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Jaume Plensa naufraga en la hemorragia de 'Macbeth'
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Jaume Plensa naufraga en la hemorragia de 'Macbeth'

El artista catalán debutaba en el Liceu como director de escena, aunque la lucidez de Josep Pons en el foso sirvió para reanimar la ópera de Verdi

Foto: Montaje de la ópera 'Macbeth' en el Liceu de Barcelona.
Montaje de la ópera 'Macbeth' en el Liceu de Barcelona.

La reputación planetaria de Jaume Plensa, su vinculación a la ópera como escenógrafo y hasta las razones de vecindad explican y justifican que el Liceu encomendara al artista barcelonés la ambiciosa y costosa producción de Macbeth. Y no solo con la misión de planificar el espacio escénico, sino con la implicación integral de la dramaturgia.

Ha aprendido el oficio Plensa gracias a su fertilísima cooperación con La Fura dels Baus, pero las experiencias no alcanzan para garantizar el éxito en el montaje de la ópera de Verdi. Se ha ahogado Plensa en la hemorragia de Macbeth. Y ha concebido un espectáculo divagatorio y fallido cuya escasa credibilidad se resiente de la vulgaridad de la coreografía y el aspecto embarazoso del vestuario, no digamos cuando aparecen Macduff y Malcoln vestidos —disfrazados— con unos faldones indecorosos.

placeholder Un momento del montaje de 'Macbeth' con la dirección escénica de Jaume Plensa.
Un momento del montaje de 'Macbeth' con la dirección escénica de Jaume Plensa.

Se aprecia la estética de Plensa en la concepción de la escenografía, pero llama la atención la desconexión narrativa de las escenas y el desamparo de los cantantes. Y no por falta de cualificación —Zeljko Lucic, Ekaterina Semenchuk— ni porque Verdi los hubiera descuidado. La complejidad de Macbeth y señora proporciona un material teatral irresistible que Plensa ha preferido eludir a expensas del hermetismo conceptual.

Se desmorona el espectáculo a medida que transcurre la función, pero el cortocircuito dramatúrgico no alcanza a malograr las funciones. Se ocupa de reanimar la ópera el criterio musical de Josep Pons, hasta el extremo de que el foso adquiere la dimensión y el aspecto de un cráter volcánico.

Trama cromática

Cuestión de colores y de incandescencias. Pons concibe un Macbeth de gran impacto teatral y de esmero sonoro. Las densas corrientes de la ópera se perciben tanto como los detalles del oleaje. Una lectura emocionante y emocional que remedia la especulación escénica. Y que establece una relación privilegiada entre el foso y los cantantes. Pons los cuida y los escucha. Y predispone una trama cromática de cualidades magnéticas. Las funciones de Macbeth empezaron el 16 de febrero y concluyen esta noche con la mediación de Lucic y Semenchuk. No le sobran los agudos al primero ni brilla demasiado su metal, pero resuelve el papel de Macbeth con la autoridad del centro y el carisma escénico. Plensa lo desatiende tanto como se abstrae de perfilar la angustia y maldad de la colega bielorrusa. La abandona en el escenario. Y reacciona Semenchuk con su timbre espeso y seductor de mezzo imponente, aunque menos elocuente por arriba.

Funcionan bien los cantantes españoles convocados al akelarre. Tanto por la nobleza de Simón Orfila (Banquo) como porque Celso Albelo (Macduff) impone su línea de canto y su en el aria estelar del último acto. Se notaba el cariño del Liceu al cantante canario. Y se aplaudió con entusiasmo a los compañeros de reparto mucho más de cuanto sucedió con Plensa.

Prometía mucho su Macbeth. Y parecía haber encontrado la llave de acceso a la ópera de Verdi con el misterio de la palabra, explorando hasta donde fuera posible el vínculo con la obra teatral de Shakespeare.

Verdi era un epígono de Shakespeare, no ya por la prolijidad, sino porque se había significado por escrutar las pasiones humanas

Es una de las relaciones más fascinantes de la cultura occidental. Por las óperas que jalonaron la madurez creativa de Verdi —Macbeth, Otello, Falstaff—, por las óperas que quiso componer y no pudo —Hamlet, Romeo y Julieta, El rey Lear—, y por haber descubierto en Shakespeare el hallazgo de la parola scenica, es decir, la proyección escénica de la palabra, su poder dramatúrgico, su resonancia teatral, incluso la facultad de percibir en los textos embrionarios la música que Shakespeare no escribió y que sí predispuso para que Verdi acertara a encontrarla entre los silencios.

No se explica la devoción del compositor italiano al escritor inglés sin las traducciones que aparecieron en Italia mediado el siglo XIX y cuyo artífice, Carlo Rusconi, frecuentaba, como Giuseppe Verdi, los salones de la condesa Maffei en las tertulias de Milán que cebaron el Risorgimento y que catalizaron las inquietudes intelectuales de la época.

Verdi era en sí mismo un epígono de Shakespeare, no ya por la prolijidad, la popularidad, la versatilidad, sino porque se había significado por escrutar las pasiones humanas, casi siempre destructivas, pero provistas de una mirada piadosa a los descarriados y expuestas a las reglas ininteligibles del destino. Harold Bloom decía que Shakespeare enseño a sentir por haber definido con la palabra los sentimientos mismos. Los límites del mundo son los límites del lenguaje, escribía Wittgenstein. Y podría extrapolarse la fórmula al lenguaje musical. Verdi sufrió y amó por todos nosotros. Nos legó sus óperas como si fueran un inventario de los vaivenes del alma humana.

placeholder El debut de Jaume Plensa en el Liceu como director de escena de 'Macbeth'.
El debut de Jaume Plensa en el Liceu como director de escena de 'Macbeth'.

Ahí estriba su afinidad a Shakespeare. Verdi se identifica en el universo de Shakespeare porque el escritor inglés, como le sucede a él mismo, confronta al individuo con la conciencia y la identidad. Porque a ambos les preocupa la presencia del mal en la naturaleza humana. Porque les inquieta la relación del hombre con el poder. Porque les obsesionan los instintos.

Todas estas relaciones y promiscuidades parecían haber asistido a la dramaturgia de Plensa. El peso de la palabra. La dialéctica. Y la alusión específica al pasaje shakespereano: Sleep no more.

Es el mensaje de William Shakespeare que sorprende en letras gigantes a los espectadores nada más alzarse el telón del Liceu. La premonición que define el insomnio de Macbeth y que escarmienta sus atrocidades, condenado a dormir sobre una “almohada de ramas de zarza”. Empezaba muy bien el montaje, pero se desnutría a medida que se desenvolvía la trama. Se desmayaba el espectáculo. Y se imponía la profecía con la que Jaume Plensa ya se había prevenido del hipotético fracaso: “Me siento como un turista de la ópera”.

La reputación planetaria de Jaume Plensa, su vinculación a la ópera como escenógrafo y hasta las razones de vecindad explican y justifican que el Liceu encomendara al artista barcelonés la ambiciosa y costosa producción de Macbeth. Y no solo con la misión de planificar el espacio escénico, sino con la implicación integral de la dramaturgia.

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