¡Aquí se 'holdea', iréis a la luna o al infierno! Todos quieren ser (otra vez) Gordon Gekko
El perfil de bróker agresivo popularizado por algunas producciones de Hollywood vuelve a estar de moda con el auge de las criptomonedas
"Señores, ¡aquí se invierte con cojones! Aquí se 'holdea'. ¿Qué es eso de vender? Aquí se 'holdea' y se 'holdea' con cojones. Porque en el mercado de las criptomonedas se entra preparado tanto para irte a la luna como para irte al infierno. En el mercado de las 'criptos' se entra ya 'lloraíto' de casa. ¿Llorar aquí? Coge tu puto dinero y lo metes en una cuenta de ahorro a plazo fijo en el Santander". El 'youtuber' Víctor Domínguez, conocido como Wall Street Wolverine, imploraba a sus seguidores que no vendiesen sus activos para intentar detener la caída libre del mercado de las criptomonedas: el pasado miércoles, el precio del bitcoin bajó más de 5.000 dólares en una hora y el total de liquidaciones del día superó los 6.500 millones de dólares.
El mensaje del Domínguez se hizo viral en las redes, pero no por su valor como consejo de inversión, sino como una mofa a ese perfil involuntariamente paródico de pseudotiburón de —como su propio nombre, Wall Street, indica— una copia de la caricatura hiperbólica de aquellos 'yuppies' de los años ochenta que coparon las portadas de las revistas con la llegada de la desregulación.
Lenguaje agresivo, espídico, obsceno, para llamar la atención y tomar el control —o robar el control, mejor dicho— de la conversación e influir en el oyente. Un tono de voz belicoso, casi aullando. Un discurso entusiasta y a la vez ácido, pareciendo ser un experto en la materia. Tono y lenguaje corporal copiado al milímetro de la última charla de Jordan Belfort, un estereotipo que parecía superado después de la crisis de 2008 pero que ha vuelto con la aparición del mercado de las criptomonedas. Lo llaman volatilidad cuando quieren decir humo.
Cuando a Belfort... Cuando a Leonardo DiCaprio le presentan en 'El lobo de Wall Street' como el "mayor hijo de puta", Scorsese nos cuenta durante dos horas cómo consiguió unos beneficios de 49 millones de dólares al año, un Ferrari blanco, una mansión y un yate de 52 metros de eslora y una condena de cárcel por fraude de valores, lavado de dinero y manipulación del mercado de valores después de enriquecerse durante años estafando a sus inversores y al Estado. Como ya había pasado con 'Wall Street' (1987) y 'American Psycho' (2000), lo que en principio fue concebido como una crítica al capitalismo voraz acabó animando a los jóvenes de todo el mundo a emular a sus protagonistas: depredadores sin escrúpulos y con un punto psicopático a los que solo les interesa el tamaño de la billetera, como metáfora de su virilidad.
Tras el estreno de 'Wall Street: el dinero nunca duerme' (2010), Oliver Stone, su director, vaticinaba —erróneamente— el final del perfil Gordon Gekko tras la crisis de 2008. "Gekko decía que el dinero era sexy y eso, en los ochenta, era una novedad; [los 'yuppies'] salían constantemente en las portadas de las revistas y eran los nuevos dioses. Pero creo que la gente se hartó y se cansó de ellos alrededor de los años dos mil, y creo que la crisis económica de 2008 supuso el final, espero, de esta era. Creo que esta crisis fue kármica, un punto final a esta época de excesos horribles y codicia".
Lo que no previó entonces Stone es que el mercado encontraría otros vericuetos para seguir especulando y que el comienzo de la siguiente década estaría marcado por el pelotazo de las criptomonedas y los 'tokens' no fungibles, un mercado todavía más voraz, especulativo, inestable y fumígeno que la bolsa tradicional. Y que las redes sociales y los canales de YouTube se llenarían de perfiles con el avatar de Gordon Gekko, Patrick Bateman y Jordan Belfort, y anuncios para invertir, invertir, invertir y hacerse multimillonario sin esfuerzo. ¡El edén, un paraíso donde cualquiera, por 100 euros, puede ser millonario! Podrían considerarse hasta una nueva tribu urbana.
¿Por qué personajes diseñados para asquear, arquetipos de miserias morales, vuelven a ser hoy ídolos de la juventud?
