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¿Recuerdas a Patrick Bateman? Drogas, sexo y muerte en la novela que marcó a una generación
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¿Recuerdas a Patrick Bateman? Drogas, sexo y muerte en la novela que marcó a una generación

En 1991 y tras sortear diversos impedimentos por su crudeza, Bret Easton Ellis logró publicar 'American Psycho', la historia de un yuppie asesino

Foto: Detalle del cartel de ''American Psycho', la película basada en la novela de Easton Ellis
Detalle del cartel de ''American Psycho', la película basada en la novela de Easton Ellis

Se recuerdan pocos nombres ficticios de la literatura contemporánea. Sin embargo, Patrick Bateman se impregnó con saña en el circuito neuronal de una generación de lectores, quizá inconscientes de leer en 'American Psycho' la última novela del siglo XX y la primera del nuevo milenio. Las razones son múltiples, pero antes de desgranarlas conviene contextualizar para comprenderlo mejor.

En los años 80 se truncó el sueño de una sociedad generosa hacia una distribución más o menos justa de la riqueza. El carpetazo a los treinta gloriosos se conjugó, a finales de la década anterior, con la eclosión de una trilogía de poder dispuesta a contrarrevolucionar Occidente. En octubre de 1978 Juan Pablo II devino Papa de Roma. En mayo de 1979 Margaret Thatcher y el Partido Conservador ganaron las elecciones del Reino Unido tras una de las campañas más bien diseñadas de la Historia reciente. Por último, en noviembre de 1980 Ronald Reagan se encumbró a la presidencia de los Estados Unidos de América. El momentum conservador hacía acto de presencia con insólita fuerza, más bestial si cabe por la fragilidad de la Unión Soviética, resistente al envite de la Guerra Fría, cada vez más insegura en el disimulo de su propia agonía.

A mediados de ese extraño y decisivo decenio empezó a expandirse a nivel internacional la figura del Young Urban Professional, hombres heterosexuales rebosantes de arrogancia y juventud dedicados al sector financiero. Su galaxia era un aviso para navegantes, rota a priori con el lunes negro de Wall Street de 1987, cuando en una sola jornada se perdieron más de quinientos mil millones de dólares en el parqué neoyorquino.

A mediados de ese extraño y decisivo decenio empezó a expandirse la figura del Young Urban Professional

El cine y la literatura dieron buena cuenta del fenómeno. Podemos acudir sin muchas complicaciones a clásicos como 'La hoguera de las vanidades', debut novelístico de Tom Wolfe, o a 'Wall Street' de un Oliver Stone en estado de gracia, bien respaldado en lo actoral por Michael Douglas, galardonado con el Oscar al mejor actor por su interpretación del bróker Gordon Gekko, sin escrúpulos en pos de conseguir todos y cada uno de sus objetivos.

Foto: Michael Douglas fue Gordon Gekko.

Tanto el libro como la cinta aparecieron en 1987. Ese mismo año, Bret Easton Ellis aún saboreaba las mieles del éxito de su ópera prima, 'Menos que cero', donde relataba con pelos y señales las fiestas de los hijos de papá californianos. La definieron como prosa de la era MTV y su impacto pareció, a simple vista inigualable, algo confirmado por la no tan cálida recepción de su segunda obra, 'Las leyes de la atracción'.

El escritor de Los Ángeles tenía apenas veintidós años y todo el descaro posible. Debía dar otro golpe en la mesa, y este llegó con su traslado a Nueva York, marco perfecto para desarrollar un personaje tan poderoso como para marcar toda su trayectoria, hasta convertir casi en irrelevante el resto de sus creaciones.

Los rostros de Bateman son los tuyos

En 1888 Jack el destripador sembró el pánico en el East End de Londres y la leyenda le atribuye una carta donde afirmó que con él comenzaba el siglo XX. Patrick Bateman podría ser su encarnación contemporánea desde la violencia, asumida en nuestra cotidianidad tanto por su constante emisión televisiva como por su transformación desde múltiples ángulos.

