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El emérito no está en Grindr: la vida secreta de un bailarín español en Abu Dabi
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El emérito no está en Grindr: la vida secreta de un bailarín español en Abu Dabi

Fernando López publica un libro sobre cómo pasó dos años camuflando su homosexualidad en el golfo Pérsico

Foto: Fernando López Rodríguez en la Cultural Foundation de Abu Dabi. (Archivo personal)
Fernando López Rodríguez en la Cultural Foundation de Abu Dabi. (Archivo personal)
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Como una de esas películas de cine negro clásico cuya primera escena sintetiza perfectamente trama, conflicto y personaje, Esto jamás podré contarlo arranca al grano:

"El 3 de agosto de 2020 aterrizaba en Abu Dabi Juan Carlos I, rey emérito de España. Exactamente un año antes, el 3 de agosto de 2019, aterrizaba yo en la misma ciudad para acompañar a mi pareja, que debía mudarse a la capital de los Emiratos Árabes Unidos por razones laborales. Como yo carecía de visado de trabajo y no podía ser acreditado como cónyuge de mi marido, fue necesario llevar a cabo una pirueta administrativa para que yo pudiera entrar y salir del país con normalidad".

"A ese primer subterfugio se le fueron sumando otras verdades a medias… Fui aprendiendo a modificar mi currículum y a eliminar todas las publicaciones, conferencias y espectáculos (la mayoría) que tuvieran que ver con cuestiones de género, LGTBI+ y queer para centrarme exclusivamente en aquellos que hablaran de música y artes performativas, puesto que también el término danza poseía una connotación peyorativa… Tuve que aprender a presentarme como performer para evitar la confusión y los gestos de sorpresa mal disimulada”.

El libro, subtitulado Super-vivencias queer en el golfo Pérsico, lo ha escrito el bailarín Fernando López Rodríguez tras pasar dos cursos en Abu Dabi, cuyo Código Penal (artículo 80) pena la sodomía con 14 años de cárcel.

placeholder Fernando López Rodríguez en Abu Dabi. (Archivo personal)
Fernando López Rodríguez en Abu Dabi. (Archivo personal)

Como el resto de naciones de alrededor, Abu Dabi no es país para homosexuales; visitarlo, como explica el autor, “supone negociar los espacios y los tiempos, mediar las palabras y los gestos y saber colocarse alternativamente una u otra máscara”. Vivencia “muy diferente según el origen y la clase”, en un país estratificado entre trabajadores precarios emigrantes (workers), expatriados internacionales de clase media-alta atraídos por los altos salarios (expats), nacidos en el país pero sin pasaporte (Emirati-Born) y ciudadanos pata negra (emiratíes), con más derechos que los demás, pero con “doble vida” si son homosexuales...

“Algunos de ellos rechazan públicamente el matrimonio y otros aceptan casarse y tener hijos para cumplir con las demandas sociales y familiares mientras mantienen su 'verdadera' vida en paralelo gracias a segundas viviendas o habitaciones alquiladas como picaderos, a segundos móviles que solo utilizan para conversar con sus amigos y amantes, a cuentas privadas de Instagram y a Snapchat”, escribe.

La entrevista

Hablamos con Fernando López Rodríguez.

PREGUNTA. En el libro describe el microcosmos underground LGTBI de Abu Dabi, con su clandestinidad, sus barrios gueto y sus zonas ocultas de cruising. A ratos suena a la España de los 70, pero hay, al menos, una diferencia técnica sustancial: las aplicaciones de citas. ¿Hasta qué punto han facilitado las relaciones sexuales prohibidas?

"Las aplicaciones de citas han sido oportunidad y peligro en el golfo Pérsico"

RESPUESTA. Es importante matizar que parte de la población de los países del golfo vive en riqueza extrema; los contextos underground son muy diferentes a los españoles o los de otros países europeos, donde el underground o el cruising podían desarrollarse en ambientes degradados o de clases sociales bajas. Aunque haya una gran represión en derechos humanos, los países del golfo están hiperdesarrollados tecnológica y económicamente.