Pero ¿cómo ha pasado esto? Quizá los ochenta nunca se fueron, sino que se disfrazaron con todavía más brilli-brilli y lentejuelas. ¿Por qué personajes diseñados para asquear, arquetipos reprobables que reúnen en sí todas las miserias morales, vuelven a ser hoy ídolos de la juventud —y la no tan juventud trasnochada—? Vivimos en un 'déjà vu' permanente en el que primero fue Wall Street, después las 'puntocom' y ahora las criptomonedas. Instagram está lleno de Jordan Belfort 'wannabes' que anuncian cursos donde revelan sus trucos para conseguir el éxito: el paquete de bienvenida comienza por el descapotable (muchas veces alquilado), la mansión de fondo (por supuesto, también alquilada) y una chica con ropa ajustada (una actriz o modelo contratada para la ocasión), como imagen del macho triunfador. Hablan a empellones, casi a gritos, dicen muchos tacos y mueven mucho las manos, como los trileros.
La autoparodia involuntaria llega hasta el extremo en un conocido 'trader' que se anuncia tumbado en una cama en albornoz rodeado de tres chicas en ropa interior y el siguiente pie de foto: "Normalmente, suelo ser más eficiente en todo estando caliente... ¿y a ti?, ¿te pasa lo mismo?". Lo sorprendente son los cientos de miles de seguidores y, sobre todo, quienes confían a un acaparador de culos en tanga de 1.250 a 2.750 euros que cuestan sus cursos 'online' sobre inversión en bolsa, criptomonedas y, atención, 'lifestyle'.
Patrick Bateman estaría orgulloso de él. Pero ¿en qué momento estos villanos de película se conviertieron, muy a pesar de sus creadores, en un modelo a seguir? Cuando Oliver Stone —hijo de un bróker republicano— y Stanley Weisler escribieron 'Wall Street', pensaron en criminales tan detestables como Ivan Boesky —el que había sido uno de los agentes de bolsa más ricos de Nueva York, que justo entró en la cárcel en ese momento por fraude— para construir a Gordon Gekko (Michael Douglas), el enemigo del protagonista, Bud Fox (Charlie Sheen), un recién llegado al distrito financiero, hijo de un sindicalista de las Aerolíneas Bluestar (Martin Sheen). Sheen padre representaba el trabajo duro, la solidaridad de clase, la tradición, los valores éticos. Douglas, la codicia, la falta de escrúpulos. Para uno de los monólogos más recordados del filme, Stone parafraseó las palabras de Boesky: "La codicia, a falta de una palabra mejor, es buena; es necesaria y funciona. La codicia clarifica y capta la esencia del espíritu de evolución. La codicia en todas sus formas: la codicia de vivir, de saber, de amor, de dinero; es lo que ha marcado la vida de la humanidad".
"Es el mercado, amigo", que dijo Rodrigo Rato ante la comisión del Congreso y antes de convertirse en un inquilino más de Soto del Real por apropiación indebida. ¿Y quién utiliza esa frase como biografía en su perfil de Twitter? Efectivamente, Wall Street Wolverine, el 'holdeador'.
Oliver Stone obligaba a Douglas a ver los 'dailies' para cogerse asco a sí mismo y subir el nivel de mezquindad de su personaje
Volviendo a Gekko, Oliver Stone obligaba a Douglas a ver los 'dailies' para cogerse asco a sí mismo y subir el nivel de mezquindad de su personaje. Pero el tiro les salió por la culata. 'Wall Street' convirtió Wall Street en algo excitante, en algo 'cool'. "La película] se convirtió en un fenómeno de culto en las escuelas de negocios", contó a 'Financial Times' Ken Moelis, uno de los 'traders' más conocidos de Wall Street, ahora billonario. "Muchos de los chicos que acababan de entrar entonces en el sector me decían que habían visto la película tantas veces que sabían más de Gordon Gekko que de sus familias". De repente, el parqué se llenó de gente con tirantes, el pelo engominado, y las librerías de la zona se hincharon a vender 'El arte de la guerra', el libro favorito del personaje.
