo
'Las bodas de Fígaro', de Martin Kusej, en el Festival de Salzburgo

Michael Haneke es protagonista del Festival de Salzburgo a cuenta de la versión teatral de Amour, aunque las razones de mencionar al cineasta austriaco provienen de las objeciones con que se resistía a adaptar a nuestro tiempo Las bodas de Fígaro de Mozart, fundamentalmente porque -decía- es una obra de contexto histórico cuya trama no puede disociarse de los vicios feudales ni de la sociedad jerarquizada del antiguo régimen.

No tuvo problemas Haneke en extrapolar al siglo XXI el Così fan tutte -el montaje se pudo ver en el Teatro Real- y puede que le sorprendiera la naturalidad con que su colega Martin Kusej ha trasladado al año 2023 la comedia de Las bodas de Fígaro, aunque para concebirla en Salzburgo haya abolido la jerarquía de los protagonistas y haya convertido a todos los personajes de Mozart en víctimas y victimarios de la promiscuidad.

Todos los protagonistas de estas 'Bodas' menos el ingenuo Fígaro incurren en el adulterio y se exponen a la relación patológica entre el sexo y el poder

Desaparece la noción aristocrática del derecho de pernada y se desdibuja cualquier privilegio masculino respecto a la intriga femenina. Todos los protagonistas de estas Bodas menos el ingenuo Fígaro incurren en el adulterio y se exponen a la relación patológica entre el sexo y el poder.

Lo demuestra la escena en que la condesa interpreta el aria inaugural del segundo acto delante de El origen del mundo, de Courbet. Una alusión específica y explícita a la pulsión erótica que tiraniza las relaciones, aunque el pasaje musical sobreviene en una atmósfera de esmeradísima sensualidad: el aria sublime de Mozart trasciende mientras una mujer desnuda se baña de espaldas entre la espuma y la media luz.

El montaje de Martin Kusej es más sofisticado e inteligente de cuanto podría desprenderse de la extrapolación de Las bodas al reino feroz de un capo mafioso. Hay violencia y sordidez en la crónica social, pero también erotismo y sentido del humor, especialmente cuando viene a saberse el linaje aristocrático de Fígaro. La escena se reproduce en un bar con los protagonistas borrachos, de tal manera que el insólito hallazgo de la filiación tanto redunda en la ebriedad contagiosa de los espectadores como explora los recursos escénicos de Martin Kusej. Sabe manejar los tiempos, los cambios de escenario y las energías, más o menos como si el ritmo trepidante de la dramaturgia beneficiara la tensión teatral y permitiera resolver con gran audacia los episodios recurrentes de los equívocos.

placeholder La rave de las 'Las bodas de Fígaro', en Salzburgo.
La rave de las 'Las bodas de Fígaro', en Salzburgo.

Hubo una sonora división de opiniones en el patio de butacas de la Haus für Mozart cuando compareció a saludar el director austriaco, pero es cierto que las polémicas benefician la reputación de los montajes “modernos” y que delatan los resabios conservacionistas de los melómanos ricachones.

Pudieron resarcirse con la primorosa lectura musical de Raphaël Pichon. No es sencillo para un extraterrestre francés de 38 años ponerse a los mandos de la Filarmónica de Viena, pero el joven maestro aprovechó la experiencia para explorar todas las cualidades estéticas, patrimoniales, cromáticas y dinámicas de la cualificadísima orquesta austriaca. Se trataba de conducir el Ferrari. De llevarlo a sus límites. Y de construir una versión delicada y enérgica a la vez. Más que acompañar a los cantantes, Raphaël Pichon los mecía y los arropaba. Las arias capitales se escucharon como si el foso abierto produjera los colores y las irisaciones del taller de un orfebre. Armonizaban la orquesta y los cantantes como si no existiera una separación. Por eso Las bodas de Fígaro sonaron tan homogéneas en el fondo y tan heterogéneas en los colores, los vaivenes y los matices.

Las polémicas benefician la reputación de los montajes “modernos” y delatan los resabios conservacionistas de los melómanos ricachones

Y por idénticas razones, los protagonistas vocales llevaron la función a un hedonismo impresionante. Mérito de un reparto tan joven como cualificado en el que brillaron particularmente la exquisitez de Sabine Devieilhe (Susanna) y el fraseo de Lea Desandre (Cherubino), aunque tiene sentido destacar la nobleza cantora de André Schuen (el Conde), la aristocracia vocal de Adriana González (la Condesa) y la personalidad de Krzysztof Baczyk, cuyo Fígaro noblón e ingénuo es el muñeco de vudú en el que se desahogan los personajes de Kusej, mutando del erotismo a la sordidez (y viceversa).

placeholder Escena de 'Las bodas de Fígaro', en Salzburgo.
Escena de 'Las bodas de Fígaro', en Salzburgo.

Respiran bien la música de Mozart y el libreto de Da Ponte en el montaje que inauguró este jueves el Festival de Salzburgo, pero no se explica la categoría del espectáculo sin el esfuerzo y el énfasis que Pichon otorgó a los recitativos. El pianista Pedro Beriso y el chelista Julian Barre sujetaron la “continuidad” del acontecimiento. Y lo revistieron de un empaste musical y conceptual que redundó siempre en la credibilidad de Las bodas, independientemente de los episodios sensacionalistas. Incluidos el interrogatorio despiadado al pobre Antonio (el jardinero) y la estrafalaria rave party que los coristas organizan en el parking del búnker mafioso.

Michael Haneke es protagonista del Festival de Salzburgo a cuenta de la versión teatral de Amour, aunque las razones de mencionar al cineasta austriaco provienen de las objeciones con que se resistía a adaptar a nuestro tiempo Las bodas de Fígaro de Mozart, fundamentalmente porque -decía- es una obra de contexto histórico cuya trama no puede disociarse de los vicios feudales ni de la sociedad jerarquizada del antiguo régimen.

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