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¿Qué es 'Todo a la vez en todas partes', quiénes son los Daniels y por qué pueden arrasar en los Oscar?
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95ª EDICIÓN DE LOS PREMIOS DE HOLLYWOOD

¿Qué es 'Todo a la vez en todas partes', quiénes son los Daniels y por qué pueden arrasar en los Oscar?

A medida que se acerca la 95ª edición de los Oscar —que se celebra en la madrugada del domingo al lunes—, el nombre de los Daniels suena con fuerza para dar el campanazo

Foto: Michelle Yeoh es Evelyn Wang en 'Todo a la vez en todas partes'. (YouPlanet)
Michelle Yeoh es Evelyn Wang en 'Todo a la vez en todas partes'. (YouPlanet)

Si en España tenemos a los Javis, en Estados Unidos tienen a los Daniels, aunque en el segundo caso la pareja artística se limita al ámbito profesional. Hasta 2016, los Daniels —los directores Dan Kwan y Daniel Scheinert— eran unos desconocidos más allá de la industria del videoclip, donde ya empezaban a despuntar con nominaciones a los Grammy y a los MTV Awards. Su ópera prima, Swiss Army Man (2016), en la que Daniel Radcliffe —Harry Potter para el común denominador— interpreta a un cadáver flatulento, ganó el premio principal del Festival de Sitges y el premio a mejor dirección en Sundance.

Cuando en marzo de 2022 estrenaron su segundo largo, Todo a la vez en todas partes, un desbarre de comedia, kung-fu y ciencia ficción, los Daniels seguían siendo desconocidos para la mayoría de los mortales. Y hoy, a menos de una semana para la ceremonia de la 95ª edición de los Oscar, en la que optan a 11 estatuillas, siguen siendo unos desconocidos —quizás algo menos— y, desde luego, los más novatos de los que compiten en la categoría de mejor película. Quien sabe si el próximo domingo, cuando intenten recorrer la alfombra roja, les echen a gorrazos como a simples guionistas, con su aspecto de empollones de primera fila de la clase.

Foto: Jamie Lee Curtis y Michelle Yeoh, en 'Todo a la vez en todas partes'. (YouPlanet)

Si cualquiera hubiese dado por ganadora a Todo a la vez en todas partes en las quinielas hace un mes lo hubieran tachado de demente. Una película muy de nicho —muy friki, para entendernos—, producida por el gigante del indie A24, con unos directores sin mucha experiencia ni peso en Hollywood, con actores medianamente conocidos, pero no estrellas, y un presupuesto de 25 millones —que es alto para una película independiente, pero que parece poco una vez visto cómo se ha exprimido—, con un lenguaje autorreferencial y una narrativa metacinematográfica que puede dejar fuera al público más clásico. Una película más dirigida, en un principio, al público de YouTube que al público de Ciudadano Kane. No es raro que en España la haya distribuido YouPlanet, la agencia de influencers, creación y producción de contenido digital. Una apuesta difícil.

En apenas dos largometrajes —y más de una decena de videoclips—, los Daniels han demostrado tener una firma muy particular y reconocible, un tipo de cine joven y descarado que no tiene miedo de mezclar géneros, reconocer referencias y homenajear a sus influencias. Los que de adolescentes en los primeros dos mil fueron carne de videoclub ahora mandan detrás de las cámaras y demuestran que en su cabeza conviven en igualdad de condiciones clásicos del cine de artes marciales hongkonés de los sesenta y setenta —Chang Cheh, por ejemplo— con las imágenes rabiosas y espídicas de la publicidad de los noventa, la MTV o la narración y la construcción de personajes salidos del cómic.

Los Daniels se conocieron en la escuela de cine. Scheinert estaba más interesado en la comedia y la improvisación, mientras que Kwan prefería la animación. "Al principio no nos llevábamos bien", cuenta Kwan en una entrevista para Filmmaker Magazine. "Pero los dos teníamos una actitud rebelde frente a la vida y hacíamos los proyectos más perversos". Efectivamente, el cine de los Daniels tiene esa frescura salida de la desvergüenza, de la falta de miedo al ridículo. Por eso el gran valor de sus (dos) películas es su capacidad de transformar algo que han tomado prestado de muchas otras y convertirlo en algo que parece nuevo. Son Tarantino multiplicado por dos y pasado por la minipímer de la postpostmodernidad.

