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Cómo elegimos pareja (y en qué nos solemos equivocar)
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LA EVOLUCIÓN DEL CORTEJO AMOROSO

Cómo elegimos pareja (y en qué nos solemos equivocar)

Henry Landrú fue un seductor que captó con lucidez qué buscaban las mujeres a las que quería conquistar. A finales del siglo XIX, las viudas de

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Cómo elegimos pareja (y en qué nos solemos equivocar)

Henry Landrú fue un seductor que captó con lucidez qué buscaban las mujeres a las que quería conquistar. A finales del siglo XIX, las viudas de cierta edad -su “público”- se sentían atraídas por los caballeros respetables. Para detectarlos, usaban parámetros que ellas consideraban como infalibles: el atractivo físico, la elegancia en el vestir, el porte en la gesticulación o la elección de temas de conversación apropiados (no incluir, por ejemplo, sexo o dinero).

Este personaje aprendió a pasar holgadamente todas esas pruebas. A pesar de ser una persona rácana y con tendencias morbosas hacia la sangre y las vísceras, consiguió la apariencia de un buen caballero. Gracias a eso, sedujo a cientos de mujeres. A una decena de ellas las asesinó con el único fin de quitarles sus –a veces paupérrimos– ahorros. Su encanto era tan notable que, cuando se le juzgó a principios de los años veinte, las crónicas de la época olvidaban la brutalidad de sus crímenes para centrarse en su forma de vestir y en su cautivadora conversación. De hecho, en las películas que le han dedicado –directores tan conocidos como Charles Chaplin o Claude Chabrol– el personaje sigue siendo tratado como un individuo galante y cautivador a pesar de su mugrienta vida de asesino usurero.

Decididamente, nuestra forma de enamorarnos excluye parámetros que creemos importantes e incluye otros de los que no somos conscientes e influyen decisivamente. Uno de estos factores inconscientes es la belleza. Aristóteles (un filósofo que solía poner el dedo en la llaga) decía que “la belleza física valía más que cualquier carta de presentación”. Hay muchas investigaciones acerca de la influencia de esa variable a la hora de ser objeto de preferencia de los demás. El psicólogo canadiense Michael Efran, de la Universidad de Toronto, por ejemplo, ha hecho muchos experimentos que muestran que éste es un factor fundamental a la hora de decidir si prestamos atención a alguien. Todos ofrecen el mismo resultado: estamos mejor predispuestos hacia los más guapos, pero no somos conscientes del influjo que tiene el atractivo.

Los patrones que guían nuestra elección

Desde las pioneras teorías de Desmond Morris hasta los escritos recientes de David M. Buss ha habido muchos científicos que afirman que nuestra selección está guiada por patrones (hombres musculosos y grandes, mujeres con caderas amplias y pechos grandes) que aumentan la posibilidad de que nuestros genes se reproduzcan. Desde ese punto de vista, la razón por la que la belleza es tan importante parece clara: elegimos determinados rasgos (simetría, piel sin imperfecciones, etc.) porque si la persona los posee hay más probabilidades de que esté sana y sea una buena apuesta a la hora de mezclar nuestros genes.Nuestra forma de enamorarnos excluye parámetros que creemos importantes e incluye otros de los que no somos conscientes e influyen decisivamente

Pero la supuesta homogeneidad que predeciríamos si todos eligiéramos a personas que nos resulten guapas se diluye, sin embargo, cuando vemos lo que realmente ocurre: hay millones de personas enamoradas de millones de hombres y mujeres que difícilmente podrían ser catalogados como tal.  Los factores cognitivos entran aquí en juego.

Uno de ellos es la “etiqueta” que le ponemos al futuro de nuestra relación. En una investigación dirigida por la psicóloga Lynda Boothroyd se mostraba que los seres humanos predecimos, a partir de una fotografía, si la persona retratada es un buen candidato para una aventura de una noche o si solo estaría interesado en una relación más seria. Pues bien: los participantes en el experimento encontraban más atractiva a la persona que preveían que podía satisfacer sus expectativas. Es decir: aquellos que buscaban compromiso amoroso evaluaban como más guapos a los que “tenían pinta de buscar algo duradero” y aquellos que preferían algo puntual puntuaban más alto el aspecto físico de los que veían como “posibles candidatos a un rollo de una noche”.

