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Houellebecq y Beigbeder: las víctimas también son tíos blancos heterosexuales
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Houellebecq y Beigbeder: las víctimas también son tíos blancos heterosexuales

Los dos escritores franceses confiesan al mundo haber sido víctimas, uno del extremismo feminista, otro de la manipulación de un cineasta. Sus relatos son provocadores, polémicos y honestos

Foto: Michel Houellebecq y Frédéric Beigbeder (Getty Images/Rindoff Petroff)
Michel Houellebecq y Frédéric Beigbeder (Getty Images/Rindoff Petroff)

Uno tiene la epidermis facial de una iguana ahumada. El otro, se ha cristianizado su atractiva jeta con una barba y un pelo largo de lo más cartujo. El lagarto fumador pasó de ser un ingeniero informático depresivo al escritor francés vivo más vendido. El cristo de ojos claros pasó de estar en la élite de la publicidad francesa a ser su escritor pop por excelencia. Houellebecq, receloso de su privacidad. Beigbeder, animal mediático.

Ambos, más o menos, son autoficticios. Suelen crear personajes principales con cortes fijos. Los dos tíos, los dos blancos, los dos heterosexuales. Los dos muy ellos. Beigbeder; gua-perras cretino con alta capacidad de autoaversión que va de pilingui en pilingui, de fiesta en fiesta, de cagada emocional en cagada romántica exprimiendo un lenguaje fresco y cómico. Houellebecq; cenizo cínico tirando a feúcho, muy aplastado por el existencialismo pesimista, muy romántico en el fondo, hábil para leer el mundo y, de una forma deliciosamente negra, con mucho sentido del humor. Oh, y los dos muy amigos. Oh, y los dos tan queridos como odiados. Oh, y seguramente envidiados…

placeholder Fréderic Beigbeder en el Festival de Cine de Cannes de 2022. REUTERS
Fréderic Beigbeder en el Festival de Cine de Cannes de 2022. REUTERS

Los años pasan y la ortopedia vital ha intoxicado sus vidas. Lo suficiente, al menos, para que ambos, casi cogiditos de la fecha de lanzamiento, se decidieran a publicar en Francia dos textos confesionales (todavía no disponibles en castellano). El Bradley Cooper gabacho se lanza a la piscina de una crítica, mejor dicho una revisión, de sus últimas andanzas en la era del Metoo con Confesiones de un heterosexual ligeramente desorientado. Beigbeder cuenta el asalto de grafitis llamándolo violador que sufrió su casa en 2018, su reciente detox de la farlopa, su estancia en un convento y hasta sus aventuras en una formación militar, antes de revelar que ya no cuenta las fechas antes de Cristo, sino antes de 2017, es decir, antes del caso Harvey Weinstein.

Por su parte, la rockstar más fumadora de las letras galas se abre en un libro sobre los acontecimientos de Unos meses de mi vida (Anagrama publicará su traducción el 5 de julio). Unas convivencias con la polémica durante las cuales amenazó con salir a la luz una película erótica en la que Houellebecq, a diferencia de Samanta en 21 en el porno, no se escondió tras la dirección, sino que se lució frente a las cámaras. El relato escrito de ese periodo nos pone en situación. Desvela los entresijos de la mediática controversia que llenó los medios internacionales con el titular: “La película pornográfica de Michel Houellebecq”.

La ristra de colectivos que ambos autores han enfervorizado incluye feministas, musulmanes, ultraconservadores, abolicionistas, pijos...

Menuda coincidencia más irónica. Dos de los tíos blancos heterosexuales más provocadores de la literatura francesa alumbran sus onanismos personales a la vez. Y, por si fuera poco, ambos cambian su habitual discurso de verdugos sociales para embutirse el traje de víctimas. Así comienzan ambos libros, el de Beigbeder percatándose de que las shit storm de Twitter pueden participar de la vida real, por ejemplo, maquillando su domicilio de insultos enrabietados, y Houellebecq indignado por la falta de honradez que invade a quienes desean explotar su fama convirtiéndolo en el protagonista de un documental de animales.