Y eso se ve claramente en el reparto de Todo a la vez en todas partes. Ahí encontramos las (cine)filias de sus directores. Michelle Yeoh, conocida en Occidente por Tigre y dragón; Ke Huy Quan, el antiguo niño prodigio que interpretó a Tapón en Indiana Jones y el templo maldito (1984) y a Data en Los Goonies (1985) y que se ha pasado veinte años alejado de las cámaras, y Jamie Lee Curtis como una de las villanas más terroríficas de la historia del cine: una funcionaria de Hacienda muy diligente.

Pocas opciones habría para Todo a la vez en todas partes en un año normal y, menos aún (a priori), en un año en el que Spielberg presenta la historia de su vida, Los Fabelman, y quiere, desea, necesita el Oscar para reivindicarla. Ya se sabe que, en este tipo de premios, pesa mucho el lobbismo, las campañas de adhesión y los amiguismos. Y es difícil encontrar a alguien con más poder en Hollywood que el creador del blockbuster moderno.

placeholder Daniel Kwan y Daniel Scheinert, en los Independent Spirit Awards el 4 de marzo. (Reuters)
Daniel Kwan y Daniel Scheinert, en los Independent Spirit Awards el 4 de marzo. (Reuters)

Pero antes de los Oscar, los sindicatos de cada gremio de Hollywood guionistas, productores, actores, directores y demás celebran sus propios premios, que suelen tomarse como termómetro de lo que sucederá la gran noche. Hace 10 años, Argo (2012), de Ben Affleck, ganó los premios de los cuatro sindicatos. Y se hizo con el Oscar. Lo mismo ocurrió con Slumdog Millionaire (2008), de Danny Boyle, No es país para viejos (2007), de los Coen y American Beauty (1999), de Sam Mendes. Y se hicieron con el Oscar. Lo que tiene sentido, porque son (casi) los mismos votantes que en los premios de la Academia de Hollywood, sólo que separados por departamentos. Y este año la vencedora en cada una de las cuatro ceremonias —y de algunas más de gremios con menos peso— ha sido Todo a la vez en todas partes. Las votaciones de los académicos de los Oscar tuvieron lugar el pasado 2 de marzo y ya no da tiempo a que el clima de voto cambie demasiado, pero ¿quién sabe?

En algún momento también sonó como favorita Sin novedad en el frente, la gran épica antibelicista alemana basada en la novela homónima de Erich Maria Remarque. Nominado a nueve Oscar, el filme, que narra las vivencias de un joven voluntario alemán en la Primera Guerra Mundial, empezó a destacarse entre el resto de títulos que optan a mejor película —todos estadounidenses—. Pero aunque Hollywood pudiese aceptar la alemanidad del ganador —sobre todo después del caso de Parásitos, del surcoreano Bong Joon-ho—, es más difícil que le perdone ser un producto de Netflix, el enemigo a batir por los clásicos y los grandes estudios. Abrirle la puerta a Netflix significaría —y significará, cuando ocurra— reconocer la derrota.

Si gana Todo a la vez en todas partes, lo que cada día que pasa parece un poco más probable, será la demostración del cambio que está viviendo la Academia de Hollywood. Después del #MeToo y del #OscarsSoWhite, la principal industria del cine occidental ha acometido una renovación que ha tenido que ver, principalmente, con la composición de sus miembros. En busca de una mayor diversidad, la Academia ha invitado a formar parte a más mujeres —querían doblar la cifra que existía en 2016—, más extranjeros y gente más joven. Siete años atrás, decidieron que la membresía con capacidad de voto se renovará cada 10 años sólo si la persona ha seguido trabajando en la industria del cine, lo que merma el peso del voto conservador.

