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¿Es que unos gabachos van a enseñarnos a hacer zarzuela?
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¿Es que unos gabachos van a enseñarnos a hacer zarzuela?

Vincent Dumestre y su orquesta deslumbran con la exhumación de 'Coronis', una maravilla barroca que se atribuye al ingenio musical de Sebastián Durón

Foto: Zarzuela 'Coronis'. (Teatro del Real)
Zarzuela 'Coronis'. (Teatro del Real)

La pregunta del titular de esta crónica se responde con una afirmación. Sí. Unos gabachos, unos franchutes, han recalado en el Teatro Real para enseñarnos cómo debe interpretarse una zarzuela. Mérito del maestro Vincent Dumestre. Y de una orquesta (Le Poème Harmonique) y de unos cantantes cuya feliz coincidencia en la capital descubrió al público una obra misteriosa de Sebastián Durón (1660-1706), tan misteriosa que no está claro que la compusiera el maestro alcarreño, aunque las tareas musicológicas de Raúl Angulo y Antoni Pons secundan la titularidad.

Podría sospecharse que la función consistía en un acontecimiento académico y filológico, pero la mediación de Dumestre y el estado de gracia de los solistas —Ana Quintans y Cyril Auvity, por encima de todos— convirtió la función en concierto de Coronis —así se llama la zarzuelaen un acontecimiento sensorial y hedonista. El esmero de la trama sonora redundaba en la experiencia cromática y en la belleza de las texturas, aunque impresionaba todavía más la idoneidad de los vocalistas franceses cantando en español. Un grado de perfección fonética que explica la enjundia del espectáculo. Y que puede acreditarse en la versión discográfica que el propio Vincent Dumestre concibió para el sello Alpha.

Dumestre rebasa el umbral de los estereotipos y del chauvinismo, alumbrando una maravilla que sirve de pretexto a la exhumación de Durón

Era el modo de garantizar el porvenir de Coronis. Y de plantear la relevancia de la zarzuela barroca española, lejos de la precariedad con que acostumbra a interpretarse. Y es verdad que se han ocupado de reivindicarla los especialistas nacionales del repertorio —de Jordi Savall a López Banzo—, pero Dumestre ha rebasado el umbral de los estereotipos y del chauvinismo, alumbrando una maravilla que sirve de pretexto a la exhumación de Sebastián Durón. Fue maestro de la Real Capilla de Madrid, escribió un abundante catálogo religioso en el contexto de las convenciones de la época, pero convirtió la ópera y la zarzuela en un espacio de experimentación y fantasía, más o menos como si las libertades del género le permitieran desquitarse de los encorsetamientos. Y como si la excusa argumental de la mitología consintiera enfatizar la imaginación y las transgresiones.

Y no puede decirse que sea inteligible el argumento de Coronis, más allá del trajín de figuras olímpicas que transitan en la zarzuela. Apolo y Proteo, por ejemplo. Y por ejemplo, Neptuno y Tritón, cuyo principal interés musical reside en la naturalidad con que secundan la estilización del folclore, la solemnidad de la ópera francesa y el colorido del repertorio italiano.

Semejantes impresiones no implican que Coronis sea un pastiche, sino más bien un ejercicio de ingenio musical y de alquimia estética cuya autoría requiere una autoridad de la época. ¿Quién podría haber compuesto la zarzuela si no un compositor talentoso y relevante? Sebastián Durón aparece en cabeza de la candidatura, sin menoscabo de los documentos probatorios que han reunido Angulo y Pons en sus tareas detectivescas.

Sabemos que la obra se estrenó en 1706. Y que estaba en vigor la Guerra de Sucesión. Y que el libreto, de misteriosa autoría, podría leerse como una alegoría de la batalla dinástica que se libraba en España.

Secundan con naturalidad la estilización del folclore, la solemnidad de la ópera francesa y el colorido del repertorio italiano

No son necesarias las claves para disfrutar de la experiencia, aunque la exhumación de Coronis repercute en debates muy interesantes sobre la idoneidad de la lengua española para la ópera. Y sobre los motivos discriminatorios que han postergado el talento de los compositores ibéricos en la eclosión del teatro musical de los siglos XVII y XVIII.

Por eso se agradece la intervención y la mediación de los gabachos. Han sido el Teatro de Caen, la Opéra-Comique de París, la Ópera de Lille, la Ópera de Rouen y la Ópera de Limoges, los teatros que se han alineado para coproducir y financiar la resurrección de Coronis. Y para atribuir a Sebastián Durón una envergadura creativa cuyos matices y elocuencia incitan una revisión del canon musical del barroco continental, rompiendo y corrompiendo el mito aislacionista de los Pirineos.

La pregunta del titular de esta crónica se responde con una afirmación. Sí. Unos gabachos, unos franchutes, han recalado en el Teatro Real para enseñarnos cómo debe interpretarse una zarzuela. Mérito del maestro Vincent Dumestre. Y de una orquesta (Le Poème Harmonique) y de unos cantantes cuya feliz coincidencia en la capital descubrió al público una obra misteriosa de Sebastián Durón (1660-1706), tan misteriosa que no está claro que la compusiera el maestro alcarreño, aunque las tareas musicológicas de Raúl Angulo y Antoni Pons secundan la titularidad.

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