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'Los Fabelman': Spielberg rueda la gran película de su infancia, pero no le sale redonda
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'Los Fabelman': Spielberg rueda la gran película de su infancia, pero no le sale redonda

Fue una de las ganadoras de los Globos de Oro y compite en siete categorías en los Oscar 2023, pero la última película del padre del 'blockbuster' de autor no llega a la altura de sus mejores trabajos

Foto: Gabriel LaBelle es Sammy Fabelman, el 'alter ego' de Spielberg (Universal)
Gabriel LaBelle es Sammy Fabelman, el 'alter ego' de Spielberg (Universal)

Todos quieren su 8 y 1/2. En este momento de incansable autorreferencialidad y cuando nadie quiere ser menos que Fellini, parece que los grandes directores se han puesto de acuerdo para llevar al cine sus propias biografías. La Roma (2018) de Cuarón abrió una veda, amplificada quizá por la epifanía colectiva que ha acompañado la pandemia del covid, a la que se han ido sumando Almodóvar (Dolor y gloria, 2019), Sorrentino (Fue la mano de Dios, 2021), Linklater (Apolo 10 y 1/2, 2022) o Iñárritu (Bardo, 2022).

Autobiografías más o menos explícitas, con más o menos margen para la fantasía, pero que parten de un impulso común: la necesidad de contar ese primer beso de ese primer y único amor que es el cine. Ahora le toca el turno al hombre que inventó el blockbuster, al gran pope de Hollywood: Steven Spielberg con Los Fabelman, su propio relato de ese primer polvo adolescente con la pantalla de un cine, la historia de una familia judía de clase media en los Estados Unidos de los años cincuenta, en esa época de bonanza y optimismo que siguió a la Segunda Guerra Mundial. Con esta película, Spielberg opta a siete premios Oscar: mejor actor de reparto para Judd Hirsch, mejor actriz principal para Michelle Williams, mejor dirección, mejor banda sonora, mejor diseño de producción, mejor guion original y mejor película.

Spielberg ha elegido al clan Fabelman como trasunto de su propia familia. Su madre, Leah Adler, es Mitzi Fabelman (Michelle Williams), un ama de casa con inclinaciones artísticas que apartó su ambición de convertirse en pianista profesional para criar a sus cuatro hijos. Su padre, Arnold Spielberg, es Burt Fabelman (Paul Dano), un ingeniero informático pionero en el balbuciente sector de los ordenadores. En este contexto se cría Sammy (Gabriel LaBelle), el alter ego del director, un niño más bien apocado que desde la infancia vive en un tira y afloja entre esas dos pulsiones que representan sus padres —el arte y la tecnología, el sentimiento y el racionalismo—, que a veces confluyen y a veces se repelen. Es precisamente esa dualidad la que ha marcado el carácter de Spielberg como cineasta, siempre interesado en el uso de la vanguardia tecnológica en el cine y siempre con una ambición autoral y una habilidad difícilmente igualable para apelar a las emociones más universales de la forma más accesible para el público.

placeholder Paul Dano y Michelle Williams interpretan a los padres del director. (Universal)
Paul Dano y Michelle Williams interpretan a los padres del director. (Universal)

Spielberg se centra, sobre todo, en la intimidad de su familia. Se echa de menos cierto contexto, más allá de las pinceladas laterales en las que se intuye esa clase media pujante, muchos de ellos inmigrantes europeos de segunda y tercera generación, que cambiaron un pasado de pobreza por un futuro de adosado, ranchera y lavadora. No hay una mirada social, de contexto, sino que el director —que ha coescrito el guion con Tony Kushner— se limita a las paredes de su casa y a los pasillos del instituto, poco más. Lo que sí toca Spielberg es el antisemitismo instalado en gran parte de la sociedad americana —un detalle que el relato de país ganador de la guerra ha tratado de obviar— y que hace que Sammy sufra bullying en el colegio y encuentre en el cine su principal vía de expresión.

Pero Los Fabelman se centra, sobre todo, en un episodio traumático que marcará la infancia del protagonista, más allá de las múltiples mudanzas de la familia debido al trabajo del padre, y esa es la relación entre Mitzi y Burt. Spielberg demuestra a la vez su predilección por la figura materna y, en el personaje de Sammy, quizás por ello, una mayor decepción, una mirada más dura hacia una mujer atrapada en una vida que no la satisface y en un rol de madre y esposa en el que no puede contener una vitalidad desbordante. En cierta manera, Los Fabelman parece un intento de redención o de disculpa por ese juicio personal y colectivo a una mujer (unas mujeres) que hipotecó sus aspiraciones por las de sus hijos. También con el personaje de Benny Loewy (Seth Rogen), un amigo cercano de la familia que también tendrá relación con los primeros pasos de Sammy como cineasta.

placeholder Gabriel LaBelle interpreta a Sammy Fabelman. (Universal)
Gabriel LaBelle interpreta a Sammy Fabelman. (Universal)

En cierta manera, Los Fabelman reparte el protagonismo entre Mitzi y Sammy. Mientras Mitzie va adentrándose en una depresión al verse obligada a reprimir sus deseos por el bienestar de su familia, Sammy encuentra en el cine ese medio de comunicación con el mundo. El de Sammy es un ejemplo de superación que tanto gusta al discurso yanqui, el de un niño retraído y solitario que hace de su pasión su carrera y que triunfa —un final que completa fuera de cámara la biografía del director— en una sociedad que, a priori, lo desprecia. El único momento en el que Spielberg parece dejarse llevar es la escena final, en la que recrea el primer encuentro del protagonista con su gran ídolo. Y la elección del actor que interpreta a ese ídolo —no quisiera hacer más spoiler— es uno de los grandes hallazgos de la película, que acaba en alto.

La honestidad de Spielberg en la presentación de Sammy hace que este caiga incluso mal a ratos. Es de agradecer cuando muchos otros directores se dibujan a sí mismos como niños prodigio con cualidades cuasidivinas. Sin embargo, Spielberg no consigue dotar de una muy necesaria ligereza a este autorretrato en el que el humor no termina de funcionar y en el que la emotividad, en algunos momentos, aparece como si el director la empujase a salir a bailar al medio del escenario. El director que mejor ha representado a las familias estadounidenses de clase media no ha conseguido que la frescura y verdad de películas fantásticas como E.T. —él siempre ha reconocido que, en el fondo, la película del extraterrestre hablaba de su propia familia— se haya replicado en la historia de su vida. Quizás esta solemnidad, ese exceso de celo, hayan acorazado una película que no fluye de manera natural. Otro más que no consigue encontrar su 8 y 1/2.

Todos quieren su 8 y 1/2. En este momento de incansable autorreferencialidad y cuando nadie quiere ser menos que Fellini, parece que los grandes directores se han puesto de acuerdo para llevar al cine sus propias biografías. La Roma (2018) de Cuarón abrió una veda, amplificada quizá por la epifanía colectiva que ha acompañado la pandemia del covid, a la que se han ido sumando Almodóvar (Dolor y gloria, 2019), Sorrentino (Fue la mano de Dios, 2021), Linklater (Apolo 10 y 1/2, 2022) o Iñárritu (Bardo, 2022).

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