Dicho lo cual, las aplicaciones de citas han tenido una consecuencia muy positiva: facilitar el contacto entre personas que no se hubieran podido intimar de otra forma. Pero, en Emiratos y en otros países, también han sido un factor de riesgo, al utilizarse por civiles homófobos o instituciones gubernamentales para, mediante perfiles falsos y falsas quedadas, montar cacerías de gais y de fiestas homosexuales. Las aplicaciones de citas, en definitiva, han sido oportunidad y peligro al mismo tiempo.

P. Al hilo de lo de la sociedad rica: al describir la pirámide social de Abu Dabi, con los obreros emigrantes abajo y un 10% de ciudadanos de pleno derecho, saca una conclusión política interesante: a la protesta LGTBI le cuesta visibilizarse, pero no solo por la represión, también por el miedo a perder los privilegios sociales.

R. El confort puede ser una gran anestesiante social. Si miramos cómo y dónde se han producido las revoluciones LGTBI, u otras de ampliación de derechos sociales, vemos que, en muchos casos, fueron lideradas por personas en lo más bajo de la escala social. Personas que no tienen miedo, porque no tienen nada que perder, al no poder caer ya más bajo. En España, en EEUU y en otros países, las que encendieron la mecha fueron las trans (que estaban en la calle, ejerciendo la prostitución, muy degradadas socialmente, en mayor peligro que los gais que no se atrevían a salir del armario para no perder una comodidad forzada).

P. Durante dos años en Abu Dabi, estuvo entrando y saliendo del país; es decir, entrando y saliendo del armario según el aeropuerto en el que aterrizara. ¿Dónde notaba más —física o psicológicamente— el clic de tener que camuflarse y descamuflarse a la carta? ¿Cómo se sentía?

"El confort puede ser una gran anestesiante social. En EEUU y en España las que encendieron la mecha fueron las trans más oprimidas"

R. Influía en muchos aspectos, también en el profesional. Yo soy bailarín de flamenco contemporáneo. En mis piezas abordo cuestiones de género, con una libertad artística que allí no era posible. Pude trabajar en algunos eventos de flamenco tradicional, siempre enmascarando, eliminando zonas de mi currículum.

Es decir, me metía en un armario que abordaba todos los aspectos de mi vida, del modo de relacionarme en público con mi pareja a mi vestimenta, pasando por mi lenguaje. Creé un personaje falso para hablar de mí.

P. En Abu Dabi, represión, vida cotidiana y underground LGTBI coexisten en vías paralelas que a veces se cruzan. En el libro cuenta que, a veces, todo depende de quién te esté mirando o quién esté dispuesto a hacer la vista gorda. ¿Cómo funcionan los sobreentendidos?

R. Es complicado de explicar debido a la ambigüedad. Los límites nunca están claros. Hablamos de cosas que no se pueden nombrar. El hasta dónde puedes llegar nunca es explícito, depende mucho del contexto, de si hay personalidades gubernamentales delante, de la visibilidad del evento, de que la persona tenga o no un buen día… Hay muchos factores. Dentro del ámbito artístico, hay cosas que se pueden hacer, teniendo claros los límites, y cosas que no se pueden hacer: los desnudos, la exhibición pública de afectos, etc. No siempre es todo un sí o un no, sino una negociación según el contexto. En algunos clubs nocturnos se pasan por alto los códigos de vestimenta, pero fuera te pueden multar si tu vestuario es demasiado… arriesgado.

P. Hace unos días, el embajador del Mundial de Qatar, Khalid Salman, hizo las siguientes declaraciones: “Tienen que aceptar nuestras reglas… La homosexualidad es un trastorno mental”. Más que pedirle su opinión sobre las mismas, me gustaría preguntarle otra cosa: ¿es el Mundial una oportunidad para que el underground LGTBI de la zona salga a flote?

