¿Por qué los deportistas son los últimos dioses?
Miguel Venegas hace un inventario de mitos, ídolos y profetas en un 'bestiario' de luces y sombras que acredita la relación íntima del deporte con la sociedad (y la política)
Decía Eduardo Galeano que el fútbol es la única religión que carece de ateos. Y, podría añadirse, la única cuyos dioses conservan vigentes la devoción y el culto. Quizá porque se parecen más a los personajes fuertes y débiles, luminosos y oscuros, que antaño habitaban los panteones paganos. Es el mensaje subliminal e implícito que traslada
“Sois testigos” es el lema metafísico de LeBron James, cuyas proezas deportivas no se explican sin la carrera de obstáculos que le puso delante el abandono del padre en un hogar precario y deprimido de Akron (Ohio).
Layo repudió a su hijo Edipo para prevenirse del magnicidio, de tal manera que Lo que el pibe le dijo a Dios tanto alude a la dimensión humana de los dioses en su miedo y angustia terrenal, como los explica y ubica en la idolatría. Empezando por Maradona, cuya naturaleza dionisiaca explica la religión que inauguró en Nápoles y la pancarta que los tifosi del equipo colocaron en el cementerio después de haberse consumado la proeza del scudetto: “Lo que os habéis perdido”, se les decía a los muertos.
Cuenta Miguel Venegas el episodio cuando alude a la categoría de los dioses —Ali, Pelé, Senna, Tiger Woods, Bikila—, aunque el martirologio que ha publicado el periodista vasco también discrimina entre héroes —Panenka, Cantona, Joe Frazier— y los profetas. Pertenecen al inventario los rapsodas del deporte que llegaron al panteón por otros caminos alternativos. Lo hizo Víctor Hugo Morales cantando en México el gol de todos los goles. Y lo hicieron Murakami con sus zapatillas de maratoniano o Sean Connery cuando renunció a la propuesta de jugar en el Manchester. Le ofrecían 25 libras semanales. Le garantizaban un puesto entre Bobby Charlton y Duncan Edwards, pero decidió apostar por el teatro… Salió ganando el actor. Y salió ganando el United, porque el puesto vacante se asignó a George Best.
Si lees esto es porque estás vivo hoy; y si lo estás, formas parte de lo que el deporte ha hecho a la humanidad durante los últimos siglos
Renuncia Venegas a dedicar un epígrafe al mejor y también elude un retrato específico de Leo Messi. Quiere decirse que el santoral es un ejercicio arbitrario de milagreros y lugares de culto. Unas veces los condiciona la actualidad. Y otras provienen de la sección que Miguel Venegas protagoniza cada semana en el programa La Cultureta.
El contexto participa de la idea de exponer el deporte y los deportistas lejos de los megáfonos y de las bufandas, pero muy cerca de la sociedad a la que
permanecen indisolublemente imbricados. “Esto no es una dignificación del deporte”, explica Venegas en el prólogo del manual. “No se trata —añade— de acercarlo a la cultura y lavarlo así de sus habituales impurezas. Esto es una demostración de que el deporte forma parte de todos nosotros. Si lees esto es porque estás vivo hoy; y si lo estás, formas parte de lo que el deporte ha hecho a la humanidad durante los últimos siglos”.
Y durante los primeros también. La oportunidad de visitar el yacimiento de Olimpia implica un ejercicio estremecedor y elocuente de conciencia civilizadora. Se dirimían en la pista las lides que acostumbraban a resolverse en el campo de batalla. Se estilizaba la guerra. Y se formalizaban con reglas y espacios todos los rituales que definieron la evolución de la especie: la caza, la estrategia del grupo, la dimensión lúdica, el canon de la belleza corporal, incluso el camino de perfección de los héroes.
Colecciona unos cuantos casos el inspirado y ameno tratado de Venegas —Koby Bryant, Boris Becker, Zatopek—, pero el libro explora otras fronteras y territorios. No solo aludiendo a los culturetas cuya ejecutoria estimula el opio del fútbol —Sorrentino, Fontanarrossa, Kapuscinski—, sino demostrando que el deporte aloja las grandes reformas y revoluciones de la sociedad contemporánea: desde la campaña del feminismo de Lily Parr al cambio de régimen y de época que supuso el rugby en tiempos de Mandela.
Podría decirse que el deporte es una forma como cualquier otra de hacer política. En su dimensión manipuladora y propagandista (de Hitler a Jesús Gil). Y en sus capacidades transformadoras y visionarias. El puño en alto de los atletas estadounidenses negros en México 68 —Tommy Smith y John Carlos— simbolizaba un mensaje contra el racismo y la discriminación cuya repercusión alcanza a la campaña contemporánea del Black Live Matters.
Expresión de civilización
Hemos visto a los futbolistas iraníes negarse a cantar el himno nacional como reacción a las represiones de Teherán. El deporte no es siempre la cosa más importante de las cosas menos importantes —lo sostenía Bob Shankly, el histórico coach del Liverpool—, sino una expresión de la civilización occidental —y oriental— que aglutina el ludismo, la cultura, la contracultura, las pasiones, la conciencia social y las supersticiones.
Menciona unas cuantas el bestiario de Venegas. También nos introduce en modalidades deportivas tan insólitas como el hulring y el lacrosse, aunque la verdadera toponimia de Lo que el pibe le dijo a Dios se identifica —se reconoce— en el itinerario de templos —Wimbledon, Olympiastadion—, rituales —Boxing Day, Halloween, Super Bowl— y ciudades santas —Christiania, París, Bilbao, Donosti— que alojan el destino de las últimas religiones.
Decía Eduardo Galeano que el fútbol es la única religión que carece de ateos. Y, podría añadirse, la única cuyos dioses conservan vigentes la devoción y el culto. Quizá porque se parecen más a los personajes fuertes y débiles, luminosos y oscuros, que antaño habitaban los panteones paganos. Es el mensaje subliminal e implícito que traslada
- Hace 5.000 años, ya te podías tomar una cerveza fría y una ración de 'pescaíto' en el bar Irene Hdez. Velasco
- ¿Era el Real Madrid el equipo de la dictadura? La aritmética (y Santiago Bernabéu) lo desmiente Julio Martín Alarcón
- ARCO: mucha acumulación, poca transgresión Alberto Olmos