'American Psycho', huelga decirlo, es un artefacto literario, eso sí, con una composición extraordinaria. Sus cincuenta y nueve capítulos juegan con el hecho de no dar descanso al lector con la misión de romper con esa profundidad de los fragmentos largos, trasnochada por la exigencia moderna de infinitas descargas para mantener la atención. En este sentido, esta lógica encaja a la perfección con el espíritu de su tiempo, siempre más veloz debido a una serie de componendas transmitidas a la perfección en el vicepresidente de fusiones y adquisiciones de la firma de inversiones Pierce&Pierce, un guiño a Sherman McCoy, rol protágonico de la 'Hoguera de las vanidades'.

placeholder Bret Easton Ellis (EFE)
Bret Easton Ellis (EFE)

Graduado y máster en Harvard, a sus veintiséis años tiene todo lo anhelado en el imaginario capitalista, de la juventud a la riqueza, del prestigio al don de atraer al sexo femenino y granjear las envidias del masculino por su elección en la indumentaria. La realidad, no obstante, choca con el yo interior, y aquí el hecho de hallarnos ante una narración en primerísima persona nos propicia conocer mucho mejor, desde la crítica ejercida por Easton Ellis, a un ser desdichado, presa de inseguridades subsanadas con una integración absoluta a los cánones imperantes en su era.

Bateman es una víctima de la cultura consumista y vive enganchado a una vertiginosa espiral de marcas comerciales

Bateman es una víctima más de la cultura consumista. Adicto al programa televisivo de Patty Winters, vive enganchado desde el alba a la noche a una vertiginosa espiral de marcas comerciales. Al despertar, en uno de los pasajes más famoso, acude a su espejo, donde entendemos cómo su rutina es la de una metamorfosis para salir al escenario a partir de las premisas propias de un psicópata, bien enfundado en su máscara de supuesta normalidad previa a Internet, en este sentido menos sofisticado, por imperativos tecnológicos, que el héroe anónimo de 'Ampliación del campo de batalla', de Michel Houellebecq, con un desencanto ni siquiera paliado por el Minitel, precedente de la red de redes.

Vecino de Tom Cruise, su dinámica laboral es la del estrés perpetuo por la competencia, simbolizada en su ira por disponer de una tarjeta visita menos lujosa que la de uno de sus colegas. Puede cenar en los restaurantes más sofisticados, acostarse con las chicas más atractivas y granjearse la admiración de sus homólogos por sus operaciones bursátiles, pero cualquier menoscabo a su estrellato es una afrenta al recordarle cómo no es el único capaz de conseguir todas esas victorias tan publicitadas en la exaltación de un voraz individualismo, propulsado en este caso hasta el paroxismo por una letal ausencia de empatía con sus semejantes.

El asesino de fantasía

Este aceleradísimo tren, bien aliñado con drogas y sexo en abundancia, vira hacia una paradoja. El capitalismo contemporáneo es insaciable. Puedes tener todo, pero aun así no basta. Bateman canaliza la prohibición al aburrimiento con asesinatos donde intervienen como factores el hastío consigo mismo, reflejado en cómo termina con alguno de sus dobles laborales, o el odio a los pobres, las minorías y las mujeres. Para potenciar el efecto, Easton Ellis envuelve sus crímenes en un doble ritmo, al principio lento, casi ceremonial, para luego alcanzar un crescendo frenético, prototípico de un hombre a la deriva, consumista de su supremo defecto, como si este le maniatara y no pudiera escapar a la emoción desquiciada de infringir muerte en la capital del Planeta, donde nunca se duerme y los cadáveres son anécdotas bien plasmadas en la prensa diaria.

El capitalismo es insaciable; Bateman canaliza el aburrimiento con asesinatos

Los rituales de Patrick Bateman, como la celebérrima descripción de hits musicales, son otra deriva de su desazón para con su propia piel. Su conciencia de estar en una platea donde debe cumplir unos requisitos le confieren un aura mecánica, como un pelele más encaramado a la cúspide desde el resbaladizo suelo de deber contentar para no perder comba ante la continua rueda de cambios y novedades. Al fin y al cabo, mostrarlo como un mero psicópata es conformarse con una exégesis muy lineal de la trama y de la construcción de un arquetipo, difuminado en los últimos compases del libro por la duda de si nos han tomado el pelo al quebrar el pacto narrativo. Durante más de quinientas páginas creímos en un serial killer y quizá, sólo quizá, estemos ante una obscena fantasía, otra prueba más de impotencia por no poder concretar lo trazado en el cerebro.

Los límites de la representación

Resultaría sencillo no dar tanta coba a 'American Psycho' en su trigésimo aniversario. El asesino en serie es un modelo de la cultura de masas norteamericana, con tanta fortuna como para cuajar en el resto del planeta. Algunos críticos vieron en la novela una adaptación moderna de la literatura gótica. Los castillos de antaño serían los rascacielos de hoy y mañana. El miedo por la atmósfera tenebrosa del otrora sería el pavor de no tener asideros en la contemporaneidad o navegar a base de compras, paripés y mucha pornografía, una de las grandes aficiones de Patrick Bateman.