R. Podría ser un buen momento, pero, al mismo tiempo, no creo que Qatar sea el mejor país del golfo para esto, es más conservador que Dubái. Además, no es la primera vez que se celebra un gran evento deportivo o cultural en un país donde no se respetan los derechos humanos. Dichos eventos se celebraron sin ningún problema porque los equilibrios internacionales o económicos suelen primar por encima de los derechos LGTB, de las mujeres o de las minorías raciales.

placeholder Portada del libro.
Portada del libro.

Las mil y una noches

Para rematar, extractos seleccionados del libro en formato diario:

“Es curioso sentirse vigilado en este país. A veces me descubro a mí mismo teniendo miedo de que me lean los pensamientos mientras me mofo mentalmente de sus líderes políticos y rectifico: ‘No quería decir eso’”.

Flamenco para la fiesta nacional de España. Flamenco para poner la primera piedra del pabellón de España en la Expo de Dubái. Flamenco para un evento de una empresa farmacéutica española. Flamenco en un restaurante de tapas españolas. Flamenco en una boda. Flamenco como animación, como entretenimiento. Llorar un ratito, escuchar un quejío antes de los canapés. Lo jondo está ahí; mientras tanto, brindamos. Flamenco el día de tu muerte y de la mía. Flamenco show. Flamenco para todas las ocasiones. Precios especiales para grupos”.

“Ella pregunta quién soy y qué hago aquí y yo tomo aire viendo por el rabillo del ojo cómo mi marido sonríe tensamente. Le respondo que vine a investigar las danzas tradicionales emiratíes y ella, aunque sigue sospechando, parece satisfecha: no soy el único que miente en este país y con decir eso basta por ahora. '¿Dónde vives?', continúa ella. Le doy el nombre de mi edificio y ahora se dirige a mi marido: '¿Y tú?'. Él vuelve a sonreír y nombra el mismo edificio que yo. Ahora es ella quien sonríe. Hace un gesto circular con el dedo índice y nos informa de que va a dar una vuelta. Ella parece haber entendido que lo nuestro aquí es innombrable y que es mejor callar y marcharse. Soy el marido de un hombre importante que va a eventos culturales con las esposas de otros hombres importantes. Nos enseñan cuadros de vírgenes en éxtasis, nos dan café y canapés variados. Intercambiamos tarjetas de visita, sonrisas y comentarios más o menos acertados sobre la historia del arte. Todo discurre como si la vida fuera esto. Pero yo no soy la esposa de un diplomático. No tengo bótox ni contactos ni dinero. Ni siquiera tengo ganas de estar aquí. Pero estoy igual de solo que ellas. Nos entendemos. Es más fácil estar aquí que ahí fuera”.

Foto: Una marcha LGBT en México. (EFE) Opinión

“En Kuwait veo a chavales que llevan mi nombre escrito en su camiseta como parte de la promoción de un festival de arte en el que participo. Yo intento olvidarlo buscando el anonimato en un restaurante del zoco. Un jovencito me mira sonriendo desde otra mesa y yo, más que en follar, pienso, con tristeza y condescendencia, en darle un abrazo y un pasaporte español”.

“Eméritos Árabes Unidos… De pronto, el mapa del país aparece en programas españoles de tertulia política. ‘¿Le habéis visto?' [al rey emérito], nos preguntan en Madrid. 'En Grindr', suelo responder. De pronto, periodistas de Telecinco aterrizan a quinientos metros de mi casa. Le buscan detrás de las cortinas del hotel Emirates Palace, auscultan las paredes intentando adivinar el cacareo de su cojear majestuoso, enseñan su fotografía a trabajadores en círculo que niegan sin negar y le esperan sentados bajo un retrato del jeque Zayed. Todos quieren saber, con la esperanza de que ese tipo de conocimiento pudiera otorgarles algún tipo de poder. Nada hay más valioso que el secreto. Nadie más poderoso que quien puede desvelarlo”.

