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Muertes violentas y extrañas apariciones: estas son algunas de las "maldiciones de Hollywood"
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Muertes violentas y extrañas apariciones: estas son algunas de las "maldiciones de Hollywood"

El ensayo 'Maldiciones y malditos en Hollywood' (Luciérnaga), de Patricia Prida, repasa algunos de los casos que han ayudado a construir la leyenda negra de la meca del cine

Foto: El cartel original rezaba 'Hollywoodland' en los años 20, 30 y 40. Cartel de Hollywoodland sobre 1924. (Getty/Underwood Archives)
El cartel original rezaba 'Hollywoodland' en los años 20, 30 y 40. Cartel de Hollywoodland sobre 1924. (Getty/Underwood Archives)

Al igual que en Los Ángeles hay un Paseo de la Fama, también existen varios cementerios. Alrededor de las tumbas de Judy Garland, Rodolfo Valentino o Cecil B. DeMille, la hierba fresca y recién cortada está salpicada de las sepulturas anónimas de aquellos que estuvieron en el lugar y en el momento, pero que no lo consiguieron. O que sí, pero ya nadie se acuerda de ellos. Caprichos de la celebridad. El reverso de Los Ángeles, "la ciudad de los sueños rotos", parque temático del lujo, el espectáculo y el plástico —de ese que se inyecta—, una picadora de carne joven, un zoco de puticlubs y cabarés al otro lado del valle donde los estudios y las megacorporaciones del audiovisual han levantado sus imperios. A ese lado tenebroso dedica la periodista cántabra Patricia Prida su ensayo Maldiciones y malditos en Hollywood, una recopilación de las muertes y tragedias que han construido la leyenda negra de la meca del cine.

Fue con el nacimiento del siglo XX cuando la zona de ranchos situada a 11 kilómetros al este de la ciudad de Los Ángeles empezó a desarrollarse como terreno urbanizable. En los años 10 del siglo pasado, los primeros pioneros de cine empezaron a asentarse en la ciudad californiana, atraídos por el buen tiempo y las facilidades para fintar a Edison y sus patentes, que intentaba controlar y sacar partida del uso de sus inventos —o no necesariamente suyos, sino similares—. Uno de los primeros cineastas en rodar en Los Ángeles fue ni más ni menos que D. W. Griffith, el padre del cine documental.

Fue en 1923 cuando, para publicitar una nueva promoción urbanística, el constructor H. J. Whitley levantó en las faldas del Monte Lee —curiosamente al lado del Parque Griffith— un letrero que originalmente rezaba Hollywoodland. La primera maldición de la que habla el libro de Prida tiene como escenario la localización de este símbolo: en 1932, una joven galesa aspirante a actriz llamada Peg Entwistle se lanzó al vacío desde una de las letras del cartel.

Entwistle resume la historia de la construcción de Estados Unidos: chica joven emigra de Reino Unido a Estados Unidos en busca de fortuna. En su caso particular, su padre, director de escena en Broadway, muere repentinamente, lo que la obliga a probar suerte en la emergente industria del cine, en California, Después de un matrimonio, fallido consigue protagonizar junto a Humphrey Bogart una obra de teatro y ficha por la RKO, uno de los estudios más importantes del momento: las puertas del olimpo por fin se entornaban. La RKO le dio el trabajo que supuestamente la consagraría como uno de los rostros a seguir en la superproducción Trece mujeres, un drama esotérico en el que el suicidio está muy presente en la trama. Pero, como ocurre muchas veces, el montador metió la tijera y dejó el papel de Entwistle en los huesos. A partir de ahí, la actriz se subió al tobogán del alcohol y la depresión, según cuenta la autora.

placeholder La actriz Peg Entwistle en 1932. (Alamy/Archivo GBB)
La actriz Peg Entwistle en 1932. (Alamy/Archivo GBB)

"La tarde-noche del 16 de septiembre de 1932, Peg se arregló con esmero, le dijo a su tío que iba a ver unos amigos y salió de casa... por última vez". Al día siguiente encontraron su cuerpo a los pies de la letra hache y, a su vera, una nota de suicidio que rezaba: "Tengo miedo. Soy una cobarde. Lo siento mucho. De haberlo hecho antes hubiera evitado mucho dolor". Casi un siglo después, Entwistle se ha convertido en la protagonista de avistamientos espectrales y en la pionera de una serie de muertes al más puro estilo Hollywood, con mucha puesta en escena. Cuentan las leyendas urbanas que, en varias ocasiones, excursionistas al cartel de Hollywood se han "topado" con el fantasma de una mujer joven vestida de blanco que podría ser el alma errante de la actriz. Ya saben, hay que echarle espectáculo a las habladurías.

