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Condenas, aplausos y equilibrismos: América Latina, fragmentada ante la invasión rusa
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Una región sin voz común

Condenas, aplausos y equilibrismos: América Latina, fragmentada ante la invasión rusa

Las posturas ante la guerra lanzada por Vladímir Putin varían enormemente entre los Gobiernos de una región en la que la batalla por el relato continúa muy viva

Foto: Mujeres ucranianas protestan frente a la embajada de Rusia en México. (Reuters/Luis Cortes)
Mujeres ucranianas protestan frente a la embajada de Rusia en México. (Reuters/Luis Cortes)
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Un día, el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, critica la invasión a Ucrania. Al otro, sus aliados en el Congreso establecen un grupo de amistad con Rusia. Un día, declara su respeto a Vladímir Putin, al siguiente, pide por el pueblo ucraniano. Es un acto de equilibrismo: condenar la invasión, no al invasor. En los países occidentales, la narrativa de la guerra está bastante clara y, salvo grupos radicales y minoritarios, el consenso político en torno a que Putin es el culpable de una guerra ilegal contra su vecino es unánime. Pero en América Latina, desde Cuba hasta Chile, las posturas cambian. Aunque el conflicto se lamenta, el relato no es unitario.

"En términos generales, la posición de América Latina ha sido positiva para la posición de Ucrania debido a la situación fragante de violación de la soberanía de Kiev", apunta Ariel González Levaggi, investigador del Centro de Estudios Internacionales de la Pontifica Universidad Católica Argentina. "Aunque hay que tener en cuenta una serie de matices, ya que los principales países —Argentina, México y Brasil— de la región han tratado de mantener una posición equilibrada, al mismo tiempo que ningún país de la región ha implementado sanciones contra Rusia".

Foto: Una mujer vota en la consulta popular en México. (Reuters)

Durante sus conferencias matutinas, en las que dicta la agenda política del país, el presidente López Obrador despacha todas las preguntas sobre el conflicto con la sentencia "la guerra es el fracaso de la política". Y, si le presionan, echa mano de dos cartas que hace pasar como una: la no intervención. Cuando se le cuestiona si se debe sancionar a Rusia, recurre al principio de neutralidad que rige la política exterior mexicana. Cuando se le pregunta por la invasión a Ucrania, reitera su condena, con una dosis de nacionalismo. "Desde luego, no aceptamos la invasión de Rusia a Ucrania, porque hemos padecido de invasiones", insistió en su más reciente mensaje al respecto, grabado a petición de su homólogo canadiense, Justin Trudeau. "Nos invadieron los españoles, los franceses dos veces, los estadounidenses", recordó.

Para Mónica Serrano, profesora e investigadora del Centro de Estudios Internacionales de El Colegio de México, la posición ambigua de México ha llegado a ser "vergonzosa", como en su abstención de votar por la salida de Rusia del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, en la que argumentó la necesidad de una investigación previa sobre la posible comisión de crímenes de guerra. "En este caso hay una lectura muy miope, creo yo. Un pacifismo que es difícil de justificar ante lo que estamos viendo en tiempo real y seguiremos viendo". Las claras violaciones del mandatario ruso al derecho internacional, considera, "deberían ser suficiente razón para convencer a México de tomar una posición más firme y robusta en contra de lo que Putin hace y representa para el orden internacional".

Una región desunida

El voto de México coincidió con el de otros países del continente como Brasil o El Salvador, países cuyos gobiernos tienen poco o nada en común con el de AMLO. Para Serrano, esto sucede "casi por azar" y demuestra lo variadas que son las respuestas al conflicto en la región latinoamericana. En el caso mexicano, se debe a la obsesión de López Obrador con el no intervencionismo, sin tomar en cuenta los avances en últimas décadas sobre la posición de México ante violaciones de derechos humanos a nivel internacional. "Se traduce, para todo propósito práctico, si no en un apoyo abierto, sí en una posición de neutralidad con respecto a gobiernos con claros tintes autoritarios, antidemocráticos".

Foto: José Miguel Vivanco. (Reuters)

Otros países latinoamericanos han tenido que realizar un juego de equilibrismo con mayor nivel de dificultad. Un primer atisbo de esta respuesta fragmentada en la región fue una declaración de condena de la OEA el pasado 24 de febrero, presentada por Guatemala —uno de los más firmes en su apoyo a Ucrania—, que dejó alineados en su rechazo a los aliados más estrechos de Putin, Cuba y Nicaragua, con dos potencias regionales, Argentina y Brasil.

Tan solo unas semanas antes de la invasión, el presidente argentino Alberto Fernández le había ofrecido a Putin volverse su "puerta de entrada" a América Latina, como lo fue al convertirse en el primer país en aprobar la vacuna Sputnik V contra el coronavirus. El mandatario está bajo la presión de un sector del kirchnerismo y de su vicepresidenta, Cristina Fernández, que ve la invasión claramente como responsabilidad primaria de la OTAN. Sin embargo, tras la omisión de la OEA, la Casa Rosada ha dado un giro y abogó por la expulsión de Rusia del Consejo de Derechos Humanos de la ONU.