En abril de 2000 se estrenó la versión cinematográfica, dirigida la canadiense Mary Harron y protagonizada por Christian Bale. El suceso popular de la película ha ido más allá de las salas de cine y ha configurado, si se quiere, una sinfonía comprensible con la novela, donde Bateman, por si lo dudaban, no puede prescindir de lo audiovisual, en parte por sentirse dentro de una película y depender de la televisión como un enfermo, otro guiño más a su fusión con el resto de ciudadanos, pues entonces los estadounidenses pasaban una media de siete horas diarias enganchados a la caja tonta.

En otro fragmento de la novela, Easton Ellis ubica a Bateman en el zoo, donde corta el cuello a un niño. Hace años, quien escribe tuvo la suerte de transcurrir una tarde de domingo con el director italiano Matteo Garrone en su domicilio romano. Tras una partida de póker, nos sentamos para dialogar y me contó su idea de su cine anterior a 'Gomorra'. El guion era prescindible si dibujaba cada una de las escenas. Lo había exhibido con creces mediante su película de 2002 'L’imbalsamatore', donde filmó una de las historias más increíbles de la crónica negra de la Roma finisecular. Su siguiente proyecto no llegaba a buen puerto por culpa de la crudeza de lo acaecido en la realidad de la periferia y su voluntad de contarla. En 1988 un limpiador de perros encerró en una jaula a un boxeador para vengarse de las burlas y maltratos psicológicos del púgil, con quien se asoció para perpetrar un robo, sin recibir contrapartida económica por su participación en el mismo.

Pietro Negri, así se llamaba el famoso Canaro della Magliana, dedicó toda una tarde a descuartizar con parsimonia a su némesis mientras esnifaba gramos y gramos de cocaína. Cuando cayó la noche, envolvió el cuerpo de su oponente y lo quemó en un descampado. Tras su detención no manifestó arrepentimiento alguno. Garrone se lamentaba de no recibir apoyo para producir su siguiente filme, una coincidencia más con Easton Ellis, compuesto y sin editorial durante un breve lapso de 1990, cuando saltaron a la luz pública los tramos más escabrosos de American Psycho, hasta generar la renuncia de Simon&Schuster a su publicación.

Easton Ellis se vio compuesto y sin editorial cuando saltaron a la luz pública los tramos más escabrosos de 'American Psycho'

En el caso del cineasta italiano, la Fandango Films no veía nada clara la traslación visual de un 'fatto di cronaca' tan salvaje, en concomitancia con los descartes de Mary Arron en su 'American Psycho', donde el degüello del chaval del zoológico se ausentó del metraje desde el invisible debate de los límites de la representación, inexistentes en literatura por conceder este arte el don de la imaginación a los lectores, viéndose condicionado el cine por lo explícito del campo visual, ni siquiera a salvo si aplicáramos los métodos del siglo de oro teatral francés, cuando la muerte y el sexo quedaban fuera de escena.

Algo se metamorfoseó en Occidente durante los primeros decenios del siglo XXI, tanto como para elevar a Patrick Bateman a un estatus legendario y dar a Matteo Garrone carta blanca para 'Dogman', cuyo estreno en 2018 no levantó ningún tipo de escándalo por lo contado, brutal en la tinta y mucho más suave en la pantalla, rindiéndose el director a las escasas restricciones de su oficio.

Patrick Bateman vino para quedarse. En la serie 'Dexter', su protagonista emplea ese alias para agenciarse los medicamentos con los que somete a sus presas. Este guiño es uno de tantos, pues el vicepresidente de Pierce&Pierce ha trascendido lo ficcional para insertarse como ícono corrosivo de la centuria, algo asimismo anticipado en las páginas de la novela, empapadas de la idolatría del joven para con Donald Trump, dios de su decálogo, única aspiración para proseguir inmerso en la pesadilla.

Se recuerdan pocos nombres ficticios de la literatura contemporánea. Sin embargo, Patrick Bateman se impregnó con saña en el circuito neuronal de una generación de lectores, quizá inconscientes de leer en 'American Psycho' la última novela del siglo XX y la primera del nuevo milenio. Las razones son múltiples, pero antes de desgranarlas conviene contextualizar para comprenderlo mejor.

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