placeholder Fotograma donde aparecen Stephanie Hsu, Michelle Yeoh y Ke Huy Quan. (A24)
Fotograma donde aparecen Stephanie Hsu, Michelle Yeoh y Ke Huy Quan. (A24)

Mientras que películas como Los Fabelman, Sin novedad en el frente, Tár, Top Gun: Maverick o Almas perdidas en Inisherin pueden ser más del gusto de los académicos más clásicos, títulos como Todo a la vez en todas partes, Elvis, Avatar o El triángulo de la tristeza deberían arrastrar a los votantes más jóvenes. Ellas hablan, de Sarah Polley, es la única nominada dirigida por una mujer, pero es la más desconocida del grupo y, probablemente, sus votos sean residuales.

La victoria de Todo a la vez en todas partes frente a Los Fabelman significará que los hijos del nuevo Hollywood ya no son tan nuevos y que, gracias a esta atomización, a las redes sociales, a la descentralización de las voces opinadoras, el cine de nicho puede llegar a lo más alto. Y que la hegemonía del drama ha pasado. Todo a la vez en todas partes es un canto al exceso. Es una película complejísima en su acometimiento, un ejercicio formal y de impresionismo sorprendente, pero que debajo esconde poco más que una reivindicación del disfrute por el disfrute. No hay un campo de minas político ni una revelación sesuda sobre la condición humana; hay política —la que sufren sus personajes, inmigrantes chinos en Estados Unidos—, pero no hay un discurso enrevesado, más allá del "debemos llevarnos bien, porque al final hay más cosas que nos unen que las que nos separan". O algo así.

Pero ¿de qué trata Todo a la vez en todas partes? Si, como cantaban Astrud, hay un hombre en España que lo hace todo, en Estados Unidos este hombre es una mujer. Una mujer de origen chino. Evelyn Wang (Michelle Yeoh) regenta una lavandería en Los Ángeles. Tiene a su cuidado a un padre anciano, a una hija díscola (Stephanie Hsu), debe atender a los clientes, solucionar los conflictos familiares, llevar la contabilidad del negocio y mil cosas más. Su marido (Ke Huy Qwan) va a pedirle el divorcio. Y ahora una funcionaria de Hacienda (Jamie Lee Curtis) le informa de que le van a hacer una inspección. Evelyn está a punto de petar —la RAE me ampara en el uso de este término—.

placeholder Otro momento de 'Todo a la vez en todas partes'. (A24)
Otro momento de 'Todo a la vez en todas partes'. (A24)

Y en un momento de crisis, en medio de la oficina de Hacienda, toda su realidad se transforma. Y le informan de que ella y sólo ella puede salvar el multiverso de la destrucción. Una fuerza maligna está acabando uno a uno con todos los mundos paralelos y sólo la Evelyn de este universo puede enfrentarse a ella. Y lo hará pegando patadas voladoras, utilizando explosivos y saltando de una realidad a otra de las maneras más ingeniosas, al tiempo que intenta salvar a su familia y su negocio.

Es difícil ganar a esta propuesta en originalidad, pero Hollywood lleva años aplaudiendo remakes y adaptaciones, con lo que la originalidad no parece que sea un valor indiscutible para la Academia. Veremos si otros como el ingenio, la habilidad para coordinar una dirección y un montaje tan complejos como los de esta película y las ganas de volver a un cine espectáculo convencen a una mayoría. El domingo más bien en la madrugada del lunes lo sabremos.

Si en España tenemos a los Javis, en Estados Unidos tienen a los Daniels, aunque en el segundo caso la pareja artística se limita al ámbito profesional. Hasta 2016, los Daniels —los directores Dan Kwan y Daniel Scheinert— eran unos desconocidos más allá de la industria del videoclip, donde ya empezaban a despuntar con nominaciones a los Grammy y a los MTV Awards. Su ópera prima, Swiss Army Man (2016), en la que Daniel Radcliffe —Harry Potter para el común denominador— interpreta a un cadáver flatulento, ganó el premio principal del Festival de Sitges y el premio a mejor dirección en Sundance.

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