Es noticia
'Sin novedad en el frente': monstruosidad y expresionismo en el infierno de la Gran Guerra
  1. Cultura
NOMINADA A LOS PREMIOS OSCAR

'Sin novedad en el frente': monstruosidad y expresionismo en el infierno de la Gran Guerra

Edward Berger recurre a una estética apabullante y feroz para adaptar en Netflix su versión de la gran novela de Erich Maria Remarque, que opta a nueve premios Oscar en la 95.ª edición de 2023

Foto: 'Sin novedad en el frente' (Netflix)
'Sin novedad en el frente' (Netflix)

La escena más conmovedora de Sin novedad en el frente implica el duelo a muerte de un soldado francés y otro alemán en el laberinto subterráneo de las trincheras. Termina imponiéndose el adolescente germano que protagoniza la película, pero la victoria no contradice la sensibilidad con que asiste al soldado agonizante una vez abatido. Trata de acompañarlo en el trance de la muerte. Lo abraza. Y extrae de su casaca los papeles que lo identifican, las cartas y las fotografías de su mujer y de su familia.

La alegoría del compañerismo en la atrocidad de la guerra está muy bien reflejada en la novela original de Erich Maria Remarque (1929). Y proporciona al realizador germano Edward Berger un pasaje de profundas emociones y de extraordinario vigor estético. Puede contarse la monstruosidad de la Gran Guerra desde presupuestos expresionistas. Y desde un tratamiento de la imagen que traslada la idea de la materia. Como si pudiéramos oler la pintura de un cuadro recién pintado. Y como si la forma de sensibilizar a los espectadores consistiera en llevarlos por el camino de experiencia artística para luego dejarlos conmocionados, aturdidos.

Es un enfoque original que explica el magnetismo de la película. Cruda, despiadada, inmisericorde, pero también subordinada al propósito del esteticismo. Tan desgarrado como un aquelarre de Goya y como el martirio de un cuadro de Caravaggio. Y tan angustioso como la crónica que escribió Ernst Jünger al hilo de su propia experiencia en las trincheras.

El teniente Stürm se llamaba. Y tiene sentido evocarla porque el escritor germano conseguía que su libro se desangrara en las manos, al igual que sucede con la película de Berger. Un relato que conmueve los sentidos porque Sin novedad en el frente traslada el hedor de la mierda, la hemorragia de las amputaciones, el estallido de las minas, el sudor de los adolescentes sacrificados, el temblor del miedo y la ferocidad de las novedades tecnológicas que precipitaron la muerte de al menos 16 millones de personas. No ya los bombardeos, los primeros carros armados, los morteros, sino más todavía los gases letales y el recurso atroz de los lanzallamas. Se utilizaban para quemar vivos a los soldados enemigos. Y formaron parte de un Apocalipsis que Edward Berger nos cuenta desde el pavor y desde una estilización tan esmerada como abrupta.

La congoja se deriva del espesor estético con que Sin novedad en el frente rompe el umbral de las sensibilidades anestesiadas. Es difícil impresionar al espectador que consume imágenes y guerras con distancia rutinaria. Tantas veces hemos visto las trincheras y las matanzas de la Gran Guerra que adquirimos una perspectiva aséptica e inconmovible.

Berger nos secuestra de la comodidad; nos ensordece y nos aterra

Berger nos secuestra de la comodidad con la misma intensidad de la novela de Remarque. Nos ensordece y nos aterra. Nos embadurna de lodo. Nos expone a la quijada de los caballos muertos, a la asfixia de las cámaras de gas, a la dimensión industrial de las enfermerías y los tullidos. Y recurre a una banda sonora atronadora y metálica que evoca la música de La guerra de los mundos (Steven Spielberg) y que enfatiza la ferocidad de las máquinas bélicas, particularmente cuando aparecen en escena los monstruos de acero para laminar la resistencia germana en el frente occidental. Allí se localizó la zona cero de la masacre. Un laberinto de trincheras donde se consumieron tres millones de cadáveres. Y donde apenas hubo avances ni retrocesos territoriales en cuatro años.

Foto:

El protagonista de la película es el mismo artífice de la novela de Remarque, un chaval de 17 años que finge la mayoría de edad para sumarse a la campaña patriótica de Prusia y para significarse después en una aventura desquiciada que lleva al extremo las condiciones de supervivencia y que descoyunta los ideales. Una máquina de picar carne fue la Gran Guerra. Y un inventario de atrocidades cuyo valor monstruoso y ejemplarizante ni siquiera impidió que hubiera una guerra todavía más atroz 21 años después, involucrando exactamente a los mismos rivales.

Tiene sentido recordarlo porque la novela apolítica o antibelicista de Remarque apareció en 1929. Y porque solo un año después Lewis Milestone concibió la primera —y excelente— versión cinematográfica. Dos Oscars obtuvo (mejor película, mejor director), pero la repercusión del filme y el clamor de Remarque se malograron en su propio aullido.

La escena más conmovedora de Sin novedad en el frente implica el duelo a muerte de un soldado francés y otro alemán en el laberinto subterráneo de las trincheras. Termina imponiéndose el adolescente germano que protagoniza la película, pero la victoria no contradice la sensibilidad con que asiste al soldado agonizante una vez abatido. Trata de acompañarlo en el trance de la muerte. Lo abraza. Y extrae de su casaca los papeles que lo identifican, las cartas y las fotografías de su mujer y de su familia.

Premios Oscar
El redactor recomienda