Este sesgo forma parte de una propensión general de los seres humanos que el psicólogo Peter Watson denominaba “Tendencia a la autoconfirmación”. Insistimos en buscar datos que confirmen nuestras ideas y pocas veces atendemos a los hechos que las refutan para no tener que revisar continuamente nuestros juicios.

Las almas gemelas

Esto ocurre también con los parámetros que utilizamos para saber si una persona responde a nuestras expectativas amorosas: “Es muy recatada vistiendo: estoy seguro de que nunca tendría una aventura con otro”, “Este chico no habla casi nunca de sexo y, además, nunca dice groserías: es que es muy espiritual”, “Baila muy bien: seguro que en la cama también se mueve estupendamente”… Los seres humanos necesitamos sensación de control y establecer asociaciones supuestas entre rasgos visibles y otros que necesitamos inferir nos ayuda a obtenerla. Es lo que, a partir de las investigaciones de Solomon Asch, se denomina “Teorías Implícitas de Personalidad”: creemos que ciertos rasgos aparecen siempre unidos y, a partir de ahí, podemos pensar que conocemos a los demás aunque solo nos muestren lo que ellos quieren que veamos.Aquellos que buscaban compromiso amoroso evaluaban como más guapos a los que tenían pinta de buscar algo duradero

Nos olvidamos de las veces que estos criterios han fallado, recordamos las pocas veces que han funcionado… y nos dirigimos directamente al siguiente error. Si alguien, por ejemplo, cree que cada vez que encuentra a una persona con quien comparte gustos (musicales, cinematográficos, literarios…) ha dado con un alma gemela, intentará reafirmar una y otra vez su hipótesis. Olvidará, por supuesto, que hay una inmensa cantidad de gente con la que tiene afinidades culturales… y una total incompatibilidad de caracteres.

Y, además, olvidará que los otros también comparten con nosotros estas Teorías Implícitas y pueden utilizarlas para fingir -como Landrú- ser lo que no son. Si una mujer quiere pasar por puritana sabe que tiene que vestir pudorosamente, los hombres que quieren disimular su obsesión sexual aprenden a hablar de forma delicada, las personas que quieren seducir con la promesa de ser grandes amantes se apuntan a cursos de baile… y todos, cuando nos queremos ofrecer como candidatos a alma gemela, decimos que nos encantan los mismos grupos musicales que a la persona a la que queremos seducir.

Otra de las cuestiones que nos hace diferentes a los seres humanos a la hora de “hacer el casting” es la importancia que le damos a cada uno de nuestros sentidos a la hora de decidir nuestras preferencias sexuales. El atractivo del que se habla en los experimentos de Michael Efran es el visual. Pero dentro de este tipo de percepción de los demás, las variaciones son enormes.

Un reciente estudio del Instituto de Tecnología de Massachussets acerca de la parte del cuerpo hacia la que más miramos para decidir el atractivo erótico reflejaba esa diversidad. En lo que más se fijaban un cierto tanto por ciento de mujeres era en el aspecto físico general, para otro tanto por ciento similar lo más importante eran los ojos, en otras, la estatura, otras los hombros, otras el cabello, otras el trasero… Y lo mismo en los hombres: la estatura, los ojos, los senos, el cabello y el culo atraen con fuerza similar su mirada. En resumen: una gran cantidad de factores que se mezclan con un peso diferente en la puntuación final y explican nuestra diversidad de criterios estéticos.

Pero el ser humano es seducido también a través de los otros sentidos. Se investiga mucho últimamente, por ejemplo, el olfato, quizás por ser el sentido más primario. A través de éste nos llegan nuestras primeras sensaciones y, de hecho, la memoria olfativa es la que más directamente se asocia a lo visceral. De hecho, según muchos antropólogos, seguimos besándonos para olernos civilizadamente, porque el olor de una persona sigue consiguiendo poner en marcha todo nuestro organismo.Muchas personas se excitan con el olor del pecho o del aliento de su amado

La heterogeneidad de gustos humana se explica en parte por la importancia del olfato. Una reciente encuesta realizada por la doctora Ingebore Ebberfeld, de la Universidad de Bremen, encontraba una enorme variedad de gustos olfativos. Muchas personas se excitan con el olor del pecho o del aliento de su amado. Pero es que además, una gran cantidad de interrogados (23’1%) manifiestan que les atrae eróticamente el olor de las axilas, bastantes más (31’9%) los efluvios del pene y más aún (43’4%) los de la vagina. Incluso otras zonas corporales (como los pies) gozan de catadores olorosos. La citada investigación reflejaba también diferencias de género como base de esa heterogeneidad: a las mujeres, por ejemplo, les atrae más el perfume post-coito: un 26% reconocen sentirse muy excitadas con la mezcla de aromas que caracteriza la consumación de un acto sexual.