Otros de los casos que repasa el libro es el de Elizabeth Short, la Dalia Negra, que protagonizó la novela homónima de James Ellroy. El cadáver mutilado de Short apareció el 15 de enero de 1947 en un parque, con las piernas seccionadas del cuerpo y las comisuras de la boca rajadas. El caso conmocionó a Los Ángeles por lo sangriento de la escena del crimen, pero también por el misterio en torno a la figura de Short. No tenía trabajo ni gente que realmente la conociese y se inventaba gran parte de los pasajes de su vida. Se especuló con varios posibles autores de su asesinato, pero nunca se encontró al culpable. Pero, en 1999, un detective de homicidios retirado, Steve Hodel, limpiando la casa de su padre recién fallecido, encontró pruebas que sugerían que su padre, George Hodel —que era médico y tenía conocimientos de cómo llevar a cabo amputaciones—, podría ser el asesino de Short. Y de muchas más...

Maldiciones y malditos de Hollywood también recuerda la muerte de algunas de las estrellas más importantes de su momento, como Linda Darnell, estrella de los años 40, con una vida marcada por un tortuoso romance con el todopoderoso Darryl Zanuck y también con el alcohol, que acabó abrasada en casa de una amiga por un cigarrillo mal apagado, dicen. O William Holden, al que su adicción al alcohol también le llevó a la tumba: en una borrachera se resbaló con la alfombra, se dio un golpe en la cabeza con la mesilla de noche y se desangró. O el accidente en el que perdió la vida Jayne Mansfield, la Marilyn Monroe kitsch, vinculada a la iglesia satánica de Anton LaVey: la actriz acabó decapitada al empotrarse su coche contra un camión.

placeholder Elizabeth Short en 1947. (Wikipedia/Los Angeles Police Department)
Elizabeth Short en 1947. (Wikipedia/Los Angeles Police Department)

Por último, Prida repasa someramente algunos proyectos malditos que involucraron muertes, como los rodajes de Atuk o en Los límites de la realidad. Maldiciones y malditos de Hollywood no descubre nada nuevo y relata estas anécdotas macabras de una forma un tanto superficial, pero es un libro que se lee rápido y sirve de puerta de entrada para aquellos que se acerquen por primera vez al reverso morboso de la fama. En Hollywood Boulevard, a pocas manzanas del Paseo de la Fama, existía hasta la pandemia el Museo de la Muerte de Los Ángeles, que guardaba una colección en la que se podían encontrar fotos de la autopsia de la Dalia Negra, la cabeza cercenada del asesino en serie francés Henri Landru o las cartas de amor que recibieron en la cárcel Charles Manson y Richard Ramírez, entre otros.

Las sombras de la soleada California.

Al igual que en Los Ángeles hay un Paseo de la Fama, también existen varios cementerios. Alrededor de las tumbas de Judy Garland, Rodolfo Valentino o Cecil B. DeMille, la hierba fresca y recién cortada está salpicada de las sepulturas anónimas de aquellos que estuvieron en el lugar y en el momento, pero que no lo consiguieron. O que sí, pero ya nadie se acuerda de ellos. Caprichos de la celebridad. El reverso de Los Ángeles, "la ciudad de los sueños rotos", parque temático del lujo, el espectáculo y el plástico —de ese que se inyecta—, una picadora de carne joven, un zoco de puticlubs y cabarés al otro lado del valle donde los estudios y las megacorporaciones del audiovisual han levantado sus imperios. A ese lado tenebroso dedica la periodista cántabra Patricia Prida su ensayo Maldiciones y malditos en Hollywood, una recopilación de las muertes y tragedias que han construido la leyenda negra de la meca del cine.

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