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La amoralidad explicada al siglo XXI, tan puritano
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La amoralidad explicada al siglo XXI, tan puritano

Escrito en quince días, 'Unos meses de mi vida' es el texto más impresionante de Michel Houellebecq hasta la fecha

Foto: Un fotograma del vídeo porno de Houellebecq.
Un fotograma del vídeo porno de Houellebecq.

Los autores con muchos lectores en todo el mundo tienen la suerte de ver publicada cualquier cosa que se les ocurra, así sea claramente menor, anecdótica o excesivamente personal. Siempre habrá alguien que la compre y que la lea. Ante la brevedad de Unos meses de mi vida (Anagrama), y ante un título tan desmayado de inspiración, uno anticipa anotaciones en diarios que, por lo que fuera, Houellebecq quería ver en forma de libro. O sea, material menor, pero de algún interés para sus fans más impacientes. Lo que yo me he encontrado, sin embargo, es uno de los mejores textos del autor francés en toda su carrera.

Michel, por resumirles mi lectura de sus cosas, tiene una gran obra llamada Plataforma, varias buenas novelas un tanto indistinguibles: Las partículas elementales, El mapa y el territorio y Sumisión; una primera novela interesante casi solo como primera novela, Ampliación del campo de batalla; dos novelas malas, La posibilidad de una isla y Serotonina; y una novela donde no parece él, lo cual muy bueno no suena, pero tampoco fatal, titulada Aniquilación. Tiene también un ensayo interesante, El mundo como supermercado, y un intercambio de emails con Bernard-Henri Lévy no poco jugoso, Enemigos públicos. Luego tiene poesía.

Foto: El escritor francés Michel Houellebecq (EFE/Juan Herrero)

Unos meses de mi vida sorprende primero por el tono y la prosodia, muy aquietados ambos y con sabor clásico. Es una prosa de feliz tránsito, muy alejada (salvo reincidencias puntuales) de las expectoraciones verbales que le son propias a nuestro autor. El librito empieza con una polémica musulmana, pero pronto se entrará en la gran polémica que motiva su existencia: un vídeo porno.

Como quizá saben, un director de cine un tanto enigmático lio a Michel para que se acostara con una joven mientras él los filmaba. Parte de esas filmaciones salió a la luz en marzo de este mismo año, aunque, al menos desde febrero, el escritor pugnaba en los tribunales por prohibir su difusión. Hasta ahí, muy resumida, la información que teníamos.

Unos meses de mi vida cuenta al detalle cómo fue que Houellebecq acabó protagonizando una sex tape. Pero no es la necesidad que tenga el novelista de limpiar su imagen o, si acaso, de seguir trabajando por el veto de la película donde aparece lo que da enjundia a este libro (sería entonces un simple panfleto defensivo); es cómo expone Michel su intimidad y cómo retrata la vida sexual de un escritor de gran éxito que tiene la friolera de 67 años. Con toda amoralidad.

placeholder Michel Houellebecq y Frédéric Beigbeder. (Getty Images/Rindoff Petroff)
Michel Houellebecq y Frédéric Beigbeder. (Getty Images/Rindoff Petroff)

Si Bret Easton Ellis resulta decepcionante en Los destrozos (Random House) es porque ha perdido el toque amoral. La amoralidad en narrativa es la capacidad para contar algo sin sentir que tienes que dar la menor explicación. Es una técnica de refrigeración moral: ¿está mal esto que leo, porque nada en el texto sugiere que pueda estar mal?, se pregunta el lector. También es, si me apuran, un fascinante ejercicio de elipsis.

Así, Unos meses de mi vida nos presenta a un autor acostumbrado a que lectoras de veinte o, como mucho, treinta años, le contacten y quieran acostarse con él simplemente porque lo admiran. Michel no dice en ningún momento: "La carne es débil", o: "¿Qué iba a hacer yo?", o: "Me gustaría verle a usted rechazando chicas jóvenes". No, con toda naturalidad da a entender que para él es lo más normal del mundo aceptar de vez en cuando estos encuentros sexuales, muy cercanos a una especie de estupro de raíz artística ("prevaliéndose de superioridad", DRAE).

