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Alcohol, broncas y amoríos varios: historias de fiesta sobre tipos en bicicleta
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Vaya mundo el de los ciclistas

Alcohol, broncas y amoríos varios: historias de fiesta sobre tipos en bicicleta

Sagan no es el primero en pasarse de rosca mientras montaba en bicicleta. Desde pegarse a puñetazos a los amores cruzados de Antequil capaces de romper los cimientos familiares

Foto: Peter Sagan celebra una victoria en el pasado Giro. (EFE/EPA/Luca Zennaro)
Peter Sagan celebra una victoria en el pasado Giro. (EFE/EPA/Luca Zennaro)

Sucedió en abril, como los ripios de Sabina.

Un vehículo cruza a toda velocidad las calles de Mónaco. Pero, oh, son más allá de las doce, y hay toque de queda, y aquí somos muy estrictos con los asuntos de la Sanidad (para compensar flexibilizamos el tema impuestos). Nino, nino, nino. Deténganse. Los policías monegascos ordenan. Uno imagina a los policías monegascos vestidos igual que la guardia suiza, pero, consultado internet, sus uniformes parecen muy ortodoxos. Una pena. Y eso, salgan del vehículo. Lo hacen. Uno, el alto, se tambalea y tiene sonrisilla feliz. Se llama Peter Sagan, y ha sido tres veces campeón del mundo en esto de las bicis. Al otro, más bajito, le dicen Juraj, y su hermano lleva una década enchufándolo en diferentes equipos Pro Tour. Y eso, que hay problemas. Peter se pone agresivo, muestra actitud desafiante, a mí, a mí, que me secuestran, que se me quieren llevar, estos malvados munícipes desean ponerme la vacuna sin mi permiso. Malutos. Llamen a la BBC, al Mossad, a los hombres de Paco. En fin.

Foto: El bajista Duff McKagan, en bicicleta. (@Twitter)

A Peter Sagan le ha caído multita de 5000 euros por el asunto, hecho público hace poco. Él ha intentado explicarlo. Que fue al apartamento de su exmujer para acostar al vástago de ambos. Que tomó un par de copitas de vino, porque hay que mantener las formas. Que se les hizo tarde. Que no iba mamado, ni en coche, sino solo algo chispilla y de paquete en una moto eléctrica. Que conducía Juraj, y ¿tú has visto a Juraj?, cómo puede hacer nada malo con esos mofletillos que tiene, mi Juraj... Que lo de la vacuna es un invento, y él pensaba que los polis querían llevarlo al hospital para ponerle allí el globito. Que debía llegar a su domicilio por si aparecía un señor encorbatado de la UCI para lo de los controles sorpresa. En fin.

Sea como fuese la jugada, lo cierto es que Peter estaba preparando sus citas importantes del año. Es más, ni dos días más tarde el muy cabrón conquista la primera etapa del Tour de Romandía. Entre Aigle y Martigny. La sede de la UCI, colegas. Jajá. Visto lo anterior solo queda lamentarse. Qué ciclista nos perdimos con Sagan por culpa de su mala cabeza. O al revés. Qué parrandero nos perdimos con Peter por culpa de la bici. Ay...

Solo que... en fin, tiene a quién parecerse. Con lo de salir, beber, el rollo de siempre, etcétera. En esto del ciclismo, digo. Vamos, que hay ejemplos de vidas... disolutas. Pero muy disolutas. Disolutas a montones. Deje el lector, confiado, que le cuente algunas historietas...

"¿Saben eso de los controles antidopaje? Pues no. Y entonces, claro..."

La cosa viene de antiguo, no se crean. Los tiempos heroicos. Digamos que por aquel entonces... bueno, a ver cómo se lo explico. ¿Saben eso de los controles antidopaje? Pues no. Y entonces, claro... sí. Eso, que estimulantes, farlopa, estricnina y todo tipo de mierdas. Si le suman gentes de armas tomar, en muchas ocasiones con el cable pelado de serie, pues... Un montón de décadas con gritos, hostias, envenenamientos y alucinaciones en mitad de la competición.

Miren Jean Robic, por ejemplo. Robic (Vouziers, 1921-Claye-Souilly, 1980) era un tipo peculiar. Pequeñajo, feo, medio calvo, siempre con su puntito de mal humor. Que, también les digo, reuniendo las tres primeras virtudes llega la cuarta casi sola... Y eso, que le molaba insultar, y gruñir, y dar voces, y a veces soltar la mano. Seguramente su actuación más recordada llegó en el Tour de 1948. A ver... su actuación más recordada fue el Tour de 1947, victoria francesa después de la guerra, pero aquí hablamos de otros asuntos. Así que... el 48. Los Alpes. Esas etapas donde Bartali se saca los tres días más demoledores de la historia del ciclismo. Por allí andaba Robic, también, penando como un perro. Qué frío, oigan, pero cómo puede hacer tanto frío, si esto julio. Pues nada... cellisca, niebla y carámbanos que caen de la nariz como si fueran mocos de monte. Y repta Jean. Tosiendo, con vaho que juguetea enfrente de su boca, la piel de gallina, la mala hostia subiendo. Entonces ve un espectador ahí, en la cuneta, dentro de su coche, todo calentito, el cabrón. A ver... digamos que justo al terminar la Segunda Guerra Mundial había un suministro enorme de anfetaminas (por aquello de la superproducción para soldados y pilotos), y que las cosas estaban desmadradas en el mundo del deporte. Vamos, que no regía del todo, nuestro buen Robic. Porque el tipo, hop... se para, tira la bici al suelo, empieza a dar hostias al coche, ¿estás contento, hijoputa?, no hace frío ahí, ¿eh?, saca al pobre hombre de su habitáculo, le planta dos bofetones sonoros, plaf, plaf, en los cachetes... En fin, una bromuca. Pelillos a la mar.

