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La peor "obra maestra" de Bret Easton Ellis
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MALA FAMA

La peor "obra maestra" de Bret Easton Ellis

'Los destrozos' naufraga en un océano de reiteraciones, detalles excesivos y lujos obscenos de adolescente privilegiado

Foto: Bret Easton Ellis en la presentación de 'Los destrozos' en Madrid. (Efe/Jennifer Gómez)
Bret Easton Ellis en la presentación de 'Los destrozos' en Madrid. (Efe/Jennifer Gómez)

Bret Easton Ellis (Los Ángeles, 1964) fue recibido en España como una estrella por gente que si se llamara Paco estaría pidiendo la cancelación de su obra. Esto era gracioso de ver hasta que uno se ponía a leer Los destrozos, auténtico despropósito para cualquier lector de Ellis. La novela, tan gruesa como insoportable, nos presenta a un autor que ha perdido el toque, el tono y la identidad. Es una novela tan mala como La idiota (Random House), de Elif Batuman, o como cualquiera de las que nos asesta Sally Rooney. Simplemente cuenta cosas que a nadie le interesan lo más mínimo durante 674 páginas.

Si ustedes se creen que todos aquellos que califican esta novela como "obra maestra" se han leído sus 674 páginas, sólo tengo una cosa que decirles: yo no.

Si ustedes se creen que me rompe el corazón hablar mal de la última novela de uno de mis escritores favoritos, quizá les interese este dato: no. Patrick Bateman hacía cosas peores.

Los destrozos, en fin, es un disparate ontológico. El protagonista se llama Bret y escribe una novela titulada Menos que cero y acude al mismo centro educativo que el autor en su adolescencia y el autor no deja de decirnos en las primeras doscientas páginas que "recuerda" desde sus sesenta años lo que sucedió hace cuarenta (spoiler: no sucedió nada).

Esto aboca a una reformulación proustiana de la memoria: Bret Easton Ellis es capaz de recordar hora a hora lo que hacía él hace cuarenta años durante todos los días de su adolescencia. No necesita ni magdalenas ni cocaína, le sale solo.

No puede uno empatizar menos con adolescentes que conducen BMWs y tienen dos criadas para cada prenda de ropa que quieren encontrar

La novela es una demoledora descarga de detalles innecesarios y, por supuesto, inverosímiles. Cada movimiento del personaje viene aderezado por la música que sonaba en ese momento en la casa o el coche (quiere decirse, la canción concreta), y aderezado además con la ropa concreta que llevaba cada amigo de Ellis, y con lo que comían exactamente en cada momento, y en qué restaurante o domicilio y si estaban las criadas y si el perro ladraba y si las cortinas estaban un poco descorridas. La propuesta memorialista de Ellis viene saboteada por la adulteración del propio hecho de recordar: nuestro autor nunca apunta a las cualidades ficcionales de la memoria, a los errores y correcciones, al olvido selectivo.

Esto vuelve su libro un artificio ortopédico, nada natural ni emocionante. No creo que Ellis recuerde el nombre de la sala donde dio su rueda de prensa hace dos semanas en Madrid (Fundación Telefónica), pero recuerda qué canción sonaba una mañana cualquiera de 1981, "recuerdo con toda claridad que sonaba No Holding Back". ¿Con toda claridad, sí?

También tiene clarísimo qué ropa se puso el lunes, el martes, el miércoles; cómo se llamaban las criadas de las diez mansiones que frecuentaba, casi siempre drogado; quién conducía un Mercedes y quién un Porsche, entre sus amigos de 16 o 17 años… La inverosimilitud de esta memoria prodigiosa, sumada a la falta de sentido localizable en convertir una página literaria en un inventario como para vender todas las cosas que hay en tu casa en un mercadillo, vuelven Los destrozos un auténtico lodazal de naderías.

De vez en cuando, uno se acuerda de que está asistiendo a la vida de varios chicos y chicas de diecisiete años que conducen coches de alta gama y no hacen otra cosa que acostarse unos con otros y drogarse y sentir así como pena por el final de la adolescencia. No puede uno empatizar menos con adolescentes que conducen BMWs y tienen dos criadas para cada prenda de ropa que quieren encontrar en el armario. Ni siquiera me creo que existan estos chicos y sean exactamente así de simples.

El lugar de Easton Ellis en la historia de la literatura tiene que ver con una noción determinada: la amoralidad

Cuando aparece la figura del asesino en serie, llamado el Arrastrero, el lector piadoso sólo espera que empieza a matar uno por uno y cruelmente a todos estos hijos de millonarios. Pero el asesino tiene un pésimo gusto con sus víctimas, y debe de ser que salen en otro libro.

Es ahí cuando Ellis nos traiciona fatalmente. Su lugar en la historia de la literatura tiene que ver con una noción determinada: la amoralidad. Bret, el protagonista de Los destrozos, no es amoral, es, de hecho, un buen chico, con la mala suerte de acostarse con la chica más guapa del instituto cuando lo que él quiere es acostarse con el chico más guapo del instituto. No hay ni rastro de la frialdad, crueldad y brutalidad verbal pre-Succession que encontramos en American Psycho (1991) o Glamourama (1998), dos libros verdaderamente inolvidables. Son tan salvajes, tan divertidos, tan desconcertantes.

Los destrozos, en comparación, es como Los Cinco (1940-1960), de Enid Blyton, con cocaína y Ferraris. El único motivo por el que casi llega a las setecientas páginas es porque es la longitud que ha necesitado Ellis para hacer que todos los personajes se acuesten con todos los personajes, salvo con las criadas.

En las entrevistas, nuestro autor ha declarado, lógicamente, que su novela es en un 60% autobiográfica. Sin embargo, la obra se cierra con esta nota penosa: "Este libro es una obra de ficción de principio a fin. (...) A excepción del propio autor, cualquier parecido con personas vivas o muertas es pura coincidencia y no responde a la realidad".

'Los destrozos' se resume en setecientas páginas en primera persona que no pueden ya ser salvadas

He ahí, como decimos, el problema del-ser-en-sí de esta novela. No se trata de un artefacto híbrido, confuso, mezcla de realidad y ficción… etcétera, como suele proponerse en libros de autoficción. Se trata de un completo disparate. Lo que en principio parecía una memoria a la manera de Gore Vidal (la excelente Navegación a la vista, Random House, 2008), acaba siendo una orla de instituto de setecientas páginas con la profundidad intelectual que suelen tener las orlas de instituto.

Bret Easton Ellis escribió Menos que cero, su primera obra, en tercera persona, y el manuscrito resultó de una extensión considerable. Un profesor de literatura le aconsejó poner todo el relato en primera persona, y el fruto de esa reformulación fueron las apenas doscientas páginas que conocemos. Los destrozos supone, en fin, el desaprendizaje de Bret Easton Ellis: setecientas páginas en primera persona que no pueden ya ser salvadas.

Bret Easton Ellis (Los Ángeles, 1964) fue recibido en España como una estrella por gente que si se llamara Paco estaría pidiendo la cancelación de su obra. Esto era gracioso de ver hasta que uno se ponía a leer Los destrozos, auténtico despropósito para cualquier lector de Ellis. La novela, tan gruesa como insoportable, nos presenta a un autor que ha perdido el toque, el tono y la identidad. Es una novela tan mala como La idiota (Random House), de Elif Batuman, o como cualquiera de las que nos asesta Sally Rooney. Simplemente cuenta cosas que a nadie le interesan lo más mínimo durante 674 páginas.

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