¿El espectáculo de la violencia es mejor que la pornografía?
Ana Martínez Muñoz debuta con 'Valencia Roja', una historia truculenta sobre un sádico asesino en el mundo del porno
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Una primera novela se escribe siempre contra tu madre. Es la madre la lectora/censora que el autor debe superar. Escribir es impúdico y solo dando por hecho que tu familia va a avergonzarse de las cosas que escribes puede uno convertirse en escritor. Si no fuera así, todo el mundo debutaría con novelas primaverales sobre amores limpios en mundos imaginarios. O sea, nadie debutaría nunca y estaríamos todavía leyendo a Henry Miller.
Ana Martínez Muñoz ha empezado reventando el pudor con su primera novela, la muy negra y extraordinariamente sucia
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Valencia Roja sigue al pie de la letra la fórmula comercial del noir. Se trata de empezar matando a alguien y acabar diciendo quién lo hizo; de poner entre medias más muertos y un montón de pistas falsas o verdaderas; de ahondar en los personajes policiales diciendo que su vida es un desastre; de mostrar así sea por las puntas los barrios peores de alguna ciudad y de poner muchos diálogos verosímiles y naturales. Todo ello en capítulos cortos que se lean de un trago.
En este sentido, el debut de Ana Martínez Muñoz es bastante bueno, con la prosa justa para contar una historia peliculera (prosa directa, pero bien de prosodia y de pulso), con áreas de descanso para debatir algunos temas de actualidad (el porno, la prostitución, las nuevas tecnologías como educadoras sexuales…) y con esa anomalía que es ubicar una emocionante historia de sangre en algún sitio que no sea Madrid, Barcelona o Nueva York.
Geografía fuera de foco
Mientras que
La Valencia de la novela de Ana Martínez Muñoz es, amén de la ciudad de la autora, un sitio que hay que explicarle a la gente. Cómo se llama tal calle, cuándo se creó tal barrio, por dónde se sale de copas (Ruzafa), dónde se acumula la precariedad y la perdición. "El barrio de Benicalap es un barrio de contrastes (…) Desde que empezaron las expropiaciones en el barrio de Malilla por la construcción del nuevo hospital La Fe y después, con los derribos del Cabanyal, se ha puesto mucho peor".
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La trama en sí me ha parecido muy años 90 (la autora nació en 1982); o sea, muy Seven, Tarantino y Asesinato en 8mm. Tenemos una feria del porno, para empezar, con “glory holes” y sexo en vivo, y también clubs de alterne y menores engañadas y, enseguida, un asesinato ritual bastante estrambótico. Luego vendrá otro asesinato igualmente llamativo (cadáveres masculinos maquillados y torturados y con notitas en las vísceras donde se reproducen frases de mal gusto típicas del porno, que les ahorro). Todo ello conecta con cierta legitimación de la venganza (a mi modo de ver, cuestionable) que emplea la ficción para corregir los males de la sociedad, en la línea, en fin, de
O sea, en la ficción los malos reciben su merecido y además de la forma más cruel posible, y eso se les ofrece a los lectores/espectadores como lo justo y celebrable, algo que no deja de ser una forma de embrutecimiento moral bastante grosera. Recuerden la película que se hizo con el libro de Larsson: como el tipo violó (si no recuerdo mal) a una niña, debemos regocijarnos con que sea minuciosamente torturado y humillado ante nuestros ojos. No sé.
El porno es cultura
Valencia Roja es el nombre de la feria del porno que da comienzo a la novela, y su eslogan reza: "El porno es cultura". La obra dedica algunas páginas a debatir esta arriesgada volubilidad conceptual respecto a lo que podemos entender por cultura. Sin embargo, cabe preguntarse si es peor ver pornografía (a su manera, una ficción del sexo) que violencia extrema (truculentos asesinatos de ficción, por escrito, por ejemplo), o si ambos espectáculos son igual de tóxicos y enfermizos.
Que tampoco lo tengo tan claro, solo pregunto.
Una primera novela se escribe siempre contra tu madre. Es la madre la lectora/censora que el autor debe superar. Escribir es impúdico y solo dando por hecho que tu familia va a avergonzarse de las cosas que escribes puede uno convertirse en escritor. Si no fuera así, todo el mundo debutaría con novelas primaverales sobre amores limpios en mundos imaginarios. O sea, nadie debutaría nunca y estaríamos todavía leyendo a Henry Miller.