La ristra de colectivos que ambos autores han enfervorizado desde su aparición me ocuparía aquí lo que resta del artículo. Feministas, musulmanes, ultraconservadores, abolicionistas, pijos jet-set, periodistas, progres, reaccionarios, grupos antitabaco, grupos contra la droga… En fin, que no son pocos quienes babean pensando en darles matarile.

No obstante, como expone Beigbeder a lo largo de su libro, él sólo ha escrito y, como mucho, su mayor actividad política fue declararse contra el proyecto de ley francés que quería multar con 1.500 euros a los clientes de prostitutas, asumiendo que ya se dejaban bastante pasta tontamente y que eso no iba a hacer más que dificultarle la vida a las trabajadoras del sexo. Honestamente, a mí me parece una objeción razonable. Una postura que, al menos en democracia, merece un contraargumento pero no que tus críos se levanten con la puerta de casa llena de pintadas que llaman violador a su padre. Luego el barbas se lanza a la ofensiva durante 140 páginas, a todo esto bien cachondas, en las que se indigna porque descarguen heces sobre él a causa de estos comentarios, pero que se ignoren su denuncia del maltrato infantil en las escuelas católicas (que él mismo experimentó), su defensa a ultranza de la literatura erótica homosexual o sus denuncias durante el caso Strauss-Kahn (el Weinstein francés).

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Michael Houellebecq en una escena del trailer de 'Kirac 27'.

Por otro lado, en su esquina del ring literario, Houellebecq también decide cubrirse las espaldas en algunos asuntos, como la islamofobia o sus malos rollos con Michel Onfray. Pero el ajo de su obra es contextualizar la producción de Kirac 27, la supuesta “película porno de Michel Houellebecq”. En el tráiler de la cinta, se asegura que Houellebecq había declinado por amenazas islamistas un viaje a Marruecos para trajinar con una serie de prostitutas que había contratado su mujer, Qianyum Lysis Li. En vista de semejante fiasco, el cineasta Stefan Ruitenbeek le habría ofrecido al escritor darse el homenaje en Ámsterdam, un regalo que Houellebecq habría correspondido dejándose filmar durante el ñaca ñaca. Spoiler fácil tras la lectura de Unos meses de mi vida: nada de eso es verdad.

Ruitenbeek, a quien Houellebecq se refiere en la obra como La Cucaracha, manipuló al autor para proponerle hacer una porno junto a Jini van Rooijen, a quien Houellebecq se refiere como La Gorrina. Ambos bichos lograron convencer a Houellebecq y su mujer de mantener un affaire sexual delante de las cámaras para la cuenta Onlyfans de la porcina. Bajo la excusa de haber tenido siempre curiosidad por participar en el porno amateur, la pareja acepta. Finalmente, hacen la película pensando que es un gratuito ejercicio de exhibicionismo. Nada más lejos… La historia sigue y todo se enreda más. Houellebecq, quien parece lerdo de las decisiones tan inocentes que toma, acepta otro encuentro en Ámsterdam con Isa Moleman, la chica del tráiler, y que llamará en el libro La Pava. Durante el rendez-vous con La Pava es cuando Houellebecq se empieza a oler algo malo, lo que lleva a que, finalmente, sólo se produzcan unas caricias (las que aparecen en el tráiler) y todo acabe en un desencuentro. A estas explicaciones les siguen otras. Asuntos legales de contratos sin sentido o la verdad sobre el viaje a Marruecos, a donde Houellebecq iba a ir para una charla y acabó arrepintiéndose por una posibilidad de atentado que tuvo en cuenta su editora. Nada de prostitutas, ni mucho menos encargadas por Qianyum Lysis Li.

Beigbeder se la ha jugado más

A grandes rasgos, podemos decir que Unos meses de mi vida es un ajuste de cuentas. Un catálogo de verdades enterradas detrás de un tráiler manipulado para obtener atención internacional. Hay ideas lúcidas, como suele ocurrir en Houellebecq, sobre pornografía, sexo y religión, pero que nadie espere un relato desgarradoramente iluminado sobre la corrupción humana. Aunque, bien visto, sólo con los acontecimientos presentados ya se pueden sacar conclusiones en esa línea. Me cuesta creer que ningún colectivo de los antes citados vaya a lanzarse al cuello de Michel Houellebecq por esta última obra. Al contrario, el tipo ha conseguido ser el damnificado, el bueno tontorrón de la peli del que te compadeces. En cambio, Beigbeder, aunque también expone su sufrimiento… ay, creo que se la ha jugado más.

