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Piscina, antifascismo y 'gin tonic'
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Piscina, antifascismo y 'gin tonic'

La heroicidad instantánea contra una imaginaria regresión al Medievo es digna de estudio

Foto: Manifestacion antifascista en Madrid en 2016. (EFE/Luca Piergiovanni)
Manifestacion antifascista en Madrid en 2016. (EFE/Luca Piergiovanni)

Una concejala de cultura de pueblo ha prohibido una representación teatral. La obra era una versión dramática de Orlando, de Virginia Woolf. Orlando es un señor que se despierta un día convertido en señora. Esto a la concejala de Vox de pueblo le ha parecido un poco fuerte. La Cultura está llena de cosas así, un poco fuertes. Hay un cuento horrible donde un señor se despierta convertido en una cucaracha. Franz Kafka nunca pasará por los teatros de Valdemorillo.

Contra lo que pasa en Valdemorillo tenemos el antifascismo. A mí el antifascismo me hace gracia. Es, a su manera, otro tipo de teatro. Una concejala de Cultura prohíbe cosas culturalmente imprescindibles y universales y mucha gente ve ocasión ahí de convertirse en Juana de Arco. Luchan, se oponen, levantan la voz y la nomenclatura. Luego pasan a los gin tonics.

placeholder Manifestación antifascista en Madrid en 2009. (EFE)
Manifestación antifascista en Madrid en 2009. (EFE)

El tránsito del antifascismo al gin tonic es connatural. Todo emborracha. Hace años, miles de usuarios de Twitter colocaron al lado de su nombre un triangulito rojo de punta que expresaba su odio al fascismo. Por lo que sea, no colocaron otro símbolo legendario que expresara su odio a la pena de muerte, la pederastia o el derecho de pernada. Quizá de todo esto estaban a favor.

Porque no colocar ese triangulito anti-fascista proponía una sospecha inmediata: a lo mejor son fascistas, filofascistas o muy amigos del fascio los que no declaran públicamente que se oponen al fascismo. Antes, cuando el sentido común, no hacía falta gritar lo evidente. Las personas de bien no sentimos la necesidad de hacer pública nuestra simpatía por el código penal entero. Se entiende que mil delitos comunes (matar, violar, robar) nos desagradan y horripilan. Sin embargo, los héroes vivían desaprovechados. Ser héroe no es fácil, tienes que encontrar un enemigo muy grande.

Con el cambio de tercio político, y la llegada de los conservadores, se ha reavivado el antifascismo, es decir, las ganas de la gente de protagonizar alguna épica. Cada día nos topamos en las redes sociales con alguien dispuesto a luchar. Se describe el futuro inmediato como regresivo, el presi habla de volver atrás cinco años, cuarenta años; otros apuntan a que las mujeres se quedarán sin derechos y no habrá aborto ni piscinas. Hay gente seria (críticos literarios) diciendo estas cosas.

placeholder Acto de 'Desinfección antifascista' en 2021 en Vallecas tras un mitin de Vox. (EFE/F. Alvarado)
Acto de 'Desinfección antifascista' en 2021 en Vallecas tras un mitin de Vox. (EFE/F. Alvarado)

Cuesta calcular cuánta vanidad se necesita para declararse antifascista, cuánta vaciedad vital carga uno para no ser otra cosa que un héroe imaginario, cuando puedes ser padre, trabajador, poeta y hasta vegano. Ser vegano es mucho más interesante que ser antifascista. Ser antifascista es como que te has comprado la Guía para sobrevivir a un apocalipsis zombie y te la has creído.

Como la heroicidad se percibe muy competida, algunos echan mano del diccionario. Dejamos de decir "fascismo" y decimos "el Mal"; también decimos "nazismo". Han vetado una obra de teatro en Valdemorillo y han quitado una peli de Bezana (Cantabria). El Mal es exactamente eso: seis millones de muertos en campos de concentración y pequeños municipios españoles donde pasan tonterías.

Luchar es simplemente decir que se lucha, y tuitearlo. Luego, piscina, gin tonic y Netflix

Esta gente, los sedicentes antifascistas, "luchan". Es el verbo motórico que utilizan. Lo cierto es que no se mueven, pues luchar es simplemente decir que se lucha, y tuitearlo. Luego, piscina, gin tonic y Netflix. Es una heroicidad muy cómoda, eso no se puede negar.

Mucha gente que lucha contra el Mal no ha luchado en su puta vida contra nada, no se ha creado un problema directo, no ha denunciado una pequeña irregularidad en su sector laboral, en su empresa, en su periódico, en las películas que ha hecho, en su centro de trabajo; pero el Fascismo, así con mayúsculas, no les da miedo. Es el enemigo que estaban esperando, el único capaz de despertar en ellos la valentía, inencontrable en todo lo demás.

La monótona realidad de la vida es que gobiernan unos y luego gobiernan otros, y entre medias se hace el pan y se muere de cáncer. No se retrocede nunca. Se asiste a payasadas políticas que no le importan a nadie, salvo a la oposición. Es verdad que estamos aprendiendo mucha geografía.

placeholder Santiago Segura en 'El día de la bestia', de Álex de la Iglesia. (Sogepaq)
Santiago Segura en 'El día de la bestia', de Álex de la Iglesia. (Sogepaq)

Cuando llegué a Madrid en los años 90, había mucha violencia, protagonizada por los skin heads. En Segovia veían Telemadrid aterrados, pensando que mandaban a sus hijos, no a estudiar, sino a ser apuñalados en el Metro. Cuando en una escena de El día de la bestia (Álex de la Iglesia, 1995) queman a un mendigo, no es un exceso de guion debido a las inclinaciones por la violencia gratuita de su director. Era el ambiente real de la ciudad. Como recoge Iñaki Domínguez en Macarras interseculares, la gente no se puede creer ahora mismo lo que pasaba en Madrid hace treinta años.

De la entrada de un grupo de skins en el Metro para insultar a un inmigrante, patear a uno que les parecía gay o acosar a un ciudadano elegido a voleo nos quedó un patrón de comportamiento inapelable: nadie hace nada. Nadie en un vagón hace nada por ayudar al agredido o insultado por cuatro o cinco muchachos frenéticos y esvásticos. Nunca.

Tenemos una suerte increíble hoy: miles y miles (y miles) de antifascistas luchando contra los nazis desde la primera línea del frente, gin tonic en mano, piscina al fondo, concejala de cultura cafre a concejala de cultura cafre, sin arredrarse ante ninguna concejalía recóndita y ridícula. Una valentía nunca vista, amigos.

Por favor.

Una concejala de cultura de pueblo ha prohibido una representación teatral. La obra era una versión dramática de Orlando, de Virginia Woolf. Orlando es un señor que se despierta un día convertido en señora. Esto a la concejala de Vox de pueblo le ha parecido un poco fuerte. La Cultura está llena de cosas así, un poco fuertes. Hay un cuento horrible donde un señor se despierta convertido en una cucaracha. Franz Kafka nunca pasará por los teatros de Valdemorillo.

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