Del mismo modo, el autor no nos explica que tiene con su mujer, la también muy joven (30) Lysis Houellebecq (de soltera: Qianyum Lysis Li), algún acuerdo que le permite acostarse con otras mujeres, sino que, después de pensar él que la nueva joven está "legítimamente deseosa de follar con uno de sus escritores favoritos", nos aclara: "Mi mujer compartía esta hipótesis". No dejen de reparar en el adverbio utilizado: "legítimamente".

El autor no nos explica que tiene con su mujer algún acuerdo que le permite acostarse con otras

De hecho, es la esposa la que acude ella sola al primer encuentro con la chica (todos acabarán filmados en la película de la polémica), y la que la evalúa y considera que "podría suscitar en [Michel] un deseo suficiente". "Mi mujer participaría activamente en el encuentro".

El modo en el que Michel Houellebecq nos abre los secretos de su vida sexual me ha parecido impresionante. Uno lee y pregunta al autor: ¿te das cuenta de lo que nos estás contando? Cuando desde un periódico le acusan de haber contratado prostitutas "con un mes de antelación" para su luna de miel de Marruecos, Michel se limita a contestar: "¿quién piensa en reservarlas un mes antes?".

Y aclara: "En realidad nos habíamos limitado a consultar un anuncio publicado por dos chicas que trabajaban juntas". Nunca dice que le dé pudor exponer estas intimidades, tampoco teoriza sobre por qué frecuenta prostitutas; no tiene en cuenta en ningún momento qué puede el lector pensar de él. Se limita a descargar hechos verdaderos totalmente impúdicos.

Houellebecq se limita a descargar hechos verdaderos totalmente impúdicos

Recuerden que otro autor francés, Emmanuel Carrère, tenía firmado con su esposa un contrato donde quedaba claro qué podía él revelar de su vida privada, con cláusulas muy por lo menudo y que cubrían hasta el mínimo detalle. Me da que el matrimonio Houellebecq no ha contemplado nunca esta civilizada posibilidad.

Sin embargo, en un vertiginoso contrapunto moral, Michel Houellebecq empieza a hablar desde la absoluta santidad sobre el MeToo, declarando que, como es obvio (sic), él no fue acusado por nadie, porque, según hemos visto, se limita a tener una vida de perversión continuada totalmente ejemplar. De hecho, y esto no sé si se dice con el cinismo más exquisito, nuestro autor afirma que para él el sexo no tiene sentido "sin amor". Imaginen: prostitutas, cándidas lectoras jóvenes, pero "con amor".

Foto: Michel Houellebecq en 2015 en la presentación en Barcelona de 'Sumisión'. (EFE/ Andreu Dalmau) Opinión

En el propio texto se afirma que su escritura empezó el 31 de marzo, y su final está datado el 16 de abril. En apenas quince días, Michel Houellebecq ha escrito cien páginas con una capacidad de provocación extraordinaria.

Porque si él mismo en estas cien páginas nos revela prácticas sexuales íntimas y lances eróticos no poco abracadabrantes, el paradójico motivo por el que lo hace es que el vídeo sexual que circula sobre él le da vergüenza. No le da vergüenza contar hasta el más mínimo detalle de sus encuentros sexuales, pero sí que lo cuente otro.

"Me resultaba atroz pensar que la única huella perdurable de mi vida sexual, la parte más viva de mi vida, fuera un coito mediocre con una cerda inerte, grabado por una cucaracha degenerada, un conjunto de una fealdad total. Me merecía algo mejor; cualquiera merece algo mejor".

Los autores con muchos lectores en todo el mundo tienen la suerte de ver publicada cualquier cosa que se les ocurra, así sea claramente menor, anecdótica o excesivamente personal. Siempre habrá alguien que la compre y que la lea. Ante la brevedad de Unos meses de mi vida (Anagrama), y ante un título tan desmayado de inspiración, uno anticipa anotaciones en diarios que, por lo que fuera, Houellebecq quería ver en forma de libro. O sea, material menor, pero de algún interés para sus fans más impacientes. Lo que yo me he encontrado, sin embargo, es uno de los mejores textos del autor francés en toda su carrera.

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