Con 'American Psycho', Bret Easton Ellis también quiso representar el vacío existencial de un sádico del Wall Street de aquella época. Pero la adaptación al cine, que es al final lo que mueve —¿movía?— a las masas se produjo en 2000. En este caso, Christian Bale era quien interpretaba al bróker de turno, pero llevado al paroxismo convertido en un asesino en serie. Mary Harron volvió a recurrir a los tirantes y la gomina para dirigir a un Bale desencajado y espídico, con la mandíbula batiente y las cuencas de los ojos desbordadas, como hipérbole del 'yuppi' hedonista, narcisista y psicópata obsesionado con el dinero y el culto al cuerpo y de una masculinidad terriblemente tóxica. Tanto que se dedica, solo por divertimento, a matar a las prostitutas, los vagabundos y el resto de gente moliente que se cruza en su camino. Bateman, una vuelta de turca más en la escala de repugnancia de Wall Street, también se convirtió en un ídolo de masas. "No podías pensar que Bateman fuese 'cool", explica Harron en una entrevista en 'Little White Lies'. "En algunas de las escenas. yo le veía como un bufón".
'American Psycho' podría haber sido muy diferente. Leonardo DiCaprio estaba empeñado en interpretar a Bateman, pero la directora pensaba que él era solo una estrella para adolescentes: en esos momentos, acababa de tocar el cielo de Hollywood con 'Titanic'. DiCaprio se puso al frente del proyecto y echó a Harris para sustituirla por, ¿quién?, por Oliver Stone. Y el triángulo podría haberse cerrado, pero un "choque de egos" —según Harris— les devolvió la película a ella y a Bale.
Lo que nos lleva, de nuevo, al Jordan Belfort de 'El lobo de Wall Street', el último —de momento y hasta que explote de nuevo la burbuja y alguien haga una película— icono del 'yuppie' tóxico. Quizá, para la próxima haya que localizar en una granja de 'youtubers', pero eso tiene mucho menos glamur. En 'el lobo de Wall Street', película de la que toma prestado el nombre el 'holdeador', Scorsese sí glamuriza conscientemente a su protagonista, quizá porque si quería llevar al cine las memorias de Belfort tenía que contar con su aprobación. ¿Cuánto crecería el mercado de 'quaaludes' tras el estreno? El propio Belfort, que se dedica a impartir charlas a lo 'Magnolia' para ayudar a los ciudadanos de a pie a obtener el éxito, hace un cameo riéndose de sí mismo al final de la película. La cinta, aparte de satirizar —pero no mucho: se percibe una suerte de admiración macarra y mafiosa— el ambiente de Wall Street, donde se lanzan enanos, como en las antiguas cortes europeas —y en los bares de Australia—, no muestra a las víctimas ni las repercusiones de la estafa de Stratton Oakmont. Y, aunque el protagonista va a la cárcel, la redención es mínima: "Hubo un momento que tuve miedo", confiesa mientras juega al tenis con otros internos en una cárcel que se asemeja a un balneario. "Pero luego me acordé de que era rico".
Y el resumen que hace el personaje de Mark Hanna (Matthew McConaughey) de Wall Street es bastante significativo. "Ok. La primera regla de Wall Street es que nadie, y digo nadie, no importa que seas Warren Buffet o Jimmy Buffet, nadie sabe si los valores van al alza, a la baja o de puto lado, y menos que nadie los brókeres. Pero tiene que parecer que lo sabemos". Como dijo Leonardo DiCaprio, el real, 'El lobo de Wall Street' nos demuestra "cómo la historia se repite, cómo no aprendemos de nuestros errores, y cómo hacemos de espejo de lo que sigue pasando y de lo que pasará". Veremos quién es el siguiente. Porque aquí, tonto el último y tontos los demás. Y, ahora, que les explote la cabeza a los fans de los Gekkos, los Batemans y los Belforts, porque ya lo dijo este último hace tres años: "El bitcoin es una gigantesca estafa que va a explotar en la cara de muchísimas personas. Es mucho peor que cualquier otra que yo haya hecho".
"Señores, ¡aquí se invierte con cojones! Aquí se 'holdea'. ¿Qué es eso de vender? Aquí se 'holdea' y se 'holdea' con cojones. Porque en el mercado de las criptomonedas se entra preparado tanto para irte a la luna como para irte al infierno. En el mercado de las 'criptos' se entra ya 'lloraíto' de casa. ¿Llorar aquí? Coge tu puto dinero y lo metes en una cuenta de ahorro a plazo fijo en el Santander". El 'youtuber' Víctor Domínguez, conocido como Wall Street Wolverine, imploraba a sus seguidores que no vendiesen sus activos para intentar detener la caída libre del mercado de las criptomonedas: el pasado miércoles, el precio del bitcoin bajó más de 5.000 dólares en una hora y el total de liquidaciones del día superó los 6.500 millones de dólares.