La revolución femenina del podio… y del foso

Cada vez resulta menos noticioso identificar a una mujer en la posición de liderazgo de una orquesta o de un teatro, pero no es tan común que dos maestras coincidan a la vez en las 'instituciones' de mayor prestigio.

Ha ocurrido estos días en Chicago por razones bastante accidentales. Estaba previsto que la directora coreana Eun Sun Kim (Seúl, 1989) dirigiera 'Tosca' en la Civic Opera —y así lo hizo—, pero no lo estaba que Lina González-Granados, natural de Cali, sustituyera Riccardo Muti al frente de la Sinfónica de Chicago. 'Intervino' el contratiempo del covid. Y hubo el maestro napolitano que despejar el podio en beneficio de la colega colombiana.

El contratiempo precipitó un debut que no solo enfatiza la ruptura de los tabúes, sino que además expone el peso y la influencia de las geografías menos convencionales. América Latina y Asia se han convertido en un caladero de talento, en una alternativa a los cánones occidentales.

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El ejemplo de González-Granados es inequívoco porque ella misma se ha erigido en misionera del repertorio latinoamericano y en embajadora de los menús insólitos. Lo demuestra el programa con que comparece el 21 de mayo al frente de la Sinfónica de Castilla y León. No tanto por la obertura de 'La forza del destino' (Verdi) como porque estrena en España la 'Anthology for fantastic Zoology' del atípico compositor americano Mason Bates.

Atípico quiere decir que Bates tanto ha ganado un Grammy por una ópera sobre Steve Jobs como se pluriemplea en el oficio de DJ de música electrónica. Ya se había ocupado la Sinfónica de Chicago de nombrarlo compositor residente en la temporada 14-15, de tal manera que González-Granados tiene razones e implicaciones para darlo a conocer en España.

Ha cumplido 35 años la joven maestra. Y ha convertido la oportunidad de Chicago en el argumento de resonancia de su gran carrera americana —Filarmónica de Nueva York, Orquesta de Filadelfia…—, aunque la emergencia de la sustitución la remitió a un papel de mediadora.

La sede de la Sinfónica de Chicago, erigida en 1904, es un ejemplo de la huella fundacional que le otorgó el arquitecto Daniel Burnham

Fue ella quien interpretó con clarividencia las oberturas de 'El barbero de Sevilla' y de 'Don Giovanni'. Y fue el pianista noruego Leif Ove Andsnes quien se ocupó de dirigir desde el piano los conciertos 20 y 23 de Mozart en un sublime ejercicio de profundidad sobria y de escrúpulo camerístico.

Es Chicago una ciudad asombrosa en su vida cultural y en su patrimonio arquitectónico. No solo ahora, que los grandes maestros —Renzo Piano, Frank Ghery, Jeanne Gang, Tadao Ando— 'compiten' con educación y armonía en las zonas privilegiadas de la ciudad, sino cuando la ventosa ciudad del estado de Illinois definía su idiosincrasia y su personalidad.

La sede de la Sinfónica de Chicago, erigida en 1904, es un ejemplo de la huella fundacional que le otorgó el arquitecto visionario Daniel Burnham, mientras que la compañía de la Ópera se aloja en un rascacielos de 45 pisos construido en el mismo año de la crisis del pánico (1929).

El vértigo de las alturas sugestiona tanto como la dimensión de la sala. Caben 3.500 espectadores en el patio y los anfiteatros de la Civic Opera, aunque impresiona bastante más la originalidad del estilo art deco en los pequeños detalles y en el refinamiento de la orfebrería del telón. Tuvo que alzarse para las funciones de 'Tosca'. Y sobrevino entonces la sorpresa de un viaje en el tiempo, pues el montaje de la ópera de Puccini es el mismo que Jean-Pierre Ponnelle había concebido hace cuatro décadas.

La experiencia requiere un proceso de adaptación, tan acostumbrados como estamos a las dramaturgias conceptuales y hasta radicales. Es la de Chicago una 'Tosca' literal, premeditadamente convencional. Y hasta nostálgica respecto al valor costumbrista de las escenas cruciales, incluida la inmolación de la protagonista en el abismo del castillo de Sant’Angelo.

Se respiraba atmósfera de viejos tiempos en la devoción del público a los cantantes. Y llegó a aplaudirse la entrada en escena de la diva Michelle Bradley, aunque los méritos principales de la velada recayeron en la valentía de Russell Thomas —un tenor de voz imponente y de color penetrante— y en la lectura intensa de Eun Sun Kim. Más que dirigir, la maestra coreana articula los brazos como un ave rapaz. Y crea todas las texturas musicales que convienen a la teatralidad de la música de Puccini, sin recaer en la sobreactuación y sensible a la penumbra de la puesta en escena.

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La conocen los espectadores del Teatro Real porque fue la primera mujer que accedió al foso del coliseo madrileño. Lo hizo en la temporada de 2010 con la mediación de Rossini ('Il viaggio a Reims'). Y ha desarrollado desde entonces una carrera con tanta enjundia en el circuito europeo como en los teatros americanos. Lo demuestra su posición de directora titular en la Ópera de San Francisco. Y lo acredita su debut en el Metropolitan (2021), tan providencial que el New York Times le atribuía el mérito de haber hecho historia y la responsabilidad de asegurar el porvenir de la ópera.

El estímulo asiático es tan elocuente como la aportación de los artistas latinoamericanos. Por eso, González-Granados y Eun Sun Kim simbolizan un cambio de guardia cuyo aspecto fundamental es la credibilidad artística y cuyo detalle accesorio es cada vez más… el género.