“Y. toma viagra dos veces por semana para poder dejar embarazada a su mujer; A. tiene dos teléfonos, uno de los cuales solo utiliza para chatear por Grindr; M. le dice a su madre que no quiere casarse aún porque 'quiere follárselas a todas'. La recepcionista de la peluquería es una chica trans filipina. Me pregunta si quiero hacerme la manicura o la pedicura y le respondo que esta vez —como todas las anteriores— solo me cortaré el pelo. Ella se limita a cobrarme, a ofrecerme café y a barrer los esquejes de cabello negro caído que tratan de enraizar entre las baldosas. Cuando salgo, pienso en la Ladies' night de los bares, en el vagón de metro solo para mujeres, en las salas de espera solo para mujeres, en los asientos del autobús solo para mujeres, en los parkings, las playas, las clases de zumba y los horarios matinales en los gimnasios solo para mujeres. Y me pregunto cómo hace ella, simplemente, para existir aquí”.

“A. es suave como Platero. El sabor de la cerveza le recuerda al jabón y tiene miedo de beber más de un sorbo de vino por si fuera incapaz de conducir de vuelta a casa. Aunque es ateo, no come cerdo ni bebe alcohol. Si no pensara que puede quebrarse en cualquier momento, le abrazaría durante horas mientras nos cuenta cómo su jefa le acosa en el trabajo. Nos dice que llora al menos una vez por semana: a veces cuando conduce de camino a Dubái para ver a su familia el fin de semana y a veces cuando termina de escribir uno de sus guiones cinematográficos. ‘Demasiadas emociones’, dice”.

placeholder El autor en Sharjah. (Abdulrahman Al Madani)
El autor en Sharjah. (Abdulrahman Al Madani)

“Me interesa de Emiratos lo postizo, lo falsete y lo cartón piedra. Me interesan los sueños maquillados, los refranes trastocados y los recuerdos travestidos. Porque en ellos también hay algo de verdad. En los simulacros de la ceremonia del café, en las gacelas de plástico decorando rotondas, en los parques de atracciones con miniaturas de monumentos europeos y en las piscinas con ínfulas de laguna nórdica. En las vallas publicitarias de dimensiones astronómicas cubriendo el rostro de solares sin dunas y en las luces con los colores de la bandera nacional iluminando, con aire de prostíbulo, las sedes ministeriales. Así es como empezamos a entender algo: mirando de cerca las ficciones y empezando a considerarlas (parte de) la realidad”.

“M. nos cuenta que anoche tuvo que besar a una prostituta marroquí pagada por su mejor amigo heterosexual para no hacerle sospechar. Y este es el final del poema”.

Foto: Santiago Blázquez, en Dubái. (Fotografía cedida)

“Cuando llegamos al bar, A. está contemplando ensimismado tres chupitos de color fangoso colocados con perfección geométrica en el centro de la mesa. Los tres son para él. Nos dice que necesita beber en la primera cita porque es tímido, pero que luego ya no lo necesita. Tiene veintisiete años, está divorciado y tiene una hija que vive en alguna parte de Abu Dabi, lejos del mar. Su madre es emiratí, y su padre, de Baréin. Su exmujer, una prima por parte de madre. Nos cuenta que habla con su hija todos los días por videollamada y que de vez en cuando va a verla a Emiratos y aprovecha para darse una vuelta por Dubái. 'I’m 100% gay: what I do?'. Encarga otras dos rondas de chupitos y silencia el móvil mientras en la pantalla palpita el nombre de su madre, llamándole”.

“Sucedió en 2003. Todos lo recuerdan como si se tratara del mito fundacional de una tribu. Todos saben, aunque ninguno estuvo allí, que quienes asistieron acabaron en prisión: la fiesta en la que dos chicos emiratíes contrajeron matrimonio, uno de ellos vestido de mujer. Nos lo cuenta Salem cuando le pregunto por qué no expone sus cuadros, pintados con los colores del arcoíris, en los que puede leerse en árabe la palabra maricón”.

Como una de esas películas de cine negro clásico cuya primera escena sintetiza perfectamente trama, conflicto y personaje, Esto jamás podré contarlo arranca al grano:

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