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'Tiempo de victoria' o cómo el sexo y el 'basket' nos acercan a Dios
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'Tiempo de victoria' o cómo el sexo y el 'basket' nos acercan a Dios

Adam McKay evoca en esta serie de HBO Max la revolución del baloncesto y del espectáculo que supusieron Jerry Buss y Magic Johnson en la franquicia de los Lakers

Foto: Earvin 'Magic' Johnson, en 'Tiempo de victoria'.
Earvin 'Magic' Johnson, en 'Tiempo de victoria'.

La reputación de la NBA como un acontecimiento fértil, próspero y universal se parece muy poco a la crisis existencial que sacudió la liga profesional de 'basket' a finales de los setenta. Estaba deprimido el negocio. Y acudió a reanimarlo un millonario excéntrico, Jerry Buss, cuya visión del 'showtime' dio vuelo al milagro de los Lakers en el escenario glamuroso de Los Ángeles.

Es el enfoque que ilumina 'Tiempo de victoria', una serie providencial de Adam McKay ('No mires arriba') en HBO Max que evoca el efecto de la magia en la National Basketball Association. Y la magia era un chaval espigado y sonriente que se llamaba Earvin Johnson y que Buss convirtió en su aliado revolucionario. Porque los bases no eran tan altos. Y porque los jugadores del gremio nunca habían sido tan creativos ni tan espectaculares.

“El sexo y el baloncesto son mis caminos de llegar a Dios”, proclama Buss en el preámbulo de la serie. O lo hace John C.Reilly, pues la crónica de McKay es un falso documental de granulado ochentero que reconstruye la década prodigiosa de los Lakers con actores muy parecidos a los originales.

Es el caso mimético e impresionante de Quincy Isiaiah, 'alter ego' de Magic Johnson y protagonista de la traumática escena inaugural. No sonríe Magic. Se le observa angustiado en una clínica de L.A. en noviembre de 1991. Fue cuando se le diagnosticó VIH, aunque el episodio no alude directamente al desenlace. Lo deja caer como el escarmiento a los años de gloria.

Y fueron muchos, tanto por los prodigios del número 32 como porque Jerry Buss entendió que la NBA necesitaba el revulsivo de un jugador hedonista e iconoclasta. No se explica el ciclo virtuoso de los Lakers sin las asistencias a ciegas de Magic y sin las excentricidades de un base que medía 2,06.

Blanco contra negro

Era la némesis de Larry Bird. Blanco contra negro, el este contra el oeste, los patricios de Boston contra los 'hippies' de Los Ángeles, la ortodoxia frente a la heterodoxia. Debutaron a la vez en el gran circuito. Y se repartieron los títulos y los anillos en los extremos de una apasionante rivalidad, aunque Jerry Buss tuvo el mérito de convertir su franquicia en un equipo campeón. Cuatro títulos reanimaron la década angelina y subvirtieron la tiranía histórica que los Celtics se habían cobrado a cuenta de la frustración de Jerry West.

La estrella maldita de los Lakers adquiere un papel esencial en 'Tiempo de victoria' gracias al impresionante mimetismo de Jason Clarke. Corresponde al actor australiano ('Zero Dark City') emular la vehemencia del jugador virginiano cuya silueta en movimiento simboliza el 'escudo' de la NBA y cuyos dedos nunca alcanzaron el fulgor de un anillo. Recelaba West de Magic Johnson. E hizo lo posible para frustrar el fichaje del jugador de Míchigan, pero la obstinación visionaria de Buss introdujo un cambio de dinámica en la historia de los Lakers y en la inercia misma de la NBA.

Una narrativa trepidante y original que reelabora la estética de los ochenta y rompe la cuarta pared

Ningún lugar más apropiado que Hollywood para lanzar el concepto del gran espectáculo. Buss atrajo a los actores. Puso a bailar a las 'cheerleaders'. E hizo de Earvin Johnson la figura del gran ilusionista descarado y promiscuo frente al puritanismo bostoniano. Los Ángeles necesitaba un equipo como los Lakers. Y los Lakers necesitaban una ciudad como Los Ángeles, empezando por el aroma a marihuana en las pistas Venice Beach.

No hace falta tener nociones de 'basket' ni conocimientos históricos para disfrutar de 'Tiempo de victoria'. El interés de esta brillante reconstrucción no consiste en lo que cuenta, sino en cómo lo cuenta. Una narrativa trepidante y original que reelabora la estética de los ochenta y que rompe la cuarta pared cada vez que los protagonistas se dirigen a la cámara. Parece una 'sitcom' de época. Y un ejercicio de 'filología' que permite a Adam McKay recrearse en los encuadres y las rotulaciones, lucirse con los recursos en blanco y negro, y convertir la serie en una pista de baile al ritmo de la música de Diana Ross y con las esferas de plata moviéndose como si fueran balones de baloncesto.

Jerry Buss (1933-2013), jugador de póker, químico de formación y productor cinematográfico de profesión, empeñó el dinero que tenía y el que no tenía para comprar los Lakers. Le costaron 67 millones de dólares. Fue su propietario hasta 2013. Y se convirtió en uno de los pocos directivos que ingresaron en el Hall of Fame. Hoy, su equipo vale 5.000 millones.

La reputación de la NBA como un acontecimiento fértil, próspero y universal se parece muy poco a la crisis existencial que sacudió la liga profesional de 'basket' a finales de los setenta. Estaba deprimido el negocio. Y acudió a reanimarlo un millonario excéntrico, Jerry Buss, cuya visión del 'showtime' dio vuelo al milagro de los Lakers en el escenario glamuroso de Los Ángeles.

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