Foto: La increíble historia de Dieter Wiedemann en la Carrera de la Paz.

Claro que, dijimos arriba, Jean Robic era pequeñajo, feo, calvo, y a Peter Sagan uno no le puede asignar ninguna de esas palabras. No... si queremos buscar el espejo del eslovaco tenemos que irnos a otros sitio. A Flandes. Historia más moderna. Ojo, que hasta sale Lucifer...

Freddy Maertens (Nieuwpoort, 1952) parecía predestinado a este tipo de cosas. Era alto, era rubio, tenía mentón de estrella de cine, ojos profundos y una narizona de esas que algunas féminas consideran interesante. Bucles, pinta de “ven pacá, que te explico la Parirrubé”, aire de pillo que no supo hacerse mayor. Polémico, ojo. En 1973, solo veintiún añitos, la lía gordísima allá por Montjuïc. Que si ataca Eddy, que si salto a por él, que si al final lo lanzo, pero no, pero sí, gana Felice, miradas gélidas del ogro. Ya ven, gran debut. Y, sin embargo... para arriba. Maertens engancha dos temporadas seguidas por encima de las cincuenta victorias. Vuelvan a leerlo... es increíble. Solo otra persona lo ha logrado en toda la historia del ciclismo. Merckx, claro, porque Merckx es la respuesta fácil a cualquier pregunta sobre este bendito deporte (salvo ¿qué ciclista celebra los segundos puestos?).

placeholder Mark Cavendish y Eddy Merckx, en una imagen reciente. (EFE/EPA/Guillaume Horcajuelo)
Mark Cavendish y Eddy Merckx, en una imagen reciente. (EFE/EPA/Guillaume Horcajuelo)

Pero eso, problemas. Algunos achacables a él, otros no. De los segundos... la muerte de su amigo Jean Pierre Monseré. El fallecimiento, más tarde, del hijo de Monseré. El padre era campeón del mundo cuando ocurrió su accidente fatal. El niño vestía también un maillot arcoíris cuando lo atropellaron. Se lo había regalado Freddy Maertens...

Eso desequilibra a cualquiera. Venía tocado de serie, también les digo. Alcohol, cierto gusto por empinar el codo, a mí me gusta el pipiripipipí. Lanson, unos de sus patrocinadores, le mandaba como mil productos de su empresa cada año. El problema es que producían champán, y aquello se iba de madre. También con lo otro. Tres veces positivo en 1977. Anfetas, que es cosa muy de este artículo, creo. Y fiestas. Y ruina. Y más chorritos, oigan.

Él lo tenía bastante claro, pero solo explicó su historia mucho después, a mediados de los ochenta. Artes oscuras, grimorios en su contra “Conozco a las personas que me echaron mal de ojo. Sufrí mucho con ello. Llegaron a hacer misas negras contra mí. Pero conocí a dos hombres muy bondadosos que me sometieron a un exorcismo. Así me libré del diablo y puede volver a la élite”. No lo decía en plan metafórico, no. Exorcismos, luciferes... Acabó en un centro psiquiátrico, acudió a reuniones de Alcohólicos Anónimos. Ahora está bien, comenta carreras, hace visitas guiadas en el museo de De Ronde, allá por Oudenaarde. Larga vida a Freddy.

Johan van der Velde (Rijsbergen, 1956) también tiene lo suyo. Oye, Bernard, quién puede ser tu sucesor, preguntaron una vez a Hinault. Y Le Blaireau sonrió, con esa sonrisa suya más acojonante que un “tenemos que hablar”, y dijo... pues mira, podría ser Joahn van der Velde, pero es completamente subnormal. Con perdón de las palabras gruesas, pero es que eran otros tiempos. Y eso, que historias a montones. Seguro que ustedes conocen lo del Gavia, porque es cosa de repetir cada vez que empieza un Giro. El chiflado de van der Velde coronando aquello (hostias, es que da tembleque solo con ver las fotos) en coulotte corto, maillot de manga corta, sin gorro, sin cubrezapatillas, sin manguitos, sin gafas. Sin guantes, colega... es que el tío no llevaba ni guantes de andar en bici. En fin, un cuadro. Hizo primero en el puerto y acabó último abajo, tres cuartos de hora después de llegar Breukink. No bajó aquello en bici ni de coña, vaya, pero eso es algo que les pasó a muchos aquel día...