En tanto, el presidente brasileño, Jair Bolsonaro, se había reunido con Putin apenas ocho días antes de que comenzara la invasión. La visita, con el conflicto inminente, dejó a Estados Unidos con mal sabor de boca. Y a Brasil, cuya industria agricultural depende de los compromisos de fertilizantes con Rusia y Bielorrusia, con un panorama complejo. Aunque Bolsonaro apeló a la neutralidad en el conflicto, también se mofó de Zelenski. La invasión también ha servido a Bolsonaro para justificar una posible crisis de importaciones y, por lo tanto, acelerar un proyecto de ley que permitiría la explotación de zonas indígenas.

Foto:  El presidente electo Gabriel Boric, frente a sus simpatizantes en Santiago (Chile). (EFE/Elvis González)

Las diferencias políticas entre ambos gobiernos dejan ver que en esta danza lo que prima es el pragmatismo y los problemas internos. Pero en otros, como Chile, la oposición a Putin también trasciende ideologías. La crisis rozó a dos administraciones que respondieron con igual determinación. En los últimos días del cargo del conservador Sebastián Piñera, el Ministerio de Defensa retiró una invitación a empresas rusas que iban a participar en la principal feria aeroespacial de la región. Y aunque el nuevo presidente izquierdista, Gabriel Boric, dice dudar de las sanciones como instrumento de presión, tras asumir el cargo a inicios de marzo no ha sido ambiguo en su condena a Putin. En una entrevista reciente, Boric calificó a su par ruso como "un autócrata", culpable de actos "inadmisibles", y ha sugerido que se le investigue en La Haya por las matanzas en Mariúpol y Bucha.

En Colombia, el derechista Iván Duque también ha usado palabras contundentes, refiriéndose a la invasión como un genocidio, y habló por teléfono con Zelenski para ofrecerle apoyo. Duque incluso participó de un encontronazo con el embajador ruso en el Consejo de Seguridad de la ONU, Vasily Nebenzya, quien el pasado martes le reclamó por la implementación de los Acuerdos de Paz con las guerrillas en Colombia. Nebenzya recordó la violencia, desapariciones y asesinatos de defensores ambientales en el país latinoamericano y le espetó que Colombia "no es normal", a lo que Duque reviró cuestionando la calidad moral de Rusia.

Tres aliados clave para el Kremlin

Es en la ONU donde han ocurrido los escenarios más complejos de apoyo y alineaciones, aunque casi todos los países de América Latina apoyaron la resolución más clara, del 2 de marzo en la Asamblea General, que condenaba la invasión. Cinco países omitieron sus votos: Bolivia, El Salvador —donde la apuesta de un Nayib Bukele cada vez más confrontado con Estados Unidos parece ser la de acercarse a Putin— y los tres principales aliados de Moscú: Cuba, Nicaragua y Venezuela.

Foto: Imagen de la sesión de este miércoles. (Reuters/Allegri)

Y es que, para González Levaggi, el conflicto podría significar un retroceso en los esfuerzos de Rusia para acercarse a América Latina, pero Putin sigue contando con aliados claros. "Seguramente, Moscú perderá influencia política, económica y comunicacional, aunque no hay que descartar acciones destinadas a fortalecer su presencia militar en la región", considera, "especialmente en sus socios históricos".

Los tres países han sido irrestrictos en su apoyo a Rusia, a quien ven como una potencial salvavidas. Incluso Nicolás Maduro, cuyo país no tuvo acceso al voto por deudas con el organismo, llamó a Putin para refrendarle su apoyo. Los argumentos de los embajadores de estos países en la ONU refuerzan la lectura de Moscú sobre el conflicto: una acción defensiva ante el cerco de la OTAN a Rusia. "¿Qué pretende el mundo? ¿Que el presidente Putin se quede con los brazos cruzados y no actúe en defensa de su pueblo?", cuestionaba Maduro unos días antes de la invasión.

Una opinión pública apática

En general, hay poca presión para que los países de América Latina se alineen en una condena decisiva a Putin. Una encuesta sugiere que tan solo la mitad de los mexicanos ve al presidente ruso como responsable de la invasión. Otra, que siete de cada diez prefieren que el país mantenga su neutralidad, sin un apoyo claro a Ucrania.

Foto: Una manifestación en contra de la invasión de Ucrania. (Reuters/Bernadett Szabo)

Sin embargo, advierte González, sería un error tomar el conflicto como algo completamente ajeno, dado que la invasión está en el centro de la conversación mundial y es un recordatorio importante de que las tensiones regionales pueden estallar en cualquier momento. "La guerra llega en un momento de gran fragmentación regional donde no hay voces comunes que transmitan una posición de América Latina", considera.

"Si no hay voluntad política de los países de la región, el mundo que viene generará aún más fragmentación y eso puede tener un impacto complejo en un horizonte de largo plazo, donde pueden renacer rivalidades regionales del pasado", apunta. Un recordatorio de que los juegos de equilibrismo pueden terminar con platos rotos.

Un día, el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, critica la invasión a Ucrania. Al otro, sus aliados en el Congreso establecen un grupo de amistad con Rusia. Un día, declara su respeto a Vladímir Putin, al siguiente, pide por el pueblo ucraniano. Es un acto de equilibrismo: condenar la invasión, no al invasor. En los países occidentales, la narrativa de la guerra está bastante clara y, salvo grupos radicales y minoritarios, el consenso político en torno a que Putin es el culpable de una guerra ilegal contra su vecino es unánime. Pero en América Latina, desde Cuba hasta Chile, las posturas cambian. Aunque el conflicto se lamenta, el relato no es unitario.

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