La evolución de los criterios selectivos

Para complicar más aún el mosaico de nuestra selección sexual y proporcionar más variedad de opciones, las últimas investigaciones nos hablan de la importancia del momento personal o de la situación en la que estemos inmersos. David Schmidt, por ejemplo, nos recuerda que hay diversos estudios que muestran que las mujeres son más propensas a tener aventuras mientras están ovulando y que, en ese momento, prefieren a hombres de rasgos más masculinos y simétricos (indicadores de mejor salud y genes más competitivos). Sin embargo, el resto del tiempo, eligen como más atractivos a hombres con aspecto “más familiar”. Esto se debe, según este investigador, a que las mujeres tienen una “doble estrategia” que consiste en tener una pareja más comprometida que ayudará a la crianza, (aunque su aspecto indique peor dotación genética) y optar, de vez en cuando, por la mejora en momentos puntuales de la ovulación. El alto porcentaje de embarazos después de aventuras puntuales extramatrimoniales parece que le da la razón.El poder económico de la mujer implica mayor número de parejas y más atractivo

¿Hacia dónde irá el futuro? Muchas de las variables que usamos (de forma inconsciente) hoy en día han sido seleccionadas por la evolución para responder a determinadas circunstancias ambientales. A medida que éstas cambian, adaptaremos nuestros criterios. Por ejemplo, la necesidad femenina de una persona que ayude en la crianza puede ser cada vez menos apremiante. Y quizás por eso, en una reciente investigación la profesora Fhionna Moore, de la Universidad de Sant Andrews, encuentra que cada vez es más importante el estatus femenino: el poder económico de la mujer implica mayor número de parejas y más atractivo. Quizás en un mundo futuro, una madre que pueda sacar adelante a sus hijos de forma individual será un valor en alza.

Y por supuesto, no se puede acabar sin recordar el factor que explica muchos de nuestros “desastres”: el enamoramiento inhibe nuestra capacidad para razonar analíticamente. A los seres humanos, en general, nos gustan las certezas sobre los demás (Cesare Pavese, “el arte de vivir consiste en el arte de aprender a creer en las mentiras”) y el amor nos exige que aceleremos ese proceso para conseguirlas lo antes posible. Los Estafadores Emocionales se aprovechan de este estado. Cuando amamos, queremos que la vida de la otra persona haya comenzado cuando nos conoció… Y por eso no hacemos preguntas del tipo de “¿Por qué rompiste con tu última pareja?” o ”¿qué opinas de tus ex?” que tanto nos ayudarían a conocer a la otra persona.

Cuando estamos enamorándonos, tampoco queremos saber qué opina el otro realmente de ciertas características nuestras y si pretende cambiarlas: el realismo hacia el futuro no cabe en el amor primero. Por otra parte, la persona amada existe únicamente cuando está con nosotros: nadie pregunta cómo es esa persona cuando el individuo que se ha enamorado de ella no está delante. Y además, cuando amamos, el otro se convierte en parte de nosotros: sospechar que nos miente sería esquizofrénico, algo similar a creer que nos estamos estafando a nosotros mismos.

Y es que lo decían en American Beauty: “Nunca hay que menospreciar el poder del autoengaño”.

Henry Landrú fue un seductor que captó con lucidez qué buscaban las mujeres a las que quería conquistar. A finales del siglo XIX, las viudas de cierta edad -su “público”- se sentían atraídas por los caballeros respetables. Para detectarlos, usaban parámetros que ellas consideraban como infalibles: el atractivo físico, la elegancia en el vestir, el porte en la gesticulación o la elección de temas de conversación apropiados (no incluir, por ejemplo, sexo o dinero).