Foto: Pogacar, en la presentación del Tour de 2022. (Reuters)

Y, aun con todo... minucias. Comparado con lo demás. Lo del año siguiente, por ejemplo. Otra vez Italia. Van der Velde se ausenta después de una etapa. Pero se ausenta de cojones. Vamos, que ni cena, ni masaje, ni sus compañeros saben nada de él, ni el director, ni siquiera su esposa, que tampoco se preocupó mucho porque ya conocía el percal. Cees Priem, manager de TVM, se fue a denunciar a la comisaría, que se nos han secuestrado un ciclista, oigan. Aquello parecía la Dauphiné Libéré, también les digo, porque andaban prestando declaración un montón de paisanos de otros conjuntos. Les habían robado bicis, ruedas, cadenas... esas cosas. Priem mira y empieza a comprender. Casualmente todos los que están allí se alojan en el mismo establecimiento que el TVM. Al día siguiente van der Velde aparece en su casa de Bélgica. No, yo no sé nada, oiga, qué insinúa...

Tras la retirada... pues peor. Quién lo iba a decir, ¿verdad? Adicción al juego, a las anfetas. Dicen que si anduvo ganándose la vida como pudo. Ese como pudo incluye actuar de crooner en bares que... en fin, en bares que mantienen una moralidad dudosa. Ustedes saben de lo que hablo. Ah, y robos, muchos robos. Las cartas de sus vecinos. Cortacéspedes. Ya me dirán ustedes para qué mangar cosucas así, pero es que el tío no andaba para muchas fiestas. Cada vez que todo quedaba en silencio los grillos cantaban en la cabeza de Johan. Varias condenas, multas de todo tipo, no lo volveré a hacer. Esas cosas. Fue un ciclista grandioso, ¿eh?, no vayan a pensarse. Pero no le daba... Ahora anda algo mejor.

Lo de Jacques Anquetil (Mont-Saint-Aignan, 1934) es pelín distinto. Y no solo porque en calidad y palmarés sea incomprobablemente superior a los anteriores (y a todos en la Historia, salvo un puñado muy pequeñito), sino por la misma naturaleza del... vicio. A ver, el tío bebía champán en carrera, y cuentan que le chiflaban los mejillones con salsa, y todos saben la anécdota del cordero en Andorra, y fuera de temporada hacía desbarres bastante grandotes, porque además su director era Raphäel Geminiani, que menudo fue y es, Raphäel Geminiani, que hasta tenía una bebida con su nombre, Raphäel Geminiani (ni se les ocurra probarla, están advertidos).

El tema con Anquetil eran las mujeres. Planta arrastraba, menudo dandy... alto, rubio, con esa piel blanquita, con esos ojos glaucos de arrancar suspiros. Y piquito de oro, anda que no era listo el Jacques. Claro... combinación demoledora. Solo que se le fue la vida por derroteros... raros. Primero se enamora de Janine, esposa de quien era su médico personal. Seducción, miradas, ahora te sonrío, ahora te digo una zalamería. Divorcio y nueva boda. Hasta ahí todo normal, ¿eh?, que no pecaremos aquí de mojigatos (eso sí que no... eso sí que no).

Pero luego... bueno, un poco raro. Jacques que quiere tener hijos, Janine que no puede. Fue madre dos veces con su anterior esposo, pero el segundo parto se complicó y... nada, imposible. Jacques, soberbio y controlador, le da un ultimátum. Alquilaré una prostituta durante nueve meses, pero tendré a un bebé. Y ella (dicen que fue ella, vayan ustedes a saber) le plantea otra posibilidad. Que tenga ese hijo... con su hija. Con la hija de ella y la hijastra de él. Vamos, que sea un abuelo-padre. La muchacha, mayor de edad para entonces, se muestra encantada con la componenda, y los tres conviven en (aparente) felicidad de trío pintoresco durante unos años. El château de Anquetil en Normandía, Les Elfes, encierra historias que no contarías a tus retoños. Bueno, los Anquetil sí que lo hicieron, y Sophie sabe desde el principio que ella tiene dos mamis y un solo papi. ¿Quieren complicar un poco más el asunto? Pues a Les Elfes se muda el otro hijo de Janine, porque andaba jodido de pasta. Va allí con su esposa, Dominique. A estas alturas de la peli seguro que saben cómo acaba el tema. Efectivamente... Jacques rompe con su mujer, con su hija-mujer, seduce a la nuera y ambos inician una tórrida relación. Ah, tienen también retoño, porque ya puestos...

Final. En el lecho de muerte, cuando un cáncer le mordisqueaba el estómago, cuentan que Jacques pidió ver a Janine. Que ella hizo el esfuerzo, que llevaban sin cruzar ojos desde que sucedió... en fin, desde que sucedió todo aquello. Y que se miraron así, en silencio...

Es un mundo extraño, el ciclismo.

Sucedió en abril, como los ripios de Sabina.

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