Sin ir más lejos, las mujeres, gran parte al menos, verán en Beigbeder un gilipollas integral. Podrán aceptar tesis como su visión bestializada del apetito sexual masculino, pero seguramente lo encuentren insufrible. Con suerte para él, un insufrible magnético. Ahora, el feminismo, aquí sin reservas, ni magnético ni leches. No creo que a este colectivo le sienten muy bien las tesis del galo sobre el 3G de Isabelle Adjani, para quien la cortesía masculina es el camino a la obscenidad. Beigbedere, sin cortarse un maravilloso pelo (y no lo digo porque esté de acuerdo), opina que un mundo sin cortesía masculina, el mundo equilibrado de Adjani, implicaría que un hombre no le abra la puerta a una mujer, ni la deje pasar antes, ni le regale flores o joyas, ni le de dos besos, ni la defienda en caso de una agresión, sino que debería ser al revés, el hombre siendo protegido por la mujer. De producirse ese viraje, opina el autor, en diez años hasta la propia Adjani sentiría nostalgia de la obscenidad.

placeholder Isabella Adjani posa en la alfombra roja del Festivalo de Cine de Cannes en mayo de 2022. REUTERS
Isabella Adjani posa en la alfombra roja del Festivalo de Cine de Cannes en mayo de 2022. REUTERS

Luego el tipo comienza a hablar de la heterofobia cultural en Francia y, bueno… es cierto que lanzar pestes de los tíos heteros no te mete en la picota de la ilegalidad (véase Yolanda Diaz y Jorge Javier Vázquez en España), como sí podría ocurrir con la homofobia (ojo, discurso que Beigbeder declara repugnante). El autor ejemplifica su crítica con la obra Apáñatelas con tu violador (Débrouille-toi avec ton violeur), donde una escritora llamada Miaki Ono afirma que toda penetración masculina es una forma de violación. Da igual si es totalmente consentida. Si un pene eyacula, por ejemplo, en la boca de una mujer, se trata de una afirmación de la superioridad masculina que hace de la mujer un simple receptáculo de esperma. Al barbas le resulta inquietante que a nadie le indigne públicamente que se esté asimilando toda heterosexualidad a una violación y, oye, a mí, ¿para qué engañarnos?, pues también me deja bastante pasmado.

Grosso modo, Beigbeder con este libro declara que le gustaría ser ese hombre deconstruido y moderno que ambicionaba de joven, pero que ha acabado católico, militarista y desintoxicado. Houellebecq, por su parte, aclara que sus opiniones respecto al islam no son islamófobas, y que hay que tener mucho ojo con a quien te encomiendas para según qué. Nunca se sabe que animal hay detrás de la careta de persona que llevamos, si uno dócil y honesto, o una cucaracha pestilente. ¡Ah!, y también que aceptar hacer una porno es algo muy delicado…

En definitiva, los dos libros son aperitivos agradablemente indignantes a la lectura de un par de gachos que, como dice Beigbeder, durante mucho tiempo: "vivían la vida como una fiesta; pasados los cincuenta, la vida es el interminable día siguiente a una borrachera". Cada cual con una resaca que los han convertido, aun siendo hombres-blancos-heteros, en víctimas.

Uno tiene la epidermis facial de una iguana ahumada. El otro, se ha cristianizado su atractiva jeta con una barba y un pelo largo de lo más cartujo. El lagarto fumador pasó de ser un ingeniero informático depresivo al escritor francés vivo más vendido. El cristo de ojos claros pasó de estar en la élite de la publicidad francesa a ser su escritor pop por excelencia. Houellebecq, receloso de su privacidad. Beigbeder, animal mediático.

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